Archivo de la categoría: Una flauta de bambú para Buda (Rogelio «Viento»)

Ni flauta ni Buda

Cada vez más, me da la sensación de que cargo con demasiadas palabras. Aún llevo el lastre de mi aprendizaje, es decir, de mi condicionamiento, o, lo que es lo mismo, de mi separación. He usado y abusado de los cinco sentidos y de la mente para fragmentar todo lo que se me presentaba, todo lo que me rodeaba y seleccionar aquella parte que me agradaba, que me resultaba familiar, que no me hacía sufrir en un pequeño instante o que podía escoger sin miedo. Entonces, desde esa pequeña parcela de existencia, valorada por mí como la correcta o la adecuada, traté de vislumbrar la vida. ¡Una locura!

“Lo que acumulas, puedes ser tuyo, no puedes ser ”, dijo un sabio. Mis pensamientos, mis emociones, mis anhelos, mi conocimiento, mi personalidad… Todo acumulado durante años y años, reforzado y anclado a un ser que nada sabía de esto que llamamos vida, pero que era la manifestación exacta de la Vida, en plenitud. Capa tras capa, me “fui vistiendo de no sé qué ropajes”[1], abrazando aquella personalidad o, como decían los griegos, “máscara”, la más apropiada para el teatro de la vida, sin poder llegar a saborear de verdad ese misterio que no nace y que no muere, como decía el Tao Te King.

Por todo ello, en esta última entrega, me gustaría encauzar la conciencia hacia dos aspectos fundamentales en el camino del haiku y el de la Vida, puesto que uno es el reflejo del otro: el silencio y la unidad. También la unidad se halla en el silencio y el silencio se alcanza en la unidad, ya que, cuando uno deja de identificarse con lo acumulado, cuando uno deja de usar esta mente analítica y divisoria, sólo entonces, aparece la unidad, la no separación, indispensable para conocer la vida tal y como es, aquí y ahora; indispensable para trascender la individualidad; indispensable para ser un reflejo exacto de las interconexiones que la existencia y el haiku nos hacen experimentar. Ser sin acumular, investigando esta Vida a cada instante…

Por todo esto: ni hombre ni intelecto ni palabras ni versos ni flauta ni bambú ni Buda…

De corazón a corazón. ¡Ha sido un verdadero placer!

Para el beneficio y la felicidad de todos. Para mis amigos de “El Rincón del Haiku”.

Viento.

[1] JIMÉNEZ, J.R., “Vino primero pura”, en Eternidades.

 

EL PUENTE

A veces, es un misterio hacia dónde corremos. Pero, en la mayoría de las ocasiones, nos dirigimos como flechas hacia un lugar conocido. Ya hemos estado allí: es la manifestación de la rutina o la necesidad, impulsándonos hacia nuestras imposiciones, personales o sociales. Siempre corriendo, siempre atareados, siempre ante el mismo esfuerzo cotidiano, desde el punto “a” al punto “b”, en un eterno retorno, hasta el día en el que ya no se repita nunca más. Generamos ese camino. Y lo atravesamos una y otra vez, una y otra vez, hasta que prende, hasta que nos quema, hasta que las rozaduras llegan a doler. Ese único puente se transforma en el pequeño mapa de nuestra existencia. Mientras, el tiempo pasa.

Resulta que, en ese camino, hay algo que obviamos y a lo que jamás deberemos dar lugar: preguntar. Sin preguntar, sin cuestionar, sin dudar…, esto es, sin buscar, jamás volvemos a crecer. La vida nos llevó por el camino del crecimiento, dándonos este cuerpo en el que se manifiesta; pero nosotros no hemos sabido aprender de su enseñanza y nos hemos negado la posibilidad de seguir creciendo por dentro, porque, “preguntar era de tontos”. Sencillamente, los caminos estaban marcados, las pistas construidas, las puertas abiertas: nosotros solo debíamos cruzarlas una y otra vez como relámpagos, de aquí para allí, sin preguntar nada. Mientras, el tiempo pasa.

Sin embargo, la Vida está prestando atención a cada mínimo ser y a cada mínimo instante de nuestra existencia, siempre presente, siempre manifestándose. Pero nosotros nos hemos impuesto otro ritmo distinto, otro ámbito, en pos del dinamismo y de la necesidad, en un remolino que arrastra una multitud de objetos pesados y de lastres para nuestra propia vida. Mucho peso, mucha velocidad. En realidad, ya apenas percibimos el puente que cruzamos, porque es un mero trámite, e, incluso, si llegara a desaparecer, lo agradeceríamos. Mientras, el tiempo pasa.

Pero, mientras el tiempo pasa, hay otra posibilidad. No solo cruzar el puente, sino ser el puente. De hecho, ya lo somos: somos el puente de la Vida, somos por donde “pasa la Vida”, por donde circula, por donde avanza, por donde se manifiesta, por donde vive. Somos la Vida, en plena manifestación, en una plataforma tan compleja que puede llegar a olvidarse de que es la Vida y puede llegar a desterrarse de su propia expresión: crecer, sentir, fluir, unir… ¿Nos atreveremos a mirarla de frente?

¿Qué es haiku? Aquí y ahora, toda la Vida.

Para el beneficio y la felicidad de todos.
Para mis amigos de “El Rincón del Haiku”.
Viento.

 

Dos hojas

Siempre, dos hojas, una distancia proporcionada y, nuevamente, dos hojas. Nunca me explicaron el motivo por el cual surgen de esta forma, por todas partes, en cada rama: me explicaron para qué nos sirven y cómo algunas deben caerse y alejarse de sus árboles y otras, no. Pero, ni tan siquiera a eso le dieron una respuesta que pudiera comprender.

Caen las hojas…

Dentro, en lo profundo,

contemplo al Buda[1]

Sé que esta estructura no depende de la lógica humana, ni de nuestra cultura, ni del artificio de nuestra ciencia; no es muestra de ninguna ideología, sensibilidad o continente. Sé que antes y después de cada uno de nosotros y, en cualquier parte del planeta, la vida se manifestará así: siempre, dos hojas.

Es algo tan nimio, que quizás no debiéramos detenernos a contemplarlo: son solo dos hojas y: ¿qué podrían enseñarnos?¿Acaso tendríamos que enfocar nuestra atención, intelecto y emoción en ello?

Y, sin embargo, no puedo dejar de contemplar lo que no puedo comprender.

En cada árbol y en cada rama hay una conciencia, que parece no estar basada en el azar. Es una forma y un mensaje silencioso que crece por todas partes. Tan sólo el viento logra sacarle su voz… El resto del tiempo, es sólo el silencio lleno de vida.

Una hoja se despliega hacia una dirección; la otra, hacia la contraria. Ambos lados coexisten en perfecto equilibrio, en constante armonía: se necesitan. Parecen dos hojas distintas, pero: ¿acaso no proceden de la misma vida que las alimenta? ¿Acaso no poseen más similitudes que diferencias? El árbol sólo sabe que deben existir para que él exista, porque, en su constante equilibrio se halla la manifestación de la vida.

Este silencio lleno de energía es un mensaje constante de la armonía que nos rodea: sin palabras, sin explicaciones, sin intelecto, sin reflexión. Tan sólo tal cual es, porque, la vida ya posee toda la armonía y todo el equilibrio en cada ápice de su apariencia. Está inscrito en cada forma que nos rodea, pero, a veces, son cosas tan pequeñas, tan minúsculas, tan nimias… Y nos habían enseñado que sólo a las cosas “grandes e importantes” había que prestarles atención. Aún siendo sólo dos hojas: ¿no deberíamos enfocar nuestra atención en cualquier manifestación de esta vida que se hace visible a cada instante?

A solas, inadvertido,

el brote de bambú

se convierte en bambú[2]

Vivimos en un mundo hecho de equilibrio, de armonía, de proporción… por todos lados: más allá de nuestras doctrinas y nuestras teorías, de nuestras culturas y nuestra espiritualidad, pensemos lo que pensemos. Porque la vida no precisa de nuestro pensamiento para ser como queremos que sea. Ya es como es, estemos donde estemos: perfecta, equilibrada y armoniosa.

¡Mira las hojas! ¡No hay nada que decir!

Para el beneficio y la felicidad de todos. Para mis amigos de “El Rincón del Haiku”.

Viento.

[1] Traducción de Vicente Haya, “Las hojas caídas”, en Taneda Santoka. El monje desnudo. 100 haikus, Miraguano Ediciones, p. 64.

[2] Traducción de Vicente Haya, “El hombre y el mundo”, en Taneda Santoka. El monje desnudo. 100 haikus, Miraguano Ediciones, p.193.

LA MELODÍA DE LA TIERRA Y EL CIELO

Desde que nuestra vida se hizo una con este viento que recorre el mar y los bosques; desde que todas las criaturas que nos rodean se mezclaron y se confundieron con nuestras emociones, pensamientos y recuerdos; desde que nuestros sentidos se fundieron con este mundo, el infinito siempre ha sido nuestro hogar. Pero quizás por sus innumerables cambios, por nuestras limitaciones o por las luchas y controversias de nuestro ego, no hemos podido vivir en él. El cielo es lo que se encuentra arriba y la tierra, abajo: tal fue el veredicto de nuestra lógica y, ¿cómo contradecir a la Lógica? ¿Cómo atrevernos a ser ilógicos? Nosotros, seres efímeros en un mundo efímero, nada teníamos que ver con toda la infinitud que nos rodea: tan solo debíamos pensarla, añorarla o maldecirla, tan ajena a nuestro intelecto como un espejismo. Luego, pudimos constatar que apenas algunas explicaciones eran las recompensas de esta lógica: que el amor, la vida y la muerte no podían ser limitadas dentro de ella, pero ya el camino estaba trazado y la enseñanza, transmitida.

nos mudamos de una tina
a otra tina…
¡Cuánta palabra sin sentido![1]

Por suerte, no todos los caminos fueron una cárcel.

Hay un Dō, una Vía, que no puede ser limitado por un sistema de premisas lógicas inventadas por el ser humano. Hay un Dō, una Vía, que nutre y se nutre de la infinitud y de lo absoluto, desde antes de nosotros y por siempre. Hay un Dō, una Vía, que no desgrana la realidad como el caer de las hojas marchitas. Hay un Dō, una Vía, que se mantiene, tal cual es, y nos envuelve constantemente, en una comunión perfecta, con la única coordenada capaz de abrirnos la puerta a su conocimiento: aquí y ahora, la única encrucijada real, el único ámbito donde puede darse esta vida y esta muerte.

No existe ningún vacío entre el Cielo y la Tierra, no existe separación alguna entre lo finito y lo infinito y, cada paso que damos, es una muestra de nuestra permanencia en tal unión. ¿Quizás preferiríamos poder contemplar toda esa presencia hasta su último punto? Pero, es infinito…, ¿dónde podría encontrarse su principio o su final? ¿Acaso no es suficientemente bello un atardecer, un amanecer o una flor que otorga su fragancia en su período oportuno? ¿Y cuánto duran? Hay tanta belleza en su efímera existencia…

Yo, ahora, aquí,
el azul de un mar
que no tiene límites[2]

No pedir más, sino ser portador de la misma belleza que nos rodea. No deshojar, no desgranar, no desmembrar esta realidad con un análisis lógico de las cualidades que acordamos entre los humanos, sino caminar en perfecta unión, como la Tierra y el Cielo, sintiendo lo efímero en lo eterno, la muerte en la vida y la vida en la muerte: contentándonos con poder vislumbrar un pequeño fragmento de lo que siempre fue, es y será, rebosante de amor por ello.

Solo si tu vida
es algo no sabido
el canto del misosasai[3]

El don de vivir en la eternidad nos está siendo dado en cada instante, rodeado de criaturas hermosas, impactantes, aterradoras y enigmáticas … ¿No merece todo esto nuestra atención? Tenemos la posibilidad de sentir todo el universo, pero vivimos aferrados a nuestro miedo:

“Tened abiertas las manos y toda la arena del desierto pasará por ellas. Cerradlas y sólo conseguireis unos pocos granos.”[4]

Este cuerpo no retiene el aire que precisa para vivir, pero nuestra mente sí retiene cada pensamiento compulsivo como si la vida se le fuera en ello… Deja de perseguir, deja de luchar: ya estás en la parte del infinito que te ha sido dada experimentar. Tan sólo permítete escuchar esta melodía de la Tierra y el Cielo:

Bajo la Vía Láctea
danza en plena noche
borracho perdido.[5]

Para el beneficio y la felicidad de todos.
Para mis amigos de El Rincón del Haiku.

Rogelio «Viento».

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[1] KOBAYASHI, ISA, en Aware. Iniciación al haiku japonés, de Vicente Haya, “88. EL haiku nos invita a comenzar un viaje”, en “Parte V: el haiku es un camino de extinción del “yo””, Kairós, Barcelona, 2013, p.292.

[2] Traducción de Vicente Haya, “El mar”, en Taneda Santoka. El monje desnudo. 100 haikus, Miraguano Ediciones, p. 113.

[3] Ibidem, p.54

[4] DOGEN ZENJI,                                                        http://akikazeakizuki.blogspot.com/2010/11/tened-abiertas-las-manos-y-toda-la.html

[5] SANTOKA, Taneda, Op. Cit., p.41

SIN OBSTÁCULOS

Las formas entran al corazón de la mano de la luna y el sol. Si el don está presente, viviremos abiertos a ellas, como flores que reciben un nuevo día. La luz es nuestra guía y nuestra maestra: nos va mostrando con dulzura el ritmo de la existencia: desde la sutil presencia de cada albor, pasando por la intensidad precisa de su cénit, hasta la sublime desaparición y el ocultamiento, que todo lo unifica… ¡Qué similitud con la vida posee el paso diario de la luz! Podría decirse que nos otorga la posibilidad de ir aceptando y comprendiendo la belleza de lo efímero de cada existencia.

El único enemigo del corazón, como siempre, es la inconsciencia de la rutina, la repetición diaria y el enfoque egocéntrico.

Un pez salta y su belleza atrapa nuestro corazón: la luz nos lo ha mostrado junto al mar, al cielo, a las nubes… ¿Cómo no llegar a sentir que somos uno?¿Que no estamos conectados? Y, sin embargo, aceptamos y postulamos que somos seres individuales, con un camino o propósito individual. El puente desde el que conectamos con toda la existencia siempre ha estado tendido, por eso a veces olvidamos que lo estamos transitando, que formamos parte de él, que somos él.

No hay un mar y un ser separados; ni un pez y una persona desconectados: todo se está produciendo aquí y ahora, mientras se va difuminando hacia la desaparición. Es un hermoso viaje en un teatro de sombras. No podemos saber qué factores mueven y organizan esta existencia, pero, para sentirla y disfrutarla, solo hay que dejarla ser tal y como es, dejando que se manifieste esta rutina de la eternidad que también está en cada uno de nosotros:

“ Toda la luna y todo el cielo se reflejan en una gota de rocío en el pasto, en una gota de agua. La iluminación no perturba a la persona, así como la luna no perturba el agua. Una persona no obstaculiza la iluminación, así como una gota de rocío no obstaculiza la luna en el cielo”[1].

En todas las religiones existen las figuras y los mitos solares. A lo largo de todo el planeta, nuestra especie siempre ha reverenciado a la luz, de hecho, hasta la hemos copiado, enorgulleciéndonos de nuestro pequeño logro. Pero el cuerpo y el corazón de cada persona siente algo distinto ante un amanecer o ante cualquier ocaso que no puede ser reproducido electrónico. El ser humano no está hecho para convivir con ello diariamente; pero sí lo está para sentir la comunión que nos otorgan la luna y el sol, para aprender de su nacimiento y su declive, de su tránsito, de su aparición y su ocultamiento, de su intensidad y de su debilidad…

Nacer en la luz, junto a todo; morir en la luz, junto a todo. Mientras tanto: esta canción en el corazón.

Para el beneficio y la felicidad de todos mis amigos de “El Rincón del Haiku”.

Viento.

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[1] DOGEN, Eihei, Genjo-koan (La realización del asunto fundamental), en https://www.oshogulaab.com/ZEN/TEXTOS/Genjo-koan.html

 

LA MELODÍA DEL GRAN CORAZÓN

El impulso del corazón es imparable. Nunca hubo ni habrá nada que contenga tanta energía, tanta pasión y tanta capacidad transformadora. Aquello que llegue a rozar al corazón, será perseguido por él una y otra vez, puede que durante una vida entera, hasta que deje de latir. Nuestra emoción es nuestro impulso: nuestro movimiento.

¿Qué nos emociona? ¿Un coche, un trabajo, una casa o un viaje? El mundo nunca fue tan pequeño entonces. Quizás alguien nos haya dicho que esas cosas son las más emocionantes que podríamos encontrar.

Todavía queda vida

en el cuerpo

que estoy rascando[1].

Desde luego, nadie nos aseveró que rascarnos debería ser considerado como algo emocionante. Así que le arrancamos a nuestro corazón ese pedacito que quizás una vez tuvo. El cuerpo debía ser lucido, vestido, paseado, engordado y gozado: nos lo mostraron, nos lo dijeron, nos lo repitieron durante tanto tiempo… ¿Cómo pensar que habría algo más?¿O algo menos?

Con eso tengo más que suficiente

barrer las hojas caídas[2].

Hubo un tiempo en el que pisamos las hojas caídas por primera vez, entonces crujieron y, ese sonido, esa conexión entre nosotros y el mundo, nos asombró: sentir algo nuevo en el mundo por primera vez nos colmó. Y nuestro corazón se alegró y sonrío y, con él, todo el cuerpo. Aún lo podemos contemplar en los niños, cuando viven esa misma experiencia, no desde las ideas, sino desde la vida misma: para nosotros, los cultos, los que nos envolvemos en estas letras, ya sólo es un recuerdo perdido. Le quitamos al corazón ese pedacito que quizás una vez tuvo, se lo empañamos con nuestra “idea” y la dejamos anquilosarse en nuestra mente, para que esa emoción nunca pudiera volver a fluir por nosotros, como una charca de agua sucia en la que nadie puede volver a contemplarse ni a sumergirse. Nadie nos mostró cómo pisar las hojas caídas debía de ser vivido como algo emocionante, siempre: sencillamente, nos enseñamos unos a otros a arrancar y a empañar cientos de trozos del corazón, como un único atardecer.

El sol, la luz, el viento, los árboles y los animales cambiaron y cambiarán junto a las hojas secas y, mientras vivamos, nosotros podremos cruzar ese momento del universo, cuando venga, con cientos de crujidos: ¡cruzar el universo crujiendo…!

Así, tal cual,

como hierbas que son,

los brotes se abren[3].

Otras existencias son portadoras del silencio, esa puerta hacia lo absoluto. Están rebosando vida, pero su naturaleza es modesta y sencilla: no hacen gala de nada, no hay vanidad en ellas. Son como son, porque ser ya es todo: ¿qué más esperar? ¿Qué más desear? Pero, si aceptásemos esto, toda nuestra vida y sociedad se derrumbaría ahora mismo: “¿sólo ser?”. Sólo ser, así tal cual: “como hierbas que son”, “como humanos que son”, “como estrellas que son”, “como nubes que son”… ¿Acaso no les basta a las estrellas existir tal cual son para hincharnos el corazón al contemplarlas? Esas luces eternas en el cielo siguen cada noche rozando nuestro corazón.

Pero nadie nos mostró cómo vivir emocionados ante las hierbas, ante el crujido de las hojas ni ante la vida que fluye por el propio cuerpo: arrancamos esos pedacitos del corazón o los empañamos con ideas de cotidianidad y menosprecio. Nos dijeron, nos aconsejaron, nos encandilaron, nos chantajearon con otros objetivos, otras metas y otras patrañas. Como si nunca vivir hubiera sido suficiente. Pero vivir y morir es el único y gran misterio; y es el único, porque la vida y la muerte son lo mismo y no están separadas una de la otra, sino dándose al unísono, como una sola melodía en cada una de las existencias, aquí, ahora mismo:

Dentro de la vida y la muerte

la nieve cae incesantemente[4].

¿Cuántos trozos de nuestro corazón sobreviven empañados? ¿Cuántos han sido arrancados? ¿Qué tipo de vida tendremos en el mundo con un corazón tan pequeño? Minúscula, miedosa, insegura, desconsolada… No vemos que portamos un corazón tan grande como el universo, que puede albergar dentro todo cuanto existe, porque todo le hace o le ha hecho vibrar al rozarlo: un picor, una hoja, una hierba, la nieve…

Es la melodía del gran corazón, donde todo cabe, la que se está produciendo aquí y ahora.

Para el beneficio y la felicidad de todos mis amigos de “El Rincón del Haiku”.

Viento.

 


[1] SANTÔKA, Taneda, en “Final”, en Saborear el agua. Cien haikus de un monje zen, Poesía Hiperión, traducción de Vicente Haya y Hiroko Tsuji, p. 153.

[2] Ibídem, “Rito cotidiano”, p. 135.

[3] Ibídem, “Contemplación”, p.69.

[4] Ibídem, “La puerta”, p.34.

UNA MELODÍA EN DESCOMPOSICIÓN

A veces nos olvidamos de qué somos realmente. Es entonces cuando nos sentimos pletóricos o indignos de nosotros. Nos avocamos así a sobrevivir en los extremos de la existencia, en aquellos lugares o parámetros con los que nos han enseñado a etiquetar todo cuanto existe a nuestro alrededor: blanco, negro, felicidad, tristeza, éxito, fracaso… El consabido paso que se ejecuta a continuación solo posee dos posibles alternativas: aferrar o rechazar, en función del extremo que estemos pululando. Necesitamos sacarle el mayor provecho a nuestra existencia.
Y es que, a veces, nos olvidamos de qué somos realmente. Porque, sacarle el mayor provecho a nuestra existencia significa que aún no lo tiene; que aún no se lo hemos otorgado; y que siempre habrá algo más que tengamos que hacer para poder alcanzar nuestra “mejor meta”… Siempre será el momento de hacer “algo por algo”: “algo para salir de esto” o “algo para seguir como hasta ahora” o “algo para mejorar eso”. Jamás se nos pasará por la mente que merezca la pena contemplar qué ocurre a nuestro alrededor, sin más, siendo un testigo agradecido en medio de un prodigio: cómo nacen las flores del jazmín o cómo las hormigas se alimentan del cuerpo de una abeja muerta… Esas cosas, claramente, nos estorbarían en nuestros esfuerzos por alcanzar nuestros propósitos. Justamente, porque aún no somos lo que tenemos que ser…

Otras veces, no nos olvidamos de qué somos realmente.

No tengo dinero, no tengo cosas, 
No tengo dientes…
Estoy completamente solo1

¿Acaso el dinero que poseemos ahora se quedará con nosotros? ¿Acaso las cosas que protegemos no se desgastarán? ¿Acaso nuestro cuerpo no irá mermando sus facultades? ¿Hasta dónde, hasta cuándo queremos que nuestras “cosas” y nuestros “logros” persistan? ¿Por qué correr tras ellos como locos? ¿Por qué nos hemos de sentir vacíos sin ellos? Tan sólo deberíamos de sentir con el corazón esta melodía que se está descomponiendo.
Deberíamos sentarnos, “completamente solos”, sin miedo de convivir con nosotros mismos y lo que somos, y comenzar a apreciar verdaderamente este conjunto del que formamos parte: sin olvidar un solo instante qué somos realmente. Somos Todo lo que existe, porque Todo lo que existe es Una misma cosa: Existencia, Energía,

Buda, Dios… No importa el nombre que le queramos dar… ¿Acaso hay algo “fuera” de este Universo?¿Algo que no sea ya este Universo?

El Tao que puede ser expresado
no es el verdadero Tao.
El nombre que se le puede dar 
no es su verdadero nombre.
Sin nombre, es el principio del universo; 
y con nombre, es la madre de todas las cosas2.

Entre otras notas, que flotan en esta brisa, nos estamos descomponiendo: ¿qué alcanzar?

¿Esperar qué?
Día a día se amontonan 
las hojas caídas3

Estas pocas palabras han sido escritas pensando en esos momentos en los que olvidamos qué somos, realmente. Quizás, en ese instante, podamos sentir un haiku.

Para el beneficio y la felicidad de todos mis amigos de “El Rincón del Haiku”.

Viento.

 

1 SANTÔKA, Taneda, en “Soledad del hombre”, en El monje desnudo. 100 haikus , Miraguano Ediciones. Libro de los Malos Tiempos, edición y tra-ducción de Vicente Haya, Akiko Yamada y José Manuel Martín Portales, p. 35.
2 Lao Tse, Tao Te King .
3 SANTÔKA, Taneda, en “Las hojas caídas”, en Idem , p. 63.

APRENDER DE LAS NUBES

Quizás uno de nuestros grandes logros sea aprender de las nubes. “Ahora estoy aquí”. ¿Qué más podríamos atrevernos a sentenciar con firmeza?

Nubes que salen

de ninguna parte

nubes de otoño[1]

¿Acaso tenemos alguna idea sobre nuestro origen, alguna aseveración irrefutable sobre nuestro deambular por esta tierra? ¿Qué firmeza podría haber en ello? Volubles, cambiantes y hechos de innumerables formas sorprendentes e inauditas. Somos como el viajero, consciente de que desconocerá su verdadero rumbo mientras viva:

Está lloviznando

No hay quien lea

la señal del camino[2]

Hoy, aquí. No hay nada más: nuestra vida son tres versos. El resto, una ilusión. Nuestro viento no dejará de soplar, de empujar, de llevar, de transformar: ¿acaso no somos ya nubes? No podremos aferrarnos a ninguna cumbre, a ninguna copa, a ningún valle ni a ningún ser. Viento, viento, viento… Entonces, ¿a qué le llamamos “yo”? ¿Dónde está nuestra firmeza?

Los antiguos ya vieron nuestra realidad: Anatman. No hay un “yo” sólido, fijo e inmutable que nace y muere; hay un sólo Ser, Absoluto y Único, que podemos vivenciar y del que siempre hemos sido parte y jamás dejaremos de serlo, porque esta energía que nos alimenta es la Energía que alimenta al Universo, al Todo, a Atman, a Buda…

Durante todo el día

sólo me encontré

con demonios y budas[3]

Mientras lo hacemos, avanzamos tan insustanciales, tan cambiantes y tan polimórficos como un mundo de nubes. Contemplemos aquí y ahora esa parte del fluir que nos está siendo dada, con toda su belleza y sacralidad, con toda la energía que anima al universo y que se despliega en cada movimiento y en cada cambio. Una miríada de mezcolanzas, esencialmente conectadas, sin ninguna individualidad aislada, sin principio ni fin. Así pues: ¿qué firmeza puede haber en mí más que en la de una nube?

Estoy calado por el agua

que esa nube ha dejado caer[4]

Agua en la nube. Agua en el hombre. El tránsito de la nube. El tránsito del hombre. El cambio en la nube. El cambio en el hombre…

Y, por fin, ¡el don de aprender de una nube!

También la nube que flota

en el cielo de otoño

se acaba quedando a solas[5].

 

Para el beneficio y la felicidad de todos mis amigos de
“El Rincón del Haiku”.

Viento.

 

[1] SANTÔKA, Taneda, en “Las nubes”, en El monje desnudo. 100 haikus, Miraguano Ediciones. Libro de los Malos Tiempos, edición y traducción de Vicente Haya, Akiko Yamada y José Manuel Martín Portales, p. 121.

[2] SANTÔKA, Taneda, en “La lluvia”, ibídem, p. 79.

[3] SANTÔKA, Taneda, en “El Buda”, ibídem, p. 67.

[4] SANTÔKA, Taneda, en “Lluvia”, en Saborear el agua. Cien haikus de un monje zen, Poesía Hiperión, traducción de Vicente Haya y Hiroko Tsuji, p. 63.

[5] SANTÔKA, Taneda, en “Contemplación”, ibídem, p. 87.

 

LA MÚSICA CALLADA

Ahora en el mundo hay más silencio. Quizás sea el tiempo de escuchar la música callada en la que otros antes de ti y de mí desaparecieron, como el vuelo de un ruiseñor en el cielo:

Silencioso

y elegante el vuelo

del ruiseñor[1].

Aprender a no dejar nada, a no llenar nada; aprender a sentir, sin más, la existencia, con todo su propósito y misterio. Podemos estar recibiendo la mayor lección de silencio que nuestra raza pueda albergar:

Todo el día

en silencio se sienta

un viejo santo[2].

Una hora, una mañana, un día… El camino siempre ha estado aquí y seguirá, tal cual es, porque no necesita de nada para existir y es el marco de todo lo que ya es. Es el vuelo de un ruiseñor y es un viejo santo sentado. Es una profundidad insondable, más allá de cualquiera de estas insustanciales palabras:

Ahí, en el aliento silencioso, es donde vive el alma[3].

Sintamos la música callada que está siendo tocada por todo cuanto existe, en este preciso momento, en este preciso lugar. Esta extraña quietud obligada quizás pueda otorgarnos un don:

Tu vida del pasado fue un frenético

huir del silencio.

Ahora está saliendo

la silente luna llena[4].

Ánimo y mucha fuerza para todos mis amigos de El Rincón del Haiku en este trance tan difícil.

Viento.

 

[1] “Haiku probable de Busón”, en palabras de Kodo Sawaki, en El Zen es la mayor patraña de todos los tiempos.

[2] “Haiku de Shiki”, extraído de Kodo Sawaki, en El Zen es la mayor patraña de todos los tiempos.

[3] “¿Bastan estas palabras?”, de Rumi.

[4] “Quietud”, de Rumi.

 

SIEMPRE POR PRIMERA VEZ

– “¡Esto ya lo hago hasta con los ojos cerrados…!”

– “¡Esto me lo sé de memoria…!”

– “¡Estaba pensando en mis cosas…!”

Con ojos cerrados, con la memoria y con mis cosas…, así es cómo vivimos en este eterno mundo cambiante del que apenas podemos dar cuenta. Recluidos en un lugar donde nunca podrá entrar la luz nueva de cada día; donde recordaremos haber escuchado siempre el mismo trinar; donde no habrá mar ni montaña que no sea insignificante ante cualquiera de nuestras cosas…

“La costumbre es nuestra segunda naturaleza”, nos reveló Cicerón y, de sociedad en sociedad, de padres a hijos, es el soporte vital que se ha de transmitir como el más preciado tesoro. La costumbre del lenguaje, la costumbre del trabajo, la de los horarios, la de nuestra ética, la de nuestros hábitos, la de nuestros duelos… Viviendo siempre en esta segunda naturaleza.

Estas sombras de las sombras de otras sombras ancestrales que perpetuamos y defendemos como nuestras verdaderas elecciones vitales se proyectan sobre todo lo que nos rodea, dejando en penumbra justamente “esto”: lo que existe verdaderamente aquí y ahora mismo.

Desde la sombra, contemplaremos la montaña, que nunca recorreremos. Desde la sombra, escucharemos el canto de un pájaro, que jamás buscaremos. Desde la sombra, veremos las flores abrirse y cerrarse cada día, sin oler sus fragancias ni convivir con los ciclos de la naturaleza . Desde la sombra, acariciaremos la mano de la persona que amamos…

Enfermos de sombra, enfermos de costumbres, enfermos de pensamientos que siempre portamos con nosotros, ¿no ha sido ya demasiada pesada la carga durante todo este tiempo?

¿Y si pudiésemos soltarla aquí y ahora? ¿Y si pudiéramos abandonar nuestra “segunda naturaleza”, aquella en la que nos ubicaron y nos enseñaron a identificar como propia?

Desde la primera naturaleza, donde el sol brilla por primera vez, donde la ola rompe por primera vez y donde el jazmín nace por primera vez, otras voces nos están llamando…

Los hombres blancos piensan tanto, porque para ellos el pensar se ha convertido en un hábito, una necesidad y una carencia. Tienen que continuar pensando. Sólo después de muchas dificultades logran realmente no pensar y, en vez de esto, viven de una vez con su cuerpo entero. A menudo viven únicamente con sus cabezas, mientras el resto de sus cuerpos está profundamente dormido, aunque caminen, hablen, coman y rían mientras tanto. Crear pensamientos (el fruto del pensar) le mantiene esclavizado, intoxicado por sus propias reflexiones. Cuando el sol está brillando, él piensa todo el tiempo cuán bellamente brilla.

Pero cuando el sol brilla, es mejor no pensar absolutamente nada. Un hombre sabio extendería sus miembros a la cálida luz y no produciría ni un pensamiento mientras tanto. Él no absorbería únicamente el sol en su cabeza, sino también con sus manos y pies, su estómago, sus tobillos y todos sus miembros. Dejaría que su piel y sus miembros pensaran por él, pues esas partes piensan también, aunque no del mismo modo que piensa la cabeza
[…] La mayor parte del tiempo es un hombre cuyos sentidos viven en discordia con su espíritu, un hombre dividido en dos mitades1.

Vivir siempre por primera vez, con todo nuestro ser, fuera de las sombras, fuera de nuestro aprendizaje, entre los susurros, los trinos, las voces y las lunas de nuestra primera naturaleza: naciendo a cada instante, sin llevarnos nada de uno a otro, porque, sencillamente, nada tenemos que nos pertenezca. Este es el camino.

Mediante la práctica, mantenemos sencillamente nuestra naturaleza original tal cual es. No es necesario intelectualizar acerca de lo que es nuestra naturaleza pura original, porque está más allá de nuestra comprensión intelectual. Y no hay ninguna necesidad de apreciarla, porque rebasa los límites de nuestra apreciación.
[…]
El mejor camino para llegar a una perfecta serenidad es olvidarlo todo. Entonces la mente está en paz y tiene amplitud y claridad suficientes como para ver y sentir las cosas tal como son sin ningún esfuerzo. La mejor manera de lograr la serenidad perfecta consiste en no retener ninguna idea de las cosas, sean cuales fueren; olvidar todo lo referente a ellas y no dejar rastro alguno o sombra de pensamiento2.

Para alcanzar nuestra naturaleza original, debemos caminar con mente de principiante: ¡soltémoslo todo, pues nada fue nunca nuestro! ¡Ni nuestro cuerpo, ni nuestras ideas, ni nuestras vidas…! Dejemos que el cuerpo viva por completo a través de cada olor, de cada imagen, de cada sonido, de cada roce y de cada sabor, siempre por primera vez.

Para la paz y el beneficio de todos mis amigos de El Rincón del Haiku.

Viento.

1 Tuiavii, “La enfermedad del pensamiento profundo”, en Los Papalagi .

2 Suzuki, S., Mente zen. Mente de principiante .