El poeta peregrino

Los meses y los años son viajeros de la eternidad […]
Para aquellos que dejan flotar sus vidas
a bordo de los barcos o envejecen conduciendo caballos,
todos los días son viaje y su casa misma es viaje.
Basho, Las sendas de Oku

El día veintisiete del tercer mes Basho dejó su choza a la sombra de un banano (Basho, de donde adoptó su nombre literario) y emprendió una peregrinación junto con su discípulo Yosa a las tierras del norte que le tomó más de dos años. El producto de este viaje fue Las sendas de Oku (Oku no Hosomichi), un diario de viaje en formato de haibun (o sea, que mezcla prosa y poesía).

Basho partió con la conciencia de que los caminos cobran su peaje en vida y que semejante aventura podría implicar que nunca volviera a ver su hogar o a sus viejos amigos. Pero el riesgo valía la pena para buscar los restos de aquel Japón perdido de los poetas y los monjes. En su camino Basho buscaba la piedra donde el maestro meditó, el templo en que se guarda aquella reliquia, esa choza, esta montaña o este lago o este pino al que los poetas arcaicos cantaron. Muchos de estos antiguos templos eran ya ruinas, ya habían cortado los pinos,  y muchos otros prodigios de otrora ya habían sido olvidados al punto que nadie podía dar pista de dónde estaban. Basho nos recuerda las palabras del poeta Tu Fu: “Las patrias se derrumban, ríos y montañas permanecen; sobre las ruinas del castillo, verdea la hierba, es primavera”. Conocieron a un Buda reencarnado en dueño de una posada, a unas cortesanas atrapadas por el complejo camino, a un pintor que aún recordaba la voz del pasado y a un montón de viejos amigos por el camino. Para ver con nuestros ojos los paisajes de los poetas o vivir las aventuras de los héroes o las travesías de los santos, el precio se paga en canas y en la incertidumbre de si volveremos a nuestra choza junto al río.

En su aportación a los debates de Superando la modernidad, una serie de debates convocados en julio de 1942 por el grupo literario de Bungakkai (Mundo literario) para debatir el lugar de Japón ante occidente, Kamei Katsuichiro dice un par de cosas referentes a la peregrinación de Basho. Piensa Kamei que el aumento en la velocidad de todo es una característica de la modernidad occidental. La consecuencia es que, por ejemplo, las sendas de Oku que le tomaron meses a Basho ahora se recorren por tren en unos días. “Vemos por la ventana con interés el paisaje, los pueblos y la gente pasando a toda velocidad. Pero que diferente es este mirar del mirar de Basho”. La velocidad moderna nos permite caminar con la mirada distancias impensables, desde el tren hasta el microscopio y el telescopio. Pero ¿es este mirar de la velocidad moderna el mirar de Basho? Para Basho este mirar era un peregrinar, y dicho peregrinar era, a la vez, un sacrificio. Basho dejó su vida en cada árbol, pagó cada laguna con sus canas, cada noche en una posada con el dolor de su estómago. Y es de este peregrinar, que no tiene la mirada puesta en el fin sino en el camino, de donde nace Las sendas de Oku. Oku no es el destino, es el camino mismo.

Heidegger sostiene en su famosa conferencia “La cosa” que vivimos en una época en que se ha perdido toda distancia. Con nuestros aviones y medios de comunicación ya nada queda lejos. Pero, en la medida en que hemos acabado con toda lejanía, hemos perdido también la cercanía con lo que tenemos delante. Nada en Japón queda lejos para el tren bala más que el tupido bosque de Tsutsujigaoka que nadie recuerda desde tiempos de Basho. La capacidad técnica de superar toda distancia nos condena también a pasar las cosas de largo.

Las sendas de Oku nos ofrece una visión peculiar de la trastienda del arte de hacer haiku. Para llevar el instante a la palabra hay que poder demorarse en sus signos. Hace falta establecer una relación íntima con este pino para poder verlo como algo más que una instancia del objeto llamado “pino”. Hay que sacrificarnos por la experiencia de este pino, de esta roca. Hay que darles nuestro tiempo para que nos interpelen. Y en este sacrificio dejamos algo de nosotros en el instante que plasmamos. Por eso un haiku sobre un bosque puede ser también un haiku sobre Basho.

En la época en que todo va cada vez más rápido, al punto que esa velocidad se vuelve imperceptible (como en el ciberespacio) ¿podemos todavía demorarnos en lo que existe entre el punto A y el punto B? Hay que sacrificar nuestro tiempo, nuestra vida, para ir más lento y ver lo que para la velocidad es invisible. Pero para eso necesitamos de poetas peregrinos.

A mí me gusta andar en bicicleta y no cabe duda que los caminos de la ciudad monstruo se ven muy distintos desde la ventana del auto o el camión que desde el manubrio de la bicicleta. Cada subida, cada textura, cada bache, la vegetación, los letreros por la calle, los aromas, todo lo que a la velocidad del automóvil desaparece, sale a nuestro encuentro en la bicicleta. Y no puedo más que repetir en silencio una plegaria al Buda Amida cada que veo una cruz con flores en la carretera o los restos de un perro, una víbora o un tlacuache arrollados tendidos en el camino. Aquí queda otro mártir de la velocidad, este lento peregrino te saluda.