FUGU

浅ましと鰒や見らん人の顔
asamashi to fugu ya miruran hito no kao

 

con la misma facha

del pez globo al que miran

las caras de la gente

 

La piel del pez globo es sorprendentemente suave. Y brillante. El fugu no tiene escamas y aún en días encapotados como este parece esculpido en porcelana. Recién salido del agua te mira con carita de pasmo, frunciendo su pequeña boca como para darte un beso.

Hay veces que sacas una foto pensando en alguien. En su cara. “Verás la cara que va a poner cuando se la enseñe”, piensas. Hay una extraña relación entre las cosas, se enganchan en la mente, en la memoria, como las cerezas en un bol.

Takahama es un pueblecito de pescadores en la costa este de Kyushu. Está en lo que se conoce como Youra Hantô, la Península de las cuatro bahías.

Usuki, Tsukumi, Saiki, Kamiura… la carretera es tan estrecha y la frondosidad tan apabullante que las luces del coche se dan automáticamente interpretando que atravesamos un túnel. La península es una estrecha lengua de verdor que gira un y mil veces adentrándose en el océano.

Si no le hubiese visto mirar el mapa cuando paramos en el vivero, diría que Masu conduce por allí de lunes a viernes como si tal cosa. Me gusta la sensación de minúscula ingravidez que sientes cuando tomas un badén a la velocidad adecuada. ¡Uoou! En español. ¡Uuah! En japonés.

En cuanto vi a los cuatro paisanos pescando en el puertecito de Takahama pensé en mi hermano. El principal avatar de mi hermano, en mi particular bol de cerezas, es alguien caminando por el río, pescando en silencio con la maestría y la naturalidad de una nutria o un martín. El agua aquella era tan cristalina que daba miedo. Los pececillos de colores que la cámara no pudo captar parecían flotar justo aquí, debajo de los pies… pero no. Había metros de agua invisible allí, en aquel día nublado.

-¡Fugu! – Masu se ríe y señala a uno de los pescadores. Un pez globo no muy grande pende del extremo de la caña un segundo y un momento después es liberado del anzuelo. Pregunto si lo puedo tocar antes de que lo devuelvan al agua. No quiero que el pez sufra pero la cara de mi hermano viendo la foto es demasiado poderosa. “De estos no hay en el Ucero eh” estoy ya disfrutando…

Masu me sacó tres o cuatro fotos apresuradas. En la mitad me corta cabeza. En la otra mitad no se ve el pez.

La mañana se va cerrando y ahora las luces del coche pasan más tiempo encendidas que apagadas. En un zigzag de la carretera pasamos junto a lo que parce una factoría abandonada. Debí sentir un aware porque el peso de una transparencia de metros de profundidad que siguió entonces no lo he podido fotografiar nunca. El cielo gris y el verdor de la montaña. La herrumbre que ya prende en las junturas metálicas y en los rincones. La claridad del océano que algo siente en alguna parte.

Antes de almorzar paramos en una playa. No hay nadie. En el horizonte un cabo que se resistir a desaparecer en el agua se deshace en rocas de formas caprichosas. Hay aquí una tranquilidad misteriosa y lisa, irrebatible como el abrazo de un amigo. No sé las fotos que saqué intentando relacionar aquel horizonte con alguna otra cosa que aún desconocía. Tampoco sé en la cara de quién pensaba entonces.

Masu se empeña en que me ponga yo mismo en la foto. Coge mi cámara y apunta. Otra otra. Cambia de posición, se agacha, se levanta… Pienso en las rocas perdiéndose en el océano, a mi espalda. Yo no soy un experto fotógrafo pero me doy cuenta de que o Masu no tiene un acertado sentido de la puntería o no me está sacando las fotos a mí.

-Kamome- dice señalando con el dedo. Una gaviota, a mi espalda, planea sobre las olas no muy lejos de la orilla.

Masu me sacó seis o siete fotos. En una hay un precioso horizonte marino con un tipo delante distraído con vete a saber qué. En otras dos ese tipo con una gaviota flotando en el aire, a su espalda. En las demás un precioso horizonte marino con una preciosa gaviota planeando sin esfuerzo junto a la orilla de lo que parece una playa solitaria.

Justo antes de volver al coche recogí del suelo una concha de caracola horadada por el agua y la arena. Parece el suave giro de un pez en el agua, porcelana, una espiral en la nada.

El sitio este se llama Shiranami, ola blanca, y nos lo ha recomendado uno de los pescadores de antes. Ambos nos decidimos por el kaisen-don, una especie de bol de marisco y pescado crudo sobre una base de arroz. Estamos solos almorzando así que el dueño se queda junto a nosotros de charleta. El sitio es pequeño, algo oscuro, pero limpio y agradable como siempre son estos sitios en Japón.

Keizô, el dueño, tiene ya sus añitos y charla sonriente y afablemente con Masu. Cuento los segundos hasta que salga la palabra “haiku”.

-¡Uuah! -como si tomara un pequeño badén de la carrera que no existe, Keizô san me mira entre asombrado y divertido. Un gaijin por aquellos andurriales es raro, un gaijin que diga escribir haikus por aquellos andurriales…. La cara que se te queda… y sin foto.

Me pregunta qué haijin me gusta. Según digo nombres sus cejas van arqueándose más y más. Parecen gaviotas blancas. Le enseño mi libreta con apuntes y dibujillos. –Sugoi… -dice. Masu ríe divertido. A Keizô san le gusta Kobayashi Issa. Asiento… Y el karaoke. Esto ya no sé….

Después de intentar participar en la conversación con mi minúsculo japonés me voy retirando poco a poco a mi taza de té. Ellos dos continúan hablando y soltando exclamaciones de asombro. ¡Ara ara! ¡subarashii! ¡sugoi! … Entiendo palabras sueltas. En un momento dado oigo claramente “Feripe segundo”. Dios, daría diez kaisen-don de estos por saber de lo que están hablando. ¡Sugoi!

El hombre nos invita al cafelito, sin azúcar porque no hay, y luego insiste en que salgamos al jardín. Hay una cosa muy especial que quiere mostrarnos.

-Hotei –dice, delante de una piedra bastante grande. Parece mojada por la lluvia. Las exclamaciones se suceden…

Hotei Hotei…. El monje zen aquel de la China del siglo X que andaba errante por las caminos con un hatillo al hombro. Uno de los siete dioses de la fortuna según los japoneses. El “buda feliz” que llaman por ahí, panzón y permanentemente sonriente. Hotei… se supone que se le intuye en las formas de la roca… Masu y yo nos agachamos, nos levantamos, cambiamos de posición…. No sé…

Tengo solo una foto junto a Keizô san y Hotei. La sacó Masu y está perfectamente encuadrada.

Del fugu se aprovecha todo. Como del cerdo. Vaya, qué tópico. Piel, carne, huesos, hígado… Bien es verdad que si te comes una buena loncha de jamón de cerdo es poco probable que acabes en urgencias con una intoxicación que termine facturándote al Paraíso de la Tierra Pura. El fugu, su hígado, es muy venenoso y por eso hace falta un permiso especial para manipularlo y cocinarlo. Los restaurantes que lo sirven son pues caros y no muy abundantes. Es una comida para ocasiones especiales. Dicen que los verdaderos maestros saben “intoxicar” la carne del pez justo justo lo suficiente para sentir en tu boca un desconcertante cosquilleo como si se te durmiera ligeramente.

Tampoco pensaba yo en estas cosas cuando aquella misma noche cenamos fugu en un restaurante, ya en Ôita. La mujer de Masu se reía cada vez que él pedía más sake, aromatizado con las aletas tostadas de fugu, mientras me intentaba explicar que con los testículos del pez se hacía caldo. Ella suspiraba y se reía “Ay Masu…” Qué caritas…

El sake es lo que tiene, o el suave veneno de porcelana del fugu… uoou… uuah…

Hashioki es como se llama a los soportes de diferentes materiales e infinitos diseños que se colocan en la mesa para apoyar los palillos y que con sus extremos no toquen el mantel. Tengo uno que me regalaron en aquel restaurante. Tiene forma de fugu, aunque a mí también me parece un cachalote, no sé…

Tocar su brillante superficie es como acariciar cerezas… Algo en mí transparenta la claridad de un océano que calla en alguna parte, algo en mí sucumbe al ligero adormilamiento de la herrumbre que tizna el envés de la hiedra.

“Tranquilo. No te preocupes lo más mínimo.” Hay quien te diría algo así y no verías nada. Existen sin embargo personas que cuando te dicen “tranquilo” algo en ti en verdad se aquieta, sin saber cómo ni por qué, algo invisible y bueno, como esa lluvia que ni siquiera te diste cuenta de que caía mansamente mojando las grandes piedras del jardín. Y ves. El abrazo de un amigo, la playa solitaria que se demora en volver a ser océano.

Abril 2018

Olor a pasto.

Un cuervo grazna

en la tarde de otoño

 

Nombre del niño/a: Eugenia Romero

Edad: 10 años

Colegio: Villa Devoto School

Ciudad: Buenos Aires

País: Argentina

-*-

Pasa una paloma,

la corteza del árbol

se desprende

 

Nombre del niño/a: Constanza Grigas

Edad: 10 años

Colegio: Villa Devoto School

Ciudad: Buenos Aires

País: Argentina

-*-

Tarde de agosto,

se posa sobre el árbol

una bandada

 

Nombre del niño/a: Lara Cáseres

Edad: 10 años

Colegio: Villa Devoto School

Ciudad: Buenos Aires

País: Argentina

-*-

Tarde silenciosa

picotea una lombriz

un pájaro marrón

 

Nombre del niño/a: Felicitas Signiorini

Edad: 10 años

Colegio: Villa Devoto School

Ciudad: Buenos Aires

País: Argentina

-*-

 

 

 

ABRIL 2018

ANIMALITOS DE DIOS

Calendario oriental

por Xaro Ortolá “destellos”

  

A los sssssss l@s seductor@s y magnétic@s serpentíger@s, anguiler@s, viborillas, murénid@s, lombriceros, babosillas …

  

helecho de agua;

el zigzag de una anguila

rozando el fondo

-Xaro La

Katsushika Hokusai 葛飾 (1760-1849)

Babosa aji, detalle en pintura

de porcelana japonesa

 

Serpiente de Fuego

Amaneciendo…

en el suelo del corral

marcas de babosa

-Carmen Conesa

 

Serpiente de Tierra

Cruza el camino

la fila de hormigas

y una serpiente

-Juan Carlos Moreno

(Albacete)

 *

Las nubes pasan

¡tan cálida la tierra

en la lombriz!

-Bibisan

 

Serpiente de Hierro

cauce con flores-

un mirlo comiendo

trozos de lombriz

-Viento

(Sevilla)

 

Serpiente de aire

Sol en la escarcha.

Del pico del mirlo

Cuelga una lombriz

-Kotori

(Madrid)

 

*

 Brisa vernal.

De las garras del milano

Cuelga una serpiente

-Gorka Arellano

(Navarra)

 *

 Cae la tarde.

En el pico del zorzal

Otra lombriz

-Mary Vidal

(Argentina)

 

Serpiente de Agua

Brotes de junco,

camuflada en el limo

una culebrilla

Xaro La

(Alicante)

 *

 Chirimiri…

la mirla regresa al nido

con una lombriz

Xaro La

(Alicante)

 

Serpiente de madera

 Tarde de agosto-
se esconde entre rastrojos
una serpiente. 

-María

(Baleares)

 

Salud haijin@s del mundo

_()_

 

Toñi Sánchez Verdejo

 

 

 

 

Unas palabras de la autora

Nací un 16 de marzo de 1969 en Albacete, una ciudad de navajas y viento. Desde que recuerdo he escrito poemas y cuentos pero en un momento crítico en mi vida el haiku me abrió un camino de sencillez, profundidad y búsqueda de lo auténtico, en el que todavía estoy. Así que el haiku es mi vida desde el año 2008, cuando un grupo de grandes personas fundaron la AGHA, la Asociación de la Gente del Haiku en Albacete, de la que formo parte. También pertenezco al equipo de redacción de HELA y a la Escuela de Haiku Makoto. En el haiku dô me gusta llamarme “diente de león” por un libro que leí hace mucho tiempo que es importante para mí. La naturaleza, los gatos y los buenos amigos son mi felicidad.

***************

  Voces lejanas.

Casi cubierto de arjuma

un círculo de setas.

  *

 Apenas niebla…

Huellas de jabalí

en el barro fresco.

  *

  Hojas de tilo.

Lentamente la lluvia

empapa el suelo.

  *

  Quietos al sol

en la oquedad de una piedra

los cuatro buitres.

  *

 vuelan dos buitres.

a la sombra del sauce

una casa en ruinas

 *

  mediodía.

la brisa apenas mueve

la mata del cantueso

  *

viento de primavera.

en el silencio del valle

el canto del cuco.

  *

 Nueve campanadas…

huele a leña en el pueblo

deshabitado

  *

  troncos rojizos:

se ha secado la resina

bajo los líquenes

  *

  aún caliente

el hueco que dejó el gato…

tarde de otoño

  *

  noche sin luna,

junto al arco del puente

dos luciérnagas

  *

 apenas abierta…

la primera luz del día

en la magnolia.

  *

  nubes de lluvia,

en el jardín junto al mar

hortensias azules

 

EL CAMINO DE LA HUMILDAD

LA CHOZA DEL HAIJIN

俳人の山小屋

fotokotori

 

NISHIGUCHI SACHIKO (1925-)

Para un occidental resulta impactante la definición que esta mujer hace de sí misma como “una de esas malas hierbas que hay en el haiku en Japón”. Seguro que muchos opinarán, desde las gafas con las que observan el mundo, que en esas palabras hay falsa modestia. Y cuando se les asegura que no, que corresponde a un sentimiento real, les impacta más todavía, porque jamás alcanzarán a comprender de verdad que algo así sea posible.

Nishiguchi Sachiko es una mujer corriente de una aldea pequeña, con una vida sencilla, sin pretensiones, y que es plasmada con absoluta naturalidad en unos haikus sin otro fin que el hacerlo como si fuera una faena más de su cotidianidad, como hervir el arroz, escuchar la perforadora, barrer el tatami, recoger helechos en el bosque, o dar a luz. Ni más, ni menos. Sin miedo a que sus haikus mueran con ella.

Esa humildad, nacida de la tierra y que brota en forma de haiku, es el fruto de la disolución del yo con el entorno. Pero sin esfuerzo, sin propósito aparente, como tan sólo puede hacerlo el alma japonesa.

Conocemos los haikus de esta mujer gracias a que Vicente Haya y la nieta de Sachiko, Fujisawa Yurei han recopilado y traducido al castellano sus haikus para la posteridad, a pesar de las reticencias de la anciana a hacerlo.

Quien espere emociones fáciles o evidentes de los haikus de Sachiko, se va a llevar un chasco. Porque precisamente su grandeza y su profundidad radican en las mismas cualidades que tiene el humus que desde hace siglos habita, favoreciendo la vida, en el suelo del bosque sin pedir nada a cambio, ni siquiera respeto.

 

道曲がる度の山藤ダム湖畔
Michimagaru tabi no yamafuji damukohan

 En cada recodo del camino,
glicinas silvestres.
Los bordes del embalse.

 -.-

  老鶯や筧の水に欠湯呑
Rô ô ya kakei no mizu ni kake yunomi

 Ruiseñor de verano.
En el agua del caño
una taza desportillada.

 -.-

 Estos dos haikus fueron enviados por Sachiko a V. Haya en 2009.

En el siguiente enlace tenéis más información sobre Nishiguchi Sachiko.

http://blogs.periodistadigital.com/elalmadelhaiku.php/2009/09/16/p249629#more249629

 

Mercedes Pérez para ERDH 2018

Cuatro

Un cielo gris, una luz acerada… un frío blanco que se hace notar allí donde poso la mirada… un silencio que borra, del principio al fin, aquello que creo ser… Hoy, excepcionalmente, nieva en la ciudad…

Recorro otro de los lugares principales de Gijón, el parque de los Pericones, asiento del cementerio urbano de la ciudad… Paso a paso camino junto a los muros en donde se deslindan la muerte y la vida, el sueño y el soñador…

No muy lejos, y como en todo parque, hay una zona de juegos infantiles; hoy está vacía… no hay risas que se persigan, que se atrapen, que se asomen vertiginosas al final del tobogán. Hoy los bancos no tienen sombras en las que cobijarse, ni ancianos sentados que aparenten esperar mientras observan un velado horizonte. Hoy solo una mariposa vuela entre los últimos copos del invierno… parece no encontrar lugar en donde posarse; hoy, quizás como ella, tampoco sé donde pararme… Paso a paso, camino sin dejar de preguntarme: ¿en este silencio, cuántos silencios hay?

Cruzo una de las puertas que me lleva al otro lado del muro… un laberinto de nichos y tumbas donde el sonido es amordazado por el cemento, donde el tiempo es una cuña que agrieta los sepulcros… Me muevo entre ese todo que es la nada… y allí, en un rincón, donde aún respira la luz del mediodía, saludo a mi padre… el frío de la lápida y su recuerdo me hablan.

Retorno al parque… en mis labios el sabor de la nieve… mis sentidos tratan de aferrarse a todo aquello que me rodea. Atrás queda el ángel de granito con su ala quebrada… atrás queda ese espacio en el que miles de flores van a morir…

 

… cuando solo se escucha

el crujir de la nieve

al ser pisada

 

A mi padre, fallecido el mes de marzo de hace 39 años en el día más triste de mi vida.

Asturias, donde la tierra siempre es verde.

LA PRIMAVERA

     La vi un día de enero cuando el ruiseñor se posó aquí cerca sobre el hilo del tendido eléctrico. No cantó, no dijo nada.

Más tarde, viajando en la carretera, la vi en las flores naranjas de las amapolas y los tulipanes africanos.

En febrero ya estaba en la avenida y pasaba desapercibida. Algunas escasas caobas, en la parte más alta de su fronda, tenían pequeñas agrupaciones de hojas nuevas que se destacaban por su color verde manzana.

Ahora ya es marzo y llegó a la vista de todos. Son más largos los días, más cálidas sus horas. Su palpitación está en los robles, las acacias florecidas, los piñones, la niebla de la mañana, el concierto de los ruiseñores, la actividad de las ciguas, el sol que cruza más alto en el cielo.

Y unas lluvias tímidas que todavía no llenan los humedales.

 

Le cuesta caminar

al potrillo reciente.

Oh, primavera.