Archivo de la categoría: Haibun (Coord. María Ángeles Millán)

Selección mensual de María Ángeles Millán de haibun de diferentes autorías.

HAIBUN 54

Haibun 54

Coger el viento

En la linde de los campos, los almendros tardíos conservan algunas flores.

Ya hay buñuelos de cuaresma en las pastelerías. He comprado unos pocos para llevar a la comida familiar. Prefiero llamarles buñuelos de viento… ¿será porque en la infancia no sabía cómo se podía meter el viento dentro de aquella deliciosa bola dulce que tanto me gustaba?

De camino a la ciudad se amontonan los recuerdos.
Las mañanas previas a Semana Santa mi madre nos despertaba con un dulce de pascua y un buchito de aquél “licor café” -sin la “de “, que hacía ella.
El Domingo de Ramos, con ropa de estreno, íbamos a bendecir la rama de olivo que mi padre había cortado para cada uno.
Desde que tengo recuerdo confeccionaba con esparto los serones, agüeras y cestos que necesitaba para el campo.
Días antes de La Palma, sus manos curtidas cogían aquella navaja de hoja ancha y mango marrón oscuro y hacía para nosotros una miniatura con restos de palmas: una flor trenzada, un carro como el que teníamos en casa, un cestillo, una estrella… Cada año eran nuevos la rama de olivo y el adorno.

Paramos en un camino entre cultivos… tanto té en la mañana pugna por salir.

Amarillea la colza junto al verdor del sembrado. Entre la hierba, el azul intenso de las borrajas.

Me siento y cierro los ojos para que me inunde el calor del sol. El aire es aún frío. Oigo a lo lejos el reclamo de lo que parece un pinzón. Al pasar las nubes, la luz va y viene sobre mis párpados cerrados.
En la piel la ligera humedad del viento.

Retomamos el viaje.
Los dulces buñuelos de mi niñez…

Pitas en flor.
El olor de la lluvia
en el barranco

 

M. Ángeles Millán “Hikari”
Girona-España

 

 

 

 

Haibun 53

Haibun 53

Un solo instante

 Hoy la mar tiene esa mezcla de paz y tormenta… casa de Ulises, de argonautas, de filibusteros, de callados pescadores que aún llevan, en el alma, restos de su vieja piel.

Hoy la mar escupe sobre la playa flores mustias, desvencijadas, cargadas de luto y pesar, de adioses que nunca se alejan… Sobre la arena, entre las flores, agoniza un pájaro, un arao… el pico cerrado, los ojos abiertos, sobre sus plumas brillan unas gotas de mar.

Sentado sobre una roca desgastada, contemplo…

Sentado sobre una roca desgastada, siento…

Sentado sobre una roca desgastada…

Miro el cielo, miro la mar, miro la playa… solo mis huellas en la arena, solo mis pasos. Las nubes se mueven hacia el este, el sol se eleva, la mar se aleja… y yo aquí, sentado sobre una roca desgastada.

La bahía se llena de bruma. Me lleno de bruma. Flotan sobre mi cabeza mil graznidos de gaviota, graznidos que muerden… murmulla la playa. El aire se rebela… Por un instante, un solo instante, silencio…

Brama la mar…
En una bolsa de plástico
recojo el pájaro muerto

 Dejo la playa…

Asturias, donde la tierra siempre es verde.

                                      

 Alfredo Benjamín Ramírez Sancho
 Asturias (España)

Haibun 52

Haibun 52

Tarde de Reyes

Anoche llovió. Desde el amanecer el cielo cubierto de nubes acentúa la sensación de frío. Esta tarde, junto al mar, un débil círculo de luz se desplaza hacia el oeste.

En el espigón dos siluetas erguidas. La más cercana al agua, alguien que pesca… la otra, un hombre acompañado de su perro. En el azul profundo del atardecer a las dos figuras les falta poco para rozar con su cabeza la línea del horizonte.

Casi es la hora de que lleguen los Reyes Magos. En esta parte de la bahía nadie parece esperarlos. Gente que pasea tranquilamente a sus perros por la playa. Una paloma que vuela de la arena hasta la rama sin hojas del árbol paraíso. En uno de los bancos de madera dos mujeres mayores sentadas muy juntas charlan animadamente.

-Abrazar el amor…, dice una de ellas.
-Abrazar el amor y saber que no somos tan diferentes… -oigo al pasar.

Sin pizca de viento, hasta el mar parece estar en silencio.

Al otro lado, en el puerto, van juntándose cada vez más niños con los fanalets de reis* encendidos para recibirlos. Ilusionados, expectantes, algunos asustados por el bullicio de la fiesta y el movimiento. En este pueblo los Reyes llegan en barca.

Comienzan a aparecer tonos rojizos en el cielo, en el mar… en este mar sereno del atardecer.

Una y otra vez mis pensamientos van hacia la noticia que he recibido hoy. Se ha ido un amigo de la juventud. Hace muchos años que no le veía. La última vez que coincidimos fue en el 2012. Nuestros caminos hacía tiempo que se habían separado.

Siguen los hombres erguidos en el espigón. En el horizonte una franja blanca de luz contrasta con  el azul noche que nos envuelve.

Junto a una mujer cruzan tres niños. Llevan farolillos en la mano y los ojos muy grandes.

Para que la espera sea más dulce los invitan a chocolate caliente y melindros**.

Mar en calma.
La pareja de abuelos
arrastra el paso

M.Ángeles Millán “Hikari”
Palamós (Girona)

* fanalets de Reis: farolillos de Reyes

** melindro: bizcocho de soletilla

Haibun 51

Haibun 51

Este dos de noviembre

La luna está en menguante. Las nubes, de un gris lagartija, arrastradas por el viento frío, la cubren de inmediato. Mis piernas temblorosas dan media vuelta y regresan a casa.
Empieza a amanecer. Me traslado, no «a lomo de mula», sino «a lomo de memoria», a la tierra de mis parientes. Desde el arroyo hasta el borde de la barranca, todo era un vergel. Y ese paraíso fue brotando, poco a poco, gracias a las manos callosas de los bisabuelos que talaron el palo hueco del huarumbo lleno de hormigas, respetaron el cornezuelo, esa especie de huizache de los linderos del siempre verde potrero, y sembraron «matas de café», «matas de plátano», árboles frutales, maíz y frijol. Pero todo fue desapareciendo a medida que se llenaba de cañaverales. Ya pasó la zafra. Mis pies se cubren de ceniza y se manchan con el cisco de los restos de la «roza», la quema de los muñones de la caña. ¿Para qué buscar a los tíos en el camposanto? Este desierto es un cementerio, sus huellas están bajo el polvo. Y en este día de muertos quiero pedirle un favor a la más chica de las tías, que me preste al «Turi», ese perro bravo y fiel, mestizo de «pastor» y «perro criollo». La familia de la abuela, en aquellos tiempos, no podía pagar el óbolo de la barca, y tenía que usar, a manera de «jamaca» o puente colgante, el rosario de la Virgen, Patrona del «pueblo», más bien del caserío que, entre todos, levantaron a su llegada. Pero mi abuelo sí necesita un can fuerte y leal para cruzar las aguas de regreso al otro mundo.

Altar de muertos –
El dibujo de un perro
junto al abuelo

Jorge Moreno Bulbarela  “Jor”
 Xalapa, Ver., México

HAIBUN 50

Haibun 50

Els cingles de Tavertet*

La vermellor de l’albada es va difuminant a poc a poc, deixant un cel sense ombra de núvols, i la xafogor de la nit passada fa preveure un dia molt calorós. Vàrem fer bé, ahir, de canviar la ruta prevista. Avui, com a mínim, la major part del camí la podrem fer pel bosc.

La pista que agafem es comença a enfilar de seguida, entremig d’un alzinar. Les fulles dels arbres semblen més grises de l’habitual, amb aquest temps ressec i polsegós i, fins i tot, la molsa que cobreix parcialment els grans còdols escampats aquí i allà, es veu cremada i es desprèn amb facilitat en tocar-la. De tant en tant passem al costat d’alguns espantallops*, amb les seves càpsules ja madures. Mai puc estar-me’n de fer-les sonar una mica.

Deixant el camí, agafem un corriol a la nostra dreta, que, a mesura que ens endinsem en el canal que ens durà al cim, va fent ziga-zagues entre les pedres, com més va més abruptes, per tal de guanyar alçada. El bosc es va esclarissant, i en diversos punts ens porta a una lleixa, que voreja el cingle vermell, en què trobem cagallons de cabres i, en la sorra, les empremtes de les seves peülles.

És una paret impressionant, amb alçades de prop de 200 metres sobre nosaltres, i una gran extensió del bosc als nostres peus. En tota ella s’aprecien clarament les franges sedimentàries que la conformen, grogues i grises de les capes calcàries, vermelloses de les argiloses, que s’estenen al llarg de diversos kilòmetres seguint el curs del riu.

Un cop a dalt, agafem un camí que recorre tot el pla superior, amb l’esperança de veure algun dels grups de voltors que nien en aquesta zona. Aquest tram, suau, ens du a l’extrem del cingle, des d’on baixem fins al Pantà de Sau, gairebé buit per la sequera, cosa que ens permet de veure l’església i una part de l’antic poble de Sant Romà.

les fulles seques
remuntant la cinglera
dos voltors negres

 

Los riscos de Tavertet*

Los tonos rojizos de la aurora se van difuminando lentamente, dejando un cielo sin rastro de nubes, y el bochorno de la noche pasada hace prever un día muy caluroso. Hicimos bien, ayer, en cambiar la ruta prevista. Hoy, como mínimo, buena parte del camino la podremos hacer por el bosque.

La pista que cogemos empieza a ascender enseguida, atravesando el encinar. Las hojas de los árboles parecen más grises de lo habitual, con este tiempo reseco y polvoriento y, incluso, el musgo que cubre parcialmente los grandes bloques de piedra caídos aquí y allá, se ve quemado y se desprende con facilidad al tocarlo. De vez en cuando pasamos junto a algunos espantalobos*, con sus cápsulas ya maduras. Nunca puedo evitar rozarlas para hacerlas sonar un poco.

Dejando el camino, cogemos una vereda a nuestra derecha que, a medida que nos adentramos en el canal que nos llevará a la cima, va haciendo zigzags entre las piedras, cada vez más abruptos, para ganar altura. El bosque se va aclarando, y en varias zonas da lugar a un estrecho rellano, que bordea el risco, en el que encontramos cagarrutas de cabras y, en la arenilla, las huellas de sus pezuñas.

Es una pared impresionante, con alturas cercanas a los de 200 metros sobre nosotros y una gran extensión de bosque a nuestros pies. En toda ella se aprecian claramente las franjas sedimentarias que la conforman, amarillas y grises en las capas calcáreas y rojizas en las arcillosas, que se extienden a lo largo de varios kilómetros siguiendo el curso del rio.

Una vez arriba, cogemos un camino que recorre todo el plano superior, con la esperanza de ver alguno de los grupos de buitres que anidan en esta zona. Este tramo, suave, nos lleva hasta la punta del risco, desde donde bajamos hasta el Pantano de Sau, casi vacío por la sequía, lo que nos permite ver la iglesia y una buena parte del antiguo pueblo de Sant Romà.

las hojas secas
remontando el riscal
dos buitres negros

Joan Antón Mencos Pascual
Sant Julià de Vilatorta, Barcelona

Haibun 49

Haibun 49

Irati/Ruta 62

Se estrenan los pasos por la senda del río. El hayedo luce galas tras la lluvia de ayer. La mañana estival es fresca, y el verde, ese verde jugoso de musgo, helechos y hojas tiernas impera sobre el barro, la tierra rojiza y el manto de hojas secas aún reblandecidas.

El río llama. Su voz nos acompaña y poderosa,  en la cascada, silencia el susurro del viento entre las ramas cercanas.

Los sentidos se van afinando. Un carbonero dialoga con el herrerillo que huye a un árbol lejano. En la umbría de una rambla seca, apenas embarrada, tiemblan helechos. Silenciosos, delicados,  parecen interpretar una danza que hipnotiza. Sonrío al descubrir que me uno a ella con el sutil movimiento de mis manos.

rumor del río
las hormigas se llevan
un bicho muerto

Qué majestad en los árboles. Jóvenes, viejos, con doble tronco o singulares,  buscan el sol por las alturas mientras las raíces, que apenas se ocultan, se extienden  entrelazadas creando un entramado calzado de musgo.

Poco a poco la senda se estrecha y, pedregosa, dificulta el ascenso hacia lo alto. Francia apenas a un paso o ya bajo los pies. Nada indica límite alguno. La montaña, el bosque, no saben de fronteras. Es el mismo lenguaje si uno sabe escuchar.

Un pequeño puente permite cruzar el río para iniciar el regreso. El cansancio va haciendo mella pero cada instante tiene su encuentro. Las mariposas nos van acompañando, entre las flores del cardo revolotean, de una en una, de 2 en 2. A lo lejos unos niños se detienen señalando algo al borde del camino. Dos babosas protegen sus huevos formando un círculo perfecto alrededor. Lo explica una mujer mayor que conoce bien los bosques y sonríe. Las babosas son increíbles dice, mientras echa de nuevo a andar cojeando con su bastón.

Hay belleza en las diez direcciones y,  sobre todo,  mucho agradecimiento.

El sendero, ya de bajada se va ensanchando y el calor aprieta. Una cerveza bien fría premiará los cuerpos,  el alma vuela ya ligera por ese magnífico bosque navarro/francés que es La Selva de Irati.

senda embarrada
en el árbol caído
 la luz del sol

 

Marga Alcalá
Valencia (España)

Haibun 48

Haibun 48

Sopa de invierno

 Pelar y cortar cebollas es un ejercicio de limpieza. Los ojos y la nariz comienzan a producir lágrimas y mocos. Entra la premura de sonarse rápidamente.

A veces, también sirve para limpiar el alma. Es una buena excusa para llorar a lágrima viva sin que nadie pregunte porqué.

Mi padre, que padeció toda la vida de asma, solía poner una partida al lado de la cama para respirar mejor. La piel transparente que hay entre capa y capa también servía para que las gasas no se pegaran a las heridas.

Lo que sea que emana de las cebollas me está afectando…

Los almendros ya tienen brotes. El sol ha deshecho casi toda la escarcha. Aún quedan restos de su brillo en las coles.

Un gato color canela merodea por el techo de las barracas.*

Pongo atención para no cortarme. El cuchillo que uso es de hoja ancha. Nunca me han gustado los cuchillos. Las navajas, en cambio, me recuerdan la calidez de las manos paternas partiendo un trozo de tocino apoyado sobre el pan. ¡Qué destreza!

Cojo dos hojas de salvia…las chupo mientras acabo de partir lo necesario para la sopa.

Del cerezo cae una hoja. Recogeré dos o tres del montón para secarlas entre los libros.

Una nube tapa el sol de la mañana. No tarda en desplazarse empujada por el viento frío.

De nuevo vamos a poder disfrutar del calorcillo…

 

Nieve en las montañas.
El vecino ahumando
carne de cerdo

 

Angeles Millán (Hikari)
Palamós (Girona) España

*Caseta o albergue construido toscamente y con materiales ligeros.

Haibun 47

Haibun 47

 

Hay un nublado tenue

Hay un nublado tenue, ligeramente gris. El aire, demasiado fresco y constante, impide que me cambie la camisa de manga larga y el pantalón. En la parada me dicen que hace tres días estuvieron a treinta y tantos grados. Por la ventanilla del urbano contemplo las hojas grandes y brillantes del almendro de Indias. Uno de esos troncos ha crecido inclinado hacia donde sopla el viento del norte, el famoso Norte. La “Villa Rica” se ha extendido, llega a Boca del Río. El puente sobre el Jamapa mide como una cuadra de largo. De niño me trajeron unos parientes. Recuerdo las ramadas, esos cobertizos con techo de palma donde vendían comida típica de la costa. Ahora hay edificios de muchos pisos y el poblado es una ciudad conurbada.

Se abren las nubes por momentos; me remango la camisa, pero la corriente de aire es fría y no tardo en desdoblar las mangas. Más tarde, junto al Foro Boca, se reúnen los jóvenes para la foto del álbum. El aire arrecia, lo mismo que el frío. Los varones van cómodamente vestidos de saco y corbata; mas, las chicas, con sus vestidos largos, escotados, sin estola, se cubren con las togas.

El rito de la foto se prolonga. Empieza a pardear la tarde. Las olas cubren, a cada embate, el musgo de las rocas. Chillan las gaviotas, un pelícano se zambulle. Aparece la forma oscura, inmóvil, de un rabihorcado. Semeja un papalote. No aletea. Lo pierdo de vista. Después, una escuadrilla de esas aves acapara la atención de los adultos:

-Miren unos albatros.

-Son fragatas.

-Aquí les dicen de otro modo, pero me asustan. Son como murciélagos gigantes.

-Sus líneas son angulares, aerodinámicas, más bellas que un avión de caza.

Esos reyes del aire, de patas cortas, me recuerdan la poesía “El albatros” de Baudelaire: “sus alas de gigante le impiden caminar”.

Sus figuras flotan en el cielo gris claro. Los pescadores los relacionan con la presencia de peces. Mis ojos se detienen en sus siluetas casi inmóviles, sus cuerpos de sombra.

Las palabras, muchas veces, suplantan las cosas, las deforman. También son capaces de señalar su presencia.

Silencio
Cuando lo nombro
se esfuma

*Villa Rica: Villa Rica de la Vera Cruz, nombre antiguo del puerto de Veracruz

Jorge Moreno Bulbarela “Jor”
Xalapa, Ver., México

Haibun 46

Haibun 46

Punto de encuentro

Esa citación de última hora ha puesto de patas arriba mi planificación para esta noche. Después de un afanoso día de trabajo, el cansancio me supera, y es la inercia de cumplir con una rutina de vida la que me impulsa a dirigirme al lugar orientado. Una reunión que ha perdido su encanto, su veracidad, su todo.  Sin embargo, asistimos sin chistar; tal vez alguna esperanza escondida de que algo provechoso se pueda obtener para el bien común.

Al salir, el perro me sigue y cuando llego hasta el portón del batey lo hago regresar a casa. Tomo el terraplén que lleva al pueblo, el cielo encapotado me ofrece por momentos una sonrisa de luna. Voy cerrando los ojos de tramo en tramo, como cuando era niña y caminaba de la mano de mi padre jugando a no tropezar sin ver.

El pssssss de los grillos entre los matorrales se ha vuelto tan familiar, que ya no lo extraño ni me asusta, apuro el paso al vislumbrar más de cerca las luces del pueblo. El aire de lluvia me pega de golpe en la cara mientras a lo lejos el ulular de una lechuza me hace exclamar: “¡solavaya!”

Relampaguea
Se ha soltado una tira
de las sandalias.

Se dejan escuchar las canciones patrióticas que anteceden la reunión, llego al caserío embriagada con el aroma de los jazmines y los lirios. Van saliendo de mala gana algunas personas de sus casas y comienzan a reunirse en medio de la calle, frente a un balcón que funge como tribuna, adornado con carteles, cadenetas, la bandera y el escudo. Después de entonar el Himno Nacional, un hombre grueso y colorado, con voz grave, comienza a leer un panfleto inacabable. Todos en silencio, pero da la impresión que nadie escucha; deben estar sumidos en sus pensamientos, haciéndose la misma pregunta que yo: «¿qué hago aquí?»

La mujer del bodeguero acaricia a un perro que lleva cargado como si fuera un bebé, el abuelito más longevo del lugar desde su silla de ruedas asiente con la cabeza cada vez que el lector hace una pausa.  Uno de los alcohólicos del barrio se tambalea sin dejar de tocar la caneca que lleva en el bolsillo trasero del pantalón. Dos señoras, cuchichean detrás de un muro dando trapazos para espantar los mosquitos. Se ha vuelto el centro de atención un grupo de niños que pinta monerías entre el público dejando escapar risas contenidas mientras saborean durofríos de guayaba.

Farola del poste
Chocan una y otra vez
los bichos de luz.

Llega la hora de las intervenciones. Por tercera vez el señor grueso y colorado pregunta si alguien tiene algo que plantear, el silencio le sucede. Todo termina casi sin haber empezado, algunos vecinos se agrupan para firmar la lista de los presentes, eso es lo más importante: la lista de asistencia. Solo para eso hemos venido a la asamblea del delegado.

De vuelta a casa
Al cerrar la puerta
el aguacero.

                                                                                           Mayra Rosa Soris
                    Santa Clara (Cuba)

Haibun 45

Haibun 45

La misma luz

Junto a la menta y el romero las rosas chinas destacan como puntos rojos en el rincón donde trasplantamos el rosal.

Corto algunas para ponerlas en un jarrón. Hay que quitar las hojas inferiores…así, se mantiene el agua limpia.

El calor y un cielo sin nubes despiertan el recuerdo de la primera vez que usé unas tijeras. Vaya regañina!!

¿Porqué solemos recordar la primera vez de casi todo?…

Le dije a mi hermano pequeño que esperara en el poyete de piedra que había a la entrada de nuestra casa. Allí, bajo la parra, continuaba sentado cuando volví después de rebuscar en la caja de galletas que mamá usaba de costurero. ¿Dónde estarían los adultos?…creo que echaban la siesta.

De todos, era el que más se parecía a mi padre. Debía tener cuatro o cinco años.

Le quitaría aquellos remolinos rubios que le delataban como lo que era, un niño travieso.

Se sentó en una calabaza gigante que usábamos de trono en nuestros juegos. -¡No te muevas, le dije, mira que te puedo cortar la oreja!-.

Él, muy quieto, miraba al gato que dormía hecho un ovillo junto a nosotros. Aunque corría una ligera brisa, sudaba por miedo a que me descubrieran.

El flequillo recién cortado resbaló por la cara. El pelo de la coronilla se dispersó alrededor. De vez en cuando sonaba un ¡Aaaay! . No era fácil.

Casi acabando nos asustó el ruido de un carro que pasaba por la calle.  Al dejar las tijeras en su sitio tropecé con el pedal de hierro de la máquina de coser.

El tiempo es extraño. A veces…parece no existir. Quizás sea por la luz, la misma luz de aquella tarde.

Huerto en primavera.
En el ramo de rosas
un bicho palo*

*Phasmatodea: Insecto palo

Mari Ángeles Millán “Hikari”
Palamós (Girona) España