Archivo de la categoría: Celebrar la vida (Juan Francisco Ramos Justicia)

Los tlacuachitos saliendo del marsupio

Los tlacuachitos1 saliendo del marsupio

 1 tlacuache: Méx. Zarigüeya

 En esta serie de entradas no podía faltar una que intentara hacer justicia al propio nombre de la sección: Celebrar la vida. Por ello, en esta entrega comentaremos algunos haikus que cantan a la vida y se emocionan con la existencia por el mero hecho de ser y de seguir estando. El misterio de la vida, que suscita más preguntas que respuestas, es el tema principal de lo sagrado —no hay nada más sagrado que la propia vida—, que bien merece una selección y comentario por todo lo alto.

 

Acahuale2
y los tlacuachitos
saliendo del marsupio

2 acahuale: Méx. Derivación paragógica de acahual, ‘girasol’ o ‘hierba alta y de tallo algo grueso de que suelen cubrirse los barbechos’.

 

El exotismo fónico-léxico de este haiku para oídos españoles no resta un ápice de entendimiento en cuanto al sentimiento que transmite: la alegría del haijin por ser testigo de escena tan tierna como ver a esos tlacuachitos que salen, independientes, a continuar con el ciclo de la vida. El primer verso aporta una nota de compasión: los acahuales, que esconden a las zarigüeyas, los protegen de la crueldad del mundo que les espera afuera.

No podría faltar en esta sección un haiku que tratara sobre el agua como generadora y fuente de vida:

 

La Sagra en verano.
Por donde pasa el río
verdean los surcos

 

En este haiku tan delicado, la autora percibe en un entorno privilegiado que aquellas zonas contiguas al río reverdecen más que las más lejanas. Se emociona con el hecho de que el agua posibilita la existencia de vida, y no juzga si dicha vida es más o menos compleja que otra, pues, al fin y al cabo, todas y cada una de las formas de vida existentes tienen ese derecho a existir.

 

Escarcha en la huerta
Los saltos del potrillo
que se ha curado

 

La enfermedad y el dolor, inherentes a la existencia, quedan superados en este haiku magistral que, con palabras y gestos muy sencillos, encierra una gran lección de vida. La alegría del potrillo es evidente: está tan feliz que salta de alegría por haberse recuperado. ¿No es maravilloso que podamos emocionarnos con los sentimientos de otros seres? ¿Acaso no es motivo de alegría saber que otros seres son felices? Completa la escena el primer verso, que imprime una fuerza especial al segundo polo: la antítesis del vigor, asociado de manera inconsciente al calor y a la vitalidad, contrasta con la frialdad y quietud de la escarcha presente en la escena.

 

Pacas de heno
Se tambalea el potro
recién nacido

 

Otro haiku excelente, que canta directamente al nacimiento de un ser: al comienzo de la existencia de otra entidad que antes no estaba. Dicho sentimiento inunda el haiku de ternura y compasión por el potrillo recién nacido.  El olor y el tacto de las pacas de heno, que encuadran perfectamente la escena, amplifican la dimensión y la potencia de este haiku. Nacer es un misterio para la racionalidad: más allá del instinto de procrear y perpetuar la especie; ¿acaso no hay mayor muestra de amor que regalar la vida y cuidar a otra criatura?

 

d’una flor a una altre
es van aparellant
dos papallones

 

de una flor a otra
se van apareando
dos mariposas

 

Este haiku tan elegante describe la cópula de dos lepidópteros de flor en flor. La imagen es muy bella y delicada: el vuelo intermitente de las mariposas, con cuyo movimiento doblan los tallos de las flores mientras cantan a la vida, es el aware demoledor que nos hace enmudecer ante esta estampa tan sagrada. En definitiva, un haiku de primera que revela la sensibilidad extraordinaria del autor.

 

Brisa helada.
En la mano,
un huevo recién puesto

 

Este haiku es una explosión de sensaciones. El huevo, receptáculo de vida, aún caliente, se siente casi palpitante en la mano de la autora. Contrasta el calor inherente a la vida con la brisa helada que, probablemente, haya enfriado las manos antes de tocar el huevo y cuyo calor le transmite de nuevo: ese hosomi tactual anticipa el perfecto nibutsushougeki (contraposición de dos polos no armónicos: brisa helada/calor del huevo). Dicha oposición cierra esta obra maestra con el sello propio de la vida, a saber: la conjugación acumulativa de realidades antagónicas, que, sin ser paradójicas ni excluirse mutuamente, se potencian y realzan entre sí hasta el extremo.

(Los haikus seleccionados, en orden de aparición, pertenecen a Jorge Moreno Bulbarela, Encarna, Piluca C.P., Idalberto Tamayo, mencs6 y Mavi).

Un clavel blanco quebrado por la lluvia

Un clavel blanco quebrado por la lluvia

 “El color habla todos los lenguajes”
Joseph Addison

A menudo, a los haijines de occidente se nos reprocha que la vista es el único sentido que tenemos desarrollado: dicen que tenemos más atrofiados el tacto y el olfato que los ojos. Sin ánimo de confrontación, creemos que esta crítica es simplista. En una primera reflexión, quizá sea verdad el hecho de que las cosas salten a la vista facilite su percepción. Sin embargo, posiblemente la verdadera crítica radique en que recurrir más asiduamente al sentido de la vista topicalice este sentido más que los demás y pueda desgastar, en cierto modo, el aware de los haikus.

En esta entrada intentaremos mostrar a aquellos que afirman lo anterior que también es posible celebrar el mundo con el sentido de la vista, tan excelso como los demás, y que es capaz de regalarnos verdaderas estampas cromáticas dignas de admiración. Para empezar, hay colores que llaman más la atención que otros por su escasez: el púrpura es uno de ellos…

Un caballo…

la pulpa de remolacha

entre sus dientes

En este haiku, la dentadura del caballo no es de color blanco, como es de esperar; sino de un color morado intenso. Es a priori una estampa muy visual, pero tras saborearlo, la imagen se vuelve dinámica: se escucha perfectamente el crujir de la remolacha entre los dientes del caballo, e incluso se lo ve masticar y tragar. Sin duda, un haiku muy original, con un pequeño toque cómico, que arranca una sonrisa a quien lo lee por su inocencia y sencillez.

Por otra parte, ¿a quién no le emociona la paleta del amanecer?

Cañas emplumadas.

En un cielo rojizo

la luna al este

 La imagen mostrada es digna de un cuadro de Buson. En primer plano observamos las cañas emplumadas que se mecen con la brisa matutina, aún fresca. Al fondo, el horizonte muestra el amanecer de un nuevo día, preámbulo del sol y sus colores. De la noche anterior, sólo queda su señora: la luna, que, cada vez más iluminada, dejará de verse culminado el comienzo del día. Del hermanamiento de una luna moribunda y un sol naciente, uncidos ambos por el rojo del amanecer, sólo son testigos esas cañas emplumadas.

La noche también tiene su propio color:

Invierno.

El azul de la noche

en las plumas de un ganso

En este haiku, las plumas del ganso son más oscuras porque así se perciben: la oscuridad propia de la noche transfiere al ganso su color, estamos, por tanto, ante un haiku con hosomi visual. También se percibe el frío de la estación en las plumas del ganso, quizá mojadas; e incluso parece que ese frío intensifica el color: inconscientemente, el azul de las noches de invierno es más azul que el propio de las noches de verano.

El mundo también gira en torno al color de las flores:

Un clavel blanco

quebrado por la lluvia.

La vieja ermita

Un haiku sublime, con mucho yûgen, ese valor estético que ahonda en una belleza inexplicable y misteriosa cuya causa desconocemos. En este caso, la lluvia se ensaña con un clavel blanco hasta partirlo. Contrasta sobremanera el ambiente oscuro amplificado por el aguacero —por alguna razón, este haiku para nosotros es pura noche intempesta— con la blancura del clavel roto, de cuyos pétalos gotea el agua de la lluvia. Y al fondo, testigo de la escena, esa ermita vieja, que contribuye con su abandono al yûgen de la escena.

Finalmente, hay estampas que quitan el aliento, independientemente de cuantas veces se admiren:

hacia el sureste

los verdes arrozales

cerca del mar

 La detonación de colores en el haiku contribuye realmente a la sensación principal: una explosión de espacio, de tierra por doquier y libertad; el mundo es tan grande que sólo podemos conocer una parte muy pequeña. En este haiku se capta la infinitud del mar, que colorea el horizonte, y cerca de él, los arrozales que mezclan el verde de sus plantas con los tonos azules del primero. La combinación de colores fríos es cotidiana, pero no por ello aburrida: la sensibilidad del haijin radica en apreciar la belleza real de las escenas que, por manidas que puedan resultar o tópicas que sean, jamás se cansará de contemplar.

(Los haikus seleccionados, en orden de aparición, pertenecen a Bibisan, Hikari, Mavi, Rodolfo Langer y J.L. Vicent).

La lluvia empapándome la ropa

La lluvia empapándome la ropa

En esta entrada quisiera hacer una recopilación de haikus que tengan hosomi. Entendemos esta cualidad de hosomi como los rasgos que, sin ser inherentes a una realidad, esta pasa a incorporarlos como suyos (se contagian de esos rasgos) y pasan a formar parte de ella (vid. serie “Bashô”, §2.º Apariencia, Mavi Porras, El Rincón del Haiku, sección Debates). Me gustaría revisar algunos haikus para disfrutar del hosomi que en ellos se percibe.

En primer lugar, el propio concepto de hosomi, entendido como transferencia de rasgos, necesita de dos o más realidades distintas para que tenga lugar. Las cualidades transferidas tienen generalmente un carácter fluido que discurre en el espacio, de modo que la contigüidad entre elementos confiere al uno los rasgos del otro. Quizá esa sea la razón por la que los haikus cuyo hosomi se percibe antes sean aquellos que apelan al sentido del tacto, pues la piel es la primera barrera sensorial que separa una realidad de otra:

Atardecer –

Sumerge la cabeza

un flamenco1

 1 flamenco: Ave perteneciente al género Phoenicopterus

En este haiku, el aware principal pasa por que el flamenco se refresca metiendo la cabeza en agua, de cuyo frescor disfruta. Por tanto, este frescor intrínseco del agua deviene un rasgo del flamenco; una cualidad prestada, pero ya suya, al mismo tiempo. El hosomi no tiene que ser explícito para poder disfrutar del aware. Otra experiencia similar, más clara aún, es la siguiente:

A la intemperie

La lluvia empapándome

la ropa

En este haiku vemos, por así decirlo, un hosomi doble: la lluvia calando en la ropa del haijin, a la cual confiere humedad y empapamiento; por otro, esa misma ropa, en contacto con el cuerpo, está calando al haijin. Hay, por tanto, una cadena de elementos (lluvia-ropa-cuerpo) por las que las cualidades intrínsecas de la lluvia van discurriendo. Si la ropa se hubiera presentado ya con la cualidad de empapamiento, como rasgo propiamente suyo (futoki mono), sin efecto mediador de la lluvia, habría un solo hosomi: el calado de la humedad en el cuerpo. No censuramos, en este caso, el uso pertinente del dativo simpatético me (superfluo como complemento indirecto según la norma actual), pues añade el eslabón cuerpo a la cadena de hosomi sin sobrerrepresentar excesivamente el yo.

También encontramos haikus donde el haijin se contagia del helor del aire, en la línea de los anteriores:

Un aire frío

entra en los pulmones –

Los petirrojos…

No es descabellado, por tanto, suponer que la mayor parte de los haikus con hosomi vengan motivados por una percepción táctil que incide directamente en las realidades de los polos. Sin embargo, hay también una minoría de haikus que notan relaciones de transferencia apelando al resto de sentidos, como por ejemplo:

El agua

de remojar los garbanzos.

Cantan las chicharras

Este haiku es excepcional porque, tras varias relecturas, vemos vibrar el agua del cuenco con el canto de las chicharras. La vibración de estos insectos, necesaria para el canto, se transfiere al agua y a los garbanzos. Los garbanzos también se moverán, pero a la autora, en este caso, le ha conmovido la fluidez del agua moviéndose al compás de las chicharras y la relación potentísima que el mundo establece entre ambos elementos. El mundo de este haiku se entreteje en una urdimbre de hosomi mecánico: el agente que se transfiere entre realidades es el movimiento.

 La bolsa del mandado

en el pasillo –

Los nanches2 de ayer

 2 nanche: Méx. Fruto de la especie Byrsonima crassifolia

 Concluyendo la entrada con este haiku, vemos que el hilo conductor de este haiku magistral es un hosomi olfativo: la bolsa se impregna del olor de los nanches. Es más, la relación entre ellos excede la dimensión del momento: el asombro motivado por el hosomi nanches-bolsa es fruto de un contacto que se sigue percibiendo el día de después. Poco más puedo aportar con este comentario a la genialidad del autor, dueño de una sensibilidad extraordinaria, salvo quizá el hecho de darle las gracias por permitirnos vivir estos momentos tan sumamente impactantes. Los recién neófitos podrán encontrarlo insignificante; para los restantes ―todos los haijines seremos siempre neófitos― no deja de ser un regalo para los sentidos.

(Los haikus seleccionados, en orden de aparición, pertenecen a Gorka Arellano, Idalberto Tamayo, Gorka Arellano, Mavi y Jorge Moreno).

Salutatio. Las manitas del gurí enrojecidas.

Salutatio

Decían los gramáticos antiguos que toda epístola tenía cinco partes: salutatio, captatio benevolentiae, narratio, petitio y conclusio. Rescato estos latinismos del baúl de la retórica porque me gustaría concebir esta sección como una comunicación fluida y dinámica entre el corazón de los lectores y el autor, como si fuera una suerte de conversación epistolar entre ambos. De las cinco divisiones anteriores, sólo querría mencionar dos de ellas: la salutatio, donde se exponían los temas que se iban a tratar, y la narratio, cuyo texto exponía los hechos epistolares.

Mi objetivo, mejor o peor conseguido, sería que esta entrada actuase como salutatio, y, las demás, como cuerpo de la narratio que la sigue. Sirva este preámbulo como presentación de esta sección, “Celebrar la vida”, cuyas entradas estarán basadas en haikus publicados por usuarios del foro “El Rincón del Haiku” durante el año 2023. A lo largo de dichas entradas intentaré que los haikus presentados emocionen a los lectores tanto como a mí durante el viaje que ha supuesto escogerlos, leerlos y vivirlos con sus haijines y los compañeros del foro durante su concepción y su pulido. Intentaré desarrollar ―aunque no prometo nada― sendos hilos conductores que vayan pasando tenuemente de un haiku a otro, sin otro objeto que el de resaltar la belleza intrínseca que poseen y disfrutar de los mismos.

Si algo de captatio benevolentiae hay en esta entrada, es justamente esa: todo el mérito de la sección recae en los verdaderos autores de los haikus y en los compañeros que los trabajaron, no en mí. Yo únicamente puedo enmudecer y asentir ante la grandeza del mundo que ellos plasman por escrito, y difundir, en la medida de lo posible, el haiku que ellos hacen. En fin, dejémonos de palabras y vayamos al meollo, a lo que importa de verdad: corramos prestos a celebrar la vida y el mundo con los haikus.

 

Las manitas del gurí enrojecidas

 Decía Matsuo Bashō que, para escribir haikai (haiku), había que buscar a un niño de un metro de altura. Ellos, los niños, son el último reducto de pureza en un mundo de adultos cada vez más deshumanizado; un mundo donde la polarización campa a sus anchas, la confrontación impera y la imposición triunfa. Los niños, por suerte, aún son ajenos a las diatribas de los adultos quienes, arrogantemente, olvidan lo más importante: vivir. Por esta razón, me gustaría dedicar la primera entrada de esta sección a los niños, con un claro propósito de Año Nuevo: aprender de ellos.

Con el paso de la niñez a la etapa adulta, nos volvemos indolentes al asombro que genera una experiencia por su cotidianeidad, y los niños han de venir a sacarnos del error recordándonoslo:

 Paseo campestre

Dice mi hijo: “¡cuidado!,

no pises las margaritas”

Para un niño, es inadmisible pisar una margarita. ¿Tiene derecho siquiera una persona, por importante y poderosa que sea, a destruir algo bello? La respuesta es tajante: jamás lo tendrá. Ellos son quienes nos deberían enseñar de nuevo a asombrarnos por todo lo que el mundo contiene, a vivir todas las experiencias como si fuesen la primera vez que las sentimos:

 

processionària –
li agafa la ma i diu:
iaia, iaia!

 

procesionaria –

le coge la mano y dice:

“¡yaya, yaya!”

 

Se palpa el miedo en el haiku anterior: el encuentro con una procesionaria por primera vez es, sin duda alguna, escalofriante y peligroso. El niño busca refugio en su abuela —benditas abuelas— , y ella se lo brinda con ternura.

Pocas cosas hay más fuertes que el amor que una madre siente por su hijo:

En sus brazos

le susurra al bebé

Claridad de invierno

Este haiku, rebosante de amor, es una estampa fidedigna de ello. Llama la atención en el haiku la disposición proxémica de los elementos: a nuestro entender, se presupone una madre que se encuentra en el exterior, disfrutando esa claridad brindada por un sol tibio de invierno. La madre siente la calidez del sol; y el bebé, la de su madre. La interrelación que se teje por la transmisión de esa calidez en cadena, que involucra los dos polos del haiku, dota a este de una atmósfera de hosomi bellísima. Por otro lado, el haiku también evoca, en cierto modo, la asociación inconsciente luz/vida, de gusto tan japonés.

Olor a leña –

Las manitas del gurí 1

enrojecidas

1 gurí, risa: 1. m. y f. rur. Arg. y Ur. Niño, muchacho.

En este haiku también está presente esa transmisión de calor, asociada a la vida casi por definición. No sabemos si el pequeño tenía las manos enrojecidas del frío, lo que motiva su acercamiento a la lumbre; o si es consecuencia de permanecer mucho tiempo junto a ella. En cualquier caso, ambas interpretaciones despiertan el mismo sentimiento: ternura.

Sin embargo, cuando los niños ya no conviven con nosotros, las propias casas cambian:

Noche de Reyes.

El silencio

de una casa sin niños

En este haiku de mu-i, el asombro viene precisamente por aquello que no está. Es costumbre cristiana preparar las botas frente al belén la noche de la cabalgata, que el madrugón sea obligado el día de la Epifanía en una casa con niños para abrir los regalos, y que los niños jueguen con ellos todo el día. La ilusión de los más pequeños, pletóricos de haber recibido los regalos, se contagia a todos los presentes. Sin embargo, los niños crecen, y en este haiku la autora se asombra del paso del tiempo; de cómo la vida va cambiando sin darnos cuenta, y el único testigo que queda es ese silencio que impera en la casa, desterrado al ostracismo cuando sus niñas eran niñas.

A otros niños, por desgracia, el mundo los golpea con una crueldad inusitada. El siguiente haiku, que no merece ser empañado por cualquier comentario de palabras vacías, debería remover la conciencia de cualquiera por su absoluta claridad:

Isla de Lesbos:

la marea volvió a arrastrar

el cadáver de un niño

 

Para concluir, espero que con esta breve selección hayamos conseguido parte del objetivo originario: aprender de los niños y vivir el mundo como si fuese siempre la primera vez. Intentemos, por todos los medios, no perder esa ilusión tan necesaria en la actualidad.

(Los haikus seleccionados, en orden de aparición, pertenecen a Idalberto Tamayo, mencs6, Idalberto Tamayo, Bibisan, Mavi y Vanni Fucci).