CONSTRUIR
Junto a los iris.
De un seco castaño,
el grueso tronco.
DECONSTRUIR
Quería escribir un haiku que expresara la soledad fría y distante de ciertas escenas de la primavera. Un poema impersonal, desnudo de acción verbal, de agentes personalizados. Esta estación del año, exuberante hasta la crueldad, en que todo germina y todo crece imparablemente, siempre me despierta un desasosiego indefinible. En estos versos he deseado emparejar la antigüedad de un árbol y la frescura de unas flores, uno al lado de las otras, cada primavera en que florecen los morados y elegantes iris (acompaño foto). Un emparejamiento debido a que la naturaleza ha deseado que compartan en mismo espacio en mi jardín. Pero sobre todo, he deseado dotar a la escena de la atmósfera impersonal de esta caprichosa naturaleza que, ciertamente, tiene vida, una vida voraz en primavera, pero que carece de emociones como tal, aunque el castaño y los iris, individualmente, las tengan. La visión de un árbol de grueso y curtido tronco decorado con macetas desnudas de flores, al lado de la inocencia pura de las esbeltas flores recién abiertas me inspira soledad, una soledad extraña, la soledad, tal vez, de saber que vivimos en el seno de una naturaleza sin emociones. Una madre fría y absurda que acoge en un mismo abrazo a la muerte y a la vida, la experiencia y la inocencia, el vacío y el color.
La soledad fría que inspira una madre así es, en japonés, sabi.
Y justamente del SABI como principio poético del haiku quería escribir hoy algo.
En mi anterior entrega prometí comentar, uno por uno, los diez principios de la poesía de Matsuo Bashō. El primero, ya tratado, era el de espíritu poético. El segundo es este: sabi. Este concepto, introducido como valor poético por Saigyō a finales del siglo XII y consolidado en el XIII en la poesía canónica japonesa, tal vez sea el más conocido de las ideas de Bashō sobre el arte del haiku. Pero nuestro gran poeta raramente usó el término; sí que usó, en cambio, el de sabishii del cual se deriva. Este adjetivo de sabishii significa solitario en el japonés de hoy, con referencia al estado de ánimo en que se echa en falta la compañía. Bashō, sin embargo, lo empleó en un sentido más concreto y limitado, en un sentido impersonal y, por así decir, objetivo. Como en este famoso poema:
La soledad.
Inhiesto, entre las flores,
Un, un ciprés.
Bashō concebía la soledad, nos informa Makoto Ueda en el libro citado en mi anterior entrega, como una atmósfera impersonal, a diferencia de la pena o la aflicción que son personales y subjetivas. La disolución de las emociones personales en una atmósfera carente de ellas constituye –afirma Ueda– el corazón de la actitud de Bashō hacia la vida. Tal fue la técnica mediante la cual él mismo trató de sobrellevar las penas y dolores inherentes a la existencia humana. Y eso a riesgo de parecernos un hombre frío y hasta desalmado. Un ejemplo de esto aparece en uno de sus diarios. Un día, de viaje, se encontró con un niño abandonado en la cuneta de un camino que lloraba amargamente. Le dijo calmadamente:
—¿Ta han abandonado porque tu padre te odiaba o porque tu madre se olvidó de ti? Pero no: no estás aquí por el odio de tu padre ni por el olvido de tu madre. Estás aquí por tu destino. Laméntate por tu destino aciago.
La soledad impersonal, fatídica y fría de sus poemas alude al mismo desapego, a la misma carencia de emociones. Eso es sabi. La frialdad, la impersonalidad de la escena donde se ve un tronco rugoso al lado de la tersura fresca de unas flores. En el cruel mes de abril.
El próximo mes comentaré el tercer principio poético de Bashō: shiori.