Octubre 2021

CONSTRUIR

En la pileta
Lengüetea  la gata.
Cae la tarde.

DECONSTRUIR

Acompaño una fotografía de la gata Sally dando lametazos al agua del recipiente que hay sobre la mesa del patio de mi casa. Era a esa hora en que la tarde cae y pierde brillo el sol de final de verano. Una tarde estremecida, de repente, por las pequeñas ondas concéntrica de la pileta en forma de flor de loto desatadas por la lengua sedienta de Sally. Un descubrimiento que me sacudió mientras estaba sentado a la mesa hace dos o tres semanas.

   Me pareció que estos tres versos ilustran ese, ¿sexto, séptimo?, principio del arte de composición del haiku según Matsuo Basho que desde hace varios meses vengo comentando, uno a uno, en este foro siguiendo la interpretación de Makoto Ueda. El mes pasado hablé de la resonancia, del eco que produce un buen haiku. El mes que viene, tocará el principio de la fragancia. Hoy toca el del reflejo.

     Este principio yo lo interpreto en un doble sentido. Primero, conforme afirma Ueda,  como el reflejo observado en la segunda parte del poema del enunciado de la primera. Es decir, la segunda parte es la correspondencia fiel de la primera mitad, tan fiel como la imagen representada en un espejo es el resultado de la forma expuesta ante la bruñida superficie del mismo. Pero, misterio del haiku, no es una correspondencia cronológica. En el universo poético del haiku el tiempo está disuelto en un mar en el cual no hay comienzo ni final, en el pozo insondable del no tiempo donde se ahoga sin remedio toda concepción humana del mismo.  ¿Qué ocurre antes: la sucesión de lametazos de Sally o mi conciencia de la caída de la tarde? Ni lo sé, ni me interesa saberlo. Sí que sé que cuando la gata bebe de la pileta, la tarde se desmorona. Es decir, el desmoronamiento de la tarde es el reflejo del acto de beber del felino. Podría invertir el orden de los versos y escribir:

Cae la tarde.
Lengüetea la gata
en la pileta,

En este caso las lametadas de Sally son el resultado, el reflejo, de la caída de la tarde. La sucesión cronológica y la lógica hechas añicos. El mundo del haiku.

    Pero el concepto de reflejo del haiku también, a mi entender modesto, posee otra dimensión, una vertiente, menos filosófica (si filosófico ha podido parecer el anterior razonamiento), una vertiente sinestésica. Me refiero al valor semántico que contiene el término “reflejo”: un valor visual. En este poema, se observa claramente –aunque mejor a través de la fotografía adjuntada que de la lectura del haiku– en la relación directa entre el acto de lamer la superficie del agua y la tarde. Esta, la tarde, se hallaba reflejada apaciblemente en el espejo de la pequeña superficie del agua. Pero tal reflejo ha sido perturbado por la intromisión inesperada de la lengua de Sally. Las ondas concéntricas, visibles en la fotografía a pesar de su estado borroso, son la prueba. El elemento de visualidad, por tanto, con o sin documento gráfico, está presente en estos versos.

    El haiku japonés es rico en visualidad, a veces en forma de color, otras veces en forma de un sutil brillo agazapado en sombras, como el fulgor débil de las estrellas en una noche sin luna. En el haiku, el lector “ve cosas”. Recordemos el famoso de la rana del viejo estanque de Basho. Sin mencionarlas, también en él hay ondas concéntricas causadas por el salto de rana. El lector las “ve”.

    En los siguientes dos poemas igualmente podemos “ver” reflejos, colores, brillos. Uno es el famoso de Rensetsu (1654-1707) sobre la sandía cuyo opulento color rojo, aunque no se mencione –o tal vez por eso– casi deslumbra.

Mi hitotsu  o
moteatsukaeru
suika kana

Capaz solita
de cuidarse a sí misma,
¡ah, la sandía!

Otro, más sutil, es este de Issa  (1763-1828):

 Yabukage mo
tsuki sae seseba
wagaya kana

 Aun bajo los árboles,
mi casa, cuando la luna brilla,
es mi casa.

Podrá ser una casa a la que en todo el día no llega el sol por estar a la umbría de árboles, pero con el fulgor suave de la luna, se convierte en la casa de Issa, en la humilde vivienda de un poeta, de un mago de la realidad capaz de hacernos ver reflejos.

Octubre 2021

Haibun 25

Viaje en el recuerdo II

Podéis leer Viaje en el recuerdo I, el haibun 3,
también de Mayra en la revista
de Mayo de 2020, clicando aquí.

Rompe la primavera con sus olores, sonidos y colores. Se han congregado nuestros vecinos y compañeros del colegio frente al edificio para vernos partir. ¡Cuánto silencio!

Este viaje no es en tren, nos montamos en un carro extraño, negro y viejo. Mis padres en un abrazo bien estrecho, ocupan solo un asiento y medio, se dicen tantas cosas sin hablar. Mi hermano no me pide el lado de la ventanilla… Ni siquiera está a mi lado; y yo, me veo tan chica detrás del cristal.

Ni una nube,
cae a la carretera
un ramo de gladiolos.

Van pasando lentamente los campos surcados, listos para la siembra. En la distancia, niños empequeñecidos corretean descalzos por las explanadas como hicimos él y yo tantas veces. Los ríos comienzan a crecerse con las intensas lluvias de los últimos días, las palmeras mueven las pencas a voluntad del viento. El  marabú a ambos lados de la carretera exhibe pompones rosas y amarillos. Todo ese paisaje que nos sabemos de memoria parece no estar.

Hace calor, una anciana retrasa el paso en un sendero para vernos pasar, se persigna. El olor a pino recién cortado  y azucenas nos compaña todo el camino.

Con los ojos aguados no logro ver el mar, solo una línea azul en el horizonte. Casi llegamos, cuando el carro se detiene me late con fuerza el corazón.

Funeraria
La butaca más cómoda
para mi madre.

                                                                                          Mayra Rosa Soris
Santa Clara (Cuba)

Haiku 32

梅咲ぬどれがむめやらうめじややら

Ume sakinu dore ga mume yara ume ja yara

Se llame “mume”
o “ume”,
el ciruelo florece.

Desglose:
咲 [saki, de saku 咲く: florecer],やら[yara: sobre dos cosas, muestra incertidumbre],

 Comentario y notas culturales:
Buson emplea su humor en este haiku sobre las argumentaciones, eruditas y sesudas, de académicos y escolares acerca de la ortografía correcta de ciruelo: ume o mume. Este poema fue escrito como respuesta al poeta y académico Ueda Shuusei (1734-1809) contemporáneo del erudito Motoori Norinaga (1730-1801). “Mume” fue la forma antigua y obsoleta de “ciruelo”, pero ya en tiempos de Buson se decía “ume”, como en la actualidad. Ueda consideraba que la “mu” debía mantenerse con el sonido “n”-me, mientras que Buson niega la mayor con este haiku en tono humorístico, confirmado por la explicación introductoria del poema:

あらむつかしの假名遣ひやな。字儀に害あらずんばア丶まゝよ

[Es difícil decidir qué ortografía es correcta. Cuando la ortografía no cambia el significado… ¿Acaso importa?]

Octubre 2021

Katatsumuri non-non aruku ame no naka

El caracol camina
a paso lento “pachín-pachín”
en la lluvia

Niño japonés de 6 años

 

                       Compartimos en esta entrega una de las actividades que se llevaban adelante en el taller del Villa Devoto School, en la ciudad de Buenos Aires.

            Para comenzar la actividad de construcción del haiku, consideramos  que el instante en el que se produjo el aware es fundamental como punto de partida. Por esa razón cada participante del taller escribe primeramente su propio relato previo a la escritura del haiku en cuestión. A veces un mismo relato da origen a más de un haiku.

            En principio les sugerimos a los pequeños haijines que el texto sea lo más exacto posible al momento vivido. Que incorporen no solo lo que perciben con la vista sino con todos los sentidos y que además incluyan las sensaciones que  les generó ese momento.

            Al finalizar el haiku algunos eran representados  al estilo HAIGA

Estos son algunos ejemplos:

Al amanecer
el lago se congela,
bajo el hielo, los peces.

Gala – 9 años:

Mediodía  soleado,  había llovido toda la mañana y en el cantero del colegio había una paloma gris tomando sol muy tranquila.

Cantero del colegio,
posando bajo el sol
una paloma.

Connie- 11 años:

Era un día muy húmedo, había llovido y estaba medio embarrado. Estaba corriendo y mientras pasaba vi tirada en un conjunto de hojas una paloma. Sonaba el canto de los pajaritos pero era muy leve. Aunque había sol, lo que predominaban eran las nubes. Se sentía mucho el olor al barro, a la lluvia. Me pareció impresionante ver a la paloma en el medio del camino. Me provocó asco, miedo y ternura.

Olor a humedad,
entre las hojas
una paloma muerta.

 

Juani – 11 años:

En La Catita que es (el nombre de) un campo al cual visitamos en sexto grado fuimos a ver las estrellas. Escuchar el sonido de los grillos en una noche tan bella me generó mucha paz y tranquilidad.

El campo,
en la noche estrellada
el sonido de los grillos.

 

 Abril – 11 años:

En un día tormentoso, la lluvia y las nubes predominaban en el cielo.  Yo desde mi ventana haciendo la tarea observé como las gotas de lluvia caían sobre las hojas de un árbol. El sonido era relajante y brinda tranquilidad.

Media mañana,
el sonido de la lluvia
sobre las Hojas.

 

 

 Micaela – 11 años:

Era una tarde nublada y fresca. Todo estaba calmado en el campo, nada más se escuchaba el ruido de los pajaritos. Cuando fui a ver los terneros, no aguanté y toqué uno. Me asombró mucho su suave y cálida piel y sentí mucha calma.

Tarde nublada,
la cálida y suave piel
de un ternero.

 

 

Día de sol.
Mi tortuga
se come las azaleas.

Octubre 2021

Ya está la abuelita
hablándole a los peces de colores
en el idioma de su pueblo.

– Niño japonés de 11 años
(Trad. Vicente Haya)
(Gracias a Elías Rovira)

«12. Defender el derecho de todos, sin discriminación, a un entorno natural y social que apoye la dignidad humana, la salud física y el bienestar espiritual, con especial atención a los derechos de los pueblos indígenas y las minorías.
a. Eliminar la discriminación en todas sus formas, tales como aquellas basadas en la raza, el color, el género, la orientación sexual, la religión, el idioma y el origen nacional, étnico o social.
b. Afirmar el derecho de los pueblos indígenas a su espiritualidad, conocimientos, tierras y recursos y a sus prácticas vinculadas a un modo de vida sostenible.
c. Honrar y apoyar a los jóvenes de nuestras comunidades, habilitándolos para que ejerzan su papel esencial en la creación de sociedades sostenibles.
d. Proteger y restaurar lugares de importancia que tengan un significado cultural y espiritual».

(de la Carta de la Tierra)

Octubre 2021

El fin de los mundos
(primeras páginas de un libro futuro)

(Mediodía en la cala de Punta Bela. Cala juega en la orilla, se adentra con su cubo para coger agua y la vierte en el castillo de arena que le construye su padre. Su tito Fran se levanta para darse un baño).
-¿Adónde vas, tito?
-Voy a nadar…-sonríe- ¡hasta el fin del mundo! (Señala el
horizonte donde se divisa, como un gigante marino, Cabo
Cope).
(La niña sigue con la rutina de su juego. El tito Fran es ahora un punto que se desplaza nadando mar adentro).
-Cala, ¿adónde se ha ido el tito Fran? -le pregunta su abuela Mariló.
-Se ha ido al fin de los mundos.

A mi nieta Cala, que me dio el título

Cada año, cada mes, cada día, cada minuto, cada hombre es un mundo que brilla y se extingue con la misma ligereza, con la misma levedad, con la misma sorpresa con la que aparece. En el momento mismo en que se vive y se presencia no se presagia su endeble consistencia, su latido efimeral. Luego llega el recuerdo, en el que permanece hasta que, sin saber cómo ni por qué, deja de acudir a la memoria y se hunde en el magma indistinto del olvido.

         La poesía, el verso, la prosa, el verbo, acuden entonces en nuestro auxilio para recuperar fragmentos perdidos, vivencias que se fabulan y confabulan para erigir un mundo a la medida de lo que creímos haber vivido. Un mundo nuevo que fija la escritura, que se alimenta del pasado para dar continuidad y argumento a nuestra historia.

El aroma del mar
enciende la memoria
de la esponja
inocente y ávida
de la infancia.

Nubes de lluvia.
Amarillean las hojas
del avellano.

 

Otros mares, otras playas,
otra luz, otros cantos,
otros arrullos, otras olas,
otros cuerpos, otras voces
emergen del fondo marino
-el mismo mar que ya no es el mismo-,
flotan en la espuma,
se esparcen en la arena
y se diluyen en efluvios
que se infiltran y sedimentan
en el alma. El limo que dejan
lo arrastrará de nuevo
el torrente indómito del tiempo.

Se ha marchitado
la flor de la maceta.
Sol de septiembre.

 

Se escucha la lluvia
que llega del mar
en las hojas del arce.
Gota a gota cae
desde la copa,
de rama en rama
hasta llegar al suelo
mullido de hierba.
Una babosa naranja
se desliza por las berzas.
Enmudecen los pájaros.
Sólo el discurrir del agua
por los canalones,
 por las hojas, por las riegas,
por los cristales, por las fuentes,
por los caminos… también
por las tejas rotas del hórreo
que auguran su derrumbe.

Llueve a cántaros.
Sólo flores secas
en la hortensia.

         Casas deshabitadas, o ya en ruinas; puertas desvencijadas, paredes desconchadas; la herrumbre en los clavos, en las cerraduras, en los arados, en las azadas, en las ruedas de los carros; caminos perdidos, cerrados, engullidos por la foresta; árboles roídos por la edad que se pudren lentamente hasta perder la última de sus verdecidas ramas; las arrugas en la cara y las manos de los viejos paisanos que aún quedan como rara avis en lo que antaño fueran florecientes aldeas regidas por el ciclo vital de las cosechas… Sic transit gloria mundi.

Olor a humedad.
En la cuadra abandonada
los arreos de las mulas.

 

         Amanece. Una fina gasa de niebla sube por la ladera del monte, se difumina, se extingue… Despierta el canto de los pájaros. Desde el bosque, los prados, los huertos, los jardines, las cercas, las tenadas, los aleros, los hilos de la luz… llegan sus trinos, sus gorjeos, sus silbos. Un tímido sol aparece y desaparece entre restos de nubes que se disgregan. A lo lejos, el humo blanco de una hoguera se confunde con la neblina. Por la ventana abierta de una casa salen las notas de un viejo piano que se une también, como un ser vivo más, a la sinfonía de la mañana.

Salta un sapo
por el camino cubierto
de hojas de higuera.

 

Octubre 2021

Este mes abordaremos un bello haiku de otoño, inspirado en un waka del período Heian.

El Ise monogatari es considerado el primer “uta monogatari”, es decir, una antología poética cuya contextualización venía escrita en prosa. Aunque durante mucho tiempo se le atribuyó a Ariwara no Narihira (825-880) debido a su contenido, análisis posteriores, tanto lingüísticos como socio biográficos, concluyeron que, si bien parte del texto es de su autoría, hay también escritos pertenecientes a otros autores. Por esta razón es considerada en la actualidad una obra anónima.

En la sección 29, con motivo de su reencuentro con un antiguo amor, escribe el protagonista, durante una fiesta en un jardín, el siguiente poema:

花にあかぬなげきはいつもせしかどもけふの今宵に似る時はなし

hana ni aka nugeki wa itsumo seshika domo kefu no ima yohi ni niru toki wa nashi

nunca suficientes flores, ni tiempo para contemplarlas, pero como esta noche no hay otra

El autor siente que en esa noche, más que ninguna otra, se percibe el lamento de no poder observar eternamente las flores.

Este poema aparece también compilado en el segundo rollo de primavera del Shin Kokin Wakashuu, la octava antología imperial, bajo la autoría de Ariwara no Narihira.

El poema de Bashou aparece en el compilatorio Zoku renju de su maestro Kitamura Kigin, poeta y clasicista de principios del período Edo. El haiku se considera parte de una serie de 10 que Bashou compuso en la zona de Iga Ueno cuando tenía entre 18 y 29 años de edad.

けふの今宵寝る時もなき月見哉

kefu no koyohi neru toki mo naki tsukimi kana

hoy de nuevo sin tiempo para dormir contemplando la luna

Si bien podemos apreciar la luna durante todo el año, ya desde tiempos del Manyoushuu primera antología de poesía autóctona japonesa (año 759)― se consideraba un tópico de otoño  que provocaba sentimientos de melancolía.

Es interesante que al tomar el último verso del poema de Narihira y agregarle el “tsukimi” o contemplación de la luna, Bashou lo mueve de estación, de primavera a otoño. Pero sin importar la estación que sea, así como Narihira quería contemplar las flores por siempre, nosotros podemos disfrutar eternamente de la poesía japonesa.

Poetas en el camino: Bashô

                   En el otoño de 1694 moría en Osaka, en casa de una florista, el poeta más grande de Japón: Matsuo Bashô, aquel que, ante el primer chubasco, sentía la imperiosa llamada del camino y sólo quería ser llamado “viajero”.  Al iniciar su diario Oku no hosomichi, el sendero estrecho del fin del mundo, traducido por Octavio Paz y Eikichi Hayashiya como Sendas de Oku, Bashô nos transmite bellamente su impaciencia: “Los meses y los días son viajeros de la eternidad. El año que se va y el que viene también son viajeros. Para aquellos que dejan flotar sus vidas a bordo de los barcos o envejecen conduciendo caballos, todos los días son viaje y su casa misma es viaje. Entre los antiguos, muchos murieron en plena ruta. A mí mismo, desde hace mucho, como girón de nube arrastrado por el viento, me turbaban pensamientos de vagabundeo. Después de haber recorrido la costa durante el otoño pasado, volví a mi choza a orillas del río y barrí sus telarañas. Allí me sorprendió el término del año; entonces me nacieron las ganas de cruzar el paso Shirakawa y llegar a Oku cuando la niebla cubre cielo y campos. Todo lo que veía me invitaba al viaje; tan poseído estaba por los dioses que no podía dominar mis pensamientos; los espíritus del camino me hacían señas y no podía fijar mi mente ni ocuparme en nada. Remendé mis pantalones rotos, cambié las cintas a mi sombrero de paja y unté moka quemada en mis piernas, para fortalecerlas. La idea de la luna en la isla de Matsushima llenaba todas mis horas. Cedí mi cabaña y me fui a la casa de Sampu, para esperar ahí el día de la salida…”

             Será el último gran viaje del poeta, realizado entre 1689 y 1690, acompañado inicialmente por su discípulo y amigo Sora. En el relato hay melancolía, sentimiento de fugacidad: “La imagen de los ramos de los cerezos en flor de Ueno y Yanaka me entristeció y me pregunté si alguna vez volvería a verlos”; “Cuando llegamos a la bahía de Shiogama, tañían las campanas del crepúsculo repitiéndonos que nada permanece”. Hay también cierto consuelo al ver aún erguido un “templo de luz” desgastado por el viento, la escarcha y la niebla. Y anécdotas tiernamente humanas, como su encuentro con el pintor Kaemon, improvisado y gentil guía por los lugares famosos que mencionan los antiguos poetas: “Después de orar en el templo de Yakusi-yi y en el santuario de Tenjin, contemplamos la puesta de sol. El pintor me regaló pinturas de paisajes de Matsushima y también, como despedida, dos pares de sandalias de cordones azules. Su gusto era perfecto y en esto se reveló tal cual era”. Hay, sobre todo, asombro. Deslumbrado por la belleza del paso de Shirakawa, Bashô confiesa: “Imposible pasar por ahí sin que fuese tocada mi alma…”

          Las notas de un viaje anterior a Sarashima revelan el mismo impulso: “ver la luna sobre el monte Obasuté, he aquí lo que con insistencia me sugiere el viento de otoño, cuyo soplo agita mi corazón, y compartiendo el gusto por el viento y por las nubes, va conmigo aquel que tiene por nombre Etsujin”. La dureza de unos parajes tan indómitos aviva la conciencia de su viaje interior: “El sentimiento de Buda —me digo— cuando se digna dirigir sus ojos sobre el mundo miserable de los vivientes, debe ser parecido al que yo siento, y la idea de impermanencia y de inminencia se impone en mí en un repentino retorno sobre mí mismo: esto es tanto como decir que en el paso aullante de Awa no hay ni olas ni vientos…”

        El camino es poesía. La poesía es camino. Cada paisaje, cada vivencia, cada movimiento queda reflejado en el poema que, al acabar la jornada, surge a la luz de la lámpara, pero sabe que “el haikai no está en la letra, sino en el corazón”. Bashô -nos recuerda Marguerite Yourcenar- “es quien, tal vez más que cualquier otro hombre, vive en la eternidad del instante”. Una noche, falto de inspiración, se consuela escuchando a un monje que le describe los lugares de peregrinación que visitó en su juventud, y se anima: “El claro de luna que me había distraído se desliza entre los árboles y por las grietas del muro, aquí y allí se elevan ruidos de palmadas y gritos para espantar a los gamos. En verdad, toda la melancolía del otoño se despliega en estos lugares. ‘¡Y bien, en honor de la luna, bebamos saké!’, dije, y nos trajeron las copas…” Como escribía Octavio Paz, vida y poesía son “dos realidades unidas, inseparables y que, no obstante, jamás se funden enteramente: el grito del pájaro y la luz del relámpago”. No está claro, pero se dice que Bashô se despidió del mundo con este último poema de adiós:

enfermo en el camino,
vagabundean mis sueños
por el páramo seco

***