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Diciembre 2021

Haibun 27

La Gallinita ciega

De chica nunca intenté este juego, la infancia era un tiempo en que todo se daba sin reglas y sin rótulos.

Hoy, que el territorio de la niñez me queda lejos, invento una travesura: doblo con cuidado la servilleta de hilo blanco, espero quedar sola en casa y me vendo los ojos.

La consigna surge mágicamente: recorrer el jardín a ciegas, palpar, oler, escuchar.

Es un día extraño de verano, las lluvias y el sol se alternan continuamente. Empiezo el camino…

El canto de los benteveos me guía hacia la copa del árbol vecino, más allá de la cerca  , descubro un contrapunto de voces cuyo significado todavía no comprendo.

Los pies descalzos se hunden en el césped que recorro con pasos menudos, algún bichito me produce  un escozor que casi disfruto.

Sigo el perfume de los jazmines del país y toco  las rejas por las que trepan , rugosas por el òxido.

 Avanzo hacia el rincón de los cactus y suculentas, palpo con temor a las espinas y me demoro en una caricia. ¡No me dañaron  demasiado! tal vez porque esperaba el pinchazo (esa prevención me hubiera ahorrado muchas heridas).

Las anchas hojas de la caña de ámbar, todavía mojadas por el chaparrón me recuerdan a quien que me la regaló.

Se ofrecen a mis manos las fibras de la palmera y las raíces de las orquídeas enraizadas allí .Un tropezòn provoca el revuelo de cotorras que estaban comiendo los frutos de palma, su alboroto quiebra de golpe el silencio ensimismado en el juego.

Doblo y respiro hondo, los azahares del limonero me atraen y un tenue zumbido de abejas me recuerda los versos de Miguel Hernández: “ “pajarearà tu alma colmenenera”…

Tarde de enero.
Zumban las abejas
en las lavandas

Se complica la pequeña travesía al abandonar los bordes del jardín, busco las piedras redondas y el viejo capitel donde yacen mis gatos, extiendo los pies como acariciando el rincón,  inventándoles ojos a mis pisadas para descubrir el lugar exacto del pequeño túmulo y allí me siento, reanudo mis diálogos secretos con ellos y sé que desde algún lugar,  más allá de las piedras, más acá de la infancia siguen cerca.

Creo que hago trampa girando por los bordes del jardín, temo llegar hasta el centro sin árboles ni texturas que me orienten. Recorro con mis yemas cada hoja que no reconozco y me huelo las manos: ¡la salvia! ¡el laurel!, ¿por què hay tantas hojas que no huelen?   ¿Por qué este juego? ¿Por qué hoy?

 El aislamiento forzado me lleva a inventarme libertades dentro del estrecho margen permitido, quizás sólo se trate de eso: experimentar con los sentidos lo que creía conocido y estar enteramente presente en cada ritmo, en cada textura, en esas realidades que en el vértigo de antes no podía percibir.

El perro viejo me sigue, tropiezo con su cuerpo fiel y cansino, rozo su pelaje de nutria salvaje, seguramente se sorprende de mi nuevo andar a tientas y me acompaña (como siempre).

Así, a ojos cerrados   , este no-tiempo me ofrece otras presencias.

Ya no llueve.

Calor húmedo.
Entre los dedos
el olor de la salvia

 

A Mari Angels , que me inició en el haibun

 

 María Rosalía Gila
Buenos Aires (Argentina)

Noviembre 2021

Haibun 26

El siguiente haibun tiene un precedente
en Orbayu, el número 15, de febrero de 2021,
al que puedes acceder

directamente clicando sobre él.

Orbayu 2

Salir a la mañana nublada y atravesar el pueblo que aún duerme. Remontar una cuesta que se atraganta a estas horas y mirar atrás, abajo.

El ternero se asusta cuando una manzana silvestre se desprende del árbol. La ropa se seca, no se seca, colgada de las mochilas.

El camino entre las autovías de los hombres de cemento y los bosques y lo ríos de nadie. A veces pienso en todo esto, en lo que quiero y lo que no quiero, lo que me gustaría, lo que está y lo que no está. Lo que ya está aquí y no veo.

Otra cuesta. Un descansito al llegar a lo alto del monte. Limacos en el borde del pilón.  Parece que ni se mueven, que llevaran aquí años.

A esta hora de la mañana, en esta luz que está y no está, entre la niebla, todo parece aguardar algo. Desde siempre.

Manzanas silvestres en el fondo del arroyo que bordea el camino.

 Un molino abandonado en los profundo del bosque. Casi bosque ya. Todo es casi bosque aquí. Incluso la luz. Incluso nosotros que solo pasamos, que somos un instante en este lugar.

Una parada en Cornellana, en el Café Casino. Caña y café, y tostada con tomate… Venden artículos de pesca. Estamos junto al Narcea. Zona salmonera.

Por un momento mi padre, mi hermano, están aquí.

Me gustan estos sitios abigarrados llenos de fotos y recortes de periódicos viejos.

En la libreta escribo sobre la luz de la mañana. Y las cuestas. Sobre un ternero que se asustó al caer una manzana, un poco, y yo con su susto también. Un poco. Sobre mi padre y mi hermano. Sobre lo que me gustaría, sobre lo que está y lo que no.

De vuelta al campo el camino remonta sobre las ruinas de un monasterio. A cada vuelta del camino más pequeño, más abajo.

 Más majestuoso.

El sendero se adentra en el bosque, en la montaña, arriba, cada vez más arriba. Hablamos de salamandras con peregrinos de otros países que descansan a la vera del camino.

Las sendas estrechas, el musgo, los castaños. Sin dejar de caminar  pienso en los nombres de las cosas. En los mil nombres de las cosas. En las cosas que no tienen nombre…

¿Cuál será su traducción?

Formar parte de esto. Del río y del puente antiguo. De los pececillos y los guijarros del fondo.

Me gusta.

Del beso furtivo bajo las hojas de los mil verdes que no tienen nombre.

Me gusta alzar la vista sin dejar de caminar. De casi marearme con la luz de la mañana que brilla en los huecos que dejan las ramas de los árboles.

Estar de paso en los pueblos. Los nombres que no conozco de los peregrinos. Ser nadie.

Levantar la mirada y no pensar.

Nada es necesario.

Eso me gusta.

Llegamos a Salas a las tres y media de la tarde. Directos a comer, agotados, a Casa Pachón. Una recomendación. A pesar de la hora dan de comer igual. Espero que Chame tenga hambre a pesar de haberse fastidiado un diente comiendo moras silvestres por el camino.

Chame…

De entrante una sopa. Potente. Garbanzos, vainas con jamón, lomo, bacalada… en cantidades al por mayor. “Hasta que no tengas más hambre”. Dicen. Postre, vino, café. Salimos llenos justo para ir al albergue. Está cerquita. Menos mal.

Albergue Rey Casto. Cama cama, no litera. Terraza en lo alto de la torre, en el centro del pueblo. Vistas todo en derredor. Las montañas, qué verdes. Cerveza de bienvenida y desayuno. Lujo.

Qué verdes las montañas…

Dos señoras mayores, una mexicana y otra argentina, se juegan a las cartas el honor patrio entre risas. Gran final.

Salimos una vez más a la niebla. Esta vez al atardecer. Paseo por el pueblo envueltos en el orbayu. Compramos provisiones. A la noche nos  invitan en Casa Pachón a caña y zumo. Qué gente. Tan hermosa y grande como el paisaje que la concibió.

Desde la terraza de la torre se intuyen las luces de granjas en la montaña. El silencio es absoluto, redondo. La noche y el orbayu que no cesa. Todo está aquí. Todos los nombres de las cosas. Todas las cosas sin nombre.

amanece nublado
un limaco se estira
al borde del agua

                                                                                                Félix Arce Araiz   (Mômiji)
Santander (España)

Octubre 2021

Haibun 25

Viaje en el recuerdo II

Podéis leer Viaje en el recuerdo I, el haibun 3,
también de Mayra en la revista
de Mayo de 2020, clicando aquí.

Rompe la primavera con sus olores, sonidos y colores. Se han congregado nuestros vecinos y compañeros del colegio frente al edificio para vernos partir. ¡Cuánto silencio!

Este viaje no es en tren, nos montamos en un carro extraño, negro y viejo. Mis padres en un abrazo bien estrecho, ocupan solo un asiento y medio, se dicen tantas cosas sin hablar. Mi hermano no me pide el lado de la ventanilla… Ni siquiera está a mi lado; y yo, me veo tan chica detrás del cristal.

Ni una nube,
cae a la carretera
un ramo de gladiolos.

Van pasando lentamente los campos surcados, listos para la siembra. En la distancia, niños empequeñecidos corretean descalzos por las explanadas como hicimos él y yo tantas veces. Los ríos comienzan a crecerse con las intensas lluvias de los últimos días, las palmeras mueven las pencas a voluntad del viento. El  marabú a ambos lados de la carretera exhibe pompones rosas y amarillos. Todo ese paisaje que nos sabemos de memoria parece no estar.

Hace calor, una anciana retrasa el paso en un sendero para vernos pasar, se persigna. El olor a pino recién cortado  y azucenas nos compaña todo el camino.

Con los ojos aguados no logro ver el mar, solo una línea azul en el horizonte. Casi llegamos, cuando el carro se detiene me late con fuerza el corazón.

Funeraria
La butaca más cómoda
para mi madre.

                                                                                          Mayra Rosa Soris
Santa Clara (Cuba)

Octubre 2021

El fin de los mundos
(primeras páginas de un libro futuro)

(Mediodía en la cala de Punta Bela. Cala juega en la orilla, se adentra con su cubo para coger agua y la vierte en el castillo de arena que le construye su padre. Su tito Fran se levanta para darse un baño).
-¿Adónde vas, tito?
-Voy a nadar…-sonríe- ¡hasta el fin del mundo! (Señala el
horizonte donde se divisa, como un gigante marino, Cabo
Cope).
(La niña sigue con la rutina de su juego. El tito Fran es ahora un punto que se desplaza nadando mar adentro).
-Cala, ¿adónde se ha ido el tito Fran? -le pregunta su abuela Mariló.
-Se ha ido al fin de los mundos.

A mi nieta Cala, que me dio el título

Cada año, cada mes, cada día, cada minuto, cada hombre es un mundo que brilla y se extingue con la misma ligereza, con la misma levedad, con la misma sorpresa con la que aparece. En el momento mismo en que se vive y se presencia no se presagia su endeble consistencia, su latido efimeral. Luego llega el recuerdo, en el que permanece hasta que, sin saber cómo ni por qué, deja de acudir a la memoria y se hunde en el magma indistinto del olvido.

         La poesía, el verso, la prosa, el verbo, acuden entonces en nuestro auxilio para recuperar fragmentos perdidos, vivencias que se fabulan y confabulan para erigir un mundo a la medida de lo que creímos haber vivido. Un mundo nuevo que fija la escritura, que se alimenta del pasado para dar continuidad y argumento a nuestra historia.

El aroma del mar
enciende la memoria
de la esponja
inocente y ávida
de la infancia.

Nubes de lluvia.
Amarillean las hojas
del avellano.

 

Otros mares, otras playas,
otra luz, otros cantos,
otros arrullos, otras olas,
otros cuerpos, otras voces
emergen del fondo marino
-el mismo mar que ya no es el mismo-,
flotan en la espuma,
se esparcen en la arena
y se diluyen en efluvios
que se infiltran y sedimentan
en el alma. El limo que dejan
lo arrastrará de nuevo
el torrente indómito del tiempo.

Se ha marchitado
la flor de la maceta.
Sol de septiembre.

 

Se escucha la lluvia
que llega del mar
en las hojas del arce.
Gota a gota cae
desde la copa,
de rama en rama
hasta llegar al suelo
mullido de hierba.
Una babosa naranja
se desliza por las berzas.
Enmudecen los pájaros.
Sólo el discurrir del agua
por los canalones,
 por las hojas, por las riegas,
por los cristales, por las fuentes,
por los caminos… también
por las tejas rotas del hórreo
que auguran su derrumbe.

Llueve a cántaros.
Sólo flores secas
en la hortensia.

         Casas deshabitadas, o ya en ruinas; puertas desvencijadas, paredes desconchadas; la herrumbre en los clavos, en las cerraduras, en los arados, en las azadas, en las ruedas de los carros; caminos perdidos, cerrados, engullidos por la foresta; árboles roídos por la edad que se pudren lentamente hasta perder la última de sus verdecidas ramas; las arrugas en la cara y las manos de los viejos paisanos que aún quedan como rara avis en lo que antaño fueran florecientes aldeas regidas por el ciclo vital de las cosechas… Sic transit gloria mundi.

Olor a humedad.
En la cuadra abandonada
los arreos de las mulas.

 

         Amanece. Una fina gasa de niebla sube por la ladera del monte, se difumina, se extingue… Despierta el canto de los pájaros. Desde el bosque, los prados, los huertos, los jardines, las cercas, las tenadas, los aleros, los hilos de la luz… llegan sus trinos, sus gorjeos, sus silbos. Un tímido sol aparece y desaparece entre restos de nubes que se disgregan. A lo lejos, el humo blanco de una hoguera se confunde con la neblina. Por la ventana abierta de una casa salen las notas de un viejo piano que se une también, como un ser vivo más, a la sinfonía de la mañana.

Salta un sapo
por el camino cubierto
de hojas de higuera.

 

Septiembre 2021

Haibun 24

En este valle la temporada de lluvias dura poco más de dos meses, suelen ser mansas y espaciadas, pero este año han dado de qué hablar; hace unas semanas eran una bendición pero la inédita frecuencia e intensidad con que se han presentado ha cambiado el parecer de la gente, la ropa no se seca y las cosechas se empiezan a deteriorar.
Por la mañana las nubes altas auguran un buen día, así que sin perder el tiempo en cavilaciones ociosas salgo para rodearme del verdor renovado del cerro. El sol es de verano pero la humedad de la tierra atemperan el clima lo que hace agradable el paseo. Ya en la cima, solo tomo el tiempo necesario para recuperar fuerzas, mirar rápidamente el valle y empezar el descenso. No hay nadie pero tampoco estoy solo, las uñas de gato* parecen altavoces a su máxima potencia

Bajando el cerro
entre cantos de chicharra**
Nubes sin sombra

La premura por regresar al pueblo fue acertada, pues ya se asoman nubes grises, los árboles que aún no han sido recogidos me recuerdan el poder de los súbitos vendavales recientes. Entonces corto camino entre las milpas*** junto al río, cuyo estruendo no deja de aumentar.
El viento empieza a soplar, trayendo el olor del agua. Estando a minutos de casa, el impacto de algunas gotas en el suelo me hacen creer que he perdido la carrera, pero no, es solo que

Arrecia el viento
La fronda aún con agua
llovida ayer

                                                                    Jaspe Uriel Martínez Gonzalez  “Ajenjo”
México

*ocotillo https://es.wikipedia.org/wiki/Fouquieria_splendes
**cigarras.
***parcela

Agosto 2021

Haibun 23

Sendas de Kumano Kodo

熊野古道の小道

Jorge

El ómnibus se detiene en silencio. Nuestra guía, Yuko, anuncia “¡llegamos!”.

De inmediato comienza el movimiento. Julia dice “ ¡no te olvidés la cámara!”. Con ansiedad bajamos y nuestros ojos quieren verlo todo.

Nos espera una anciana con su sombrero kaza y su piel con huellas de la historia. Con una reverencia y voz suave nos dice su nombre 小松貞子 .

La presenta Yuko : “Sadako Komatsu, es la guía oficial del camino de Kumano. No habla español”.

Julia

Después del saludo nos entrega a cada uno los bastones que nos ayudarán en la caminata. Iniciamos el camino en silencio dejando que ese paisaje de Japón se adentre en nosotros

Sol luminoso…

El aroma del bosque

en el aire

Jorge

Grandes árboles entrelazan las raíces, una niebla a lo lejos no deja ver más que imágenes únicas casi perdidas varios metros más abajo y una senda que serpentea y se pierde…

Historia del tiempo.

Las raíces de los árboles

entrelazadas

Julia

Al caminar acompañados por nuestra respiración y la naturaleza exuberante sentimos la presencia de los grandes maestros del haiku junto a nosotros

Camino ancestral…

Entre pinos y helechos

el sonido de los bastones

Jorge

“¡Miren allá!, parecen casas… “

“Es un oji; un santuario secundario”, nos acota la guía.  La fila india se va estirando. Nosotros dejamos pasar a algunos para hacer  fotografías con tranquilidad.

Escalón de madera.

En la rugosa piedra

brilla el musgo

Vamos bajando la cuesta , una compañera trastabilla y se levanta. Su bastón queda trabado entre la maleza y lo abandona. Ya más cerca vemos el santuario y un campo de arroz.

Julia

A medida que descendemos para llegar al santuario Kumano Hongu Taisha nuestros sentidos se alertan aún más.

Recibimiento inesperado…

El graznar de un cuervo

posándose

Jorge

Escalera empinada.

Una linterna de piedra

escolta al torii

Julia

Nos unimos a un grupo de peregrinos que hacen sus ofrendas.

Nubes bajas…

El humo del incienso

haciendo círculos

Jorge

Los puestos con tablillas Ema y los pies cansados y el torii a la vista y el deseo de un baño…

Pies cansados.

Comprando tablillas

sin saber que dicen

Estamos plenos de naturaleza y espiritualidad; el camino de Kumano  nos invita a seguir…

 

M. Julia Guzmán y Jorge A. Giallorenzi.
                                             Córdoba, Argentina.
                                             21 de abril de 2021

cof

.

Agosto 2021

Momentos musicales en Segura*

Entrada ya la noche, en la piscina de Amurjo (Orcera, Jaén), sobre una tarima instalada en el agua, resuena la voz de Raquel Andueza, acompañada por el conjunto de música antigua La Galanía. Sentir su canto dulce y potente, acompasado al ritmo de la percusión, la melodía del violín, las notas aéreas del arpa, los acordes y el punteo de la tiorba y la  guitarra barroca. Escuchar las letras preñadas de gracejo, humor, picardía y  agudeza. Vibrar, al fin, al unísono y aplaudir con el corazón en las palmas. Mecidos los músicos y el público en la misma noche iluminada y tendida sobre las aguas lisas de la piscina. Y trascender en sintonía el tiempo y sus edades.

Luna menguante.
Se cuela un perrillo
en el escenario.

       Iglesia de los jesuitas en Segura de la Sierra, consagrada ya no al culto sino a la cultura. Los jóvenes músicos del cuarteto Seikilos interpretan obras de maestros del siglo XX, Joaquín Turina entre otros. Te sumerges en la onda continua de las cuerdas frotadas -agudos, graves, intermedios- y te dejas fluir adonde te lleve la corriente y sus movimientos, sus silencios, sus remansos, sus progresos. No importa adónde te conduzca. Te sabes a salvo y comprendido en la lengua universal de los pentagramas.

Tañen las campanas.
En la quietud del templo
un pizzicato.

       Para asistir al concierto de Andrea Motis Quintet hay que ascender por una estrecha senda labrada en el monte hasta el escenario Fuenroble. Justo cuando el sol comienza a declinar en la tarde arrebolada, da comienzo también el espectáculo. Andrea, arrebatada -como el público que mira de hito en hito a poniente- por la magia del instante, no puede sustraerse a la emoción que improvisa su canto. Luego vinieron piezas magistrales de jazz fusión, pero aquella magia, aquella emoción del inicio aún siguen excitando las papilas de la memoria.

       Cientos de bombillitas encendidas jalonaban en zigzag el sendero del descenso. Sorpresa y asombro que añadir al embrujo del evento.

Entrada la noche
cambian los focos
el color de los pinos.

       En un rellano de la pista forestal que sube hasta el monte Peñalta nos aguarda el conjunto Neopercusión. Apenas audible al principio el toque de las baquetas en los platillos que sutil, lenta, levemente, va incrementando la intensidad de su vibración hasta la saturación final, acorde con la génesis de la luz, el amanecer radiante que ya se expande por todas las aberturas y claros del bosque y despierta el clamor de las cigarras.

A resguardo del sol.
Al compás de las chicharras
los yembés.

       Subida en sus altos tacones de lentejuelas brillantes, viola en ristre, acomete Isabel Villanueva -acompañada al piano por Antonio Galera- la interpretación de piezas de Schumann, Granados, García-Abril… Cuerdas vocales transfiguradas en crines de caballo frotan otras cuerdas que resuenan en su cuerpo orgánico de madera. Voz humana vertida en instrumento exento de palabras que toca directo el corazón, suscita la emoción y eleva el espíritu. Et in terra gloria.

Mediodía.
Sin otro sonido
que el de la viola.

       Cooperativa de Orcera. Bajo la nave metálica pintada de verde, flanqueada por enormes máquinas para elaborar y envasar el aceite, ahora calladas y en reposo, como un espectador más, se abre el concierto de la Orquesta Ciudad de Granada con una obrita de Charles Ives: La Pregunta sin Respuesta.

       Un pájaro entra y sale repetidas veces del recinto industrial, en vuelos cortos, no sé si temeroso o inquirido él también por la pregunta que no precisa respuesta porque se autoafirma en lo que acontece.

       Emergen del decurso ilativo de las cuerdas las notas en off de la trompeta e irrumpen las replicas disonantes de las maderas. Tríada disyuntiva que se hace trinidad sinfónica al converger en la única respuesta plausible: el silencio.

       Sin solución de continuidad llega la noche.

Concierto en la almazara.
El viento desordena
las partituras.

*Música en Segura es un festival de música -fundamentalmente clásica- que tiene lugar cada año en el entorno de Segura de la Sierra (Jaén), en el corazón del parque natural de la Sierra de Segura. Cuenta con dos ediciones: el de verano (antaño en primavera), que se celebró en la semana del 29 de Junio al 4 de Julio y el de otoño, que tendrá lugar entre los días 26 al 28 de Noviembre).(www.musicaensegura.com)

julio 2021

Se entreluce el día.
Griterío de cuervos
en el robledal.

       Los cielos de Epping Forest* están asiduamente surcados por aviones. Los que vuelan más alto dejan sus estelas blancas, raudas, rectilíneas, en los tramos azules entre nube y nube. Los que descienden hacia los aeropuertos cercanos irrumpen con el estruendo de sus motores en la sinfonía armónica del canto de los pájaros, el roce del viento en las hojas de los robles, las hayas, los tejos que pueblan el bosque, el zumbido de los abejorros, el sigilo de las ardillas, el sordo aleteo de las palomas, las pisadas y las voces atemperadas de los caminantes…  A los costados de Epping Forest*, el tráfico constante de los coches y su rozadura neumática sobre el asfalto. La prisa y el ruido de lo civilizado frente al silencio y la quietud de lo natural. El humo, los gases de combustión. El aire puro esencial. Los senderos innumerables, sinuosos, desiguales, de tierra, humus, hierba, hojarasca. El alquitrán, el cemento, las carreteras, las rutas aéreas comerciales trazadas a cuadriculada conveniencia. El vuelo de las aves tan majestuoso, tan irregular, tan liviano, tan armonioso. El decurso incierto y voluble de las nubes.

Musgo en los troncos.
Los arrastres de la lluvia
por los senderos.

*Epping Forest es una masa forestal ingente a las afueras de London, junto a la que viven mi nieta Cala y sus padres.

       Mientras escribo suena a lo lejos la sirena de una ambulancia; se pierde, regresa, se prolonga… Un aeroplano cruza por la ventana, traspasa el cristal el trepidar de sus hélices, se atenúa y se mezcla con el impúdico retumbo de los altavoces de un coche que circula por la calle. Vuelve la calma: el zureo de una paloma que se posa, sin advertirme, sobre el alféizar; el graznido de los cuervos que anidan en la chimenea en desuso de la casa; el ondeo de la ropa tendida en el jardín, el aire que mece las rosas, las hojas del tilo, las ramas del manzano; el vuelo de un moscardón que trata de salir a la intemperie.

       En la soledad de mi estancia se arropa el alma extasiada ante lo cotidiano que se extingue y se renueva en circuito sinfín.

Cabaña de ramas.
Se zambullen los patos
en la laguna.

Julio 2021

Haibun 22

Once años, alguien hizo que recordara mi primer viaje en tren a la luz del día a los once años, cuando leí en unos versos «esa palabra»

Íbamos en tren… de esos carreta, que para recorrer 365 km. demoraba 12 hs.

Era verano, diciembre, de vacaciones a casa de mis abuelos. Con el olor de los libros… las últimas tareas… el último dibujito, la madera de los lápices en el sacapuntas todavía frescos en mi cabecita y llena de emoción por los días venideros : el pequeño pueblo de calles de tierra, el paso del tren a dos cuadras del cuarto, los paraísos sombrilla, los juegos a su sombra, el canto ensordecedor de las chicharras. Las aventuras en el campo, las noches a la luz del sol de noche, los sonidos del ganado, la cocina a leña, la carneada, la… el… tanto!

Y por esas horas el traca traca… el chirrido de la puerta, el olor del baño, el sudor del señor sentado al otro lado del pasillo, el agujero en el asiento de madera, el sol, la cortina…

Todos los movimientos indicaban que ya era la hora de abrir los paquetes hechos en casa. Almorzamos nuestro sandwich de milanesa y de pronto, en la ventanilla, un campo como un mar amarillo… con el sol a pleno de mediodía, se abrió ante mis ojos.

Me cautivó tanto, que en mi cabeza sólo existió el instinto irrefrenable de tocarlo.

Desde un tren que marchaba tan lento, qué puedes pensar, nada… sólo hacerlo antes que acabe…

arde mi mano,
rozando desde el tren
flores de colza

Mirta Gili  Gili
(Argentina)

Junio 2021

Miércoles

             El tiempo está cambiando. Tras las copiosas lluvias de abril, el frío, el fuego en la estufa al atardecer… luce ahora un sol radiante que, al tamiz de la humedad ambiente, aumenta la sensación de calor. El campo y el monte están tapizados de un verde inusitado por estas latitudes levantinas; no lo veremos más en todo el año. Flores de todos los colores menudean por doquier: el fucsia de las jaras y las corrigüelas, el amarillo de las castañuelas, las albaidas, las candileras, las siemprevivas que ya comienzan a ajarse, el blanco de las jarillas y del quiebraolla o romero macho, el azul de las centáureas, de los cardos, de las viboreras… En todos los árboles, renuevos, rebrotes, renacer de hojas de un verde claro, tierno, suave. Musgo en las umbrías. Al borde de los caminos surgen matas y arbustos que aguardaban en sus enterradas semillas el momento de dar a luz y crecer con vigor asombroso. Esta tarde de mayo el tiempo ha cambiado. Pica el sol. La naturaleza se apresura a alcanzar su esplendor antes de sucumbir al irrefrenable termómetro del verano que siempre se anticipa en estas insoladas tierras del Mediterráneo.

Fosca* en la tarde.
En la rama de un pino
canta la oropéndola.

*en el habla murciana significa -además de neblina- bochorno.

       Jueves

       En el norte hay otra luz. La frondosidad ubicua del verde, las nubes que permanecen inmóviles en el cielo, o lo surcan y desaparecen… El azul intenso del mar de aguas frías que baña las costas y se evapora en la raya difusa del horizonte… El gris de las montañas calizas, el blancor refulgente de la nieve que las cubre en invierno o de los gélidos neveros que persisten en verano y el incoloro evanescente de la niebla que se desliza por las laderas y los collados, o que se estanca en los bosques y lentamente se diluye y se despeja… Es primavera. Las hojas tiernas de las hayas, los nogales, los tilos, los avellanos, los arces, los prunos, los manzanos… ondean al viento destemplado que llega de la rasa litoral. Una yeguada pace en el prado colindante con mi casa. Lentamente va segando la hierba que crece por días rauda, fresca. Junto al trinar innumerable de los pájaros y el roce del aire en las ramas, el corte ritmado de las mandíbulas en el pasto.

Reverbera el sol
en la corteza
de los abedules

       Viernes

          Amanece orvallando. Tímidos pájaros cantan a la luz que tarda en expandirse por la aldea. Las hojas de los árboles rociadas de pequeñas gotas que se agrupan en el ápice y caen pesadas a la tierra. Lentamente se va desvaneciendo la tenue gasa de niebla atrapada en la arboleda o posada en las colinas… En la casa, el tictac del reloj, la luz mortecina que a duras penas entra por las ventanas, la luz artificial que se hace necesaria en esta oscura mañana de primavera, el silencio reinante moteado de amortiguados pitidos, silbos, trinos… 17º en el interior. 12º afuera. La mesa recogida del desayuno y ya preparada para la comida. La jarra a medio llenar con agua de manantial de la traída del pueblo. Un bolígrafo con el que acabo de anotar la lista de la compra. Un cuento infantil a mi derecha listo para contar a mi nieta en cuanto me llame por FaceTime desde London… Al frente, sobre la repisa de la ventana, una mariposa con cierto toque naíf pintada sobre una piedra arenisca regalo de la vecina que cuida la casa en nuestras prolongadas ausencias… Nadie aún en los caminos. Sólo el suave balanceo de las ramas del abedul en la leve brisa que llega del mar…

Día lloviznoso.
Volando a ras del suelo
las golondrinas.

Sábado

       Desde mediodía no cesa de llover, mansa pero continuamente. Ya discurre el agua por los surcos de los caminos, como venas abiertas que se derraman. Nubes vaporosas cargadas de finas gotas van empapando el bosque a su paso. Por los canalones desciende la lluvia como un manantial que va llenando el aljibe que ha de proveer el suministro doméstico y regar el jardín durante el largo estío que se avecina. No cabe más agua en las flores cerradas, ni en las macetas, ni en las espigas inclinadas,  ni en las hojas que la vierten sobre la tierra… En este atardecer perpetuo en que se ha convertido el día, el orbe se concibe y se alumbra con una luz ilimitada, indefinida, sin nombre aún, como en el albor de los tiempos.

Burbujas de lluvia
en los charcos del patio.
Pasa la niebla.