CONSTRUIR
Cantan y cantan
Las chicharras en las ramas.
¡Ah, el calor!
DECONSTRUIR
¿Hay asociación semántica entre el acto de cantar y el calor? Probablemente no. A no ser que el agente de «cantar» sea una chicharra o cigarra, ese insecto tan bien conocido en muchos países –también en Japón– durante la temporada estival. Su canto incesante y monótono es sinónimo de calor. Si ignoramos a ese agente, cantar y hacer calor no parecen relacionarse mucho. En mis versos he hecho una comparación interna a través de dos sentidos: el acústico y el térmico. En realidad, no sé muy bien lo que he hecho: simplemente he relacionado la acción de cantar, cuando quien lo hace es ese insecto, con la sensación térmica propia del verano. Eso es todo. Además, sin darme cuenta, ha salido una aliteración con la repetición de la vocal /a/ en los dos primeros versos. La repetición del verbo, para producir un efecto de continuidad, es un viejísimo recurso poético usado en el cancionero español, y probablemente en tantas canciones populares del todo el mundo. Basta recordar esa consabida letra, «Beben y beben los peces…» que se aben hasta los peces del río.
Hay un haiku de Tan Taigi (1709-1771), un haijin de la escuela de Buson, que canta en sus versos no al calor, sino al frío. Y también en el tercer verso. Mi haiku es la versión torpe en clave estival del haiku invernal de Taigi. ¿Lo conocéis?
Sore sore no
Hoshi arawaruru
Samusa kana
Apareciendo
La infinitud de estrellas.
¡Ah, el frío!
La misma pregunta: ¿hay asociación semántica entre las estrellas y el frío? Probablemente no. Seguro que a Taigi no se le ocurrió tal pregunta, porque, como buen haijin, no era un intelectual. Era como un niño que, instintivamente, relacionó la eternidad, representada por la multitud estelar, con la sensación de frío.
Pero las asociaciones, deliberadas o no, son invitaciones a que la mente establezca comparaciones internas. Y la comparación interna en las diecisiete sílabas del haiku sí que me parece a mí que es un cualidad de un buen haiku. En mi relectura de su haiku, Taigi compara el misterio de la eternidad –un cielo con infinitud de estrellas– con la soledad irrevocable de un ser humano desvalido e indefenso contemplando el cielo nocturno y que, en ese momento, es sensible al frío del invierno.
¡Qué gran haiku el de Taigi!