Archivo de la categoría: Ladera Norte (Paco Ayala)

Diciembre 2021

Haikrismas
(microdrama)

DRAMATIS PERSONAE:

EL TENDERO
LA JOVEN
EL JOVEN

         Mercado de Verónicas (Murcia). Día de Nochebuena. Suenan villancicos por la megafonía del edificio. En el rótulo de uno de los puestos de la planta superior, situado entre el de Mieles El Colmenero y el de La Especiera Murcianica, aparece en letras negras sobre fondo blanco el curioso nombre de Haikrismas. Decorado con estética minimalista de estilo japonés, del fondo de la caseta llega el rumor de una música: Spiegel im Spiegel de Arvo Pärt, que solapa y acalla la de los villancicos. En el mostrador, un arce rojo bonsai en una maceta y un pebetero donde se quema una barrita de incienso. De parte a parte de las paredes que jalonan la caseta cuelga un hilo del que pende una serie de postales sujetadas con pinzas de madera con fotos de paisajes, flora, naturaleza, al pie de las cuales aparece un poema breve de 2 ó 3 versos. Sobre el mostrador hay también un cuenco de metal que hay que tocar con una baqueta de madera para llamar al tendero, según reza el cartelito situado junto a él.

         Los JÓVENES pasean distraídos mirando los distintos puestos del mercado, buscando algo para regalar en la cena de Nochebuena.

 

EL JOVEN.- (Se detiene, abraza por el hombro a su pareja y le señala con sorpresa el puesto de Haikrismas) Mira qué puesto tan original. Hace una semana pasé por aquí para comprar miel y no estaba, desde luego…

LA JOVEN.- Pues sí que es original. Sólo seis postales expuestas como ropa tendida…y nadie en el mostrador. Eso sí, la música invita al relax entre tanto bullicio…¿No sientes curiosidad? Vamos a preguntar.

EL JOVEN.- (Mira el rótulo de la caseta) Oye, ¿te has fijado en cómo se llama este establecimiento? Haikrismas. Curiosísimo. Me suena como a crismas de Navidad, y desde luego las postales lo parecen…aunque hay algo distinto en ellas, no sé…quizás el texto, o la foto, que no es la tradicional de nieve, abetos, estrellitas y bolicas de colores…o la textura del papel en que están impresas…o la caligrafía…o todo junto. No sé…

LA JOVEN.- Vamos a salir de dudas. (Toca el cuenco. No aparece nadie) A ver si sale el tendero, que parece que se lo toma con calma…

         Tras una breve pausa -que a los JÓVENES les parece eterna-, sale  EL TENDERO. Va ataviado con una bata de seda azul en la que lleva bordada una ristra vertical de ideogramas japoneses en el costado izquierdo donde van los botones. De edad mediana, no destaca nada en especial en su fisonomía salvo una barba no muy larga en su mentón.

EL TENDERO.- (Esbozando una leve sonrisa) Buenas tardes. ¿Qué deseáis?

LA JOVEN.- Bueno, resulta que nos han llamado la atención estas postales. La fotografía, el texto y el tipo de papel. Explícanos un poco…

EL TENDERO.- (Sin abandonar su media sonrisa; con voz lenta y melodiosa) Las fotos son pequeños detalles, sutiles, mínimos, casi inapreciables, de la naturaleza. Imágenes impregnadas de wabi-sabi

EL JOVEN.- ¿Cómo? ¿Wabi-sabi? ¿Qué es eso?

EL TENDERO.- Son conceptos básicos en el budismo zen. Wabi tiene que ver con la sencillez y Sabi con la soledad, entendidos ambos como actitudes para acercarse y disfrutar íntimamente de la naturaleza.

LA JOVEN.- Ya. ¿Y el texto? Parecen como pequeños poemas, aunque a mí no me lo parecen: sin rima, sin metáforas, sin nada en especial…

EL TENDERO.- En realidad no serían poemas en sentido estricto. Se denominan haikus, una particular forma llamémosle “poética”, para entendernos, de origen japonés en la que el haijín -que así se le llama al que lo compone- expresa su asombro, su profunda emoción ante lo que contempla, preferentemente en la naturaleza, que es donde reside lo sagrado de la existencia. Sin el asombro real, sin el aware, como se dice en japonés, no es posible escribir haikus. Nada de artificio, nada de ficción. Escrito con sencillez y naturalidad, en un acto de pura fusión e identificación con lo contemplado. Tan elemental como laborioso.

LA JOVEN.- La verdad es que parecen muy fáciles de escribir, pero tienen algo especial que no sabría cómo definir… algo que te impresiona por dentro… (Silencio) Por cierto, no aparece el nombre del autor…

EL TENDERO.- Es lo que menos importa.  En un haiku el autor desaparece, se hace uno con lo que contempla y se convierte en médium, en intermediario entre lo que acontece y el lector. Su yo se transparenta y se disuelve en el testimonio de las palabras.

EL JOVEN.- (Rompiendo el ensimismamiento de LA JOVEN) Bueno, ¿y cuánto cuesta cada postal?

EL TENDERO.- Nada.

EL JOVEN.- ¿Cómo que nada? ¿Son gratis?

EL TENDERO.- El conocimiento, la sabiduría, la belleza, son patrimonio de la Humanidad y se transmiten fieles a los principios de gratuidad y agradecimiento. El haiku brota, germina y espiga en el alma del haijín y lo cosecha la inteligencia sensitiva del lector. El ciclo libre y espontáneo de la Naturaleza. El haiku, en el fondo, es una ofrenda. Aceptadla con humildad y fructificará en vuestros corazones.

EL JOVEN.- (Perplejo) Entonces… ¿Nos los podemos llevar así, sin más…?

EL TENDERO.- Sí, pero con una condición: que escojáis sólo uno cada uno, aquel que más os resuene, haciéndole antes de tomarlo un gassho, una reverencia desde lo profundo de vuestro ser (EL TENDERO efectúa el gesto con una inclinación y juntando las palmas de las manos). Luego, esta noche, al acabar el postre y antes del brindis, habéis de leerlo dos veces consecutivas con voz cálida y calmada ante los comensales pidiéndoles que cierren los ojos y mantengan un minuto de silencio tras la lectura. Finalmente, en la víspera de Reyes, volvéis a este mismo puesto y ofrecéis vuestro haiku impreso o caligrafiado en papel de arroz. El ciclo amoroso del dar y recibir.

LA JOVEN.- La última parte, la de ofrecer nuestro propio haiku… Nunca he escrito ninguno… No sé si me atreveré…

EL JOVEN.- Lo mismo digo. La verdad es que a ella y a mí nos gusta la poesía, pero esto del haiku… es que nos rompe los esquemas. ¿Cómo podemos aprender?

EL TENDERO.- El haiku no es un producto, no es una teoría que se estudia, no es una fórmula ni una estructura dada que se aprende y se imita. El haiku es un camino, es el haiku-dô, una senda espiritual, un estilo de vida. Aprender a mirar, a sentir, a pensar, a percibir, con sinceridad, con sencillez, con inocencia, es el verdadero método que os conducirá a la práctica y escritura del haiku. Es un compromiso vital, en definitiva, con vosotros mismos y con la totalidad de la que sois parte no dual, indisoluble.

         Durante unos minutos sólo se escucha la música que llega del interior de la tienda. Los tres personajes se miran entre sí, quietos, en silencio. Sin darse cuenta, han acabado cerrando un círculo entrelazando sus manos.

EL JOVEN.- (Como saliendo de un sueño, soltando las manos de sus compañeros) Bueno, tenemos que irnos… Voy a escoger una postal… (Escoge una y realiza un gassho).

LA JOVEN.- Sí, yo también… A ver… (Escoge otra. Otro gassho)

EL TENDERO.- Bien. Ya sabéis. Quedáis emplazados. Abrid vuestros sentidos al milagro inaudito de la vida. Acendrad vuestra emoción y vuestra sensibilidad. Y dejad que vuestra pluma fluya acorde. No temáis.

LA JOVEN.- Hasta pronto, entonces. Gracias.

EL JOVEN.- Muchas gracias. Ya te contaremos nuestra experiencia…

         La pareja de jóvenes se va. En una mano, el sobre con la postal; en la otra, la mano de su compañero/-a. EL TENDERO se queda mirando cómo se alejan y se pierden entre la gente que acude a comprar en los diversos puestos del mercado.

         Víspera de Reyes Magos. En todos las casetas del Mercado de Verónicas hay llamativos anuncios, profusión de luces de colores y música de villancicos. Menos en el puesto de HAIKRISMAS, totalmente desmantelado, sin mostrador, sin postales colgadas de un hilo con pinzas, sin quemador de incienso, sin bonsai, sin rótulo, sin nadie, sin nada, salvo un discreto buzón, en realidad una caja de cartón con una ranura en el frontal donde alguien ha escrito con gruesos trazos de tinta roja: Haikrismas.

LA JOVEN.- ¡Anda! ¿Dónde está la tienda de Haikrismas?

EL JOVEN.- Pues es verdad. Por el aspecto del local, parece que aquí nunca hubo hubo ninguna…o que fue abandonada ya hace años…

LA JOVEN.- Viéndolo así, parece que hubiera sido un sueño lo de los haikus de Nochebuena.

EL JOVEN.- Pero no lo fue, porque ambos lo hemos vivido y aquí están tu haiku y el mío que hemos traído como acordamos con el tendero.

LA JOVEN.- Cierto. ¿Y ahora qué hacemos? (Escudriña con la mirada el local en penumbra) Espera… parece que veo una caja ahí al fondo… (Se acerca) ¡Mira! Aquí está: Haikrismas.

EL JOVEN.- (Se acerca también) Menos mal. La prueba de que no fue un sueño. Pero qué extraño. ¿Qué sería del tendero? ¿Por qué cerró la tienda? ¿Por qué dejó, sin embargo, esta caja con el rótulo de la tienda?

LA JOVEN.- Si te fijas bien no es una simple caja. O sí, pero esa ranura… ¡se trata de un buzón! La sencillez, la austeridad del haiku-dô…

EL JOVEN.- Pues nada. Echamos aquí nuestros sobres con los haikus que hemos compuesto. Y confiar, como botellas de náufragos en el mar. O como carta a los Magos de Oriente (sonríe).

LA JOVEN.- Sí, confiar. Nuestro cometido ya está cumplido. Sólo falta esperar…

EL JOVEN.- O no esperar nada. La humildad.

LA JOVEN.- La disolución del ego.

EL JOVEN.- Alguien los leerá y se producirá la reacción en cadena…

LA JOVEN.- O no. Las palabras regresarán al Silencio original…

EL JOVEN.- El eterno retorno.

LA JOVEN.- La consumación.

         Ambos quedan en silencio. Echan las haikartas al buzón. Con la música in crescendo de Arvo Pärt que inadvertidamente ya llevaba sonando unos minutos, se abrazan y, cogidos por los hombros, como nimbados de una luz solar, se desvanecen en la multitud ávida de compras compulsivas.

TELÓN

Noviembre 2021

Haikutopías

         Para la presente entrega de Ladera norte he recogido titulares de noticias aparecidas en el diario El País durante el mes de octubre. Todas ellas están marcadas por el signo de la catástrofe, la corrupción, la violencia, la indignidad, la degradación… los signos más habituales de los desafortunados tiempos que corren.

         El haiku -en su diminuta humildad que lo eleva a la categoría de piedra angular- pretende servir de contrapeso a semejante tropelía que socava los fundamentos de la humanidad y su ecosfera.

         La utopía es el último recurso y quizás el único –sin esperanza con convencimiento, que diría el poeta- que puede repararlo y redimirlo.

<<El Papa deplora la “larga incapacidad” de la Iglesia ante los casos de pederastia>>

Chispea.

La niña toca los cuernos

del caracol.

 

<<Una ciclista que ha logrado salir de Afganistán cuenta
los miedos y la lucha para practicar su deporte
La huida en bicicleta del terror talibán>>

Bosque de hayas.

Huellas de bicicleta

por el sendero.

 

<<La Fiscalía pide intervenir millones de euros en bitcoins
de una supuesta estafa>>

Roce de ramas.

Entre las hojas del suelo

una moneda.

<<Las vidas ahogadas en el mar menor
Tras el último episodio estival de peces muertos, en el que se recogieron más de cuatro toneladas y media de cadáveres, la paciencia general se ha agotado.>>

Mar rizada.

Por todo el arenal

conchas de almejas.

 


<<El impacto medioambiental del gran derrame petrolero
en la costa sur de California “es irreversible»>>

En las rocas

manchadas de galipote

se mecen las anémonas.

 

<<Disparos con mira telescópica y silenciador en pleno parque nacional
La Guardia Civil asegura que cada vez resulta más frecuente en España que cazadores furtivos utilicen técnicas y material propios de unidades militares>>

Entre dos luces.

Monte a través, una piara

de jabalíes.


<<Un terremoto de magnitud 4,8, el mayor desde el inicio
de la erupción del volcán, sacude la isla de La Palma>>

Aire caliente.

El temblor en la rama

que deja el saltamontes.

 

 

Octubre 2021

El fin de los mundos
(primeras páginas de un libro futuro)

(Mediodía en la cala de Punta Bela. Cala juega en la orilla, se adentra con su cubo para coger agua y la vierte en el castillo de arena que le construye su padre. Su tito Fran se levanta para darse un baño).
-¿Adónde vas, tito?
-Voy a nadar…-sonríe- ¡hasta el fin del mundo! (Señala el
horizonte donde se divisa, como un gigante marino, Cabo
Cope).
(La niña sigue con la rutina de su juego. El tito Fran es ahora un punto que se desplaza nadando mar adentro).
-Cala, ¿adónde se ha ido el tito Fran? -le pregunta su abuela Mariló.
-Se ha ido al fin de los mundos.

A mi nieta Cala, que me dio el título

Cada año, cada mes, cada día, cada minuto, cada hombre es un mundo que brilla y se extingue con la misma ligereza, con la misma levedad, con la misma sorpresa con la que aparece. En el momento mismo en que se vive y se presencia no se presagia su endeble consistencia, su latido efimeral. Luego llega el recuerdo, en el que permanece hasta que, sin saber cómo ni por qué, deja de acudir a la memoria y se hunde en el magma indistinto del olvido.

         La poesía, el verso, la prosa, el verbo, acuden entonces en nuestro auxilio para recuperar fragmentos perdidos, vivencias que se fabulan y confabulan para erigir un mundo a la medida de lo que creímos haber vivido. Un mundo nuevo que fija la escritura, que se alimenta del pasado para dar continuidad y argumento a nuestra historia.

El aroma del mar
enciende la memoria
de la esponja
inocente y ávida
de la infancia.

Nubes de lluvia.
Amarillean las hojas
del avellano.

 

Otros mares, otras playas,
otra luz, otros cantos,
otros arrullos, otras olas,
otros cuerpos, otras voces
emergen del fondo marino
-el mismo mar que ya no es el mismo-,
flotan en la espuma,
se esparcen en la arena
y se diluyen en efluvios
que se infiltran y sedimentan
en el alma. El limo que dejan
lo arrastrará de nuevo
el torrente indómito del tiempo.

Se ha marchitado
la flor de la maceta.
Sol de septiembre.

 

Se escucha la lluvia
que llega del mar
en las hojas del arce.
Gota a gota cae
desde la copa,
de rama en rama
hasta llegar al suelo
mullido de hierba.
Una babosa naranja
se desliza por las berzas.
Enmudecen los pájaros.
Sólo el discurrir del agua
por los canalones,
 por las hojas, por las riegas,
por los cristales, por las fuentes,
por los caminos… también
por las tejas rotas del hórreo
que auguran su derrumbe.

Llueve a cántaros.
Sólo flores secas
en la hortensia.

         Casas deshabitadas, o ya en ruinas; puertas desvencijadas, paredes desconchadas; la herrumbre en los clavos, en las cerraduras, en los arados, en las azadas, en las ruedas de los carros; caminos perdidos, cerrados, engullidos por la foresta; árboles roídos por la edad que se pudren lentamente hasta perder la última de sus verdecidas ramas; las arrugas en la cara y las manos de los viejos paisanos que aún quedan como rara avis en lo que antaño fueran florecientes aldeas regidas por el ciclo vital de las cosechas… Sic transit gloria mundi.

Olor a humedad.
En la cuadra abandonada
los arreos de las mulas.

 

         Amanece. Una fina gasa de niebla sube por la ladera del monte, se difumina, se extingue… Despierta el canto de los pájaros. Desde el bosque, los prados, los huertos, los jardines, las cercas, las tenadas, los aleros, los hilos de la luz… llegan sus trinos, sus gorjeos, sus silbos. Un tímido sol aparece y desaparece entre restos de nubes que se disgregan. A lo lejos, el humo blanco de una hoguera se confunde con la neblina. Por la ventana abierta de una casa salen las notas de un viejo piano que se une también, como un ser vivo más, a la sinfonía de la mañana.

Salta un sapo
por el camino cubierto
de hojas de higuera.

 

Septiembre 2021

Rompen las olas
contra el acantilado.
Sol de poniente.


Se pone el sol.
Varadas en la arena
las posidonias.
 

Arribazones
de posidonias. De improviso
salta un pez.


Banco de peces.
Ribeteada de espuma
la orilla.

Corre en la orilla
un cangrejo a esconderse
entre las rocas.

 En el pedrero
una estrella de mar.
Sube la marea.

Pleamar.
Escarban en la arena
las gaviotas.

Llega de la isla
el graznar de las gaviotas.
Olor a jazmín.

Huele a jazmín
en la calle que da al mar.
Luna casi llena.

Reflejos de luna
en las olas. Entrechocar
de guijarros.

Playa de chinarro.
Surca un velero
la mar en calma.

Mar sin olas.
El vaivén de las algas
bajo los destellos.

 

Agosto 2021

Momentos musicales en Segura*

Entrada ya la noche, en la piscina de Amurjo (Orcera, Jaén), sobre una tarima instalada en el agua, resuena la voz de Raquel Andueza, acompañada por el conjunto de música antigua La Galanía. Sentir su canto dulce y potente, acompasado al ritmo de la percusión, la melodía del violín, las notas aéreas del arpa, los acordes y el punteo de la tiorba y la  guitarra barroca. Escuchar las letras preñadas de gracejo, humor, picardía y  agudeza. Vibrar, al fin, al unísono y aplaudir con el corazón en las palmas. Mecidos los músicos y el público en la misma noche iluminada y tendida sobre las aguas lisas de la piscina. Y trascender en sintonía el tiempo y sus edades.

Luna menguante.
Se cuela un perrillo
en el escenario.

       Iglesia de los jesuitas en Segura de la Sierra, consagrada ya no al culto sino a la cultura. Los jóvenes músicos del cuarteto Seikilos interpretan obras de maestros del siglo XX, Joaquín Turina entre otros. Te sumerges en la onda continua de las cuerdas frotadas -agudos, graves, intermedios- y te dejas fluir adonde te lleve la corriente y sus movimientos, sus silencios, sus remansos, sus progresos. No importa adónde te conduzca. Te sabes a salvo y comprendido en la lengua universal de los pentagramas.

Tañen las campanas.
En la quietud del templo
un pizzicato.

       Para asistir al concierto de Andrea Motis Quintet hay que ascender por una estrecha senda labrada en el monte hasta el escenario Fuenroble. Justo cuando el sol comienza a declinar en la tarde arrebolada, da comienzo también el espectáculo. Andrea, arrebatada -como el público que mira de hito en hito a poniente- por la magia del instante, no puede sustraerse a la emoción que improvisa su canto. Luego vinieron piezas magistrales de jazz fusión, pero aquella magia, aquella emoción del inicio aún siguen excitando las papilas de la memoria.

       Cientos de bombillitas encendidas jalonaban en zigzag el sendero del descenso. Sorpresa y asombro que añadir al embrujo del evento.

Entrada la noche
cambian los focos
el color de los pinos.

       En un rellano de la pista forestal que sube hasta el monte Peñalta nos aguarda el conjunto Neopercusión. Apenas audible al principio el toque de las baquetas en los platillos que sutil, lenta, levemente, va incrementando la intensidad de su vibración hasta la saturación final, acorde con la génesis de la luz, el amanecer radiante que ya se expande por todas las aberturas y claros del bosque y despierta el clamor de las cigarras.

A resguardo del sol.
Al compás de las chicharras
los yembés.

       Subida en sus altos tacones de lentejuelas brillantes, viola en ristre, acomete Isabel Villanueva -acompañada al piano por Antonio Galera- la interpretación de piezas de Schumann, Granados, García-Abril… Cuerdas vocales transfiguradas en crines de caballo frotan otras cuerdas que resuenan en su cuerpo orgánico de madera. Voz humana vertida en instrumento exento de palabras que toca directo el corazón, suscita la emoción y eleva el espíritu. Et in terra gloria.

Mediodía.
Sin otro sonido
que el de la viola.

       Cooperativa de Orcera. Bajo la nave metálica pintada de verde, flanqueada por enormes máquinas para elaborar y envasar el aceite, ahora calladas y en reposo, como un espectador más, se abre el concierto de la Orquesta Ciudad de Granada con una obrita de Charles Ives: La Pregunta sin Respuesta.

       Un pájaro entra y sale repetidas veces del recinto industrial, en vuelos cortos, no sé si temeroso o inquirido él también por la pregunta que no precisa respuesta porque se autoafirma en lo que acontece.

       Emergen del decurso ilativo de las cuerdas las notas en off de la trompeta e irrumpen las replicas disonantes de las maderas. Tríada disyuntiva que se hace trinidad sinfónica al converger en la única respuesta plausible: el silencio.

       Sin solución de continuidad llega la noche.

Concierto en la almazara.
El viento desordena
las partituras.

*Música en Segura es un festival de música -fundamentalmente clásica- que tiene lugar cada año en el entorno de Segura de la Sierra (Jaén), en el corazón del parque natural de la Sierra de Segura. Cuenta con dos ediciones: el de verano (antaño en primavera), que se celebró en la semana del 29 de Junio al 4 de Julio y el de otoño, que tendrá lugar entre los días 26 al 28 de Noviembre).(www.musicaensegura.com)

julio 2021

Se entreluce el día.
Griterío de cuervos
en el robledal.

       Los cielos de Epping Forest* están asiduamente surcados por aviones. Los que vuelan más alto dejan sus estelas blancas, raudas, rectilíneas, en los tramos azules entre nube y nube. Los que descienden hacia los aeropuertos cercanos irrumpen con el estruendo de sus motores en la sinfonía armónica del canto de los pájaros, el roce del viento en las hojas de los robles, las hayas, los tejos que pueblan el bosque, el zumbido de los abejorros, el sigilo de las ardillas, el sordo aleteo de las palomas, las pisadas y las voces atemperadas de los caminantes…  A los costados de Epping Forest*, el tráfico constante de los coches y su rozadura neumática sobre el asfalto. La prisa y el ruido de lo civilizado frente al silencio y la quietud de lo natural. El humo, los gases de combustión. El aire puro esencial. Los senderos innumerables, sinuosos, desiguales, de tierra, humus, hierba, hojarasca. El alquitrán, el cemento, las carreteras, las rutas aéreas comerciales trazadas a cuadriculada conveniencia. El vuelo de las aves tan majestuoso, tan irregular, tan liviano, tan armonioso. El decurso incierto y voluble de las nubes.

Musgo en los troncos.
Los arrastres de la lluvia
por los senderos.

*Epping Forest es una masa forestal ingente a las afueras de London, junto a la que viven mi nieta Cala y sus padres.

       Mientras escribo suena a lo lejos la sirena de una ambulancia; se pierde, regresa, se prolonga… Un aeroplano cruza por la ventana, traspasa el cristal el trepidar de sus hélices, se atenúa y se mezcla con el impúdico retumbo de los altavoces de un coche que circula por la calle. Vuelve la calma: el zureo de una paloma que se posa, sin advertirme, sobre el alféizar; el graznido de los cuervos que anidan en la chimenea en desuso de la casa; el ondeo de la ropa tendida en el jardín, el aire que mece las rosas, las hojas del tilo, las ramas del manzano; el vuelo de un moscardón que trata de salir a la intemperie.

       En la soledad de mi estancia se arropa el alma extasiada ante lo cotidiano que se extingue y se renueva en circuito sinfín.

Cabaña de ramas.
Se zambullen los patos
en la laguna.

Junio 2021

Miércoles

             El tiempo está cambiando. Tras las copiosas lluvias de abril, el frío, el fuego en la estufa al atardecer… luce ahora un sol radiante que, al tamiz de la humedad ambiente, aumenta la sensación de calor. El campo y el monte están tapizados de un verde inusitado por estas latitudes levantinas; no lo veremos más en todo el año. Flores de todos los colores menudean por doquier: el fucsia de las jaras y las corrigüelas, el amarillo de las castañuelas, las albaidas, las candileras, las siemprevivas que ya comienzan a ajarse, el blanco de las jarillas y del quiebraolla o romero macho, el azul de las centáureas, de los cardos, de las viboreras… En todos los árboles, renuevos, rebrotes, renacer de hojas de un verde claro, tierno, suave. Musgo en las umbrías. Al borde de los caminos surgen matas y arbustos que aguardaban en sus enterradas semillas el momento de dar a luz y crecer con vigor asombroso. Esta tarde de mayo el tiempo ha cambiado. Pica el sol. La naturaleza se apresura a alcanzar su esplendor antes de sucumbir al irrefrenable termómetro del verano que siempre se anticipa en estas insoladas tierras del Mediterráneo.

Fosca* en la tarde.
En la rama de un pino
canta la oropéndola.

*en el habla murciana significa -además de neblina- bochorno.

       Jueves

       En el norte hay otra luz. La frondosidad ubicua del verde, las nubes que permanecen inmóviles en el cielo, o lo surcan y desaparecen… El azul intenso del mar de aguas frías que baña las costas y se evapora en la raya difusa del horizonte… El gris de las montañas calizas, el blancor refulgente de la nieve que las cubre en invierno o de los gélidos neveros que persisten en verano y el incoloro evanescente de la niebla que se desliza por las laderas y los collados, o que se estanca en los bosques y lentamente se diluye y se despeja… Es primavera. Las hojas tiernas de las hayas, los nogales, los tilos, los avellanos, los arces, los prunos, los manzanos… ondean al viento destemplado que llega de la rasa litoral. Una yeguada pace en el prado colindante con mi casa. Lentamente va segando la hierba que crece por días rauda, fresca. Junto al trinar innumerable de los pájaros y el roce del aire en las ramas, el corte ritmado de las mandíbulas en el pasto.

Reverbera el sol
en la corteza
de los abedules

       Viernes

          Amanece orvallando. Tímidos pájaros cantan a la luz que tarda en expandirse por la aldea. Las hojas de los árboles rociadas de pequeñas gotas que se agrupan en el ápice y caen pesadas a la tierra. Lentamente se va desvaneciendo la tenue gasa de niebla atrapada en la arboleda o posada en las colinas… En la casa, el tictac del reloj, la luz mortecina que a duras penas entra por las ventanas, la luz artificial que se hace necesaria en esta oscura mañana de primavera, el silencio reinante moteado de amortiguados pitidos, silbos, trinos… 17º en el interior. 12º afuera. La mesa recogida del desayuno y ya preparada para la comida. La jarra a medio llenar con agua de manantial de la traída del pueblo. Un bolígrafo con el que acabo de anotar la lista de la compra. Un cuento infantil a mi derecha listo para contar a mi nieta en cuanto me llame por FaceTime desde London… Al frente, sobre la repisa de la ventana, una mariposa con cierto toque naíf pintada sobre una piedra arenisca regalo de la vecina que cuida la casa en nuestras prolongadas ausencias… Nadie aún en los caminos. Sólo el suave balanceo de las ramas del abedul en la leve brisa que llega del mar…

Día lloviznoso.
Volando a ras del suelo
las golondrinas.

Sábado

       Desde mediodía no cesa de llover, mansa pero continuamente. Ya discurre el agua por los surcos de los caminos, como venas abiertas que se derraman. Nubes vaporosas cargadas de finas gotas van empapando el bosque a su paso. Por los canalones desciende la lluvia como un manantial que va llenando el aljibe que ha de proveer el suministro doméstico y regar el jardín durante el largo estío que se avecina. No cabe más agua en las flores cerradas, ni en las macetas, ni en las espigas inclinadas,  ni en las hojas que la vierten sobre la tierra… En este atardecer perpetuo en que se ha convertido el día, el orbe se concibe y se alumbra con una luz ilimitada, indefinida, sin nombre aún, como en el albor de los tiempos.

Burbujas de lluvia
en los charcos del patio.
Pasa la niebla.

Mayo 2021

Domingo

             Amanece con niebla. Entre los pinos discurren las nubes que ascienden desde las huertas que riega el río en su vega media. Todo está quieto y en silencio. Ni siquiera el canto de los pájaros. Ni siquiera la brisa meciendo las ramas… En otros tiempos aquí hubo un mar. Leo en internet que hace más de 100 millones de años, durante el Cretácico, el nivel del mar estaba cientos de metros por encima del actual y vastas extensiones de tierra firme estaban inundadas por los mares, entre ellos el Mar de Tethys, antecesor del Mediterráneo, que cubría inmensas zonas de Europa y del norte de África.  Desde aquel lejano entonces el imparable transcurso del tiempo sigue evolucionando hacia un incógnito destino. Como el trasiego de esta niebla en su silente quietud…

Sube la niebla.
En el fondo del valle
canta un gallo.

Lunes

       Truena. Comienza a llover. Escasas pero gruesas gotas. Me cobijo bajo un pino y al poco hace su aparición un arco iris perfecto que dibuja un puente entre la sierra de las Coronas y la del Cajal que está enfrente. Todavía el cielo mantiene su alianza secular con la tierra. Todavía. ¿Tal los seres humanos? No deja de maravillarme la fidelidad de la naturaleza para consigo misma, humanidad incluida, aunque no sea correspondida en la misma medida por ésta. Me maravilla y me enardece de amor por lo salvaje, por lo indómito, lo que escapa al control y el dominio del hombre (“Todo lo bueno es libre y salvaje”, reza el título de un hermoso libro de Thoreau). Ante el fragor de la tormenta y la magnificente belleza del arco iris uno se siente minúsculo, frágil y a la vez protegido y a resguardo, como una criatura originaria. En el camino de vuelta se pega el barro al calzado, como una reminiscencia sagrada de lo que somos.

 Lluvia en las jaras.
Se cierne sobre el pinar
un cernícalo.

Martes

       Toda la mañana lloviendo. Mansa pero incesantemente. Lo veo en los charcos del patio, en las burbujas y los círculos de las gotas. Lo oigo en el discurrir del agua por los canalones que desembocan en el aljibe, en la caída del agua sobre las las ramas y las hojas aciculares de los pinos… Las sierras se cubren de nieblas pasajeras que se deslizan por las laderas o se remansan en las vaguadas… En lo alto se intuye el sol que se tamiza y se difunde en luz homogénea, sin horas, indiferenciada. Como la nube del no saber, que rezaba el título de un anónimo inglés del siglo XIV para describir la experiencia contemplativa. Contemplar, no saber… ¿qué decía el místico, nuestro místico renacentista Juan de la Cruz?:

“Entréme donde no supe
y quedéme no sabiendo,
toda ciencia trascendiendo.”

       En esta ignorancia innombrable se solaza el alma y se sacia del manantial que no se agota. El fruto de la nada, que diría el Maestro Eckhart, bienaventurado místico medieval.

       A esta hora de la tarde en que escribo va decayendo la luz, pero no la lluvia, que persiste en su inmaculada labor de fecundar la tierra.

Rebrota el almez.
En el rumor de la tarde
sólo la lluvia.

Abril 2021

Camina por el bosque absorto en sus pensamientos. La llamada tensa y airada que recibió ayer del director del psiquiátrico donde está internado su hermano, la queja permanente de su nonagenaria madre que sólo ansía ya morir, sin dolor, pero morir al cabo y abandonar para siempre este valle de lágrimas, la inesperada dolencia de su nieta que amaneció con fiebre y plagada de rojeces por todo el cuerpo -proceso vírico, le dijeron en urgencias, sin más-, la necesidad de que su hijo acabe ya la carrera y se ponga al frente del negocio, el peso de los recuerdos a una edad que avanza sin tregua y va dejando huellas en el rostro que cada mañana ve en el espejo, en los músculos y tendones que ya se resienten tras largas caminatas… le impiden recrearse en el paisaje que atraviesa como un autómata: la floración de los romeros y de las rosadas jaras que anuncian la primavera, los charcos que menudean en las oquedades de las rocas tras la escasa lluvia del domingo y reflejan en su fondo oscuro las nubes que llegan del oeste, las enormes piedras desgajadas de la meseta que se precipitan por el acantilado de pinos y arbustos, el roce coriáceo de los espartos que colonizan el llano, el graznido de los cuervos que sobrevuelan la estepa, el plumón amarillo de la oropéndola que sale veloz de su escondite, el canto aflautado del mirlo cruzando la enramada, la niebla que desciende por la ladera de la sierra y se esfuma, el sol poniente tamizado por las nubes… Sale de la espesura del bosque y desemboca en un claro de grandes losas calizas en las que se abren largas y profundas grietas que van cuarteando paulatinamente la placa mesetaria. Se asoma al borde donde se desprenden las moles rocosas y observa con asombro las minúsculas flores rojas de un lentisco que ha agarrado en la sima de una grieta, en el límite entre la planicie y el abismo, suspendido en las alturas sobre lo profundo del valle donde se espejan las aguas esmeraldas del embalse. Por unos instantes, por un sublime momento inefable, sale de su ensimismamiento y se convierte él también en el florido lentisco que contempla. Emprende el regreso. Aminora el paso para degustar la travesía con otros ojos, con otros oídos, con otro olfato, aunados todos los sentidos en la misma percepción, inmerso y fundido con la naturaleza. Ya en casa, sentado en su escritorio, abre su cuaderno, desenfunda su estilográfica y escribe, corrige, reescribe… Pausa. Abandona, da un breve paseo por el jardín, respira el aroma de los bancales que circundan la casa… Regresa. Retoma el pulso de la escritura y concibe y alumbra al fin. Sólo tres líneas, tres mínimos versos que expresen el éxtasis mudo del asombro. Solo.

Canto de perdices.
En la tierra mojada,
caracoles blancos.

Marzo 2021

(En La Geja, mi solitaria casa en el corazón de la Sierra de las Coronas -Ojós, Murcia-, son muy frecuentes, sobre todo en invierno, los temporales de viento que llegan a durar hasta tres días consecutivos. La casa, ubicada en el Cañadico de La Geja (antigua variedad de trigo que hoy ya no se cultiva), sufre las embestidas del viento que campa por sus fueros a lo largo de la cañada y se estrella contra sus altos muros rectilíneos).

 

El viento aullando por las ventanas,

                                                       entrando

             por las aberturas de la casa,

                                                               bramando

       en las ramas desnudas,

en las acículas de los pinos,

en la hojarasca, en los cerrojos,

en las ranuras, en los cristales

en las aristas, en los balcones,

en las barandas,

en los tejados…

llamando incesante en agitada espiral

con su aldaba invisible,

con su lengua inquieta

que no alcanza el alma a descifrar.

 

Insomnio.

Noche sin luna.
El silbido del aire
por las rendijas.