Haibun 62
Olvidos
La ola de calor da una tregua y la tramontana, que empezó ayer, permite que tengamos un agradable domingo de verano.
El frescor del viento y un cielo sin nubes invitan a salir de buena mañana.
Un amigo de la juventud nos pregunta si puede visitarnos. Le respondemos que sí. A diferencia de otras veces hoy también le acompaña su mujer. Por razones que no vienen al caso hace veinte años que no nos vemos.
El graznido de las gaviotas que han anidado en el tejado hace días que no se oye. Las crías ya vuelan y quizás solo vuelvan para dormir.
Riego la buganvilla repleta de flores fucsia; luego la tomatera y los fresones plantados en macetas.
Llegan temprano. Después de tantos años, el largo abrazo con mi amiga me deja una huella imborrable… por la calidez y por la sensación de fragilidad que me transmite al abrazarla.
Vamos a la playa de la Fosca1. No han traído bañador. Decidimos pasear y tomar unas tapas. Aunque estamos rodeados de gente, sube a un pequeño muro que separa la playa del paseo y levantando los brazos grita sin pudor: ¡ qué a gusto estoooy !
Después del paseo pedimos patatas bravas y mejillones al vapor. ¡Una delicia!
Ocupada por toallas y sombrillas, apenas se puede ver la arena de la playa, pero sí el mar, hoy de un azul intenso como el cielo. Los gorriones pasean a nuestro alrededor picoteando restos de comida. Los gritos de los niños bañándose y jugando se mezclan con el sonido de las olas y el sabor de los mejillones.
Volvemos por el camino de siempre entre los pinos. Se alegra de reconocerlo. Sus olvidos son continuos, por eso necesita situarse a menudo en el espacio y el tiempo. Respondo de nuevo a su pregunta como si fuera la primera vez que la hace.
Impresionada por la situación y sin saber porqué, pienso en el silencio de los haikus de Santôka, en su vida en soledad: “Todo el día sin decir una palabra, el sonido de las olas”,2 dejó escrito el maestro japonés.
Un perro se para cerca de nosotros y orina en el tronco del pino. -¡Meón!- le dice, mirándolo cariñosamente como si hubiera vuelto a ser niña. Nos reímos.
Todo el día haciendo
la misma pregunta.
El olor del mar
Nos despedimos con la promesa de que volverán pronto. Ha sido un día precioso, dicen.
Al llegar a casa me siento en silencio. La luz cálida del atardecer ilumina la estancia. El bullicio de los pájaros que se posan entre las hojas verdes de la copa del plátano que tengo delante, me recuerda que silencio y ruido son parte de una misma cosa.
También hoy,
con el crepúsculo
vuelven los estorninos
María Ángeles Millán “Hikari”
Girona – España
1 https://redcostabrava.com/ficha/la-fosca-girona-cala-de-la-fosca/
2 Ichinichi mono iwazu nami oto: “Todo el día sin decir una palabra. El sonido de las olas”.
Autor: Taneda Santôka. Traducción: Vicente Haya