UNA MELODÍA EN DESCOMPOSICIÓN

A veces nos olvidamos de qué somos realmente. Es entonces cuando nos sentimos pletóricos o indignos de nosotros. Nos avocamos así a sobrevivir en los extremos de la existencia, en aquellos lugares o parámetros con los que nos han enseñado a etiquetar todo cuanto existe a nuestro alrededor: blanco, negro, felicidad, tristeza, éxito, fracaso… El consabido paso que se ejecuta a continuación solo posee dos posibles alternativas: aferrar o rechazar, en función del extremo que estemos pululando. Necesitamos sacarle el mayor provecho a nuestra existencia.
Y es que, a veces, nos olvidamos de qué somos realmente. Porque, sacarle el mayor provecho a nuestra existencia significa que aún no lo tiene; que aún no se lo hemos otorgado; y que siempre habrá algo más que tengamos que hacer para poder alcanzar nuestra “mejor meta”… Siempre será el momento de hacer “algo por algo”: “algo para salir de esto” o “algo para seguir como hasta ahora” o “algo para mejorar eso”. Jamás se nos pasará por la mente que merezca la pena contemplar qué ocurre a nuestro alrededor, sin más, siendo un testigo agradecido en medio de un prodigio: cómo nacen las flores del jazmín o cómo las hormigas se alimentan del cuerpo de una abeja muerta… Esas cosas, claramente, nos estorbarían en nuestros esfuerzos por alcanzar nuestros propósitos. Justamente, porque aún no somos lo que tenemos que ser…

Otras veces, no nos olvidamos de qué somos realmente.

No tengo dinero, no tengo cosas, 
No tengo dientes…
Estoy completamente solo1

¿Acaso el dinero que poseemos ahora se quedará con nosotros? ¿Acaso las cosas que protegemos no se desgastarán? ¿Acaso nuestro cuerpo no irá mermando sus facultades? ¿Hasta dónde, hasta cuándo queremos que nuestras “cosas” y nuestros “logros” persistan? ¿Por qué correr tras ellos como locos? ¿Por qué nos hemos de sentir vacíos sin ellos? Tan sólo deberíamos de sentir con el corazón esta melodía que se está descomponiendo.
Deberíamos sentarnos, “completamente solos”, sin miedo de convivir con nosotros mismos y lo que somos, y comenzar a apreciar verdaderamente este conjunto del que formamos parte: sin olvidar un solo instante qué somos realmente. Somos Todo lo que existe, porque Todo lo que existe es Una misma cosa: Existencia, Energía,

Buda, Dios… No importa el nombre que le queramos dar… ¿Acaso hay algo “fuera” de este Universo?¿Algo que no sea ya este Universo?

El Tao que puede ser expresado
no es el verdadero Tao.
El nombre que se le puede dar 
no es su verdadero nombre.
Sin nombre, es el principio del universo; 
y con nombre, es la madre de todas las cosas2.

Entre otras notas, que flotan en esta brisa, nos estamos descomponiendo: ¿qué alcanzar?

¿Esperar qué?
Día a día se amontonan 
las hojas caídas3

Estas pocas palabras han sido escritas pensando en esos momentos en los que olvidamos qué somos, realmente. Quizás, en ese instante, podamos sentir un haiku.

Para el beneficio y la felicidad de todos mis amigos de “El Rincón del Haiku”.

Viento.

 

1 SANTÔKA, Taneda, en “Soledad del hombre”, en El monje desnudo. 100 haikus , Miraguano Ediciones. Libro de los Malos Tiempos, edición y tra-ducción de Vicente Haya, Akiko Yamada y José Manuel Martín Portales, p. 35.
2 Lao Tse, Tao Te King .
3 SANTÔKA, Taneda, en “Las hojas caídas”, en Idem , p. 63.