uno
Hace algunos años que no visitamos el rancho de los abuelos. Mi madre ha sacado dos pasajes en tren para mañana a las dos y media de la tarde y estamos preparando las maletas. Son varias a diferencia de otros viajes. Aun así, me ha pedido que solo tome aquello que me sea muy necesario. Mi padre no nos acompañará esta vez, pero me ha regalado nuestro libro favorito: Sendas de Oku. Es un diario de viajes escrito por un japonés llamado Matsuo Basho. Nos gusta porque al final de cada día, Basho cierra con un poema de tres versos llamado jaiku.
Creo que también haré un diario, como el de Basho.
Solos en la estación.
Escondí en la maleta
tu libro.
dos
Me he decepcionado un poco del tren. Yo pensaba que, como en otros viajes, tendría un bebedero con vasos de papel para echarlos a volar desde la ventanilla. Y un vagón-comedor para sentarnos y pedir zumo de mango Taoro que me gusta mucho.
Todo es tan triste. Hasta mi madre. En vez de su termo azul, ha traído el café en un frasco viejo de Novatropín. Me ofrece pan con tortilla pero no tengo hambre. Por suerte, me ha dejado la ventanilla.
En el vagón del fondo, alguien ha sacado una guitarra.
Línea del tren.
En ambos lados
el coralillo.
tres
Mi madre dijo algunas cosas muy serias. Primero, que había decidido separarse de mi padre y pasaríamos las vacaciones enteras con los abuelos en el rancho; luego, que yo empezaría en septiembre en la escuela del pueblo. Le pregunté por mis libros y mis amigos. “Te los mandará tu padre poco a poco; y los amigos, ya harás nuevos”.
Ella dice que es emocionante, yo no lo veo así. No me gusta conocer gente nueva y ella lo sabe. Encima ya no dice “pipo” sino “tu padre”, pero lloró cuando me dijo de la separación.
Ahora el viaje es más largo que nunca. Me pongo a pensar en la escuela y el rancho. Creo que me he puesto un poquito más feliz, pero entonces recuerdo a Milián, a Alicia y que ni me despedí de ellos. Por poco lloro también, pero me aguanté.
No me gusta llorar.
Oscurece.
Ya son quince
las polillas en la lámpara.
cuatro
Nos estaba esperando mi tío David. Nos abrazó fuerte. Mi madre de nuevo lloró; pero él le habló brusco, que yo estaba delante, que se comportara. Montamos en un carro que nos dejó en una carretera con cañaverales a los lados. No estaba del todo oscuro gracias a la luna menguante. Ya había olvidado lo que era un cielo pleno de estrellas. Esperé que cayese alguna para pedir un deseo, pero nada.
De todos modos, mientras caminábamos hacia el rancho, pedí bien fuerte a la luna que algo pasara para volver a La Habana. Alicia me dijo que la luna cumplía deseos, pero que luego de pedirlos no se podía hablar. El deseo se me rompió porque mi tío me preguntó unas cuatro veces si tenía novia.
Tuve que contestarle.
Al pasar por el pozo,
el canto de una lechuza
asustó a mi madre.