Archivo de la categoría: Con-des (Carlos Rubio)

Julio 2024

CONSTRUIR

¡Ah, jacarandas,
jacarandas de Málaga!
Las jacarandas.

DECONSTRUIR

Este poema me lo inspiró una foto enviada amablemente por Susana Rodríguez, una alumna malagueña. En contra de lo que parezca, los tres versos de este haiku son algo más que una expresión admirativa de la belleza de estos árboles en flor. Son, más bien, el resultado de un impacto visual que traduce la vivencia del estar asociado a un lugar (a Málaga). De hecho, mi primera tentativa de haiku, al contemplar extasiado esta foto, fue esta:

Ahí están,
Las jacarandas de Málaga.
¡Ah, jacarandas!

Me pareció, sin embargo, que el verbo “estar” era redundante en este último haiku. Lo rehice y me salió el que ahora envío como mi modesta aportación a los amigos de El Rincón para este mes de julio. Porque el haiku es, ya de por sí, poesía del estar, así que este verbo de “estar” estaba de más. Y, por dar más razones: porque me gustan los haikus con el mínimo de adverbios posible. Y de adjetivos. Y de verbos.

    El haiku es poesía de nombres, de sustantivos (también de topónimos), percibidos a la luz del relámpago del estar, a percibidos por la resonancia de los truenos de sensaciones. Por eso, tal vez, en otros haikus míos,  o en traducciones de haikus famosos (en concreto del frecuente verso japonés de “aki no kure”), yo prefiero escribir “tarde de otoño” y no “tarde otoñal”. Me parece que esto tiene una curiosa correspondencia con el lenguaje infantil en el cual se usan pocos adjetivos y, proporcionalmente, muchos nombres. La realidad percibida por los niños –me fijo atentamente en el lenguaje de mis tres nietos que ahora tienen 3, 5 y 7 años de edad– empieza a ser comunicada a partir de nombres, sustantivaciones de la realidad que los rodea, de sustantivos; la adquisición lingüística de los verbos y de los adjetivos la realiza el niño de seis años en una fase ligeramente posterior. No soy ningún experto en lenguaje infantil, por lo que estas impresiones tal vez estén equivocadas.

   Seguramente, al leer este haiku de las jacarandas algún lector haya pensado en un famoso haiku, apócrifamente atribuido a Matsuo Bashō [hay estudiosos que lo atribuyen a Tawarabo, un haijin de senryū], sobre la impresión producida por la visión de uno de los paisajes tradicionalmente más bellos de Japón: Matsushima. Es este:

松島や          Matsushima ya
ああ松島や                                         Aa Matsushima ya
松島や                                                   Matsushima ya.

Una traducción posible:

Matsushima ¡sí!
¡Ah, Matsushima, sí!
¡Matsushima sí!

 

Mi haiku de las jacarandas puede parecer tonto. La poesía haiku puede PARECER tonta, claro. Pero la “tontería” o “trivialidad” del haiku enmascara con frecuencia una profunda incomprensión del espíritu del haiku, de la cual ahora no es el momento de hablar. En este momento me interesa más subrayar la situación concreta que estimula la irrupción de los tres versos, los relativos a Matsushima o a las jacarandas malagueñas: es la situación en que se encuentra alguien perdido por falta de palabras ante algo, ante la belleza o ante una fuerte impresión percibida por los sentidos. Es una situación que uno le pasa a veces en la vida. Es la vida que pasa. La vida que pasa. Esto tiene mucha miga.

   Cuando, al final de un reciente curso online sobre Poesía Japonesa, pedí a los alumnos, a modo de resumen del curso, que contestaran brevemente a la pregunta de “¿qué es poesía?”, uno de ellos, José Segura, de Mallorca,  me escribió para responder así: “Poesía es la vida que está pasando. Solo se trata de estar atento a lo que nos rodea”. ¡Magnífica definición! Otras definiciones fueron estas:

“Poesía es sacar un momento el absoluto real” (una definición que hubiera firmado Daisetz Suzuki, aunque él hubiera puesto en mayúscula el término de “absoluto”).

“Es desenterrar el inconsciente” (esta definición es la que ofrece una extraordinaria poeta y mujer, aún felizmente activa, Hiromi Itō).

“Es perder el yo”.

“Es simplemente perderse”.

Y, la última, mi favorita porque encaja admirablemente en mi idea de lo que es un buen haiku: “No sé lo que es. Estoy y eso me basta”.

   Y, como accidentalmente estoy en Málaga o me siento transportado a ella gracias a la foto de Susana, yo, sin necesidad de muchas palabras, afirmo a modo de reacción cuando observo tal explosión de color en Málaga:

¡Ah, jacarandas,
jacarandas de Málaga!
Las jacarandas.

Junio 2024

CONSTRUIR

Muñeca rota
En la calle tirada.
Cae la tarde.

DECONSTRUIR

Al contemplar ese juguete de piernas rotas tirado al suelo. Fue en el curso de un paseo realizado al final de la tarde de un día de estos. Me pareció una visión triste y me vino a la cabeza la imagen de una desconocida mano infantil y amorosa que algún día, sin duda no hace mucho tiempo, se entretuvo jugando con esta muñeca. Hoy la muñeca tiene las piernas rotas y está abandonada en el suelo de un parque.

Pensando esto, pude haber escrito estos otros versos:

Abandonada
De manos infantiles,
Las piernas rotas.

O estos otros:

 El sueño roto
con manos infantiles
de esta muñeca.

 O

 En plena calle,
Muñeco abandonado.
Final de mayo.

O bien estos:

 

La larga sombra
De un muñeco tirado.
Al caer la tarde.

Pero a estos cuatro haikus me parecía que les faltaba ese asiento de sencillez e inocencia que, a mi juicio, sobre el que debe descansar un buen haiku. Eran rebuscados. Así que me decidí por el primero, el de CONSTRUIR, el de la muñeca rota. Incluso en este, apurando aún más la búsqueda de la sencillez, pudiera cambiar el tercer verso por este otro: Ya es tarde. Tiene una sílaba menos y aporta otro significado distinto, pero le da una variación más espontánea. Aún más sencillo, podría ser este otro

Una muñeca
Tirada en la calle.
Cae la tarde.

Hablando de juguetes rotos, me viene a la cabeza un poemario titulado «Juguetes tristes» (Kanashiki gangu / kanashiki). De Takuboku Ishikawa (1886-1912). Fue publicado póstumamente a su temprana muerte. Takuboku, un seudónimo con el hermoso significado de «el árbol que susurra», revolucionó la poesía de su tiempo aportando sentimiento individual, frescura,  sinceridad sin filtros, lo que entonces se llamaba realismo, un ideal poético perseguido por muchos autores de su tiempo a raíz del descubrimiento de la poesía inglesa y francesa. De este gran poeta, quiero ofrecer algunos poemas en traducción de Atsuko Tanabe:

¡Ay, el silencio de muerte
de la arena
que se cuela entre mis dedos!

O este otro, en forma de tanka, pero con aires de senryū:

Mis recuerdos
Se parecen mucho
Al mal humor
Cuando me pongo
Calcetines sucios.

Más famosos son los tankas de su poemario Puñado de arena, como este, tristísimo, del juego con el cangrejo (trad. de Antonio Cabezas):

En la playa de una islita oriental
En la arena blanca
Jugaba yo
Con un cangrejito
Y lloraba, lloraba.

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Mayo 2024

CONSTRUIR

Lluvia de primavera.
Entre nubes inmóviles
Se oculta un pato.

 

DECONSTRUIR

Lo compuse uno de estos días de la lluviosa primavera de este año. En el camino de la sierra de San Vicente, que frecuentemente hago, cada vez que subo a El Real desde Talavera. Desde el coche, me llamó la atención el vuelo solitario de un pato, con prisa por llegar al río, que apenas tuve tiempo de ver antes de esconderse en nubes bajas y preñadas de agua. Aunque el vuelo bajo de los patos casi siempre nos parece presuroso, me impresionó su aleteo tan veloz en contraste con unas nubes que me parecieron inmóviles por su gravidez.

Quería comentar hoy la irregularidad del primer verso. Irregular  porque no tiene cinco sílabas como prescribe el haiku japonés.  Tiene siete; dos más de lo que mandan los cánones. Podía haber escribo “Lluvia vernal” y entonces cumpliría el canon métrico (llu-via-ver-nal = cuatro sílabas gramaticales, pero cinco prosódicas por acabar el verso en palabra aguda). Pero no me gusta la palabra “vernal” en el haiku. Aunque es el adjetivo propio para calificar a “primavera”, no deja de ser un cultismo. “Vernal”. No es la palabra que escribiría un niño si compusiera un haiku. El haiku, así lo entiendo, es la poesía de las palabras comunes, del habla cotidiana, de un lenguaje más infantil que intelectual o culto. En aras de esta idea que yo tengo del haiku, he sacrificado la escansión: siete sílabas donde la tradición pide cinco.

Este sacrificio lo hago con gusto. De hecho, el canon y la prescripción son dos ligaduras que me agrada romper cuando en un poema me parecen reñidos con el espíritu poético. Y el espíritu poético del haiku es la inocencia. La forma léxica de la inocencia no me parece que tenga que revestirse de un lenguaje culto porque entonces deja de ser inocente. Admito, eso sí, “otoñal”, porque la derivación de “otoño” la puede deducir un niño; pero no puedo admitir “vernal”. Son criterios que sigo en mis traducciones de poesía japonesa desde hace cuarenta años. Cada traductor o haijin tendrá los suyos. Todo es respetable.

En cierto sentido, elegir entre respeto a la métrica tradicional del haiku y respeto al espíritu poético es un eco de la oposición entre palabra y corazón, o entre kotoba y kokoro en términos del viejo debate poético de la historia literaria de Japón. Era el debate entre la insistencia entre los aspectos formales, entre la importancia absoluta de la dicción (kotoba), y la preeminencia del sentimiento poético (kokoro), de cierta libertad versificadora y expresiva.  ¿Qué elegir si uno se ve obligado a ello? Evidentemente, lo ideal será armonizar ambas nociones en la hechura del haiku. Favorecer la primera –fidelidad a la forma– en detrimento de la segunda –importancia de la inspiración– representó, en la historia de la poética japonesa, la corriente más conservadora y también la más autorizada en un Japón en donde la tradición ha jugado un gran peso. Por el contrario, favorecer a la segunda, ha sido la propuesta de escuelas poéticas más innovadoras y atrevidas, especialmente notorias en los siglos XIII y XIV. En los waka de los poetas de estas escuelas, como la Kyōgoku, representada por poetas tan exquisitas como la emperatriz Eifukumon-in (1271-1342), encontramos bastante casos de irregularidades métricas e, incluso, del uso de palabras ajenas al limitado acerbo léxico preconizado en las antologías poéticas canónicas y hasta de expresiones novedosas.  Yo, cuando compongo un modesto haiku, si me veo en el brete de elegir, me quedo con la adopción de la segunda, con la inspiración poética, con el “corazón”. Es decir, con “lluvia de primavera” antes que con “lluvia vernal”. Y que los kami de la poesía me perdonen.

Por otro lado, la imagen de los nubes inmóviles me parece que ofrece un contraste vivo con la velocidad del vuelo del pato. Las nubes inmóviles me recuerdan un viejo poema del Kokinshū, el número 463 de esta antología del año 905, la más venerada de las colecciones poéticas de Japón. Es este:

Es mi morada
Un monte fragoso
En compañía
De blancas, inmóviles nubes.
¿Qué querrán de mí?

あしひきの              ashihiki no

山辺におれば             yamabe ni oreba

白雲の                shirakumo no

いかにせよとか            ika ni seyo to ka

晴るる時なき             haruru toki naki

El poeta, que en realidad es Ki no Tsurayuki, asume el artificio poético de ser un ermitaño recluido en una montaña para ponderar su soledad. Una soledad, realzada por la única compañía de las nubes, pero rota con la amenaza de un posible reproche o interpelación de estas nubes, demasiado bajas, tal vez, para resultar indiferentes al poeta.

Marzo 2024

CONSTRUIR

En los cristales,
El roce de unas ramas
Al caer la noche.

DECONSTRUIR

Se dice frecuentemente que el haiku es la poesía de la sensación (no de los sentimientos).

A este respecto, me gusta citar estas palabras del poeta portugués Fernando Pessoa: «La única realidad para mí son mis sensaciones. Yo soy una sensación mía. Por lo tanto, ni de mi propia existencia estoy seguro». Me gustan porque retratan claramente no solo la inseguridad existencial del haijin, traducida en su radical soledad en el mundo, sino porque esas palabras parecen insinuar la anulación de la individualidad del haijin, de su yo.

    Sí, el haijin es un solitario (no en vano el haiku es la poesía más cercana al silencio). ¡No tiene ni yo! Una verdad de la que debemos estar, secretamente, orgullosos: estamos solos con nuestra sensación. Es nuestra única realidad: la sensación. Nada más. Sí, solitarios pero, es justo añadir, con las entrañas perforadas por los latidos del universo (Universo como escribiría el maestro del zen Daisetz Suzuki).

   En cuanto a la anulación del yo o de la individualidad, cuando hablo o escribo sobre la historia de la poesía japonesa, suelo afirmar que esta poesía es un camino hacia la anulación del yo o, más bien, expresado en términos del misticismo español, hacia el desasimiento del yo.

   En términos de la historia de la poesía japonesa, tal camino va desde los tiempos del waka (poemas japoneses de cinco versos) de la poesía cortesana, fuertemente codificada, que se encuentras en la antología Kokinshū (año 905), pasando por el renga –poesía con estrofas encadenadas escritas en equipo– y llegando al haiku –poesía de 17 sílabas escrita por una sola persona–. Tres hitos fundamentales –hay otros secundarios– representados por la respectiva importancia que en los trechos que delimitan cada uno de esos hitos tuvieron, respectivamente,  la tradición codificada, los colaboradores y la sensación individual.

   Sobre renga, poesía encadenada y colaborativa, tengo que hablar en el curso presencial que imparto todos los martes en Casa Asia Madrid, titulado “Poesía clásica y moderna de Japón”. Por cierto, y por si fuera de interés para los lectores de El Rincón, desde el 16 de abril próximo, Casa Asia Barcelona ha organizado otro curso, idéntico al anterior, pero esta vez online, y apropiado, por tanto, a quien desee seguirlo desde su casa. Será también los martes. Más información en   https://www.casaasia.es/actividad/curso-online-poesia-japonesa-clasica-y-moderna/

   Investigando estos días sobre la poesía renga, hallé la siguiente cita de Shinkei (1406-1475), un maestro de renga, en la que nos explica las claves de composición de este arte, muy popular en el Japón entre los siglos XIII y XVI (y que Bashō también cultivó).

«El arte del renga no es el arte de componer poemas o las estrofas de un poema, sino un ejercicio del corazón de penetrar en el talento y en la visión de otra persona». Seguir la propia pendiente: no es así como podremos aprehender el sentido indescifrable del otro».

   De hecho, en aquellos días, en las reuniones de varios poetas para componer renga, si un poeta seguía su propia pendiente y mostraba voluntad de destacar saliéndose del espíritu de grupo, no se le volvía a invitar más a dichas reuniones.

    El pensar en el corazón del colaborador, del otro  cuando se escribe un poema colaborativo (renga) no es nada fácil de entender en la cultura occidental de nuestros días, en donde prima la individualidad y está entronizado el yo del creador, del artista, del poeta.

     Aunque el haiku sea un arte individual, y no colaborativo, la ausencia del yo intelectual, del yo sentimental o afectivo, hasta del yo estético, creo que es una herencia natural del renga. No en vano este arte fue progenitor del haiku en la historia de la poesía de Japón.

    En el poema de este mes, dominan la sensación acústica –el sonido áspero de las ramas contra el cristal–  y la de soledad –con la noche en ciernes– que podrían percibir no solamente yo, sino cualquier persona.

Febrero 2024

CONSTRUIR

 

Por la mañana,
Cuatro hongos en el musgo.
Felicidad.

 

DECONSTRUIR

Kotodama es antigua palabra japonesa que quiere decir algo así como “el espíritu o alma de las palabras”.  O bien “la fuerza vital y sobrenatural o mágica que tiene la palabra”.

En la literatura oral del Japón prehistórico era una noción fundamental en la creación y recitación de las antiguas canciones o poemas, plegarias, conjuros, etc. El historiador japonés Jinichi Konishi atribuye a esta noción de kotodama la importancia de la vocalidad en la antigua poesía japonesa, en el waka, el venerable ancestro del haiku. Yo, dentro del cajón de mi ignorancia, atribuyo a kotodama no solo la supervivencia del kigo, la palabra alusiva a la estación del año usada en el haiku japonés, sino también la sacralidad de su espíritu. El kigo es pues, para mí, una especie de kotodama fosilizado, el vestigio de una realidad poética en uso hace dos mil o mil quinientos años en Japón, el residuo de una concepción animista de la naturaleza.

Estos días hablo e investigo sobre kotodama a causa del curso presencial que estoy impartiendo en Casa Asia de Madrid a un grupo de doce estudiantes. Un curso sobre Poesía Japonesa Clásica y Moderna. El profesor Konishi va más allá e indica que el kotodama es, además, responsable del proceso de reducción silábica de la poesía japonesa: desde el waka con sus treinta y una sílabas al moderno haiku con solo diecisiete. En el primer volumen de su Historia de la Literatura Japonesa que trata de la edad arcaica y antigua de Japón señala: «A lo largo de los siglos, los versos de la poesía japonesa han evolucionado hacia formas más breves .  .  .  Una razón de este desarrollo puede ser que la profusión de palabras es, como mínimo, tabú a la belleza animista. Se sabía que el kotodama producía efectos inesperados y que no debía debilitarse abusando de él .  .  .   El haiku sigue conmoviendo al pueblo japonés  y es más que probable que su emoción esconde en sus entrañas una conciencia animista que data de tiempos prehistóricos».

    Cuando en un haiku incluimos un kigo, estamos, sin saberlo, tendiendo un puente hacia el terreno brumoso y mágico, pero real, del kotodama. Y al hacerlo así, infundimos vida nueva a la conciencia de la sacralidad de la naturaleza.

    El haiku de este mes de febrero de 2024 bien pudiera ser un haiku de Año Nuevo (de hecho, según el calendario lunar del viejo Japón, el año nuevo empezaba la segunda semana de febrero). Porque aporta frescura y buenos auspicios. Las dos palabras del segundo verso “hongo” y “musgo” forman el kigo: son mi invocación al kotodama (perdón, solo se puede invocar en voz alta).   El número “cuatro” proporciona inmediatez, concreción. Los números pequeños prestan cierto encanto al verso. Masaoka Shiki tiene un bonito haiku con números:

四五本の
柳取りまく
小家かな

Shigohon no
Yanagi torimaku
Koie kana

Son cuatro o cinco
Los sauces que rodean
A una casita

¡Que seamos felices en el Año Nuevo, con esa inmensa dicha que parecen irradiar los cuatro minúsculos hongos tan vivos sobre el mullido tapiz de musgo de una piedra cualquiera! (Incluyo foto).

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Enero 2024

CONSTRUIR

En luna llena,
lejos, unos ladridos.
Final de año.

 

DECONSTRUIR

El haiku que presento estos días finales del año tiene, como todos, una historia, es decir, unas circunstancias de composición. Fue una historia feliz porque acabó en haiku. Pero también tuvo otra historia infeliz porque fue el resultado de un haiku malogrado. O no. Cuento ambas historias.

Este haiku lo compuse hace cuatro o cinco días, un 24 o 25 de diciembre. Era la hora del crepúsculo, el momento mágico para componer haikus, entre dos luces, cuando, como casi todos los días, salgo a pasear cerca de mi casa, por caminos rurales bordeados de castaños y robles, en el Real de San Vicente donde paso estos días. En el trayecto de vuelta, ya de bajada, veía el disco luminoso de la luna elevarse por encima de la Cabeza del Oso. Pero el día en que compuse este haiku no salí de paseo para disfrutar viendo la luna, sino porque, por estas fechas y a esa hora en que llega la noche, casi siempre oigo el ulular del búho. Dicen que se trata del búho real, que habita por estos parajes. Y tenía la esperanza de que su canto lejano, lúgubre, uuuuhh, uuuhh, me sirviera para componer un buen haiku.

   Tal fue mi deseo durante el paseo de esa tarde. Pero esa tarde, casualmente, no oí al búho. Decepcionado, pensé:

Sale la luna,
Pero no canta el búho.
Final del año.

Menos, tal vez, poético, que el ulular del búho,  el ladrido de algún perro, muy lejano, sí que llegó a mis oídos esa tarde noche. ¿Cuál de los dos haikus os parece mejor, o menos malo? ¿Será cuestión de estéticas: es más hermoso el canto del búho que el ladrido de un perro? ¿O cuestión de lo que fue, lo que se oyó, comparado con lo que no se produjo (pero que podemos imaginar)?

    Los dos haikus, eso sí, expresan, sin saber yo muy bien porqué,  el misterio de la vida, la perplejidad de la conciencia humana ante el paso del tiempo.

    Un año más se acaba. Pero los perros siguen ladrando como si nada, los búhos siguen sin ulular cuando esperamos que lo hagan, la luna sigue saliendo. Y el haijin sigue columpiándose en diecisiete sílabas para lanzar su canto al aire.

   Ah, una nota publicitaria para algún lector que viva en Madrid o cercanías. Desde el 16 de enero del nuevo 2024, todos los martes, hasta mediados de agosto, imparto un curso presencial en Casa Asia de Madrid (información en la web de esta institución. Inscripciones abiertas hasta el 10 de enero). Se titula: «Poesía clásica y moderna de Japón». Y, ciertamente, habrá en él una sesión dedicada a esta extraña pasión nuestra: al haiku. Por esta razón, por su relación directa con nuestra pasión,  me tomo la libertad de mencionarlo aquí.

  Uno año rico en haikus deseo de todo corazón a los lectores de El Rincón.

Diciembre 2023

CONSTRUIR

Unas hojas,
Sin nada esperar del mundo.
Sobre los coches. 

DECONSTRUIR

Como el del mes pasado, también este es un haiku urbano. La naturaleza, hay que recordarlo, no está solo en el campo, el mar o la montaña, sino que la naturaleza es —no está mal recordarlo— igualmente la ciudad, incluyendo cables eléctricos, como en el haiku del mes pasado, aceras, coches y… en algunos casos, un aire nada limpio. ¿Una naturaleza pervertida (no perversa)? Sí, probablemente, pero naturaleza al fin y al cabo. Y el haijin, como no podía ser de otro modo, está en su seno.

También el haiku de este mes posee un marco otoñal. Hay pocas imágenes más otoñales que las hojas que caen de los árboles tras haber cumplido su ciclo vital. Las hojas caídas, ochiba en japonés, es un motivo frecuente en la vieja poesía japonesa sobre el otoño. En el waka clásico, que es el abuelo del haiku moderno, las hojas suelen venir empurpuradas: son las de los arces, de bellos tonos carmesíes y ocres en el otoño: son las famosas momiji, cuya contemplación es, al lado de la eclosión primaveral de flores de cerezo, uno de los grandes eventos anuales que la naturaleza regala al pueblo japonés.

Pero las hojas que vi la semana pasada en una calle cualquiera de una ciudad cualquiera no estaban adornadas de esos atractivos colores. Tampoco cayeron en la tierra de un jardín o campo, ni siquiera acabaron mansamente en  el suelo de la acera de la calle. Nada de eso. Las hojas que capturaron mi atención cayeron sobre la dura, fría superficie metálica de los coches aparcados en la calle. Por alguna extraña razón sentí que fueron hojas sin suerte en la vida. Y sin esperanza. A lo sumo su esperanza era esa: no tener esperanza. Una esperanza que ciertamente no les dará este mundo, pero sí tal vez el mundo de lo invisible, como el mundo de la poesía. Aquí, un modesto tributo a su destino.

En un célebre haiku, Kobayashi Issa, el haijin de los insectos y otros pequeños animales, tiene un haiku donde quien nada espera es una mariposa:

Chō tobu ya                                      ちょう飛ぶや
Kono yo ni nozomi                         この世に望み
Nai yō ni.                                           ないように

La mariposa
Como si nada esperara de este mundo
Revolotea.

Los versos del maestro Issa, sin duda, son más poéticos porque en su segundo verso asoma la interpretación de una apariencia: el “como si”. En los míos, por el contrario, en el segundo verso reina la certeza.

Una mariposa en el caso de Issa; unas hojas en el mío. En los dos, un ser humano, un haijin que, sea adulto o niño, y con característica arrogancia, pone voz a la naturaleza.

Releo mi haiku ahora y se me antoja duro, casi inquisitorial, algo intelectual. No creo que sea el haiku que hubiera compuesto un niño.

El niño, por su edad, no ha desarrollado aún la capacidad de hacer metáforas ni de expresar abstracciones ni imágenes intelectuales. Su visión, por el contrario, es directa e inocente: pura sensación. Es un haijin por naturaleza.

Que un haiku posea inocencia infantil, que pueda ser obra de la visión de un niño o niña es, para mí, la prueba de algodón de un buen haiku. Dicen que Bashō insistía en esta cualidad. ¿La tiene este de las hojas sin esperanza caídas sobre unos coches una mañana de otoño? No estoy seguro.

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Noviembre 2023

CONSTRUIR

Cables eléctricos
Sobre el suelo mojado.
No pasa nadie.

DECONSTRUIR

Es un haiku urbano, hasta con cables eléctricos. Lo compuse anteayer, al pasear por un pequeño pueblo de la bella comarca de las Hurdes, en el norte de la provincia de Cáceres, poco antes de volver al hotel. Era el anochecer de un día lluvioso y el pavimento de la calle desierta estaba mojado, como se aprecia en la fotografía. Me impresionó la luz del crepúsculo tamizada por el amarillo de las farolas y, sobre todo, que entre las dos dimensiones de esta visión, los cables del tendido eléctrico y el suelo no hubiera nadie en ese momento. El momento y nadie.

Sobre el momento, como expresión de la transformación incesante de la vida, y de nadie, como expresión de la nada y del vacío, tuve la suerte de hablar el jueves de la semana pasada en la Facultad de Derecho de la UCLM, en Albacete. Ambos conceptos, dije en tal ocasión, me han parecido siempre dos pilares importantes para la composición del haiku. El primero, la transformación o el cambio, tal vez la única realidad perceptible de la existencia humana, representa para el haijin un desafío constante: cazar el instante, como el fotógrafo captura con su cámara el estatismo del momento, por medio de sus herramientas que no son otra cosa que sus sensaciones y su inspiración. En la charla hablé de recursos para tener éxito en esta caza: los verbos de movimiento e, igualmente y con mayor efecto muchas veces, la ausencia de tales verbos para apresar el estatismo y la inmovilidad. En este haiku, los dos primeros versos carecen de verbo. En el tercero, sí que hay uno. Este contraste, o similar, me ha parecido siempre de gran interés para un buen haiku.

   En segundo lugar, la nada. En el budismo, el estímulo espiritual más inspirador y constante en la cultura japonesa en la cual nace y crece el haikai, que hoy llamamos haiku, es un concepto central. La nada, vacío o vacuidad (sunyāta, creo que se dice en sánscrito), en el doble sentido del vacío de la realidad fenoménica, del mundo; y en el sentido de vacío del yo, de ese desasimiento espiritual no muy diferente al empleado por los místicos cristianos cuando escriben sobre vaciarse de uno mismo, empezando por abandonar la caverna tenebrosa del ego, gran enemigo del haiku, y salir a la luz del vacío.  La científica Ann L’Huiller (1958), nobel de Física de este año, afirma que el ser humano está compuesto básicamente de vacío. Me serví de las ideas de la nada oriental que expone el filósofo Shinichi Hisamatsu (1889-1990) para aplicarlas a la manufactura del haiku. La nada oriental es un estado de conciencia creativo, no nihilista, no pasivo, no imaginado, y por supuesto no dualista, originado de la convicción de que el ser y el no ser, lejos de ser realidades contrapuestas, son simples productos mentales. Bueno, no quiero aburrir a los amables lectores de El Rincón con ontologías.

   Solo me gustaría indicar que la analogía sobre el agua y la ola que emplea Hisamatsu para relacionar sujeto y objeto o, en términos de la creación poética que nos ocupa, creador y obra de arte, o haijin  y  haiku, me pareció muy pertinente y la comenté en la charla de Albacete. La ola, simple movimiento del agua provocado generalmente por el viento, no deja nunca de ser agua. En su resurgir como ola y en volver al agua de la que es parte, está su esencia y su devenir. Cité en la charla esta algunos recursos para dotar a nuestros haikus de esta atmósfera de la nada o del vacío: la enumeración, el silencio, la inmovilidad y, por supuesto, las menciones explícitas de términos “negativos” como «no», «nada», «nadie» y similares.

   En el haiku de este mes, hay un «nadie» en el verso final. He aquí dos buenos ejemplos. Son de Buson. En el primero, hay enumeración y un «no».

Bramó tres veces
Y no se le oyó más.
Ciervo en la lluvia.

 En el segundo , un «ni»:

 A la sombra del monte
Ni un pájaro se oye
Labrando en el campo.
 

Cité igualmente en Albacete como ilustración de este punto sobre la nada un magnífico haiku que obtuvo el accésit del Concurso Internacional de Haiku de este año convocado por la AGHA:

 Marea baja.
Al levantar la piedra,
No había nada.

 Lo firmó Alicia Céspedes, de Argentina. Por desgracia, Alicia, nos informaron, falleció a los pocos días de enviar este concurso al jurado del concurso. Por eso, un haiku, el suyo, doblemente impresionante. Vida y muerte fundidas en la nada. Vida-muerte; y no vida y muerte. Fusión. La del momento con la nada. Fundidas en un haiku.

Octubre 2023

CONSTRUIR

Un murciélago
En zigzag por el cielo.
Ruido de pasos.

DECONSTRUIR

Un vuelo aparentemente alocado a esa hora incierta en que empieza la noche me llamó la atención hace tres o cuatro días, yendo de paseo por un camino rural. El vuelo de un murciélago.

Me detuve a observar los movimientos de esta criatura amiga de las tinieblas. Al mismo tiempo, en algún lugar, no lejos, alguien caminaba. Un desconocido. El sonido de sus pasos me pareció tan vivo…

Tal fue el contexto del haiku que este mes someto a la bondad de los lectores de El Rincón.

Voy ahora con el metatexto, el más allá del texto.

El haiku está arraigado en la naturaleza, como una planta en la tierra. Y la naturaleza, si es algo, es cambio y transformación. Cambio incesante, movimiento transformador despiadado. Por eso, los verbos o en general cualquier término que exprese movimiento, como el de «zigzag» de estos versos, siempre me han parecido muy adecuados a la hora de componer un buen haiku.

    Por supuesto, que los haikus con imágenes que evocan estatismo, pasividad, suspensión de todo movimiento pueden ser magníficos. Creo que son más difíciles de componer que los haikus activos, los haikus con dinamismo.

    Y ¿por qué no intentar combinar ambas cualidades, estatismo y dinamismo, en las diecisiete sílabas del texto de un haiku? El resultado puede ser sublime, como nos enseñó Bashō con su célebre haiku de la rana saltando (ACCIÓN) en el agua de un viejo estanque (NO ACCIÓN).

    En realidad, el dinamismo es la cara visible de la transformación, de la ley del cambio incesante a la que, como seres vivos, estamos sometidos desde el día de nuestro nacimiento. ¿Existe alguna realidad que no sea la realidad del cambio, la realidad de que todo se transforma? La pasividad, por otro lado –¡no por el contrario!– es la cara visible del vacío que concebimos como inerte, como masa desprovista de toda forma y de todo contenido. Precisamente transformación y vacío en el haiku es el tema con que abusaré de la paciencia de los oyentes que se sienten a escucharme el próximo día 26 de octubre, en Albacete, en el marco del 8ª Encuentro Internacional del Haiku que organiza AGHA. Ver en
https://haikusenalbacete.blogspot.com/2023/09/8-encuentro-internacional-de-haiku.html

En el segundo verso de este haiku, el término «en zigzag» significa la transformación, mientras que el «cielo» apunta al vacío. El punto de intersección entre la línea vertical del movimiento –expresión perceptible del cambio– y la línea horizontal del vacío es, a mi entender, el logro de un buen haiku: captar el momento, hacer una fotografía del instante.

La conciencia sensorial de esa captación, de esta fotografía,  es, en este haiku, auditiva. Se transmite por el sonido de unos pasos. Los del tercer verso. El sonido ha sido tradicionalmente un valioso aliado del haijin y en la poesía japonesa abundan el término de oto o «sonido, ruido, rumor, voz, canto» causado por los más variados agentes: el agua (como en el famoso haiku de la rana), el viento, la cigarra, la lluvia, el mar, el ciervo, el ruiseñor, etc. O el no sonido o no ruido.  Buson tiene un magistral poema que dice así:

Lluvia de invierno
Que cae en el musgo sin ruido.
Evoco el ayer.

Shigure oto nakute
Koke ni mukashi o
Shinobu kana

El maestro Daisetz Suzuki, en su largo comentario sobre el poema de la rana de Bashō, afirma que este penetra con su visión en el Inconsciente (así, con mayúscula, lo escribe Suzuki) no por medio de la serenidad del estanque, sino a través del sonido de la zambullida producida por la rana. El sonido o el no sonido.

Más cosas por el estilo, el 26 de este mes. En Albacete. Os espero.