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Julio 2025

CONSTRUIR

En ramas secas
Ninguna ave posada.
Al caer la tarde.

 

DECONSTRUIR

Haiku compuesto al bajar por el camino en mi paseo habitual de El Real y fijarme en un árbol completamente seco al borde de la carretera. Me quedé un rato observándolo. Oía los cantos de las aves a mi alrededor, pero ninguna venía a posarse en la ramas de este viejo árbol. ¿Por qué sería? El árbol no contemplaba el seto de rosas que había a sus pies (ver la foto, con la Cabeza del Oso al fondo, a la izquierda, a cuyos pies está mi casa), sino la belleza de otro color rosa: el sutil de unas nubes teñidas con los arreboles del final de la tarde. A lo mejor las aves no querían perturbar con su presencia esta contemplación gozosa que hacía el árbol.

Por eso, se me ocurrieron estos versos:

Mira asombrado
Unas nubes lejanas
El árbol seco.

Acompaño foto para que el lector pueda apreciar la suave belleza de los tonos de las distantes nubes.

Es un haiku, me parece, provisto de esa cualidad del “reflejo” que preconizaba el maestro Bashō. Reflejo, es decir, cierta cualidad cromática en los versos, por vaga o discreta que sea. Esta cualidad no se expresa directamente, sino que se insinúa a través del asombro del árbol  personificado. El árbol, pese a estar muerto, ha cobrado vida con la mirada del haijin y aprecia el color de las nubes que hay en lontananza.  Es, tal vez por eso un haiku rico en sugerencia. Rico pero no es austero. Y a mí, en primer lugar, me gustan los haikus austeros, casi ascéticos. El arte del haiku ­–Blyth lo definía, a pesar de su rechazo a toda definición– como un arte ascético. En segundo lugar, tengo predilección por los haikus que expresan negaciones, ausencias, vacíos. Por estas dos razones, deseché este haiku del asombro y del “reflejo” con sugerencias cromáticas, y ofrezco a la atención de los lectores el otro, el que encabeza este escrito de julio. Uno que habla de aves que no se posan en ramas secas…

A alguien que lo lea quizás le recuerda el famoso de Bashō:

Kareeda ni
Karasu no tomarikeri.
Aki no kure

En ramas secas
Se han posado unos cuervos.
Tarde de otoño.

 

Un magistral haiku por su intensa cualidad monocromática, en blanco y negro, más evocadora que cualquier policromía, aparte de por la aliteración del fonema /k/ que sugiere el graznido del cuervo. Y por más razones. Pero no es una haiku de negaciones.

En cierto sentido, el arte del haiku, contemplado desde la perspectiva occidental, es la poesía de la triple negación: no a la expresión de los sentimientos, no a la expresión directa de la belleza, no a la formulación de verdades o enseñanzas. La predilección del haiku por la nada puede deberse a su deuda formativa con la enseñanza zen para la cual la nada o el vacío –reflejo de la sunyata budista– es sustancial.  La nada budista, nos recuerda el filósofo moderno Shin’ichi Hisamatsu, no es una negación del ser, ni la formulación intelectual de una visión nihilista, ni siquiera es una nada imaginada. Esta nada, que es la nada del haijin, es una mente activa, que va más allá del ser y del no ser, una nada en que se funde sujeto y objeto. En este poema, “ave” y “rama” son la misma cosa. Están fundidas.

He aquí un par de poemas del maestro Buson con negaciones:

 

Tagaysu wa
Tori sae nakanu
Yama kage ni

A la sombra del monte
Ni un pájaro se oye
Labrando en el campo.  

 

O este otro, maravilloso (con “resonancia”):

Mi tabi naite
Kikoezu narinu
Ame no shika

Bramó tres veces
Y ya no se lo oyó más.
Ciervo en la lluvia.

Vivimos en un mundo de ausencias y vacíos. Hagámoslo presente en diecisiete sílabas.

Santuario

Roxana Dávila Peña
Mushi

Bajo frondosas ceibas y cerca del mar, donde terminan los senderos, comienza el camino. ¡Hace calor! Parece que el viento que apenas ondea miles de listones blancos amarrados en el túnel de las peticiones extiende los deseos de los peregrinos por toda la selva. Aquí vamos, bajo la sombra de las caobas y los olmos, los excluidos, los excomulgados, los más religiosos y los reconciliados. ¡Todos cabemos!, incluso los curiosos. Quedan los anhelos a merced del tiempo, el sol y la lluvia, que aunque escritos con plumón de tinta indeleble, se van desgastando; las esperanzas de que la Virgen desatanudos interceda, no. Recuerdo en los templos budistas y santuarios sintoístas de Japón las tablillas de madera y amuletos donde las personas escriben sus encargos de protección y preocupaciones y las cuelgan para que sean escuchadas por las deidades. Con cada paso sobre la gravilla, también escucho el canto de aves multicolores y en el silencio, una oración. Descalza, entre campanadas, cruces y conchas, escribo mi nudo a María, ese que entorpece mi vida. El que me tiene atada, confundida y con un poco de miedo. Busco un lugar, entre nudo y nudo.

Ante las orquídeas
atadas al árbol,
solo inclinarse.

 

Junio 2025

CONSTRUIR

Cáncer y nidos
En la pared cagada.
Un día especial.

DECONSTRUIR

Todas las semanas debo ir al hospital (aunque, por suerte, no por estar enfermo) donde entro por una puerta situada en una pared con una cornisa donde anidan los vencejos (¿o son los aviones o tal vez las golondrinas?). Una pared sucia por los excrementos de estas aves…  es el segundo verso de este haiku. Incluyo foto.

Los amantes del haiku espero que no le harán ascos a este extraño verso. Ellos saben que el feísmo y lo escatológico son simpáticas caras del poliédrico haiku, la poesía que a nada hace ascos y nada halla repugnante porque todo, todo en la naturaleza, lo santifica y ennoblece con su mirada.

Dos  ejemplos:

Entre los rastrillos
Y el estiércol de caballo,
Humea cálido el aire
(Kakei)

Y este famoso de Bashō:

Piojos y pulgas.
Un caballo que orina
Junto a mi almohada. 

El enfermo de cáncer marca como día especial aquel en que debe pasar por esta puerta, debajo de esta pared, para recibir su ración semanal o quincenal de quimioterapia. Si alza la vista y ve los nidos de la cornisa, seguro que duda de que tengan algo en común el nido –la seguridad, el calor– de una golondrina y el tumor cancerígeno –la incertidumbre, la salud amenazada– que corroe su cuerpo. ¿Lo tienen?

¡¡Sí!!  Sí en la mirada del haijin para quien cada día es especial. Cáncer y nido comparten una pared. Comparten una mirada.

Mayo 2021

CONSTRUIR

En Gata está
La puerta vieja y muda.
Juegan los niños.

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La provincia de Cáceres, bastante  cerca de donde vivo, está llena de lugares con encanto. Uno de ellos es la comarca de la Sierra de Gata, en el límite con la  provincia de Salamanca. El paisaje, el clima, la gente y hasta el habla –ahí está el dialecto mañegu o “fala”, reducto del viejo asturleonés– recuerdan a Asturias. Gata es uno de sus pueblos más representativos. Lo visité hace unos días. Subí hasta la ermita de San Blas en medio de chubascos y de los colores púrpuras y amarillos de brezos y escobones en flor. Pero antes, en una de las empinadas calles del pueblo, me detuve ante una puerta. Me cautivó su sencillez: un canto silencioso a la humildad.  Ya no era “una puerta”, sino “la puerta”. La que yo conocía y había visto en sueños.  La de siempre. Siempre cerrada y callada. Pero ahora quise darle voz.

    Desde la plaza llegaban voces infantiles. Me di prisa: saqué la foto y seguí calle arriba hasta San Blas. En la cabeza llevaba una pequeña cascada de sílabas que ahora quiero verter sobre la paciencia bondadosa de los lectores de El Rincón.

Haibun 61

Haibun 61

La ermita

El sol de verano comienza a ascender. Emprendemos la ruta hacia la ermita de Santa Catalina, que está situada en la cercana dehesa Marijuán a unos dos km. de la población. Un camino tradicional, llano y de fácil acceso, que nos adentra con sus paredes empedradas en un precioso y maduro alcornocal. En el desvío que nos adentra en el sotobosque se encuentra la charca chica, que constituye un hábitat esencial para la conservación de determinadas especies de aves y anfibios.

Por el borde de la chaca
 el chapoteo de las ranas
 a cada paso

En el bosque de alcornocales podemos observar el trabajo del descorcho. Los troncos sin la corteza con el paso de los días van enrojeciendo y esto configura un bello paisaje rebosante de vida. Caminando por el sotobosque envolvente de sombras se llega a una explanada donde está la ermita de Santa Catalina, una construcción que data de 1716 y consta de una sola nave y un atrio exterior donde todos los lunes de pascua se celebra una romería.

En el centro de la explanada se encuentra un ejemplar de alcornoque centenario de gran altura y con un tronco sinuoso de gruesa corteza y gran perímetro, una amplia copa ha ramificado extensos troncos que provocan un haz de sombra para el ganado en los tórridos veranos extremeños

El tiempo pasa, borra las huellas de generaciones, nada o muy poco queda, pero aquí los ojos contemplan con certeza los cientos de años de este alcornoque.

Llega a la sombra
 del alcornoque
 una oveja preñada

Encarna Ortiz Serrano
Recas-Toledo (España)

De oficios y jacarandas

Roxana Dávila Peña
Mushi

Miles de brotes estallan. Algunos permanecen colgados a las ramas de las jacarandas y se mueven de acá para allá; otros ya cubren el suelo de color morado que suaviza los pasos de la niña descalza del globo rojo. Yo me niego a renunciar a mi infancia y recuerdo los andadores de Satélite llenos de flores en primavera.

Se escucha el susurro de los árboles. Un barrendero, escoba de vara en mano, con humildad, aparentemente fácil, lleva las flores que caen constantemente al suelo de un lado para otro. La brisa se las lleva otra vez. Pasa la escoba… también las sombras y mis apegos. Un barrido sereno continúa. En el haz de luz, motas de polvo.

Un azotador avanza rápidamente como esa pareja de vendedores de lotería que parece que va con prisa hacia la Puerta Francesa de la estación del metro Bellas Artes en la Alameda Central. Dos tórtolas se pierden entre la fronda.

La anciana encorvada bajo la jacaranda, estira su brazo y camina. Cualquier paso que da y hacia dónde lo dé, es un paso ligero en sus Adidas viejos.

Algo revolotea como mi corazón. ¿Será una polilla? Me invita a flotar, a mecerme en el viento cargado de imecas que van directo a mis pulmones.

Comienzan a sonar canciones mexicanas, como antídoto, al ritmo de esta ciudad. Los primeros acordes nostálgicos de La cucaracha y de Amorcito corazón alegran el día a los que pasamos por aquí cuando el organillero, que siempre está aquí, aunque sin lugar fijo, gira la manivela. Toca y toca y caen, dando vueltas, más flores de jacaranda.  Una moneda pega con otra cuando un niño coopera para que ese oficio nunca desaparezca. Para mi sorpresa, también aceptan transferencias electrónicas.

Más allá, en una banca, las hojas del periódico que alguien dejó.

Montoncitos de flores
que el viento vuelve
a deshacer.

Abril de 2025

CONSTRUIR

Sin hacer ruido
La primavera asoma
Al vasto cielo

DECONSTRUIR

En la poesía clásica japonesa, hay un recurso técnico llamado makura kotoba que literalmente significa «palabras almohadilla». Es una especie de epíteto fijo que confiere dignidad al nombre al cual precede, y dota al poema de ritmo y tono.  Algunos piensan que es un vestigio del antiguo, preliterario kotodama o «alma, energía de las palabras» que ejercía un poder religioso o mágico en la palabra.  Muchas de estas «palabras almohadillas» ya habían perdido su significado cuando la poesía adquiere el soporte escrito en Japón allá por los siglos VII y VIII. Su función es, aparte de dar prestigio al poema emparentándolo con la antigüedad remota, intensificadora o amplificadora del nombre que le sigue, por emplear un término de la preceptiva poética occidental; es semejante, por tanto, a los conocidos epítetos que Homero utilizaba, cuando habla de “la de rosados dedos” para referirse a la aurora.

En la literatura clásica japonesa hay listas de estas makura kotoba antepuestas a topónimos famosos, a verbos o a nombres. Por ejemplo, la de ashihiki, literalmente «arrastrando los pies», aplicado a «montaña». O la de hisakata, aplicado a «luz, cielo, nubes» para ponderar su grandiosidad, inmensidad. En el siguiente poema, el número 84, compuesto por Ki no Tomonori para la antología Kokinwakashū del año 905, la encontramos en este poema, un poema tal vez oportuno a este mes de abril porque nos habla también de flores:

En la vasta luz

De este día de primavera,

¿Por qué el cerezo

Sus flores pierde apenando

Los pobres corazones?

ひさかたの          hisakata no

光のどけき          hikari nodokeki

春の日に           haru no hi ni

しづ心なく                                             shizugokoro naku

 花の散るらむ                                        hana no chiru ramu

La luz, hikari, es el marco grandioso, vasto donde brotan las flores del cerezo o, más bien, donde se destaca la pena que siente el poeta al ver cómo los pétalos se caen.

En el haiku, donde el viejo kotodama se ha fosilizado en el actual kigo o «término estacional», no hay espacio para expresar directamente penas ni tristezas. Solo para registrar sensaciones. En el poema de este mes, es la sensación del silencio con que la primavera llega, de un silencio amplificado por la inmensidad del cielo.

   Por eso, en  la foto que acompaña este haiku se ve tanto cielo azul y tan pocas flores, las justas para presentir la llegada incontenible y silenciosa de la primavera.

Marzo de 2025

CONSTRUIR

Bajo el paraguas.
Gotas en los oídos,
Entre mimosas.

DECONSTRUIR

Este fin de semana ha sido lluvioso en la Sierra de San Vicente, con aguanieve ayer tarde. Pero fue anteayer, sábado, cuando al caer la tarde, salí a pasear. Botas en pies y paraguas en la mano.  Hay un tramo, ya en el camino de descenso que discurre por una carretera apenas transitada, en donde crecen las mimosas.  La lluvia,  aunque fina, caía sobre la tela negra del paraguas produciendo unos sonidos sordos, profundos, redondos.

    A la derecha, los altos arbustos de las mimosas, con sus flores mojadas, trémulas y amarillas, se doblaban hacia el camino saludando a este solitario paseante.

    Paseante que tuvo la extraña ocurrencia de soltar el paraguas en el asfalto de la carretera y corresponder al saludo de las mimosas capturándolas en una foto para los amigos de El Rincón. Capturar el instante dentro del corazón de uno mismo. El secreto del haiku.

 

Mariposas viajeras

Roxana Dávila Peña
mushi

Hay café recién hecho para empezar el día. Me gusta su olor y también el que llega del corazón de un viejo pino. Quizá es de ocote.

Más arriba, para allá hacia donde vamos, el picoteo de un pájaro carpintero.

Por fin llego a la cima. No voy ligera. ¡Cuánto cansancio!, me seco el sudor. Esta vez, me costó más trabajo subir. ¡Uf!, pero qué maravilla, como cada año, adormiladas, en los troncos del bosque de oyamel, racimos de miles de mariposas descansan en las colonias de hibernación en el Santuario. Basta para ellas, el pálido sol de invierno. Al avanzar la mañana, poco a poco, se desentumen cuando crece la luz entre las frondas que no se mueven. Se abre un claro. Casi están quietas las mariposas cuando con el calorcito, lentas, de ida y vuelta, cambian de lugar. Ya bien despiertas, bajan al valle a beber de las gotas de rocío que la helada madrugada dejó sobre la hierba. Cuidando donde pisar y en silencio, avanzo por el sendero. Resuena el eco que se acumula con el roce de un ala y de otra… de miles de alas… Aumenta el ajetreo. Al dejarse tocar por la tibieza del sol, en una zanja, amontonadas, sus colores se avivan. No encuentro en el cielo ni una nube. Es asombroso cómo tantas mariposas despliegan sus alas y vuelan por todas partes. Unas van a buscar agua, otras regresan. Una vibra posada en un cardo.

A solas, recuerdo a mis muertos. Para algunas personas las xepje* representan una guía para las almas de los familiares y amigos que han muerto y que vienen a visitarnos. Me quito las botas y los calcetines para sentir la tierra. Me aquieto y me quedo.

A mediodía, mientras preparo el descenso, allá lejos, miro el naranja y el negro desvanecerse. Bajando por la montaña, las sombras de las mariposas me atraviesan como si yo fuera una de ellas, así, liviana. Ya se siente el sol que brilla en mis trenzas y a la del lado izquierdo se acerca, revoloteando, una monarca.

Una calandria no para de cantar. Cada vez se escucha más cerca.

Ya tiene hojas nuevas la margarita que apenas se inclina cuando a ella vuelve una mariposa. Pronto se va.

¡Despierta xepje!
Es hora de emprender
un nuevo viaje.

*El grupo mazahua, comunidad indígena a la que pertenecen los bosques de oyamel a los que cada año llegan las mariposas, las conocen también como “xepje” o ”hijas del sol” por el color brillante de sus alas y porque con el despertar de la monarca, previo a su regreso a Canadá, llega el sol de primavera.

Enero de 2025

CONSTRUIR

Huyó la araña
Por el frío espantada.
Uno de enero.

DECONSTRUIR

En la hermosa villa medieval aragonesa de Sos del Rey Católico, muy cerca de Navarra, he pasado el uno de enero de 2025.

La ciudad estaba envuelta en niebla y el frío era penetrante. Había helado por la noche. Mi primer paseo del año fue por la carretera a Sangüesa. Pasé al lado de un tupido seto de cipreses, o de otra especie de conífera, tal vez de tuyas. Algo que brillaba me llamó la atención: eran los hilos de una sutil tela de araña que colgaban congelados de las ramas. Como un delicado encaje. Sin duda que las arañas, despavoridas por el frío intenso, estaban invernando en algún lugar escondido o habían perecido con los primeros fríos del final de año. Pero ahí habían dejado sus redes, para maravilla de paseantes como yo. La desaparición de los insectos y el comienzo del año me pareció un contraste digno de ser registrado en verso porque, tal vez sin saberlo, estos bichitos habían engalanado, con sus telas delicadas y trémulas, el aire gélido de la mañana.

En este haiku no menciono los hilos colgantes de la tela, una humilde maravilla de la naturaleza, que pueden apreciarse claramente en la foto que adjunto, los hilos al lado de las gálbulas del ciprés.  Y si algún mérito tiene este haiku es justamente el hecho de no mencionar lo más evidente: esos escarchados filamentos, que fue lo que me llamó la atención. Por detrás de la historia de una araña fugitiva y de la causa de su huida –el frío–, yace la impresión visual no revelada en los versos: ese prodigio de la naturaleza observado por un paseante ocioso en la mañana gélida del primer día del año, del Año Nuevo que deseo venturoso a los lectores de El Rincón que me estén leyendo.