MURMULLO

Haibun infantil 2

(En la Sierra de Segura, Jaén)

Hay sitios a los que querría ir más a menudo. Puedes escuchar los pájaros, puedes ver las nubes, puedes sentir el viento, puedes oler las flores, puedes escuchar el murmullo del río, puedes escuchar una cascada lejana, puedes sentir la hierba fresca bajo tus pies. ¡Tantas cosas que casi no se pueden hacer en la ciudad!

Esos sitios son los pueblos y las aldeas, algunos y algunas casi abandonados. Sitios donde no vive mucha gente. Sitios donde, a veces, solo vive una persona, o dos, o tres…o casi nadie. Gente que se resiste a irse del sitio en el que han vivido toda la vida porque allí lo tienen todo…o casi todo.

En algunos de estos pueblos y aldeas, hasta hace muy poco tiempo, no había ni luz ni agua. Antes, la luz y el agua eran las de la Naturaleza: la luz del sol (y la de la luna cuando estaba llena) y el agua de la lluvia, de la nieve derretida, del río…Ese río que, cuando llueve, recoge el agua y ese campo que, cuando llueve, recupera los olores perdidos en la ciudad.

huele a romero…

el murmullo del río

es más cercano

Mirar al exterior de nosotros mismos

En la base de todo poema haiku está esa mirada indispensable hacia el exterior de nosotros mismos. Una mirada que implica centrar la atención en otra cosa que no sean nuestros pensamientos, preocupaciones, o proyectos.

Mirar con atención algo externo a nosotros nos libera de estar solamente dentro de nuestro mundo mental.

 

Recogiendo el kimono

un paso

sobre el barro de primavera

     

                                                             Sumiko Ikeda

 

Nos va permitiendo romper el caparazón en el que nos hemos encerrado, porque aunque nuestros ojos vean y nuestras manos toquen y nuestros oídos oigan, muchas veces es un ver y tocar y oler la superficie de las cosas. Para que lo percibido a través de los sentidos de verdad nos llegue, nos emocione, nos conmocione, es necesario haber desplazado el foco de nuestra atención hacia el exterior.

 

 

Todas las piedras

del templo Ishiyama,

bañadas por la luna.

 

                                           Sukehiro Noriko

 

    “Escuche todos los sonidos, el susurro, la leve brisa entre las hojas. Vea la luz sobre esa hoja y observe el sol que se levanta tras el cerro, sobre la pradera. Y el río seco, o ese animal y aquellas ovejas al otro lado de la colina, obsérvelas. Mírelas con ese sentimiento de afecto, de protección en el que uno siente que no desea causar daño a cosa alguna”, dice Krishnamurti en “Cartas a las escuelas II” y esas mismas palabras puede decirlas cualquiera que quiera transmitir como debe ser esa forma de mirar el mundo a la que debe aspirar todo haijin. Porque mirar con un sentimiento de proximidad que nos acerque y posibilite alguna conexión con los otros seres vivos, con la naturaleza, con las cosas en general que suceden a nuestro alrededor, es indispensable para escribir un buen haiku.

 

De la bandada de los chidori,

uno va perdiendo fuerzas

y el viento lo recoge

 

                                                 Chiyo-Jo

 

Practicar este tipo de poesía nos lleva a mirar con atención nuestro entorno; la luna distante que flota en el cielo se nos hace de repente más pronunciada en la conciencia. Deja de formar parte de la indiferencia del decorado, donde no tenía ningún interés en particular para nuestra conciencia, y ahora esa misma luna destaca con una presencia nueva. Las cosas se nos hacen más próximas, más intimas.

 

Atravesando el cielo,

tan clara y plateada

la luna sola.

 

                                               Seisensui Ogiwara

 

    Al desplazar el foco de atención hacia esa montaña lejana, hacia esos árboles en su ladera, hacia la lluvia del otoño, hacia cualquier suceso externo que percibimos a través de nuestros sentidos: descubrimos el mundo, sentimos la vida, y quizá escribiremos algún buen haiku.