CONSTRUIR
Vuelan diez grullas
Y una más rezagada.
Cielo naranja.
DECONSTRUIR
Estos versos se me ocurrieron una de las tardes del fin de diciembre, cuando el poniente estaba arrebolado de tonos rojizos, rosados y, dominando todo el cielo, naranjas. Acaba de detenerme en medio del camino para hablar un momento con un amigo y, a punto de separarnos, oímos graznidos. Venían de arriba. Arriba, en el cielo, una bandada de grullas avanzaba en cuña. Las conté: no eran diez como afirmo en el primer verso. Eran más; tal vez catorce o dieciséis. He escrito “diez” para satisfacer el requisito métrico de las cinco sílabas. ¿Qué más da diez que dieciséis? Estas “mentirijillas poéticas” seguro que sabrá perdonármelas el lector. Los creadores, ya sea el pintor recreando un paisaje o el novelista describiendo una situación con pretendido realismo, recurren a ellas constantemente. La mentira artística, me parece, es parte sustancial del genio creador; y, me atrevo a afirmar, en la modificación creativa de la realidad reside una de las claves del arte.
Matsuo Bashō modificó a su capricho el itinerario de su viaje por el norte de Japón para regalarnos esa obra de arte llamada Oku no hosomichi (Sendas de Oku, en la versión de Hayashiya y Paz; Senda hacia tierras hondas, en la de Antonio Cabeza).
Lo que sí fue veraz es que detrás, a corta distancia de la bandada de grullas, volaba una. Me acordé entonces del famoso haiku del maestro Bashō sobre un pato:
Un pato enfermo
Rezagado en la noche.
¡Mis sueños andan!
¡Qué prodigio de haiku! Creo recordar que ya comenté estos versos en otra entrada a El Rincón hará cuatro o cinco años, comentario que me permitió referirme al honkadori, ese frecuente recurso poético usado en la poesía clásica japonesa de los waka. En mi haiku, he sacrificado el enorme poder evocador y el no cromatismo de “noche”, que apreciamos en la poesía del maestro japonés, por el vistoso de “naranja”. Pero el efecto visual de un miembro de la bandada –un pato allá, una grulla aquí– que vuela detrás es semejante. También he renunciado a la mención del impacto acústico de los graznidos. La redondez del cielo naranja era demasiado poderosa para permitírmelo. He sacrificado la acústica en aras de la visualidad. Pero si podemos imaginar el graznar de estas aves en el cielo, ¿para que mencionarlo? Bueno, ojalá os guste el resultado.