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¿QUIÉN INDUJO A SHIKI AL SUICIDIO?

Puedes leer solo el resumen (la versión breve) o todo (versión extensa) si deseas conocer más del tema y la vida y familia de Shiki.

Versión breve: Shiki (imagen 1) reconoció el 13 de octubre de 1901 en su diario íntimo, que ante el dolor insoportable que tenía (por una tuberculosis que afectó a su columna y médula espinal) un día quiso suicidarse, y cuando estaba camino de hacerlo, la abrupta llegada de su madre lo impidió.

Imagen 1

Aunque nunca fue de creer en espíritus, cuenta (según se dice, por culpa del dolor y los medicamentos) que quien le animó a hacerlo fue el fantasma de un familiar: su primo Kohaku Fujino  (imagen 2), cuatro años menor que él y con quien convivió una temporada.

Imagen 2

El primo, en forma de aparición, salió de su tumba (Imagen 3: Kohaku saliendo de su tumba y regresando del inframundo) para animarle a acabar con su vida.

Imagen 3

El primo siempre manifestó un carácter infeliz, algo envidioso y fue ingresado en un hospital de salud mental. Murió por suicidio.

Imagen 4

La Imagen 4 fue tomada en Shimbashi, en noviembre de 1883. Desde la izquierda en la primera fila, sentados, Kiyoshi Fujino -Kohaku-, Tomoyuki Yasunaga y Shiki Masaoka. Desde la izquierda en la última fila, de pie, Ryo Minami -Hajime- y Masami Ota.
*Ryo Minami es sobrino de Kanzan Ohara, el abuelo de Shiki, y era dos años mayor que Shiki.

Versión extensa:

Kohaku Fujino era primo de Shiki, cuatro años menor, y su verdadero nombre es Kiyoshi Fujino. Nació con síntomas de neurosis. La tía de Shiki, la hermana menor de Yae, Toe, murió cuando Kohaku tenía siete años. La familia de Kohaku, siendo un samurái de alto rango, pensó: “Sería muy bueno tener un jardín grande y hermoso para que juegue el niño, y convertirse en rey en ese jardín y poder hacer travesuras sin restricciones”. Claro, aquello era envidiable para Shiki, que escribió en “Fujino Kiyoshi no Den (Kohaku Imanu)” que tenía sana envidia de las posibilidades de su primo. Sin embargo, Kohaku creció lleno de egoísmo. El hecho de que su padre “reemplazara” a su fallecida madre, Toe, distorsionó aún más su personalidad nerviosa.

Cuando Shiki fue a Tokio en 1883, la familia Fujino ya se había mudado a Tokio y los primos vivirían juntos al menos un año. Sin embargo, Kohaku manifestaba una gran agresividad y Shiki, que hacía el papel de su supervisor, lo pasaba mal porque se peleaba constantemente con otros estudiantes.

En septiembre de 1887, Kohaku mostró signos de enfermedad mental y fue ingresado en el Hospital Sugamo. Más tarde regresó a su ciudad natal para cuidar su enfermedad, se mudó a Tokio en abril de 1891, comenzó a estudiar literatura e ingresó en la Tokio Senmon Gakko (ahora Universidad de Waseda) al año siguiente. Su maestro fue Shoyo Tsubouchi, y sus compañeros de clase fueron Hogetsu Shimamura y Chugai Goto. Sin embargo, su talento para el haiku era tremendo, se decía que incluso superior al de Shiki. En el otoño de 1924 escribió: “Si la miro esta mañana, me siento solo, pero me pregunto si tan solo es una simple hoja durante la noche”. Escribió poemas excelentes como “No hay flores de rocío”, y Shiki dijo: “Estos poemas son sin duda dignos ejemplos de la iluminación del mundo del haiku de la era Meiji”.

Sin embargo, Kohaku se alejó gradualmente del haiku y comenzó a dedicarse a las novelas y obras de teatro. La obra “Jinbashira Tsukishima” que escribió cuando se graduó de la Tokyo Senmon Gakko se basó en la construcción de Taira no Kiyomori, de la isla Tsukishima, en el puerto de Hyogo. Kohaku se volcó de lleno en ese trabajo, lo revisó muchas veces, y soñaba con pertenecer al “mundo literario” gracias a él. Sin embargo, aunque este trabajo fue publicado en Waseda Bungaku en 1895, fue ignorado por el público. Kohaku estaba decepcionado y dejó una gran cicatriz en su corazón.

El 2 de marzo de 1893, Kohaku ayuda a Shiki a empacar sus pertenencias para ir a la Guerra Sino-Japonesa. Al día siguiente, Shiki y Kohaku se separaron en la estación de Shimbashi. Un mes después, Kyoshi tomaba sake con un plato de shiruko cuando se produjo un gran terremoto y Kohaku salió corriendo de la taberna descalzo y luego escribió: “es extraño que un terremoto dé miedo cuando estás pensando en morir”.

En abril, Shiki se quedó en el puerto de Ujina en Hiroshima para cubrir la guerra chino-japonesa. El 9 de abril, un día antes de zarpar, recibió la noticia de que Kohaku se había suicidado con una pistola. En la nota de suicidio Kohaku, escribió: “Mirando hacia atrás, soy incapaz de dedicarme perpetuamente a todas y cada una de las cosas debido a mi estado mental inestable. En cambio, soy arrogante y no tengo lugar para estar satisfecho con el logro de lo que quiero. Lo tuve, pero he perdido mi interés por sobrevivir en este mundo.” Estaba escrito. Shiki, que está a punto de irse al día siguiente no puede hacer nada por Kohaku. El padre de Kohaku, Fujino Susumu, dijo: “Si pasa algo, lo siento. Ni siquiera puedo llorar por esto. Finalmente apenas he podido escribir un texto manifestando mi dolor”.

El día 24 de su llegada a Kinshu, Shiki recibió una carta de Kawahigashi Hekigotô que contenía detalles sobre la muerte de Kohaku. Shiki escribió: “Hay un hombre que habla de primavera y viejos tiempos”.

Kyoshi Takahama escribió sobre el tiempo antes y después de la muerte de Kohaku en “Shiki Koji y yo”: << Alrededor del Festival de las Muñecas en el calendario lunar, Koji partió hacia el Cuartel General Imperial en Hiroshima. Por alguna razón, no recuerdo la escena cuando dejé Shinbashi. Sin embargo, Koji sí recuerda una habitación en Negishi-an el día de su partida.

Koji llevaba ropa nueva. Kohaku-kun estaba en la escuela vocacional de Waseda junto con Hogetsu y Sougai-kun, y a menudo hablaba de cosas como “destino” y “vida”. Incluso Koshiro-kun no podía evitar reírse… esta escena permanece como una vieja imagen ya. Ese fue el momento, además, de la separación para siempre entre Koji y Kohaku-kun, quienes odiaban separarse de algo”. Por lo tanto, era extremadamente raro que Koji enviara una carta informándonos de su partida, pero mientras Koji estaba fuera, a Hekigotô-kun y a mí se nos confió la sección de haiku del “Nippon Shimbun”. A veces se comentaban cosas sobre él. Por esa época, yo vivía con Hekigotô en una pensión en Tatsuoka-cho, Kamihongo. Estaba bastante entusiasmado con la composición de haiku. Un día en que los cerezos estaban en flor, estaba caminando por la universidad con Morimori Aoki, cuando Meisetsu se paró en la entrada del departamento de cirugía de la escuela de medicina y nos detuvo. Me acerqué a él con recelo, ya que siempre tenía mal genio, y me dijo: “Kohaku se suicidó. Lo acaban de traer al hospital”. Así que inmediatamente fuimos a la habitación del hospital y lo cuidamos. El cañón de la pistola había hundido su frente, pero aún no había fallecido. Simplemente estaba asombrado de Kohaku-kun, que estaba moviendo la mitad de su cuerpo mientras perdía el sentido. Una nota de suicidio muy fría y filosófica escrita en letra pequeña solemne fue descubierta en la biblioteca, a su derecha. En pocos días, este misterioso poeta finalmente se convirtió en un cadáver frío. Recuerdo que en el funeral la carta de condolencias de Tsubouchi fue leída por Hogetsu y Sougai. Shiki Koji estaba en Hiroshima y escuchó esta trágica noticia. Sin embargo, fue solo después de que regresó a Tokio en el otoño y leyó cuidadosamente su nota de suicidio que pensó profundamente en la muerte de Kohaku>>. (Kyoshi Takahama, en Koji Shiki y yo)

En el primer aniversario de la muerte de Kohaku, Shiki escribió en La alta hiedra en los pinos (Shôra gyokueki): “Este es el primer aniversario de la muerte de Kohaku. Con un rifle de caza al hombro, lleva una rama con flores de ciruelo y un pájaro marrón en su mano izquierda, y caza por los caminos de las montañas de los muertos. En la encrucijada de Rokudo, evitando ser visto, intenta debatir con el buda Jizo Bosatsu. Abre los cielo y ve pasar las nubes allá arriba, trabajando diligentemente día y noche, escribiendo borradores a lo largo de los años, ni poemas haiku ni waka, solo novelas y dramas y algunos los hace pedazos. Todos los cortes y piezas rotas fueron arrastradas al río Sanzu, con gente aplaudiendo y riendo estupefacta. Si no asisto al memorial, estaré cerca en la ofrenda de un plato de fideos (23 de abril de 1894).”

Shiki sintió una profunda vergüenza al pensar que debería haber sido más empático con la muerte de Kohaku, y el pensamiento de que Kohaku le guardaba rencor siempre se había quedado grabado en su corazón. En “Gyoga Manroku” fechado el 13 de octubre de 1901, se registra que apareció Kohaku para invitar a Shiki al inframundo: “Kohaku me llama: ven”. Al quedarse solo, Shiki consideró suicidarse con un cuchillo y el punzón de la caja de la piedra de tinta (Imágenes 5 y 6: Hoja del Manroku, diario de Shiki donde lo reproduce todo). Mientras, pensaba: “La muerte no da miedo, es el sufrimiento lo que da miedo”, y en esas su madre Yae volvió. ¿Qué le contó Kohaku a Shiki sobre la dulzura de la muerte?

 

 

 

 

 

Imágenes 5 y 6

Shiki Masaoka era un debilucho cuando era joven. Quizás debido a esto, no era bueno con las historias de miedo, y en “Yōkaidan”, escrito cuando tenía 18 años, afirmaba que a los niños no se les deben contar historias de miedo. Además, en “Hakkenden”, que escribió cuando tenía 21 años, plantea interrogantes sobre historias absurdas, y escribe a los 22 años que hay un límite en la imaginación humana más allá de lo que se ve y se escucha.

Como realista, es posible que Shiki no creyera mucho en los fantasmas y los Yōkai. Sin embargo, hay algunos haiku en los que los cita.

Shiki afirmó también: Quienes cuidan a un niño deben evitar hablarle al niño de manera absurda, como las apariciones demoníacas. Después de escuchar estas historias, el niño crece y, aunque sepa la verdad de la no existencia de los yōkai, queda aterrorizado cuando está solo en la noche oscura. Los humanos no deberían ser capaces de imaginar cosas que no sean las que han visto y oído. Incluso si los seres humanos pudieran imaginar a esos seres, no crearían nuevos materiales para esas cosas, sino que simplemente recopilarían los materiales que vemos y escuchamos y crearían una especie de nueva combinación. Por ejemplo, al intentar imaginar una especie de demonio, tomarían partes de un oso, un conejo, un pájaro, un pez, un ser humano, … es imposible organizarlo sin materiales reales.

Sin embargo, Shiki siente el espíritu de los muertos en su lecho de enfermo.

“Gyoga Manroku” es uno de los tres ensayos principales de Shiki. Estrictamente hablando, este es el único diario íntimo de Shiki, y no fue escrito asumiendo que se haría público. Escrito del 2 de septiembre al 19 de octubre de 1901, interrumpido, del 10 al 12 de marzo de 1902 (1902), del 20 de junio al 29 de julio. Incluye un diario de toma de anestésicos al día.

En este, el 13 de octubre, se escribe una sentencia espantosa. Shiki, que estaba solo, consideró suicidarse con un pequeño cuchillo y un punzón de la caja de la piedra de tinta (ver imagen 5). Sabía que había una navaja ideal para el suicidio por la casa, pero no podía buscar y llegar tan lejos. Cuando estaba pensando, «La muerte no da miedo, pero el sufrimiento sí», Yae volvió. ¿Fue Kohaku, que vino del inframundo, lo que llevó a Shiki a tales pensamientos?

<<…Mi mente cambió de repente. Bueno, no puedo soportarlo ¿Qué debo hacer? Puedo ver a mano un cuchillo desafilado de unas dos pulgadas de largo y un punzón de unas dos pulgadas de largo. Aparece una fiebre suicida de forma irregular …Pero no puedes morir con esta espada desafilada o un punzón. Sé que hay una navaja en la habitación de al lado. Si tuviera esa navaja, sería capaz de cortar mi garganta, pero lamentablemente, ahora ni siquiera puedo gatear. No hay forma de que pueda cortar la nuez de la garganta con este cuchillo. Pero si me atravieso el corazón con un punzón, estoy seguro de que moriré. Pero no puedo. La muerte no da miedo, pero el sufrimiento sí. Es aterrador pensar que incluso el dolor de la enfermedad es insoportable y que la muerte está por encima de eso. Eso no es todo. Después de todo, cuando miro un cuchillo, siento una sensación de pavor brotando del fondo de mi corazón. Cuando volví a ver este cuchillo hoy, me sentí mareado y asustado. Traté de levantarlo con mis manos, pero me contuve, pensando que ese era el lugar. En mi corazón, dos cosas están peleando: si quiero tomarlo o no. Mientras pensaba en ello, sollocé… comencé a llorar. Para entonces mi madre había regresado. Debía de ser tan temprano que había salido al porche.

“Cuando la sangre se me sube a la cabeza, no puedo abrir los ojos. Como no puedo abrir los ojos, no puedo leer los periódicos. Como no puedo leer periódicos, sigo pensando. Como sigo pensando, sé que la muerte se acerca. Como sé que la muerte se acerca, quiero divertirme antes de eso. Como quiero divertirme, me apetece probar algún festín excepcional. Como tengo ganas de probar un festín excepcional, necesito algo en lo que ocuparme. Como necesito algo en qué ocuparme, llego a pensar en vender mis libros. No, no, no quiero vender mis libros. Pues bien, estoy en problemas. Como estoy en problemas, la sangre se me sube a la cabeza aún más.>>

 IMÁGENES

Imagen 1: Foto de época de Masaoka Shiki en 1892

Imagen 2: Foto de época de Kiyoshi Fujino -Kohaku-, primo de Shiki, cuatro años menor que él y con quien convivió una temporada

Imagen 3: Kohaku saliendo de su tumba y regresando del inframundo para animar a Shiki a acabar con su vida

Imagen 4: En Shimbashi, noviembre de 1883. Desde la izquierda en la primera fila, sentados, Kiyoshi Fujino -Kohaku-, Tomoyuki Yasunaga y Shiki Masaoka. Desde la izquierda en la última fila, de pie, Ryo Minami* -Hajime- y Masami Ota. *Ryo Minami es sobrino de Kanzan Ohara, el abuelo de Shiki, y era dos años mayor que Shiki

Imagen 5: Hoja del «Gyoga Manroku” con  cuchillo y el punzón de la caja de la piedra de tinta

FUENTES:

Imágenes:

Museo de Shiki

Memorial Museum Kyoshi

Textos:

– Notas y diario de Akira Doinaka

– Kyoshi Takahama: “Shiki Koji y yo”

– Masaoka Shiki: Gyoga Manroku (diario íntimo)

– Masaoka Shiki: Fujino Kiyoshi no Den (Kohaku Imanu)

– Masaoka Shiki: La alta hiedra en los pinos (Shôra gyokueki)

– Masaoka Shiki: Yōkaidan y Hakkenden

Enero 2023

INTRODUCCIÓN

Ciertamente el haiku más famoso de Bashô es el del salto de la rana; sin embargo, se ha dicho de él que no es el más bello ni el mejor y, pese a las explicaciones de Donald Keene y Rodríguez-Izquierdo, sigue siendo un haiku de difícil asimilación.

   En esta serie iré presentando diferentes temas relacionados con Matsuo Bashô, su célebre poema, su estética y su convivencia con otras tendencias, desde una perspectiva que se ubica en mi circunstancia.

UN HAIKU DE DIFÍCIL ASIMILACIÓN

 Al abrigo de las paredes neoclásicas del palacio del conde de Buenavista, los preparatorianos de “la 4 de Puente de Alvarado”, tuvimos conocimiento de esos diminutos poemas que los japoneses suelen colgar de las ramas del ciruelo o del cerezo, según dice Fukuyiro Wakatsuki; nos extasiamos frente a la montaña súbitamente iluminada por la luna, nos fundimos en la sombra del cuervo que se posa al oscurecer; pero, quedamos desconcertados ante el salto de la rana:

furuike ya

kawazu tobikomu

mizu no oto

 

El estanque antiguo.

Salta una rana.

El ruido del agua.

(Trad. Donald Keene)

¿Y eso qué significa? Nos preguntábamos mentalmente. Ya en el pasillo, brotaban los comentarios: “es una simpleza”, “no dice nada”. No hallábamos “el mensaje que todo poema lleva en su interior”.

   El Maestro José Muñoz Cota, en su clase de Literatura, nos dio a conocer también la obra de Tablada, el introductor de la poesía japonesa en México. El propio Maestro, hombre de letras, utilizó la estrofa 5-7-5 en poemas largos, repletos de metáforas, entre ellos, el Tanka olímpico. Aún estaba en vigencia el paradigma del “álgebra superior de la metáfora”.

   Tres años más tarde, Nuria Parés, en el prólogo de El haiku japonés (1966), confirmó públicamente lo que se comentaba en privado del poema de la rana: suena en nuestros oídos tan solo como la constatación de un hecho trivial. Y, páginas más adelante, al reconocer las dificultades para traducir una poesía que juzga tan distante de la nuestra, justifica la alteración que de ella se hace al añadirle, lo que llama, “los valores a que está acostumbrado el lector occidental”. Da esta versión:

A la fuente vieja

salta, veloz, la rana:

el agua suena.

   En el mismo prólogo, Nuria Parés nos dice que en el caso del haiku hay dos artes gemelas: la composición y la lectura. En cuanto a nosotros, lo digo por los hispanohablantes, habría que añadir una tercera: la de la traducción.

Se entiende, pues, que no hay traducción exacta porque, al traducir un haiku, se le desgaja de su entorno. Se traducen las palabras del texto, pero no el contexto, y esto ocasiona que se pierda de vista el sentido, o sea, el subtexto.

En el caso de la rana, Donald Keene y Rodríguez-Izquierdo explican el contexto poético. Roland Barthes, perito en signos, con un gesto que haría repetir a Ortega y Gasset su catilinaria de Defensa del teólogo frente al místico, atisba un cese del lenguaje, como veremos más adelante.

   A continuación, presento los haikus que superan al del salto de la rana en asombro, en poesía, en sugestión, en impacto, en ingenio, pero que no tienen esa importancia crucial que menciona Rodríguez-Izquierdo.

EL MÁS ASOMBROSO

Al escuchar por primera vez, en el aula, esas palabras:

Las cimas de las nubes

se desmoronaron…

La montaña iluminada por la luna.

 

Traducción que Donald Keene da a:

kumo no mine

ikutsu kuzurete

tsuki no yama

Tuve la sensación de estar por el rumbo de Orizaba, contemplando montañas de nubes que se apartaban para dar paso al volcán, soberano de esas tierras. Tiempo después, ya de adulto, al leer la versión de Sendas de Oku, de Octavio Paz y Eikichi Hayashiya, qué sorpresa llevé al enterarme que Bashô subió al Monte Gassán o monte Lunar, que llegó a la cima al anochecer y se acostó sobre hojas de bambú. El Maestro no contempló la montaña, estuvo en ella. Vio los picos de las nubes y, de pronto, la luna en la montaña.

La negatividad en la estética japonesa: Una presentación

Yasunari Kawabata (1899-1972) fue el primer ganador japonés del Premio Nobel de Literatura. En su discurso de aceptación de ese premio ante la academia sueca hizo un elogio a la estética propia del Japón, a la particular sensibilidad que él veía como singular en su idiosincrasia.

En primavera, flores de cerezo;
en verano, el cuclillo.
En otoño, la luna, y en invierno, la nieve fría y transparente.
Luna de invierno, que vienes de las nubes a hacerme compañía:
el viento es penetrante, la nieve, fría.[1]

Con este poema del monje Dôgen (1200-1253) Kawabata empieza una reflexión acerca de esta sensibilidad japonesa que siempre está orientada hacia una relación directa con la naturaleza y lo inmediato, pero también que pretende presentarla en el arte de una manera sencilla, directa, y aun así elegante. Resulta especialmente interesante – como lectores occidentales – la comprensión de los fundamentos filosóficos de esta sensibilidad. La pista que Kawabata nos da en este texto radica en la concepción particular que se tiene en Japón de la negatividad, que debe entenderse de una manera muy diferente a los conceptos negativos occidentales, y que tiene un profundo arraigo en tradiciones filosóficas y religiosas de las culturas del extremo oriente desde muy temprano.

Dicho mal y pronto, el pensamiento occidental es un pensamiento de la presencia. El fundamento de la existencia de cada cosa lo buscamos como un “algo” que debe estar en algún lugar. Lo que hace que una cosa sea lo que es, radica en una esencia o forma (Platón las llamaba “ideas”) que configura un ente y le da existencia e identidad en el tiempo. En general el pensamiento occidental ha consistido, por muchos siglos, en la búsqueda de ese tipo de fundamentos; y esa manera de pensar ha quedado en nosotros hasta el día de hoy. Cuando estamos frente al mundo natural que captamos por nuestros sentidos, percibimos que hay en ellos cambio y mutación, y nos preguntamos qué hay en las cosas que permanezca estable. Nuestras representaciones y nuestro arte constantemente nos llevan hacia la abstracción; al intento de captar ese ser constante en nuestra mente ya que no podemos hacerlo con los sentidos. Así, nuestra relación sensible con las cosas suele estar mediada por ideas abstractas que, creemos, nos llevan a ese auténtico ser que se esconde detrás de las impresiones que obtenemos con nuestros sentidos. Queremos llegar a las cosas “en sí mismas” y para eso las tenemos que objetivizar: pensarlas como objetos que se presentan ante sujetos, que desde sus capacidades racionales pueden llegar a conocer lo propio de cada ser. Para eso el “sujeto” debe purificarse de sus opiniones, creencias, emociones, y hasta de su propia situación en el espacio y la historia, en otras palabras, de su cuerpo.

¡Qué alejado de esto se muestra el poema de Dôgen presentado por Kawabata! Esa sencillez no busca desenmascarar una esencia, tampoco hacer uso del ingenio para jugar con nuestras facultades racionales (como diría la estética de Kant). Una de las palabras de más profundo significado en japonés es kokoro (心), que suele traducirse como “corazón”, pero que también refiere a la “mente” y el “espíritu”. Mientras que el racionalismo occidental separó al logos (la razón) de las emociones, sensaciones y otras vivencias corporales (al considerarlas como lo “animal en el ser humano”)[2], en Japón tal separación no existía, y el ser humano se pensaba íntegro, en su capacidad de pensar y de sentir. Sin abstraer y separar una razón de una vivencia emocional y corporal, las cosas del mundo sensible dejan de ser pensadas como evocaciones de otras presencias más reales e imperecibles. En su lugar, éstas son confrontadas como una aparición instantánea que toca los sentidos y mueven el kokoro. Aware (哀れ) es el término japonés que señala esa sensibilidad abierta hacia las cosas del mundo, ese “corazón abierto” que es capaz de conmoverse por las diez mil cosas[3]. No se busca una “presencia” oculta, sino que es la espontánea manifestación del mundo aquello que nos conmueve. Y así, más que “elevar la razón a través de los sentidos” la estética japonesa pretende abrirnos los ojos para contemplar los infinitos detalles de la naturaleza sensible. De esta manera, el poema de Dôgen, lejos de ser una enumeración de elementos naturales que asociamos a las estaciones, nos pone frente a escenas que activan nuestra emoción y nos conmueven.

Cuando hablamos de negatividad en el pensamiento japonés debemos desterrar la comparación con la idea occidental de “nada”. No se trata de pensar una presencia y luego negarla. No queremos quedarnos con una mera negación. Kawabata nos dice:

El discípulo Zen permanece durante horas sentado, inmóvil y silencioso, con los ojos cerrados. Pronto llega a un estado de impasibilidad, sin nada en qué pensar, sin nada que evocar. Va borrando su yo, hasta alcanzar la nada. Ésta no es la nada ni el vacío, según el concepto occidental. Por el contrario, es un cosmos espiritual donde todo se intercomunica, trascendiendo fronteras, sin límites espaciales ni temporales[4].

La “nada” a la que hace referencia Kawabata (mu, 無) es un término que refiere a la inesencialidad de todo lo que vemos. En otras palabras, si buscamos tras las apariencias sensibles una esencia, lo que encontramos es nada o vacío. Sin embargo, el hecho de que las cosas se manifiesten significa que esa nada, lejos de ser solo negación, es la potencia activa de aparición de todo. Por eso, lejos de buscar una presencia oculta, el japonés sensible, se abre a la singularidad de su encuentro con las cosas. Cada sensación, cada emoción, no es propia del sujeto que la experimenta, ni del objeto que la provoca, sino que es una aparición única y espontánea del instante en que se da ese encuentro. La negatividad, entendida de esta manera, supone una liberación (tal y como lo pretende la doctrina budista) del esquema sujeto-objeto, y borra la exigencia de encajar cada impresión en el régimen de tal conocimiento objetivo. La negatividad nos permite disolver los apegos y estructuras propias del pensar cotidiano, para abrirnos a que cada experiencia inaugure algo único e irrepetible: un algo que no es persona o cosa, sino una aparición propia y singular.

Iré al otro lado de la montaña
¡Ve allí también, oh luna!
Noche tras noche
nos haremos compañía

 Si mi corazón puro brilla,
la luna piensa
que esa luz le pertenece.

 Oh brillante, brillante,
oh brillante, brillante, brillante,
oh brillante, brillante.
Brillante, oh brillante, brillante,
brillante, oh brillante luna.

Estos tres poemas del monje Myôe (1173-1232) provocan en Kawabata la siguiente reflexión:

Las treinta y una sílabas de cada poema, inocentes y sinceras se dirigen a la luna, más que como compañera, como amiga, como confidente. Viendo a la luna, el poeta se convierte en la luna; la luna, vista por el poeta, llega a ser el poeta. Al sumergirse en la naturaleza, forma un todo con ella. Así, la luz del corazón puro del monje, mientras medita en el Pabellón durante la oscuridad que precede al amanecer, se transforma para la luna del amanecer en su propia luz.

Esa es la libertad de esta concepción de la negatividad, lejos de pensar en la “identidad” de la Luna o del sujeto-poeta, el poeta puede devenir Luna y la Luna poeta. Ya no son dos seres, los poemas capturan la aparición de esa transfiguración. El cuerpo del poeta, sus sentidos son espacios que se abren a ese devenir, y es el kokoro el que se moviliza en esa experiencia.

Con esta breve reflexión podemos empezar a vislumbrar este tema fascinante. Abrirnos a la estética japonesa es abrirnos a una sensibilidad y una forma de pensar que nos resulta extraña, y aun así hechizante. Aún hay muchos más conceptos que abordar, mucho que investigar. Pero este hermoso camino nos entrega muchas delicias a cada paso.

[1] Kawabata, Yasunari. Dos ensayos (s.f.). Traducción de Ilia Sologuren. Ed. Virtual. https://es.scribd.com/document/235528879/Dos-Ensayos-de-Yasunari-Kawabata.

[2] Véase la metáfora platónica del alma como un carro tirado por dos caballos a quienes el conductor (el alma racional) apenas puede controlar; o la propuesta aristotélica de los tres tipos de alma, siendo el alma racional la única que es propiamente humana.

[3] Sobre el tema del aware consultar: HAYA SEGOVIA, Vicente (2002) El corazón del haiku: La expresión de lo sagrado. Madrid: Mandala. También:  KATO, Kazumitsu (1962) “Some notes on mono no aware”. En: Journal of the American Oriental Society”, Vol. 82, No. 4 (Oct. – Dec., 1962), pp. 558-559.

[4] Kawabata (s.f.)

Jeancarlos K. Guzmán Paredes
Pontificia Universidad Católica del Perú

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Introducción a la serie

Los sentidos y la nada: Reflexiones en torno a la estética japonesa desde la perspectiva de la negatividad y el cuerpo.

En esta sección abordaremos algunas reflexiones sobre la estética del Japón teniendo por eje central las nociones de cuerpo y negatividad. En todo caso se trata de ensayar aproximaciones a la sensibilidad del pueblo japonés desde su apertura a ideas como la perecibilidad de las cosas, la belleza de lo irregular, el aprecio de lo que se sugiere más que lo que se muestra, etc. En el contacto que he tenido con el pensamiento y el arte japonés, se revela constantemente una sensibilidad profunda e intuitiva hacia las cosas naturales y humanas; y esa sensibilidad viene dada por la confluencia de dos importantes tradiciones. Por un lado, el shintô, que nos dice que las cosas, y en especial aquellas naturales, están habitadas por kami; lo que lleva a las personas a valorar la naturaleza en su manifestación más sensible e inmediata. Por otro lado, el budismo, que enseña al pueblo japonés, que no hay esencias o presencias detrás de las apariencias; sino que a éstas solo las subyace el vacío, la nada (mu, 無). Así, las apariencias no esconden esencias o identidades en sí mismas, aún así, estas están “cargadas de divinidad”. El mundo que captamos con nuestro cuerpo, con nuestros sentidos, se nos manifiesta en sus apariciones valiosas y significativas, aunque efímeras, inescenciales y transitorias. El papel del artista no es otro que crear esas apariciones, proporcionar experiencias, hacer una escena con la que el espectador pueda lograr su propia experiencia sensible y con ella su “pequeña iluminación”. Así, exploraré la idea que esta estética de la negatividad pone al cuerpo en un lugar central, ya que es a través de éste que tenemos esos encuentros con las cosas del mundo.

Les doy la bienvenida a quienes quieran acompañarme en el camino de esta exploración. De antemano muchas gracias.

Sobre el autor: Jeancarlos Kevin Guzmán Paredes es candidato a magíster en filosofía por la PUCP. Bachiller en filosofía por la PUCP. Se ha desempeñado como pre-docente de diversos cursos del área de filosofía en Estudios Generales Ciencias y Estudios Generales Letras de la PUCP entre los que destacan Ciencia y Filosofía, Filosofía Moderna, Epistemología, Ética, Ética y ciudadanía, Argumentación. Ha participado como ponente y organizador en distintos eventos académicos y congresos. Es miembro asociado del Instituto Riva Agüero, forma parte del grupo “Presencia de los japoneses en el Perú. Siglos XVII – XX” del IRA – PUCP.  Además, es miembro fundador del Seminario permanente de filosofía contemporánea Hermes y es co-fundador y co-coordinador del Círculo de Estudios Japoneses Tenjin. Sus intereses están en Filosofía y metafísica del lenguaje, estética y filosofía del cuerpo. Además de la estética, historia, literatura y productos audiovisuales del Japón clásico y contemporáneo.

Jeancarlos K. Guzmán Paredes
Pontificia Universidad Católica del Perú

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Enero 2023

¡Akemashite omedetou gozaimasu! ¡Muy Feliz Año Nuevo! Estoy dichosa de estar con ustedes un año más gracias al maravilloso equipo de El Rincón del Haiku; hermosa comunidad que ha reunido a tantos y tantos a través de los años, y en diversos países, en torno al amor por esta magnífica contribución poética nipona que es el haiku. Este 2023 continuaré presentándoles mes a mes, siguiendo el paso de las estaciones, haikus de Matsuo Bashou, y las inspiraciones en diversas obras clásicas que tomó al componerlos.

Comenzaré con un bellísimo poema de Año Nuevo que nos permitirá reflexionar, como de seguro lo hizo el maestro hace siglos.

La primera referencia la encontramos en la sección 19 del Tsuredzure gusa de Kenkou Houshi, zuihitsu ―crónica autobiográfica ensayística― del año 1331. En ella, el autor habla sobre el paso de las estaciones y las características que reflejan la belleza de cada una, tanto las naturales como las humanas. Al final de esta sección llega al periodo que abarca el fin del año viejo y comienzo del nuevo:

“Y así, viendo el nuevo año amanecer en el cielo, te conmueve una sensación de absoluta novedad, a pesar de que el cielo no se ve diferente al de ayer. Es también conmovedora la visión de los pinos de año nuevo bellamente decorando las casas por toda la avenida principal.”

Este “pino de año nuevo” al que se refiere Kenkou, es el “kadomatsu” 門松, literalmente, el “pino de la puerta”, que hasta el día de hoy se utiliza como decoración de Año Nuevo, colocándose en las entradas de los hogares y también de las empresas, tiendas e instituciones públicas o privadas. Se consideran “shintai” 神体, o sea, hogares temporales para las deidades, ya que las celebraciones de Año Nuevo tienen como función principal recibir al “toshigami” 年神 o “dios del año” que traerá abundancia y bendiciones. Y es este objeto, hecho en la antigüedad, de ramas de pino y actualmente también de bambú, el que Bashou toma como una de las inspiraciones para su haiku.

門松やおもへば一夜三十年

kadomatsu ya omoheba ichiya sanjuu nen

el pino de la puerta, si lo pienso esta noche son treinta años

Por otra parte, “ichiya” 一夜 o “una noche”, hace referencia a una leyenda que figura en el Taiheiki, gunki o crónica guerrera del año 1364, sobre Sugawara no Michizane, poeta y estatista que tuvo gran influencia en el trabajo de Bashou. Allí se menciona cómo tras la muerte de Michizane, en una noche crecieron mil pinos en Ukon no Baba, Kitano, Kyoto. Uno de los tantos sucesos sobrenaturales que dice la leyenda, ocurrieron tras su muerte, la cual sucedió lejos de la capital, en Dazaifu, por hechos injustos, según refleja la historia, y que llevaron a deificar a Sugawara no Michizane como Tenjin, el dios de la sabiduría.

Bashou compuso este haiku en 1677, año en que, se dice, decidió convertirse en haijin profesional, a la edad de 34 años. Si consideramos el kadomatsu, que representa la festividad del cambio de año y la noche de la leyenda de Sugawara, se comprende que Bashou haya querido conmemorar su cambio de rumbo y la edad en la que lo estaba haciendo, con este haiku.

Y así como Bashou reflexiona sobre su vida pasada y futura, estoy segura de que todos lo hemos hecho en estos días. Quiero aprovechar de desearles a todos y cada uno de ustedes que este 2023 sea un año pleno, lleno de bendiciones, y agradecerles desde ya su compañía en este camino de aventuras de la mano de un gran viajero, Matsuo Bashou.

Haiku 47

47  

肘白き僧のかり寢や宵の春

Hiji shiroki sou no karine ya yoi no haru

 El brazo blanco
de un monje en su siesta-
atardecer de primavera.

Desglose:

 肘 [hiji: codo], 白き[shiroki -actual shiroi 白い- : blanco], 僧 [sou: monje budista], の[no: partícula], かり寢[ karine: siesta], や[ya: partícula], 宵 [yoi:] の [no: partícula], 春 [haru: primavera]

Comentario y notas culturales:

 Un haiku sin verbo. Elegancia del haijin y atención al detalle, a aquello que suele pasar desapercibido para el corazón insensible. Sugerente y sobrio, sin adornos y en el juego tácito de los complementarios luz (blanco) y oscuridad (negro).

 

 

La estación más hermosa

A principios del siglo XIII, el poeta Kamo no Chomei -desencantado por los desastres de su época- escribía desde su choza de ermitaño: “mi único deseo en esta vida es ver la belleza de las estaciones».  Cinco siglos más tarde, otro monje -el vitalista y melancólico Ryôkan- desvelaba el enigma de su legado a la posteridad: “¿Cuál será mi legado? Las flores de cerezo en primavera, el cuco en las montañas y las hojas de arce en el otoño…” En el umbral de un nuevo año, la memoria se vuelve hacia el mundo de las “palabras estacionales” (kigo), compiladas en los Saijiki, farragosos diccionarios que acotan y ensanchan la imparable vitalidad del haiku. Dicen que el día de fin de año Eugenio d’Ors quemaba, su página más bella, recordando quizás un dicho zen: “Cuando llegues a la cima de la montaña, sigue subiendo”.

Desde el 1 de enero de 1873, Japón se rige por el calendario solar occidental, pero su celebración del año nuevo sigue evocando el comienzo de la primavera, conforme al antiguo calendario lunar, con sus ritos y símbolos: el primer sueño auspicioso -sobre todo, si se sueña con el Fuji y con el halcón-; los adornos con ramas de pino, que simbolizan la longevidad; la bienvenida a la primera mañana con el canto del gallo… En los glosarios clásicos, la ronda de las estaciones se rige por las lunas, y aquí las iremos evocando a partir de la primavera, que comenzaba hacia el 4 de febrero, anunciada por el canto del ruiseñor. Los poetas la cantan con verdadera pasión. Shiki la ve nacer bajo su almohada de enfermo con el olor de la lavanda; Bashô da gracias al ciruelo por brindarle tan pronto sus flores, porque en su corazón todavía es invierno… Y, de pronto, la incomparable floración de los cerezos, ebrios de rosada blancura… Los poemas nos traen y nos llevan por todos los caminos primaverales: primeras violetas, primeros narcisos amarillos, primeras golondrinas, el vibrante vuelo vertical de la alondra, el grito de celo del faisán, las cometas que se entrecruzan en el aire y la cometa que el bebé de Issa sostiene, dormido, entre sus dedos…

Del verano nos llega el delicado resplandor de un arcoiris doble, tras el aguacero del monzón: un mes de lluvias torrenciales, intermitentes, que -como observa Bashô- han respetado milagrosamente el Pabellón de Oro… Después, un cielo inmenso, con largos días de luz que se corresponden, hacia el solsticio, con las noches más cortas. Buson celebra la delicia de cruzar el río estival con las zapatillas en la mano. Estación de las fiestas y de los fuegos artificiales. Estación del azul: el mar, el, cielo, las hortensias, la imposible rosa soñada; del morado de las malvas y de algunos lirios; del rojo de las amapolas y del color vino, casi negro, de las moras… En las horas de más calor, las cigarras taladran con su chirrido las rocas, y al frescor de la noche, entre las matas de hierba, junto al agua, las luciérnagas emiten su fresca luz verdeazulada…

Otoño es la estación más contemplativa. De nuevo, como en la primavera, el equinoccio iguala las noches con los días y nos regala la noche más bella: la de la luna llena de septiembre. Poco a poco, las noches se van alargando y se ahonda el sentimiento de soledad, percibido por Shiki en el sonido de la campana, cuyo sonido llega en oleadas a través de la noche oscura. Resuena en el silencio el murmullo de las oraciones y el recuerdo de los seres queridos. En las noches más claras, se ahonda el fulgor de la Vía Láctea, evocando la leyenda de Tanabata, el reencuentro amoroso del Boyero y de la Hilandera (Altair y Vega), en el río de las estrellas. Otoño: estación de los mil colores en montes y praderas; estación del rocío, de la recolección del arroz y de los frutos, de los salmones que remontan los ríos para desovar, del cri-cri de los grillos, de las bandadas de aves migratorias, de la berrea de los ciervos y de la caza…. Y nos queda el invierno, con su frío, sus nieves, su bajada al abismo de la oscuridad en el día más corto del año y su conquista progresiva del reino de la luz…

Alguien le preguntó a su maestro cuál era la estación más bella del año. Y el maestro contestó: ““En la primavera, la flor del cerezo; en el verano, el canto del cuco; en el otoño, la luna llena; en el invierno, la nieve… ¿Cuál? Esa: es decir, todas”.

***

Diciembre 2022

CONSTRUIR

Se fue noviembre.

Ajenos a la belleza,

los cables de la luz.

DECONSTRUIR

  La conjunción de belleza e indiferencia hacia esta no es infrecuente en el haiku japonés. He aquí dos muestras de Issa Kobayashi, el haijin de los animalitos más humildes, y de Matsuo Bashō:

Dedemushi ya                   El caracol

Akai hana ni wa               ni una sola vez mira

Me mo kakezu                   a la flor roja

 

Kashi no ki no                    Poco le importan

Hana ni kamawanu        las flores del cerezo

Sugata kana                       al viejo roble

 

  En el paseo por la ribera del río Tajo, en Talavera de la Reina, abundan los días en que se pueden capturar puestas de sol maravillosas. Como la de la foto que adjunto en esta entrega para los amigos de El Rincón del Haiku. Al final de un paseo dado la semana pasada, cuando ya no se veía el río, sino casas, me tropecé con los cables y las torretas de la luz eléctrica, con unos alambres que cortaban el espectacular fuego de las nubes en el poniente. A alguien, podrían parecerle estúpida o inoportuna esta presencia (cables, torres, tejados), puesta ahí por el hombre. A mí se me antojó que, por el contrario, estos cables anónimos embellecían el paisaje. Y se me ocurrió la pregunta: ¿serían conscientes del bello paisaje que se mostraba a esa hora delante de ellos?  Con nuestro característico orgullo, los seres humanos tendemos a pensar que la apreciación de la belleza es patrimonio exclusivo de la sensibilidad humana. No lo sé. Y, desde mi ignorancia, asumiré que no, que los cables no podían apreciar la belleza de la puesta de sol. El caracol del haiku de Issa ni siquiera alza la vista para apreciar el color rojo de la flor; ni al viejo roble del otro haiku le importa mucho la belleza de las flores del cerezo.

    La mente fotográfica del haijin es sensible a este desinterés, a este mostrarse ajeno a la belleza, y, tal vez por esto mismo y de esta manera indirecta, oblicua, enaltece aún más la belleza de la flor roja, de las flores del cerezo, de una coloreada puesta de sol sobre el río.

    La oblicuidad del haiku me parece una herencia del waka clásico japonés, en el cual la expresión directa y hasta el uso de los adjetivos calificativos se consideraban de pésimo o, cuanto menos, de dudoso gusto.

Por eso, no digamos que la luna es hermosa, sino más bien, en formato de haiku:

 

Ya son las tres,

Me he levantado cuatro veces

A ver la luna.  

Justamente este fue el ejemplo que, hace dos semanas y para definir qué un haiku, di a los asistentes a una charla titulada “Cosmovisión japonesa en 17 sílabas” organizada en Pravia (Asturias) por la Asociación de Escritores Asturianos.

Siempre me quedará la duda: la belleza de aquella puesta de sol, ¿habría sido percibida por los cables de la luz? De lo que no hay duda es de que noviembre se fue.

 Certeza del paso del tiempo contra incertidumbre de los fenómenos del mundo. Juntos en un cuadro de colores de fuego.

HAIKU 46

46  

筋違にふとん敷たり宵の春

Sujikai ni futon shikitari yoi no haru

 Los futones en diagonal
para la habitación-
Atardecer de primavera

Desglose:

筋違 [sujikai: diagonal, oblícuo], に[ni: partícula], ふとん [futon: futón], 敷たり[shikitari: tamaño de la habitación], 宵 [yoi:] の[no: partícula], 春 [haru: primavera]

Comentario y notas culturales:

El futón es una tipo de edredón japonés. Las personas durante el período de Edo, especialmente los pobres, solo tenían un colchón relleno de shikubuton 団 き 布 団 o una especie de esteras tejidas para recostarse. En primavera cada uno en su futón, pero en invierno solía compartirse para obtener el calor del cuerpo ante unas temperaturas gélidas. Esto nos recuerda a estas 3 composiciones de Buson:

A.- 燭の火を燭に移すや春の夕

Shoku no hi wo shoku ni utsusu ya haru no yû

Encender un candil
con otro candil-
noche de primavera.

 

B.- 等閑に香たく春の夕かな

Naozari ni kô taku haru no yûbe kana

Con indiferencia
quemo el incienso-
atardecer de primavera.

 

C.- においある衣も疊まず春の暮 

nioi aru kinu mo tatamazu haru no kure

La ropa perfumada
aún sin doblar-
atardecer de primavera.

Campanas

          En el tañido de la campana de Gion resuena el eco de la impermanencia de todo. El color de las flores de sarai anuncia ya el inevitable declive de los poderosos. Dentro de poco, los arrogantes serán como sueños de una noche de primavera, y hasta los más valientes desaparecerán como polvo en el viento”. Así comienza el “Heike monogatari”, anónimo relato del ascenso y caída de un clan que parecía invencible, el de los Taira, frente al clan Genji. La campana de ese monasterio de Kioto sigue resonando en nuestra memoria y aviva su melancolía ante las ya inminentes campanadas del Año nuevo. Una vez más, tomamos conciencia del tiempo que vivimos y que nos vive. En una ventana del palacio de Mirabel de Plasencia hay un lema que resume, con dos palabras, el sentimiento de fugacidad: “Todo pasa”. Y sin embargo, para Izumi Shikibu, la genial poeta de la era Heian, “todo es eterno: perlas de rocío, sueños, mundo, quimeras…”.

                Hace ahora un siglo, nos dejaba el incomparable y sensitivo Marcel Proust, el escritor que, saliendo “en busca del tiempo perdido”, encontró así el tiempo recobrado: “Cuando nada subsiste ya de un pasado antiguo, cuando han muerto los seres y se han derrumbado las cosas, solos, más frágiles, más vivos, más inmateriales, más persistentes y más fieles que nunca, el olor y el sabor perduran mucho más, y recuerdan, y aguardan, y esperan, sobre las ruinas de todo, y soportan sin doblegarse en su impalpable gotita el edificio enorme del recuerdo.” Era el sabor de la magdalena que su tía Leoncia le ofrecía los domingos por la mañana; el perfume de los espinos en flor; la sonata de Vinteuil; el sonido de las campanas de Combray… También yo rescataba en mi “Soliloquio” algunos sonidos de la infancia perdida, como el del reloj de la plaza del pueblo: aquel sonido metálico y antiguo que seguía resonando, con precisión mágica, en el fondo de la memoria: “ese mismo reloj que –enloquecido por la nevada– perdía el pulso y empezaba a dar treinta o cuarenta campanadas, y tú abajo, con los niños, contándolas a coro. O se quedaba parado durante meses y era una suspensión de todo, como si estuviera fermentando el vacío…”

                Y las campanas de la iglesia, escuchadas desde la distancia, perdidas en una maraña de sensaciones en el rodar del año: “pequeñas alegrías del verano; luz de octubre (melaza y uva negra) concentrada en un vidrio que fulge todavía, al oreo del recuerdo, sobre el canto de una calleja; un remolino de hojas secas levantado en las trochas de lodo; todo el otoño concentrado en los redondos ojos quietos de una mula; la magia ubicua del plenilunio que enciende los regatos lejanos, allí donde los arenales y el verde tierno de los viajes de agua ofrecen a los muertos la doble tentación de la sequedad y la lujuria; primeras flores del cerezo cuya noticia sabes por un ramo blanquísimo, abandonado en la penumbra de una cuadra; velones en las puertas de los atardeceres de junio; rosas cayendo sobre un muro de piedras incendiadas y manojos de orégano que se cogen por San Lorenzo y cuelgan de las vigas y defienden las casas del fuego (ramos verdifloridos, con su cogollo blanco y su aroma fortísimo de lluvia, en creciente viraje hacia una verdinegra sequedad desgranándose); más rosas –ahora rojas– de un día de primera comunión, cortadas en el huerto de la tía Eugenia; rabos de lagartija delirando en el polvo y camisas de culebra en el camino de la Nava; campanas en la umbría tocando a muerto o a las flores de mayo, a misa de alba o de doce, a muertos y a bautizos, a “pascualeja” cuando se muere un niño…”  Sí. Esos toques manuales que la UNESCO acaba de declarar Patrimonio Cultural Inmaterial.

 

 

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