CONSTRUIR
Bajo los líquenes
yace el monje guerrero.
¡Mis sueños andan!
DECONSTRUIR
Fue solo ayer cuando, de viaje por la Galicia interior, descubrí la figura yacente de una lápida funeraria medieval. Medio abandonada, hace mucho desalojada del interior de algún templo o monasterio, hoy solo sirve para hacer muro. Es el muro que rodea la iglesia de Santa María de Mixós, cerca de Verín, provincia de Orense. La figura sostiene una espada entre sus manos y presenta la cabeza tonsurada: un monje guerrero custodiando el paso de los siglos de esta pequeña iglesia visigótica-románica.
En la entrega de septiembre hablé del dinamismo del haiku, de su movimiento oculto. También el tercer verso de este haiku quiebra el inmovilismo del sujeto de los dos primeros versos, un inmovilismo acentuado por la palabra “líquenes” evocadora de antigüedad. ¡”Mis sueños andan!”. Pero, bueno, sin quererlo, he plagiado el tercer verso de un famoso poema del maestro Bashō que dice así:
Un pato enfermo
rezagado en la noche.
¡Mis sueños andan!
En mi antología El pájaro y la flor, el tercer verso apareció traducido como “Sueño en viaje”. Me gusta más, sin embargo, esta nueva versión: el verbo “andar” lo convierte en un verso más eufónico, evocador y dinámico que el sustantivo “viaje”. Este plagio me recuerda uno de los recursos estilísticos de la poética del waka de la poesía japonesa, especialmente de moda entre los poetas de los siglos XIII y XIV a raíz de las innovaciones de estilo y valores aportadas por el gran Fujiwara no Teika. Me refiero al recurso del honkadori. .
Honkadori es una variación o, más bien, un préstamo intertextual en poesía japonesa. En nuestra cultura, en donde prospera el mito de la “originalidad”, lo llamaríamos “plagio poético”. Honkadori es, en otras palabras, la inconfundible citación de una idea expresada en una poesía antigua, o incluso la repetición de un verso entero, que el poeta introduce en su poema. En Japón, ya se sabe, “o tradición o plagio”. En una poesía, como la japonesa clásica, en la cual la tradición era principio rector, valorándose especialmente la evocación ingeniosa de imágenes del pasado, el honkadori oportuno constituía un logro literario de primer orden. Estaba, además, el factor de la complicidad que el ejercicio poético comunicativo poseía en la sociedad cortesana de aquellos lejanos siglos, para la cual escribir o recitar un poema era un forma elevada de diálogo. Es decir, se pensaba que el lector u oyente reconocería el poema aludido y que, en consecuencia, apreciaría la sutileza de la alteración o asociación introducidas para comunicar la emoción renovada de una voz poética revivida doscientos o más años después. He aquí un ejemplo en el cual «se responde» más de trescientos años después a un poema que, publicado en el Kokinshū, había compuesto el monje Henjō, uno de los Seis Genios de la Poesía. Henjō es autor del siguiente famoso poema en el cual adopta el punto de vista femenino de una dama a la espera del galán:
Wagayadowa ¡Tantas hierbas
Michimonakimade que invisible hacen la senda
Arenikeri que a mi casa llega!
Tsurenaki hito wo ¡Cómo lo lamento mientras
Matsutoseshima ni a mi cruel amado espero!
Pues bien, el nuevo poema de la princesa Shokushi (o Shikishi, hija del emperador Goshirakawa y suma sacerdotisa del santuario de Kamo), que florece en el siglo XIII y publica en la antología Shinkokinshū, readapta la poesía de Henjō con estos versos:
Kiri no ha mo Hojas de paulonia,
Fumiwakegataku tantas que, por entero,
Narinikeri el suelo han cubierto.
Kanarazu hito wo Aunque ni esperanza tengo
Matsutonakeredo de que mi amado venga.
Basta una ojeada al original japonés para apreciar la similitud ortográfica del tercer verso de los dos poemas y la repetición de palabras en el cuarto y el quinto de ambos. Pero el honkadori se reconoce también en el plano semántico. Al lado de la similitud en la ambientación del poema de los tres primeros versos de uno y otro poema, contrasta una «dama» que se lamenta en el poema de Henjō en sus dos últimos versos con la mujer resignada (¿ficticiamente?) a no recibir la visita de su amado en la poesía de la princesa.
Apelo a la bondad de los conocedores del mencionado haiku de Bashō para que sean indulgentes con mi torpe honkadori, inspirado por la visión de este anónimo monje guerrero inmóvil (adjunto fotografía) bajo el peso de los siglos en una perdida aldea gallega. ¡Mis sueños andan!