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BASHÔ en monólogo teatralizado

El siguiente texto, es el guion de un monólogo teatralizado, escrito por Frutos Soriano, para ser representado por el actor José Zafrilla en la entrega de premios del “Primer Concurso de Haibun: Albacete ciudad de la cuchillería” de 2018, en el salón de actos (sótano) del Museo Municipal de la Cuchillería de Albacete. Pusieron toques musicales japoneses Enrique Linares con la flauta y Antonio Martínez con cuenco (puedes ver la representación en vídeo publicado por Marga Alcalá,  pinchando aquí.  )

Comienza inspirado en el primer capítulo de Sendas de Oku (viaje hacia tierras hondas), continúa con aportaciones originales de su autor, para finalizar con las palabras con las que Asai Ryōi, en sus Cuentos del Mundo Flotante, describió el Ukiyo.

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Sendas de Oku

 Música japonesa. Entra Jose en escena, con una mochila y una vara de peregrino, vestido de Matsuo Bashô, algo parecido a esto:

Dice este texto:

Los meses y los días son viajeros de la eternidad. El año que se va y el que viene también son viajeros. Para aquellos que dejan flotar sus vidas a bordo de los barcos o envejecen conduciendo caballos, todos los días son viaje y su casa misma es viaje. Entre los antiguos, muchos murieron en plena ruta. A mí mismo, desde hace mucho, como jirón de nube arrastrado por el viento, me turbaban pensamientos de vagabundeo. Después de haber recorrido la costa durante el otoño pasado, volví a mi choza a orillas del río y barrí sus telarañas. Allí me sorprendió el término del año; entonces me vinieron las ganas de cruzar el paso Shirakawa y llegar a Oku cuando la niebla cubre cielo y campos. Todo lo que veía me invitaba al viaje; tan poseído estaba por los dioses que no podía dominar mis pensamientos; los espíritus del camino me hacían señas y no podía fijar mi mente ni ocuparme en nada. Remendé mis pantalones rotos, cambié las cintas a mi sombrero de paja y unté moka quemada en mis piernas, para fortalecerlas. La idea de la luna en la isla de Matsushima llenaba todas mis horas. Cedí mi cabaña y me fui a la casa de Sampu*, para esperar ahí el día de la salida.

La noche anterior a la partida tuve un sueño extraño: me encontraba en otro espacio y otro tiempo. Tres o cuatro siglos más tarde. Un grupo de gente permanecía sentada en el sótano de un edificio, mirando a alguien que, vestido como yo, hablaba de mi viaje con mis mismas palabras.

El edificio era parecido a un templo. En él se guardaban instrumentos de filo. Unos me eran conocidos, como las espadas, pero otros no. Lo que más abundaba era una especie de puñales pequeños de gran belleza.

Los que escuchaban a mi doble tenían un aspecto risueño. Algunos llevaban en sus manos un papel con algo escrito. No sé por qué, pero todos me parecieron amigos y familiares, aunque no los conocía.

¡Ah, qué extraña es esta vida! A veces me parece que algunos sueños son tan reales o más que los sucesos que vivimos en la vigilia. Este era uno de esos sueños. Qué significa no lo sé.

Aquí estoy, a punto de comenzar mi viaje, libre como nunca lo he estado, viviendo sólo para el momento, saboreando la luna, la nieve, los cerezos en flor y las hojas de arce, cantando canciones y bebiendo sake. Flotando, indiferente por la perspectiva de pobreza inminente, optimista y despreocupado, como una calabaza arrastrada por la corriente del río.

(Jose saca de su mochila un cuaderno y escribe, diciendo en voz alta lo que escribe).

 VIAJE HACIA TIERRAS HONDAS

Otros ahora

en mi choza – mañana

templo de puñales

 

* Sugiyama Sampu (1648-1733). Comerciante acomodado de Edo (Tokio), protector de Bashô y discípulo suyo. Fue poeta de cierta distinción.

 

 

Sandra Pérez

 

 

 

 

Unas palabras de la autora

Se escucha un zorzal al alba… En plena ciudad también hay aves y flores y árboles… y mosquitos, babosas y abejas. Crujen hojas y ulula el viento. Llueve y amanece y se hace de noche. Hay otoños y primaveras…

Todas obviedades, pero antes no lo sabía. O sí lo sabía, pero no lo sentía.

Antes del haiku la ciudad era eso, tan solo ciudad.

El haiku me conecta con todo lo que me rodea y ya no sé, en algunos instantes, si estoy en el mundo o el mundo está dentro de mí. ¡Dura tan poquito ese instante!

Comparto con los niños los asombros que se vuelven haiku, y lo disfruto plenamente.

El camino del haiku ha marcado un antes y después. Hoy estoy en el camino… cada día empezando…

Antes del alba

el canto de un zorzal,

olor a lluvia.

 

*

 

Más arrugadas

las manos que podan

esta tarde de otoño.

 

*

 

Nieve en la cima.

Humea el lomo

de la yegua echada

 

*

 

Lo que queda del muelle,

en cada poste

una gaviota.

 

*

 

Brisa en las plumas

Se va filtrando el sol

entre los frutos.

 

*

 

Huele a eucalipto

chisporrotean las piñas

en el brasero.

 

*

 

El brillo de las piedras

a orillas del lago

salta una trucha

 

*

 

Musgo en las rocas

la sombra de los vencejos

cruza la cascada

 

*

 

Huele a podrido

en la orilla rocosa

el brillo de las escamas.

 

*

 

Al llegar el colibrí,

los insectos que cantaban

se callaron

 

*

 

Queda algo

del olor a jazmines.

El brillo de luna.

 

*

 

Gaviotas en vuelo.

El calor de la arena

entre los dedos.

 

*

 

Brisa en el cedro

cuando canta el mirlo

levanta la cola.

 

*

 

Canto de zorzales

Amanece sin vilanos

el diente de león

 

*

 

Bramidos de un ciervo

Amarillea la nieve

en el Lanín*

 

*volcán de los Andes, en el sur de Argentina y  Chile.

 

EL CAMINO DE LA SUPERVIVENCIA

LA CHOZA DEL HAIJIN

俳人の山小

fotokotori

ISSA, LA SONRISA DEL BUDA

Este invierno pasado leí un artículo en el que se hablaba de la influencia de los gestos del rostro en nuestro cerebro. La neurociencia (según el autor) está demostrando que una sonrisa ”muscular”, aunque sea forzada, puede desencadenar una serie de efectos químicos y neurológicos que nos lleven a sentir la alegría que hay detrás de una sonrisa real. Interesante.

Sin conocer en profundidad la biografía de Kobayashi Yatarô( 1763-1827) cuyo nombre de haijin es Issa (Taza de té), y en base a lo que he podido leer en castellano y en francés, se puede deducir que su vida estuvo plagada de infortunios que sobrellevó (aparentemente) con una alegría propia del budismo, no en vano era un devoto seguidor de la secta Jôdoshinshû.

Esta condición religiosa marcó definitivamente su obra al tratar en sus haikus temas claramente budistas como la compasión, el amor por los seres sintientes, la reencarnación, la impermanencia, etc.

Muchos de nosotros fuimos atrapados en las primeras lecturas de haiku en castellano por la simpatía que despierta ese lado humano y cercano que desprenden los haikus de Issa. Me atrevo a decir que Issa horada sin dificultad las capas endurecidas de la mente occidental para que el haiku pueda penetrar sin resistencia. Ante Issa, el lector occidental no pone barreras, no está a la defensiva. Si a eso añadimos el parecido con Francisco de Asís (1182 -1226) en cuanto a su amor por las criaturas, su popularidad en Occidente está servida. Issa, Asís, las mismas vocales bailando.

Algunos estudiosos de su figura apuntan a que, en cierto modo, Issa creó conscientemente a lo largo de su obra literaria, un personaje peculiar, humano y accesible, con los defectos y las virtudes de un hombre corriente: iconoclasta, perezoso, compasivo, contradictorio, irreverente, irrespetuoso, amante de los animales y los niños, huérfano, padre afligido…

Casi como ningún otro haijin dejó a través de sus haikus el autorretrato de su vida y de su personalidad. Esta especulación, aunque sea una posibilidad a tener en cuenta, no le resta mérito alguno. ¿Se pueden acotar en el alma de un poeta lo ordinario separándolo de lo trascendental? ¿Pudo Issa permanecer a salvo del virus del haiku y vivir en una cierta impostura? Sinceramente, no lo creo. El haijin responde a una forma de ser y estar en el mundo. El haiku no nace de un trabajo con horario, ni de una afición de fin de semana. A mi entender, es imposible pensar que un auténtico haijin pueda ejercer desde la impostura respondiendo a un antojo literario y sobrevivir en el tiempo. Cuando el haiku te atrapa, pasa a formar parte de tu ADN y eso impregna tu cotidianidad sin que te des cuenta. El haiku actúa en tu cuerpo con el mismo poder transformador que, según afirman los neurólogos, tiene la sonrisa.

Puede que Issa, en un primer intento por sobrevivir en este mundo plagado de demonios, forzase en su rostro una sonrisa y en su vida un haiku. Luego sus neuronas hicieron el resto, dando lugar a la trasmutación del sufrimiento humano en evasiva felicidad, y a muchos haikus que al leerlos años después de ser escritos, dibujan en nuestro rostro una sanadora sonrisa.

 

Yo no naka wa
jigoku no ue no
hanami kana

世の中は地獄の上の花見哉
ISSA

Mientras estamos en este mundo
por encima del infierno
¡poder contemplar las flores!

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Ikinokori
Ikinokoritaru
samusa kana

生残り生残りたる寒さかな
ISSA

Sobreviviendo a mis seres queridos,
obstinado en sobrevivir…
¡Y muerto de frío!

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Tada oreba
oru tote
yuki no furi ni keri

たゞ居れば居るとて雪のふりにけり

ISSA

Simplemente estando,
quedándome en ese estar,
caía la nieve

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初螢ついとそれたる手風哉 ISSA

Hatsu-hotaru
tsui to soretaru
te-kaze kana

La primera luciérnaga:
El zigzag con que esquivó mi mano
Leve soplo de aire

 

犬の子の咥へて寢むる柳かな ISSA

Un perrito se ha dormido
sujetando en la boca
la rama de un sauce

 

*haikus traducidos por Vicente Haya

 

 

 

 

CAMINO EN SOMBRA

Un camino en sombra es otra cosa. Unos grados menos de temperatura, un espacio proclive a la humedad donde el color verde se acentúa en las yerbas y matojos, una solapada invitación a detenerse.

En la sombra del camino cantan pájaros y se percibe el olor de la tierra, de vez en cuando cae una hoja, se escuchan de allá, de acullá, sonidos que trae el viento, los perros descansan de su respiración más honda.

Frescor de otoño.

Meriendan en la sombra

dos peregrinos.

 

 

 

Nueve

Tenemos un único cuerpo, un cuerpo en el que solamente cabe un alma… un alma formada con pequeños trozos de otras muchas almas…

La senda transcurre paralela al acantilado. Un par de cormoranes descansan, mientras secan sus plumajes, amparados por los resquicios de la abrupta pared. Camino, paso a paso. Queda a mi izquierda la mar… una mar eterna castigada a no reposar… una mar convertida, un día y otro, en camposanto de las esperanzas… una mar que en un mismo gesto se violenta contra las rocas para transformarse en infinitas gotas con las que acariciar una piel… La mar… no sé con certeza que es lo que me atrapa de ella; quizás sean sus cortos pero desgarradores silencios, quizás sea que es la dueña de la voz primigenia que habita en nuestro instinto ancestral.

A mi espalda el sol sigue su ascenso… Gijón se hace pequeño. Asomada al acantilado una máquina desbroza decenas de eucaliptos talados… el paisaje recupera su antiguo esplendor. El viento pega de cara… un viento que parece de otro tiempo, lleno de recuerdos… un viento fuerte que acorta los pasos y se lleva del camino las sombras de unas gaviotas. Avanzo… las flores, marchitas por el estío, cabecean en la cuneta.

Siempre que recorro esta senda me acompaña el recuerdo de mi hermano… diez años ya que se fue… sus manos colocaron cientos de las lajas que hicieron de este pasaje un camino transitable. Por delante 13 km… una memoria que late y miles de piedras que dan forma a las emociones…

La mañana se transforma en tarde. Un pequeño colirrojo vuela a un lado y otro del sendero. Una lagartija, sin cola, se da un baño de sol entre los restos de un muro. Y camino, paso a paso… he de llegar al final… llegar para volver antes que la mar se vuelva un manto negro…

Flores resecas…

nadie detiene su andar

en este camino

 

Asturias, donde la tierra siempre es verde.

Septiembre 2019

Viento y lluvia

dos perros ladrando

al pájaro que canta

Nombre del niño/a: Milagro Eiriz

Edad: 10 años

Colegio: Villa Devoto School

Ciudad: Buenos Aires

País: Argentina

-*-

Atardecer

en el piso del jardín

veinte gata peludas*

                                                                              *también bicho quemador, oruga

Nombre del niño/a: Milagros García Larumbe

Edad: 10 años

Colegio: Villa Devoto School

Ciudad: Buenos Aires

País: Argentina

-*-

Un tren pasa,

el cielo

de diferentes colores

 

Nombre del niño/a: Milagros García Larumbe

Edad: 10 años

Colegio: Villa Devoto School

Ciudad: Buenos Aires

País: Argentina

-*-

Entre las sequoyas

cubiertas de nieve,

se posan palomas

Nombre del niño/a: Morena Curi Antún

Edad: 10 años

Colegio: Villa Devoto School

Ciudad: Buenos Aires

País: Argentina

-*-

Al amanecer

el lago se congela.

Bajo el hielo, los peces

Nombre del niño/a: Natasha Resnitsky

Edad: 10 años

Colegio: Villa Devoto School

Ciudad: Buenos Aires

País: Argentina

-*-

Hiraizumi

初雪や 水仙の葉の たわむ迄

hatsu-yuki ya suisen no ha no tawamu made

primeras nieves…

solo la necesaria para combar

las hojas de narciso

                                                                                Matsuo Bashô

 

“Demasiado tarde”. Eso es lo que lacónicamente se limitó a decir Yoritomo Minamoto antes de destruir Hiraizumi. O eso dicen que dijo.

Hiraizumi, el esplendor de tres generaciones de Fujiwara. Aquellas que duraron lo que un sueño de una noche de verano según Bashô. Hiraizumi y su montaña donde florecía el oro según el Manyôshû.

El brillo de la nieve casi ofende en los momentos, pocos, en los que el sol aparece de entre las nubes. El abad de Chûson-ji nos guía por los caminos despejados de nieve que serpentean y bifurcan en el bosque que acoge y parece disimular los pabellones y edificios del templo.

Este lugar es mágico.

El torii que brilla tanto que casi teñía de rojo la nieve, el escenario de noh refugiado en lo profundo del bosque de cedros…

La muerte de Yoshitsune Minamoto, el hermano pequeño del lacónico Yoritomo, es una de esas historias trágicas tan queridas y recordadas por el alma japonesa.

Tras luchar junto a su hermano mayor en la guerra que enfrentó a su clan, los Minamoto (Genji), con los Taira (Heike) el bravo Yoshitsune cayó en desgracia ante los ojos de su ambicioso hermano. Buscó refugio en Hiraizumi, que bajo el dominio del clan Fujiwara se había mantenido neutral. Y si bien en un principio Hidehira Fujiwara le dio amparo, a la muerte de este, su sucesor Yasuhira, más timorato, más ventajista tal vez, decidió traicionar a Yoshitsune a la vista de que la guerra se inclinaba cada vez más claramente a favor del hermano mayor.

Yoshitsune fue forzado a realizar seppuku. Su mujer e hijo también murieron allí.

Sin embargo ni Yasuhira Fujiwara, el señor traidor, ni Hiraizumi, el reino dorado, sobrevivirían a aquel episodio.

“Demasiado tarde”. Incluso las traiciones y el oro tienen su momento preciso, y precioso. Después ya… simplemente no sirven.

La estatua de Bashô aguarda en una orilla del camino. Me saco fotos entusiasmado con el paciente caminante, ahora tan quieto. Aquí y allá, así y asá, con la nieve por los pies. No importa. El abad y Takano-sensei ríen. La pequeña comitiva sigue el camino.

Bashô visitó este lugar en conmemoración del quinientos aniversario de la muerte del pobre Yoshitsune, en su periplo por la estrecha senda del norte profundo. Rodeado de estos cedros y pinos inmensos, surgiendo de la nieve como columnas, podría pensar que siglos y generaciones no son nada. Que todo sigue tal cual. Podría volver aquí quinientos años después y seguiría este silencio tan blanco. En lo profundo del bosque, en la profundidad etérea de la nieve.

Pero no. De hecho nada es igual. El único edificio del s.XII, la época del dominio Fujiwara, que sobrevive hoy en día en Chôson-ji es el Konjikidô (el Pabellón Dorado).

Cubierto de pan de oro tanto en su interior como en su exterior es también llamado Templo de la Luz. No me extraña. Todos los de esta pequeña comitiva errante guardamos ahora un silencio “luminoso”. El pabellón no es muy grande y por fuera está protegido con lo que podríamos llamar un edificio que hace las veces de funda para protegerlo. Es asombroso que haya llegado hasta hoy. Su estructura que parece tan delicada, su oro, su luz.

Se supone que Marco Polo hace referencia a los palacios de oro de Cipango por este templo precisamente.

Nos asomamos al interior y en el resplandor dorado de esta extraña penumbra podemos intuir la imagen de Amida Nyorai (el Buda de la Luz Infinita) a quien está dedicado el templo, y a otros dos bodhisattvas: Kannon y Seishi. Al tenue resplandor se asoman otras imágenes divinas y las tumbas de varios Fujiwara.

Creo que en este lugar he podido atisbar por primera vez la magia, blanca y negra, que ejerce el oro sobre el espíritu humano. Es como luz. Como el rastro de la luz. Aún en la casi oscuridad de aquí dentro puedo sentir ese retazo del sol, de la tierra, que lo creó.

En las dependencias del templo principal el abad nos agasaja con un té verde. En un lado Takano-sensei, Fuji y el abad. Presidiendo la mesa nos colocan a mí y a C. de cara a los demás. Reímos ante esta gentileza tan comprometedora. Dudamos si comer o no el primoroso okashi, ese dulce que siempre acompaña y equilibra el amargor seco del té macha. Reímos de nuevo.

No sé en qué momento empezó a nevar. Justo cuando me quedé solo, justo antes de las despedidas. En el camino que llevaba al aparcamiento.

No sé en qué momento recordé la foto que no hice. Las palabras que no dije.

Demasiado tarde… La nieve, justo la suficiente, se acumula ya sobre el camino y los cedros. En las manos. Sobre la risa y las generaciones. En el rastro de la luz.