Si en anteriores entregas intenté delimitar precariamente mi intuición de lo que es la conciencia (la pregunta) confrontándola, aunque de manera sucinta, con la racionalidad como generadora de respuestas desde la lógica interna de lo fáctico, similar procedimiento propongo ahora para dar a entender el significado que para mí tiene la palabra radical de la auténtica experiencia poética del haijín, no sin antes entrever el lenguaje como gran formalización de la racionalidad. A este último aspecto concreto dedicaré la presente entrega.
Desde el punto de vista que mantengo en estas colaboraciones, ya he referido con anterioridad la evidencia de que es la propia estructura biológica de los seres vivos la que está diseñada para permanecer y desarrollarse. A esa estrategia interna de la supervivencia he llamado sin más, quizá impropiamente, racionalidad, a modo de capacidad innata mediante la que los organismos adecúan sus órganos a la resolución de las diferentes necesidades que se le plantean en relación con su medio. Este modus operandi puramente biológico se va refinando a lo largo de la evolución y alcanza en los homínidos una capacidad de desarrollo impensable si tenemos en cuenta al resto de la fauna viviente. Hace seis millones de años los individuos de una especie de los primates hominoideos, presionados por las condiciones climáticas, bajan de los árboles y se hacen bípedos terrestres. Hace dos millones y medio de años, estos homínidos se diversifican, y aparece en África el género Homo (erguido, bípedo, con destreza manual y un cerebro más grande). La industria material que desarrollan y el grado de complejidad social que van asumiendo ya será imparable. Y aún los antropólogos hablan de un evidente salto cualitativo en esta proyección: la que tiene lugar hace unos doscientos mil años con el ser humano anatómicamente moderno, que evolucionó de homo sapiens más primitivos: la subespecie homo sapiens sapiens a la que pertenecemos.
Lo que parece haber sucedido es que determinados órganos de esta especie (en principio dedicados a la pura supervivencia en equilibrio ecológico) comienzan a ofrecer (en la medida en que se interrelacionan entre sí gracias al desarrollo de la red neuronal) otras funciones (el lenguaje, por ejemplo) que van a propiciar una extraordinaria complejidad cerebral, que a su vez va a permitir una interacción social sin precedentes cuya consecuencia más significativa, a mi modo de ver, va a ser el crecimiento exponencial de la población, que ya no se va a ver limitada por su nicho ecológico, en tanto cree que puede manipularlo a su conveniencia. Al fenómeno que propicia este desarrollo desvinculado del hábitat podríamos llamarlo ‘racionalidad extendida’, una racionalidad ya no sujeta a los procesos de la estricta supervivencia biológica en un entorno ecológico determinado, y por tanto que ya no buscará la supervivencia de la especie como tal sino la supervivencia de los grupos que hayan alcanzado un estatus de poder en las diferentes poblaciones, principalmente de aquellos que controlan los beneficios de la manipulación del hábitat. Esa racionalidad extendida, germen de los procesos civilizatorios del Neolítico, orienta la definitiva desvinculación del equilibrio con la tierra y establece enemistad con las poblaciones de la misma especie que le disputan los recursos limitados del planeta, iniciando un camino de conquista fratricida cuyo fin no es otro que la extinción del hermano débil o el colapso. Que la racionalidad biológica se desvincule del hábitat de su propia supervivencia, en eso que he denominado racionalidad extendida, es la suicida contradicción en la que ha entrado el homo sapiens sapiens en su última etapa, conocida como ‘historia’. Y el suicidio como especie aparece precedido, como podemos comprobar, por la muerte (muerte física o invisibilidad social) de los individuos y comunidades de la especie que han sido desheredados.
La tesis que mantengo en esta entrega es que solo gracias al lenguaje el homo sapiens sapiens ha podido encaminarse al depredador aniquilamiento de los recursos de la tierra y dirigirse hacia el suicidio de la especie. Porque el lenguaje le ha proporcionado la posibilidad de habitar en otra parte, de habitar en el relato. El relato va a proporcionar a la racionalidad la ilusión de que puede subsistir por sí misma al margen de la tierra, el relato va a proporcionarle el horizonte cerrado donde perpetuarse como racionalidad extendida, a costa, como digo, de haberle tapado los ojos ante la evidencia. Dicho de otra forma, el relato es la configuración cultural de lo que en entregas anteriores hemos llamado la ‘respuesta’, el modo en el que el hombre vive y se desarrolla en la respuesta que se ha dado a sí mismo. Y el relato, también, va a propiciar que los desheredados asimilen y terminen aceptando su papel de víctimas en esa especie de macro-lógica de la historia creada por el relato de la racionalidad extendida.
El origen del leguaje es uno de los asuntos más controvertidos y apasionantes de la investigación actual, no solo antropológica. Para la biología, los cambios anatómicos que lo propiciarán no está claro si aparecen de manera gradual, por selección natural, o como consecuencia de una exaptación. La neurología nos da a conocer que la corteza cerebral, donde tienen lugar los procesos cognitivos y lingüísticos, presenta en los homínidos un desarrollo mayor que en los demás primates. Su inmadurez neurológica en el momento del nacimiento es muy acusada, y por eso el sistema nervioso se va configurando con una plasticidad mayor a medida que va entrando la información sensorial procedente del mundo exterior. La psicología cognitiva, por su parte, nos dice que poseemos una extraordinaria capacidad de procesar información porque hemos desarrollado un sistema neurológico capaz de recibirla, procesarla, almacenarla y recuperarla. Y el lenguaje va a ser el medio por el cual aprendemos todos los conceptos abstractos que después van a condicionar absolutamente nuestro pensamiento. Belinchón y Vygotsky (citados en Rivera 2009) reconocían que el niño, al ir asimilando las abstracciones que aprende por medio del lenguaje que escucha de la sociedad en la que vive, dentro de su periodo crítico de maduración neurológica, organiza su sistema nervioso en función de las cualidades que tales abstracciones le ofrecen. Lo que quiere decir que el lenguaje es un instrumento regulador de la conducta y del desarrollo cognitivo de los seres humanos, porque el lenguaje que usamos no forma parte de la herencia biológica (lo que se hereda es un conjunto de características anatómicas y fisiológicas que facilitan su adquisición y uso), sino que forma parte de la herencia cultural; es algo aprendido, algo que puede enseñarse.
Parece ser que las potencialidades neurológicas del homo sapiens sapiens comienzan a posibilitar una especie de bucle de la identidad. Muchos especialistas consideran que el lenguaje regula la conducta, como antes vimos, y que, después, de la propia conducta surge una especie de propiedad emergente que se llama conciencia reflexiva y que tiene que ver con la unificación funcional de todas las capacidades cognitivas. Edelman y Tononi (2000) dicen que la suma funcional de esas capacidades daría lugar a las propiedades de la autoconciencia humana. La sociología, por su parte, nos asegura que todo lo anterior solo pudo realizarse en sociedades intercomunicadas y estables, que pudieran asegurar la continuidad cultural; por tanto, solo a partir de finales del Paleolítico Medio y Superior.
Aunque parece lógico que el lenguaje hunda sus raíces en la incipiente comunicación de los primeros grupos para favorecer su propia supervivencia (como por otra parte hacen la mayoría de las especies, dependiendo de su anatomía y con sus códigos específicos), no cabe duda de que el desarrollo posterior de esta capacidad va a convertirla en la característica principal del homo sapiens sapiens. Podríamos decir que el homo sapiens ha creado el lenguaje y que el lenguaje ha creado al homo sapiens sapiens. Ese plus de ‘sabiduría’ no nos pertenece, más bien nosotros le pertenecemos. (Un ejemplo actual: nosotros creemos que estamos dirigiendo el progreso, pero es el progreso el que nos está diciendo por dónde tenemos que ir, lo que se puede y no se puede hacer. Los que hoy hablan de decrecimiento, sin ir más lejos, son tachados de herejes o ingenuos).
Dice Lledó (1996), con franco optimismo, que la vanguardia del pensamiento actual apunta hacia un reencuentro con la naturaleza, después de los grandes relatos míticos y religiosos que nos han precedido. Pero podríamos preguntarnos si el ‘pensamiento’ puede realizar ese reencuentro. Yo creo más bien que el pensamiento solo puede revisar el pensamiento, solo puede reencontrarse consigo mismo. Morris (1962), al que precisamente cita Lledó, es mucho más crudo y directo: “Desde la cuna hasta la tumba, desde que se levanta hasta que se acuesta, el individuo de hoy se halla rodeado por una interminable red de signos mediante los cuales procuran los demás adelantar sus propios objetivos. Se le indica lo que ha de creer, lo que debe aprobar o desaprobar, lo que debe hacer o evitar”. ¿Qué está ocurriendo, entonces?
La tesis que mantengo es que si bien el pensamiento pudo nacer como 1)- reflejo de la realidad en el cerebro humano, creado por el lenguaje, 2)- la actividad práctica y 3)- el conocimiento que nos proporcionaban los sentidos, estas dos últimas experiencias han sido completamente absorbidas por el lenguaje. A través de un proceso de simbolización y abstracción, el lenguaje se ha apropiado de la naturaleza y de la voluntad, las ha traído a su terreno, las ha configurado a su modo. Naturaleza y acción están ocurriendo dentro del lenguaje, que es el instrumento con el que la racionalidad extendida ha asumido el control y la interpretación de toda experiencia humana. Si el pasado (enraizado en la naturaleza) y el futuro (fruto creativo de la acción) están subsumidos en el lenguaje, entonces es que el hombre contemporáneo es un rey enrocado a la espera de la última jugada. Aunque su relato le asegure un futuro airoso: hasta ahora el progreso, hoy la vida virtual, mañana mismo la vida artificial…
La construcción de los primeros relatos formalmente constituidos como memoria de las respuestas sobre el origen y la identidad de los primeros pueblos se produjo mucho antes de que los griegos comenzasen a formular los conceptos de la racionalidad que siguen enraizando nuestra cultura occidental. Precisamente lo que hacen los primeros ‘filósofos’ es desvelar la racionalidad que subyace en las creencias mitológicas, aunque desprecien su parafernalia onírica y su poder de encantamiento emocional. Las imágenes, los sucesos y las actitudes de los personajes legendarios van a convertirse en conceptos, de la misma manera que se convirtieron en imágenes, sucesos y actitudes las recónditas emociones con las que se contemplaba el amanecer, se temía la tormenta o se proyectaba la caza. El salto hacia el lenguaje conceptual ha permitido, sobre todo, comprimir la información y centralizar la interpretación de las diferentes señales que nos llegan del exterior y que en algún momento pretérito debieron sumirnos en un auténtico éxtasis emocional, cuando todavía la tierra era una fuente inagotable de misterios. La inteligencia artificial, como es lógico, tampoco será ningún hecho extraordinario, sino la constatación de que la racionalidad extendida amplía su imperio aprovechando los recursos del momento, como siempre ha hecho.
El que habita el relato cree que está viviendo en una superestructura a la medida de sus necesidades. Pero en realidad, esa superestructura es la que ha creado al habitante. Y el habitante del relato ya solo puede pensar y sentir como habitante. En muchos aspectos, los robots que comienzan a actuar en nuestro mundo son solo una extensión lógica del comportamiento del habitante.
Me parece fundamental tomar conciencia de que somos habitantes del relato, actores de un guión impuesto por la racionalidad extendida, porque esto es lo verdaderamente difícil, ya que no tenemos perspectiva para mirarnos desde fuera. El relato ha sido blindado. No existe un ‘fuera’ del relato. La racionalidad, que emergió como el ‘logos’ interno de lo fáctico, se ha extendido hacia la construcción de esta superestructura fáctica que es el relato, que ahora actúa como nueva ‘naturaleza’ donde se desenvuelve el hombre. La tesis que yo mantengo es que esta evidencia quedaría completamente cerrada en su lógica interna (el cerebro humano no estaría sino constatando la facticidad biológica en un estadio cognitivo de racionalidad extendida) si no fuese porque ha surgido la conciencia como pregunta. A mi modo de ver, no existe, en efecto, un ‘fuera’ del relato, pero no existe porque ha de ser creado, ha de ser inaugurado con una experiencia de ‘salida’.
Llamo experiencia poética (asumir la pregunta como pregunta) a esa experiencia de ‘salida’. Y tal experiencia ha de comportar, según lo que hemos visto hasta ahora, dos dimensiones: por una parte, la salida del relato de la racionalidad extendida, y, por otra parte, el reconocimiento de que lo existente se encuentra en un proceso de salida de lo fáctico. Esta es la ‘posibilidad’ a la que abre la experiencia poética.
En la próxima entrega intentaré, en la medida de mis posibilidades, entrever la radicalidad poética de la palabra del haiku, que para mí tiene que ver con la salida del relato (por parte del haijín) y con la salida de la facticidad (por parte de la naturaleza).