VI UN ÁRBOL
Vi un árbol más grande que todos los demás
y repleto de piñas inalcanzables;
vi una iglesia grande y con las puertas abiertas
de la que todos salían fuertes y pálidos
y listos para morir;
vi a una mujer que sonriente y maquillada
jugaba su suerte a los dados
y vi que perdía.
En torno a aquello se dibujaba un círculo
que nadie traspasa.
Edith Södergran
De niños nuestra curiosidad nos lleva a mirarlo todo, nada se escapa a nuestro interés; en cambio, cuando somos adultos, las “preocupaciones” y “ocupaciones” nos conducen a estar mucho más tiempo en nuestro mundo mental que en el mundo exterior. Por ello, cuando nos iniciamos en el camino del haiku es necesario reeducar la mirada, en primer lugar: sacarla nuevamente fuera de nosotros mismos -como cuando éramos niños- siendo conscientes de que nunca podremos percibirlo “todo”, y que por ello importará lo qué decidamos mirar. En segundo lugar: ejercitarla y recuperar su flexibilidad, para poder relacionar los sucesos que vertebran nuestra experiencia de vida. Vida en la que siempre hay un fondo y cosas nimias.
Tan lejanos de la luna,
el color y el aroma
de la glicina.
Buson
Decidimos qué mirar
Decidimos qué mirar y, por lo mismo, siempre perdemos algo que, aunque esté dentro de lo que nuestros sentidos pueden percibir, no captamos -al menos con la suficiente presencia en nuestra conciencia-. Ello se debe a que al mirar centramos la atención y lo que no esté dentro de ese foco se nos escapa, pasa desapercibido. Por ejemplo, en el siguiente haiku, el detalle de los pétalos de cerezo que va separando el pato al nadar, por unos segundos al menos, lo fue todo; el poema no nos habla de nada más.
El pato al nadar
va separando con su pecho
los pétalos del cerezo
Rôka
De la misma manera, si miramos al cielo no veremos -o aparecerá difuso- ningún otro elemento que se encuentre al lado o enfrente nuestro:
Tobedo tobedo kari gekkō wo nogare ezu
aunque vuela y vuela
el ganso salvaje no puede escapar
de los rayos de la luna
Niwa Nobuko
Y aunque lo que percibimos nunca pueda ser la totalidad de nada, aunque siempre sea una parcela de la vida, está en nosotros ejercitarnos para tener una mirada atenta y flexible. Una mirada que pueda enfocar lo que nos está llegando con estímulos más fuertes, pero que pueda ir, si así lo pide el momento, hacia un amplio horizonte visual o desplazarse hacia algo ínfimo, aparentemente insignificante; vagar, perderse, aguzarse, para captar la relación entre las cosas, los seres, los fenómenos naturales, los sucesos, la vida, que coinciden en un espacio y tiempo determinado, nuestro aquí y ahora. El aquí y ahora que deberán reflejar nuestros haikus.
Así es como, dentro de un mismo haiku, podremos ir de algo tan pequeño como puede ser una hoja caída a algo inmedible e inasible como el viento:
Frágiles hojas de otoño (detalle)
que desmenuza
el viento del norte… (panorámica)
Takao
“Poemas Japoneses a la muerte” de Yoel Hoffmann
o de un grillo que canta a las montañas de otoño:
Un grillo, que canta, (cosa nimia)
me acompaña por
las montañas de otoño (central: montañas) (fondo: otoño)
Shiko
“Poemas Japoneses a la muerte” de Yoel Hoffmann
En cambio otros, pueden centrarse en algo pequeño, y hacer de un detalle el poema más profundo:
yameru te ni
nosete fuji-busa
amarikeri
Un ramo de glicinas
pesa en la mano enferma
demasiado
Takako
“Jaikus inmortales” Traducción de Antonio Cabezas
«Uno se convierte en lo que mira, dice Laura Esquivel,
en lo que recuerda, en lo que anhela, en lo que transmite.
Ahora sé que el futuro comienza hoy y depende
de lo que elijo ver, de lo que me permito decir,
de lo que quiero recordar y de lo que decido amar».
© Isabel Pose