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Enero 2020

                La luna de este verano recién estrenado es la misma que ilumina las frías calles nevadas de alguna aldea a una larga caminata desde aquí. Tal vez una estación entera tardaría en recorrer esa distancia hasta llegar. Y al hacerlo, esa luna de verano ya estará otoñando o reflejando su luz sobre las primeras flores que abrirán donde antes hubo nieve. A mitad de camino también alumbrará lugares sin primaveras ni otoños, sin veranos ni inviernos. Acaso la lluvia o la falta de ella apenas sirvan para marcar alguna diferencia. Distinciones sutiles o no tanto que les permita florecer a las plantas o empollar a las aves…

                Y así, recorriendo el camino se suceden las lunas, las lluvias, los vientos, los mares y cada una de las creaturas que conforman y formamos parte de esta trama invisible que es el mundo. Con el andar llega un haiku, o una pintura, o ambas y se complementan en un haiga.

A lo largo de este año, con cada entrega, les compartiremos dos haiga correspondientes a cada estación uno de “aquí” y uno de “allá”. El aquí y el allá dependerá de donde nos paremos para leerlos. Pinceladas que junto con el haiku intentan tan solo recordarnos que nuestro estar “acá” no es el único lugar habitado y habitable. Por cada “aquí” hay miles de “allí” también sorprendentes, maravillosos y llenos de aware.

Haiga 12

“La pintura es poesía muda;
la poesía pintura ciega”
         Leonardo Da Vinci

         Cerramos con esta entrega, una serie mensual que humildemente, y también con cierto descaro, pretendió acercar algunos elementos del sumie y de la pintura japonesa en relación con el haiku. El objetivo fue el de generar al menos la curiosidad para animar al lector a esbozar algunas pinceladas. Descubrir lo que se siente cuando se practica el sumie y encontrar también una posibilidad más de transitar el camino.

 

         Chantal Maillard, en el prólogo de “El monje desnudo” 100 haikus de Taneda Santoka, al referirse al haiku expresa:

         “A partir de entonces, no pudo desligarse de este tipo de sabiduría. De hecho se integró de tal manera en las prácticas del zen que llegó a ser una de las tres artes más apreciadas en sus monasterios junto al tiro con arco y la caligrafía o la pintura sumie. Las tres artes eran, en efecto, idóneas para instruir y poner a prueba a los adeptos en aquello que más se valoraban en las escuelas zen: la comprensión de la inmediatez, la fugacidad de lo real.

El haiku, la pincelada o el tiro con arco responden inmejorablemente a la necesidad de expresar lo fugaz con la misma inmediatez con que puede captarse; una expresión que, lejos de ser apresurada, ha de ser el resultado de un largo entrenamiento, y la pericia adquirida no es el fruto de la repetición del gesto sino una toma de contacto profundo con aquello que se quiere representar.

La sencillez, la limpieza, el despojamiento de un trazo de pincel sobre un papel que embebe se hayan Igualmente en la línea que sigue la flecha al atravesar el aire o en las palabras que han de expresar también el blanco: la realidad compleja es el centro en el que convergen el cazador y su presa, el observador y lo observado.“

         Haiga: sumie más haiku, haiku más sumie. Tomando la frase de Leonardo, la pintura le da al haiku las palabras y el haiku al sumie, la imagen. Esto adquiere sentido cuando entre ambas hay un verdadero complemento, cuando es posible plasmarse en un haiga que es capaz de conmovernos. De no ser así tan solo sería un collage entre letras y dibujos.         Quisiera cerrar con un relato que Samuel Wolpin utilizó para finalizar su libro “El zen en la literatura y la pintura”.

         “Se cuenta que a Okubo Shibun, famoso por pintar el bambú, se le encargó un trabajo que representase un bosque. Pintó un cuadro en el que todas las plantas eran rojas. El cliente, al recibirlo, se maravilló ante el extraordinario arte con que había sido ejecutada la obra y acudiendo a la residencia del artista le dijo:

-Maestro, vine a agradecerte el cuadro; pero, discúlpame, al bambú lo has pintado de rojo. -Bien -gritó el maestro- ¿de qué color lo hubieras deseado?

-De negro, por supuesto.

-¿Y quién -preguntó el artista- vio jamás un bambú de hojas negras? “

 

Hasta un próximo encuentro en el camino.

 

 

HAIGA 11

“Si pudiéramos percibir todo lo que hay ahí,

reventaríamos”. (Pintor japonés)

En todo aprendizaje, entendido como un proceso individual, los logros obtenidos no se miden solamente con el resultado. El proceso de producción adquiere un valor fundamental para el desarrollo personal. En el caso de una obra sumie, no importa tanto el cuadro acabado como el proceso que se llevó a cabo para cumplimentar el trabajo. Un cuadro muy bello puede ser colgado o guardado, sin embargo el bagaje aprendido en su elaboración, está en el interior del pintor y pasa a formar parte de su ser.

Una pintura refleja solo el producto final o una parte del proceso que llevó adelante el artista. El aprendizaje de las técnicas y los conocimientos se van adquiriendo con el tiempo y especialmente es un proceso de crecimiento hacia afuera y hacia adentro.

En ese sentido uno podría decir que de la misma manera que existe un haiku do, también se podría hablar de un sumie do. Es un camino que permite entrar en el mundo, de tomar de conciencia, de estar atentos, de crecer pata transformar, para sentir más.

En la naturaleza la energía fluye, nos envuelve y atraviesa. Desde el interior de cada uno, a través del pincel, esa energía fluye y va dejando su huella en el papel.   Y también deja huella en un papel el haijin que registra los instantes, ese “notario mal pagado de la existencia”.         En ambos casos, el pintor y el haijin no hablan de sí mismos sino de lo que han tenido el privilegio de presenciar. Dejan plasmado un instante del que han sido testigos; estuvieron ahí y dan cuenta de ello. Nos acercan esas relaciones entre los elementos que son invisibles ante nuestra mirada, salvo que se conviertan en sus obras.

¡Cuánto perderíamos si los haijines no dieran a conocer sus haiku! No es su objetivo al escribirlos, pero sí casi una obligación compartirlos una vez acabado.         En este camino de crecimiento interior, de haijin, de pintor de sumie, se trata de captar la esencia dinámica de la realidad y poder cambiar con lo que cambia. Como dice Vicente Haya, el yo es un portero que bloquea la entrada para que el mundo no pueda entrar. Se encierra en sí mismo y no deja entrar lo sagrado del mundo. Es necesario transformarse, dejar de ser un espectador para ser parte del mundo sin ser protagonista. La idea no es eliminar el yo, sino expandirlo.

Si alguien con la mirada puesta en una obra haiga es capaz de percibir una parte de la esencia y se deja atravesar por ella, es que se ha logrado el objetivo. Ese instante captado en el papel, ahora está en el interior de quien lo pintó y de quien lo miró.

 

Haiga 10

Nihonga es el nombre que recibe la pintura tradicional japonesa en general. Su traducción más literal es “pintura al estilo japonés”. Según los materiales, especialmente las tintas y pigmentos que se empleen, existen distintas técnicas japonesas con características propias.

La utilización del sumi (tinta negra) no es exclusividad del sumie. Tambíen se utiliza para pintar obras Suibokuga y Tarashikomi. La diferencia entre el sumie y el Suibokuga radica específicamente en la cantidad de agua. Mientras el primero se pinta sobre el washi seco (papel absorbente de arroz) la técnica Suibokuga se ejecuta sobre el washi previamente humedecido o sea húmedo sobre húmedo, obteniendo así efectos más atmosféricos, más esfumados; aguados y sutiles. El Tarashikomi se realiza sobre washi encolado o cocido no permitiendo una absorción plena, por eso se puede regular la mancha a partir de la cantidad de agua. Otro soporte también utilizado es el papel de algodón (300 gramos aprox, el mismo que se usa para acuarela). Esta técnica se ejecuta colocando el agua previamente sobre el papel en el sector a pintar. Luego se vierte sobre ella la tinta en pequeñas gotas y con el pincel se va llevando el sumi al sector que se desee, dando más o menos intensidad dependiendo del sumi. Si bien el Tarashikomi cambia el soporte respecto al Sumie y Suibokuga, las tres técnicas utilizan el sumi, la tinta negra como único color.Si en vez de utilizar el sumi se utiliza el color que brindan las pinturas gansai, que son acuarelas japonesas un poco más densas que las acuarelas comunes y menos que las témperas, encontramos dos técnicas posibles. Por un lado las obras Saibokuga y por otro las Kohitsuga. Las primeras se pintan sobre washi con las mismas pinceladas que se emplean en el sumie pero con color. Las Kohitsuga utilizan como soporte el mismo papel que el Tarashikomi, pero en este caso la particularidad es el uso de dos pinceles simultáneos. Con uno se coloca la tinta y con el otro, que solo tiene agua, se va esfumando el color para obtener más transparencia. Se pinta capa sobre capa pudiendo superar las treinta. En este caso puede dibujarse el motivo previamente y admite retoques. Por tal razón se la conoce como “pintura detalle”.Cuando ambas técnicas, Saibokuga y Kohitsuga se ejecutan con pigmentos naturales, polvo de piedras preciosas o concha de ostra molidas, o polen de algunas flores; se les denomina Nihonga. Como su nombre es igual a las pinturas en general, se han generado algunas confusiones en las técnicas y sus nombres.

Por último están las obras Yoga, “pinturas al estilo occidental” que ilustran temáticas japonesas pintadas con óleos y acrílicos. Sin embargo por no respetar las características compositivas de la pintura oriental y sí poseer muchas características de la pintura occidental, se las reconoce fácilmente. Uno de los puntos más notorios es el lienzo totalmente pintado sin respetar los vacíos tan característicos.

Ahora bien, independientemente de los pigmentos y las técnicas, hay un factor fundamental que hace que a simple vista una obra se reconozca como oriental. Sería lo equivalente a saborear el haimi en un haiku que no está presente en otras expresiones.

La sugerencia, los vacíos / lo no dicho, lo incompleto, la ausencia del yo son algunos de los aspectos que dan constitución a la pintura tradicional japonesa, y también al haiku.

Pintor de rosas.

Las flores no son difíciles

y las hojas peliagudas.

Shiki