juego con la lagartija
a ver cuál de los dos
se mueve primero
después de la llovizna
en la hoja de caña brava
algunas gotas
juego con la lagartija
a ver cuál de los dos
se mueve primero
después de la llovizna
en la hoja de caña brava
algunas gotas
En Japón se ha escrito de los insectos desde los primeros poemas que fueron recopilados en la antigua antología del Manyōshū, donde los insectos ocupan el segundo lugar en cantidad de menciones, sólo detrás de los pájaros. Insectos y pájaros comparten en la poética estacional japonesa un lugar protagónico debido a sus cantos. En Japón, especialmente entre mayo y octubre, aparece en el paisaje sonoro una gran cantidad de sonidos de insectos. Sus nombres a veces corresponden a las onomatopeyas de sus cantos, por ejemplo tsuku-tsuku-boshi es el nombre una especie de cigarra y min-min-zemi es el nombre de otra.
Dentro de la poesía clásica japonesa el canto de los insectos generalmente anuncia la llegada, entrada o salida de una estación, y refiere a un sentimiento particular que corresponde con el del poeta. Además, la breve vida de los insectos representa lo transitorio y efímero de la vida humana. Las relaciones de observación y atención al mundo de los insectos se han desarrollado fuertemente en la historia de la cultura japonesa, en la pintura, en las ciencias naturales, entre ellas la entomología y los clubes escolares, y la tradición del haiku.
Aunque los insectos son una parte importante de la tradición poética japonesa, Issa sobresale como un poeta que puso especial atención a ese mundo. Según las estadísticas de Han y Watanuki de la Universidad de Tsukuba, el haijin de Nagano compuso alrededor de 1,695 haikus de insectos.[i] En los primeros lugares encontramos: mariposas (299 haikus), luciérnagas (246), mosquitos (165), grillos (113), pulgas (106) y moscas (97). La lista de insectos incluye 49 especies, entre ellas algunas populares como las abejas, tábanos, mantis, libélulas y hormigas, y otras menos populares como las hormigas voladoras, el pececillo de plata (insecto del papel) y las larvas de mosquito. En esta categoría también se suelen incluir otros animales rastreros, como sanguijuelas, lombrices, caracoles y serpientes. La mayor parte de estos poemas los escribió después de los 40 años, en diarios como el Séptimo diario de viaje (Shichiban nikki七番日記), escrito entre los 48 y 56 años.
La visión de Issa hacia los insectos es una mirada que capta sus modos de vida sutiles y también les atribuye cualidades humanas (antropomorfización). Así, crea un mundo de penetrante mirada en la cual, la vida de los pequeños seres es análoga al drama humano. Hacia ese drama extiende su voluntad de diálogo, es decir que parece dirigir la palabra a estos animales y expresarles su sentimiento de identificación, de simpatía y de solidaridad.
Se ha debatido sobre las razones del porqué Issa se identificaba con estos animales pequeños. Según algunos estudiosos japoneses la razón principal es porque tenía un fuerte un sentimiento de abandono y de estado de indefensión, que lo identificaba con la debilidad de estos seres. Desde esta lectura psicologista se dice que Issa, quien vivió en la pobreza y rodeado de prematuras pérdidas familiares, proyectaba los rasgos de su propia vida en la vida de estos seres. Sin embargo, esta visión ya ha sido cuestionada pues no alcanza a explicar la variedad y profundidad de su microcosmos poético. Desde nuestra comprensión del satoyama, hay que decir que Issa es primeramente un gran observador de la vida que ocurre alrededor de su casa y en los lugares por los que camina. En segundo lugar, que la mirada campesina, acostumbrada a pasar más tiempo en contacto con la tierra, se sorprende con lo parecido que pueden ser las vidas de los seres vivos sin importar su aspecto o dimensión.
La visión de Issa incluye la curiosidad por la diversidad y especificidad de la vida que hay en la mirada del biólogo, y se extiende hacia el territorio espiritual, pues no se agota en presentar a estos seres como animales cuyos comportamientos responden a instintos como comer, procrear o morir. Su visión identifica en los insectos acciones muy particulares como gozar el alimento, acompañarse en la soledad, temer a la muerte, contemplar la lejanía de una montaña, sentir el ascenso a una cumbre o extasiarse en la transformación en algo nuevo. No hay duda de que Issa ve el mundo vivo como un solo tejido espiritual, el del samsara, en el cual todos los seres vivos, sin importar sus escalas, se encuentran conectados por el mismo drama del sufrimiento y por una misma luz en la compasión. En términos budistas, extiende a la poesía de los animales el precepto compasivo de no matar con el pensamiento, es decir, que ninguna vida, aunque sea la vida que yo quito, me sea indiferente.
A continuación presentaré algunos de sus poemas de insectos: lo haré tratando de ir de los más grandes a los más pequeños y finalizaré con un comentario sobre un haiku a propósito de la vida de una larva de mosquito (en japonés bōfura [孑孑]).
鳴ながら蝉の登るやぬり柱
naki nagara semi no noboru ya nuri-bashira
Mientras escala
el poste barnizado
va cantando la cigarra.
Chapulín (Saltamontes)
枯々の野辺に恋するいなご哉
kare-gare no nobe ni koi suru inago kana
Haciendo el amor
en el monte seco
los chapulines.
かたつむり そろそろ登れ 富士の山
Katatsumuri sorosoro nobore Fuji no yama
Caracolito,
paso a pasito, subiendo
el monte Fuji.
隅の蜘案じな煤はとらぬぞよ
sumi no kumo anjina susu wa toranu zo yo
Arañas del rincón,
no se preocupen.
No barreré sus casas.
La mosca
やれ打つな蠅が手をすり足をすり
Yare utsuna hae ga te wo suri ashi wo suri
No aplastes a la mosca
que está pidiendo perdón
frotando sus patitas.
Cuatro haikus de la larva de mosquito
けふの日も棒ふり虫と暮にけり
kefu no hi mo bôfuri mushi to kure ni keri
Junto a las larvas
de los mosquitos, también
hoy está atardeciendo.
けふの日も棒ふり虫よ翌も又
Kefu no hi mo bôfurimushi yo su mo mata
Hoy también,
oh, larva de mosquito,
y mañana también.
ぼうふりも御経の拍子とりにけり
bôfuri mo okyô no hyôshi tori ni keri
También las larvas
de mosquito, siguen el ritmo
del noble Sutra.
ぼうふりが天上するぞ三ケの月
bôfuri ga tenjô suru zo mika no tsuki
¡Vuelas al cielo!
larva de mosquito.
Luna creciente.
En japonés, al igual que en castellano, algunos insectos reciben distintos nombres según las etapas de sus vidas que están marcadas por asombrosas metamorfosis. Esta distinción se encuentra en la palabra para mosquito, que se dice ka (蚊), y larva de mosquito, que se dice bōfura (孑孑). En este último haiku la visión del poeta penetra en el mundo de la transformación (la metamorfosis) de una larva de mosquito. La imagen podría ser la de una larva en una cubeta de agua entrevista en la noche. La larva con sus movimientos parece que asciende enérgicamente, porque dentro de su mundo de agua quizá ya sueña que asciende con un par de alas a la luz de la luna que se refleja en la superficie. Además el delgadísimo filo de esta luna creciente (que en japonés expresa la idea de una luna creciente de apenas tres días) señala el comienzo de una nueva vida también para la larva.
Lo maravilloso de este haiku es que la íntima relación entre una larva de mosquito y la Luna es algo que rebasa las escalas de la comprensión científica. Sin embargo, es fácil entenderlo desde la poesía, pues en el mundo de la transformación de la larva de mosquito las fases de su vida se corresponden con las fases de la vida del satélite, y es en esa relación, que anula las escalas, a donde ha penetrado la visión del poeta. El ascenso de una larva de mosquito que vuela en una charca se vuelve un baile íntimo con el rayo lunar que acaricia la superficie del agua convirtiéndola en la puerta al cielo. El milagro poético es que este sentimiento profundo corresponde con la transformación de los seres vivos, y aquí lo pequeño nos revela un tesoro de la verdad de la vida.
Issa, al concentrarse en algo tan pequeño y desatendido por el ojo humano como una larva de mosquito, nos da una respuesta a la pregunta de hasta dónde puede llegar a fortalecerse o debilitarse las conexiones entre diferentes actores: animales, astros y seres humanos. Su mensaje ecológico de la interdependencia supera la mera imagen del «Planeta Tierra», pues se trata de un mundo en el cual el lazo ecológico que conecta los astros y los insectos es la profundidad del corazón de todo lo vivo. El horizonte es el hogar, paisaje en el que aprendemos cada día lo que somos capaz de ver y sentir. El hogar, el vecindario poético, es el entretejido de nuestras propias experiencias con la vida. La atención a la vida desde la conciencia de que se vive en un mundo de relaciones es otra manera de describir la poética del campo, del satoyama.
[i] Como referencia Bashō compuso 31 haikus en los que aparecen insectos. Las estadísticas sobre los insectos en la obra de Issa se encuentran en el artículo de Lingji Han y Toyoaki Watanuki titulado “The Phrase about insects in Haiku of Issa Kobayashi’s Works” [en japonés]. También hay un artículo introductorio al tema de los insectos en el haiku japonés [en inglés] de R.R. Dunn, titulado Poetic Entomology: Insects in Japanese Haiku.
Toda la vida te has esforzado, te has sacrificado, te has enfocado y has desterrado el resto de opciones que podrían haber alterado el camino para, por fin, alcanzar algo parecido a esa meta que se había dibujado en tu horizonte, que te habían augurado, que te habían contado, que habías visto, fugazmente, como en el reflejo de un río. Si prestas atención a tus manos, aún puedes sentir el aferramiento. Y, sin embargo,…
La Vía Perfecta carece de dificultad
Sólo hay que evitar atrapar o rechazar[1].
“Más” fue la clave. Un poco más cómodo; un poco más sabroso; un poco más espacioso; un poco más feliz; un poco más de amor; un poco más de tiempo; un poco más de estabilidad; un poco más de éxito.Y, sin embargo,…
El Camino es perfecto, como el espacio infinito
donde nada falta y nada sobra.
De hecho, es debido a nuestra elección de aceptar o rechazar
que no vemos la verdadera naturaleza de las cosas[2].
Trazar planes, seguir planes, lograr planes, surcando el tiempo más rápido que cualquier viento, atrapando amargos fantasmas del pasado que juramos que no volverían a estar presentes en nuestras vidas, mientras nosotros mismos los perpetuamos una y otra vez. ¿Qué dirían de nosotros si fallásemos?¿Qué pensarían de nosotros si no fuésemos capaces?¿Si perdiésemos su estima, su reconocimiento, su amor?¿Quién sería yo entonces? Y, sin embargo,…
Si la mente no hace discriminaciones, las diez mil cosas son como son:
de la misma esencia[3].
¿Cuánto durará esta carrera?¿Dónde terminá?¿Cuál será su distancia? Resollar para coger una nueva bocanada de aire y dar ese “último empujón”, que nunca llega: esa mentira que ya nos hemos contado demasiadas veces y que, como otras falsedades, termina creyéndose como verdad, por el abuso de la insistencia. Y, sin embargo,…
Vacío acá, vacío allá, y sin embargo,
el Universo infinito está siempre delante de tus ojos[4].
Basta. Wu-wei. Deja de hacer. Detente. Siempre fue suficiente. Ya era perfecto así. Has estado prestándole atención a las palabras que has heredado de otros y así has vivido tu vida, como otro, como un extraño, alejándote cada vez más de ti mismo, pensando que no eras suficiente tal y como el universo te había creado. Y, sin embargo,…
¡Palabras!
El Camino está más allá del lenguaje,
porque en él no hay
ni ayer
ni mañana
ni hoy[5].
¡Ojalá puedas oír la voz de quien ha tropezado durante largos años y ahora tiene los pies doloridos y maltrechos! No hagas nada más: Algo más grande ya lo ha hecho por ti. Todo está hecho y cada uno de nosotros somos ese mismo Todo: ¿qué más pensamos encontrar? Viviendo así, podrás volver a tu casa; podrás retornar a la naturaleza; y podrás regresar a sentir lo salvaje que te sigue creando, aquí y ahora:
No hay un lugar quieto en las ciudades del hombre blanco. Ningún lugar donde se pueda oír el florecer de las hojas en la primavera o el batir las alas de un insecto. Mas tal vez sea porque soy un hombre salvaje y no comprendo[6].
Para la paz y el beneficio de todos mis amigos de El Rincón del Haiku.
Viento.
[1] Shin Jin Mei. Poema de la fe en el espíritu.
[2] Ibídem.
[3] Ibídem.
[4] Ibídem.
[5] Ibídem.
[6] Carta del Jefe Seattle al presidente de los Estados Unidos. En:
https://ciudadseva.com/texto/carta-del-jefe-seattle-al-presidente-de-los-estados-unidos/
Dada la amplitud del tema tratado en el anterior artículo y partiendo de la interculturalidad del haiku abordado desde su universalidad, habría que resaltar la importancia de la globalización, fenómeno que ha propiciado la expansión de culturas y tradiciones literarias, pero evidenciando o poniendo en valor la adaptación de esta estrofa a occidente.
El haiku alcanza dicha globalidad porque independientemente del espacio en el cual sea creado, siempre facilita la expresión de una experiencia conjunta por encima de la individualidad de las partes. Los objetos adquieren un valor cualitativo al no ser descritos desde el pensamiento argumentativo, puramente lógico, sino desde la sensación. Si partimos de los principios de la lógica, desprendemos a la estrofa de su esencia, así como de la fusión del sujeto y el objeto como unidad indivisible, adaptada siempre a la realidad que sucede en un tiempo y en un lugar determinado para posteriormente trascender y desmaterializar el poema del espíritu humano.
Rodríguez Izquierdo (2010), afirma:
…“el haiku no es el retrato de una imagen, sino un esbozo y tanto sentido estético hay en lo expresado como lo silenciado”.
Los enunciados de un haiku superan el valor circunstancial del instante o momento para lograr adquirir un valor alternativo y permanente, dotado de una finalidad. Por lo tanto, podría ser considerado una descripción con carácter propio que muestra temática y sensaciones variadas, equiparable a una pintura impresionista que describe la impronta de emociones primarias desde diversos contenidos.
El eje móvil de la fertilidad del haiku procede de la interculturalidad de la estrofa. Una cultura traslapa la otra y en esta colisión se transmutan ambas desde la hibridez que surge como fruto de dicho encuentro. Teniendo en cuenta el punto de vista de la antropología objetivista, en el cual las tradiciones locales y de grupo (como etnias, pueblos, etc) entran en una posible pugna más o menos desigual en la que ambas afirman su identidad y dejan huella la una en la otra que transformarán en materia prima de la obra literaria.
Partimos por tanto, de la definición de transculturización de Fernando Ortiz, siendo los elementos claves de esta:
Es decir, sin dejar de sentir como occidentales, vamos asimilando la nueva perspectiva estética influida por el pensamiento japonés. De este modo, se suceden simultáneamente procesos de exoculturización, así como de endoaculturización para llegar finalmente a una aculturización en la que se produce una influencia mutua y desde este proceso el haijin escribe e interpreta el haiku.
Desde este punto de vista el antropólogo Fernando Ortiz entiende la transculturización como desprendimiento y pérdida parcial o total de la cultura original a la vez que se incorpora la nueva. Es decir, el haijin se neoculturiza en el momento de creación del haiku, traspasando su propio sentido, logra suspender el lenguaje creativo y se produce una asimilación estética, así como un enriquecimiento entre culturas. A modo de ejemplo, este haiku de Basho (diferentes traducciones):
¡Cuán admirable es
aquél que no piensa: la vida es efímera
al ver un relámpago!
¡qué admirable
quién no se siente efímero
ante el relámpago!
Desde este punto de vista Adolfo García Ortega, puntualiza:
… “que el haiku es el placer de una escritura que nos libera de la incontinente carga ideológica occidental, permitiendo que el haijin se difumine y desparezca”.
Como ejemplo de universalidad y de conexión global (tanto temática como culturalmente), hemos seleccionado algunos haikus de autores clásicos japoneses y contemporáneos:
Por un momento
parece que el gatito
vence a la hoja.
Kobayashi Issa (1763-1828)
Sol en la lluvia.
El gatico lame
las hojas del jazmín.
Mª V. Porras «Mavi».
(Murcia-España)
Año Nuevo:
el gato en mi regazo,
lo único sucio.
Jakurô
Año Nuevo…
en el plato del gato
el mismo pienso.
Xaro Ortolá “Destellos”.
(Alicante-España)
Constatamos que en estos haikus confluye tanto inter como transculturalmente el proceso de creación en el cual se extrae la riqueza cultural de Japón y de Occidente, superando el binarismo inicial para alcanzar finalmente la heterogeneidad unificadora, asumida desde la conciliación entre ambas culturas.
Bibliografía:
うぐひすの啼くやちいさき口明て
uguisu no naku ya chiisaki kuchi aite
El llanto del ruiseñor-
su pequeña boca
abierta.
Aunque naku presenta las dos acepciones, aquí “cantar” no parece la respuesta más adecuada. El canto del ruiseñor es un tópico, una costumbre; sin embargo, el hecho de que llame, reclame atención, grite o llore forma parte de un acontecimiento especial, y Buson observa cómo, en ese gesto, el ruiseñor mantiene su pequeña boca abierta.
A nivel del kanji, es interesante destacar cómo el haijin emplea el término “ugüisu” en hiragana, para introducir “く” que es una muestra visual de la propia acción (el pico abierto) del animal.
Después, vuelve a recurrir al hiragana para introducir el verbo: en un primer vistazo, el lector japonés observa el pico del ruiseñor, abierto, en dos ocasiones, acompañado del kanji de boca (perfectamente reconocible). Buson, sin embargo, podría haber optado por el inequívoco kanji 聲 (koe: voz, canto, sonido, “trino, gorjeo”) pero prefiere la sutileza de la ambigüedad.
CONSTRUIR
Tic tac de reloj.
En la ventana de un hospital
Ha amanecido.
DESTRUIR
En medio de las alharacas navideñas y de Año Nuevo de estos días, sean ruidosas y rutilantes o calladas y espirituales, tal vez resulte hasta saludable que los sanos (o los que creemos estar sanos) pensemos un instante en la habitación de un hospital donde yace alguien confinado en su lecho de enfermo. Podríamos ser nosotros.
Por la ventana este enfermo ver cómo la luz del nuevo día se adueña lenta y suavemente de su pequeña estancia. ¿Es un amanecer que le traerá un día de alivio, de dolor, de desconsuelo, de indiferencia? ¿O le traerá amargura ante otra jornada más de sufrimiento? ¿O esperanza por una recuperación? No importa.
El amanecer es el tiempo diluido en luz, un tiempo que no le pertenece. Solo él conoce su estado de ánimo, cualquiera que sea, ante este prodigioso acontecimiento que el nacimiento del nuevo día. El hecho está ahí, anunciado inexorablemente por la pulsación del reloj.
Me recuerda este haiku uno famoso de la haijin Chiyo (1703-75). Las circuns-tancias en que lo compuso nos las cuenta Daisetz Suzu-ki en su clásico El Zen y la cultura japonesa.
Esta gran poetisa, deseando mejorar su arte, visitó a un célebre maestro del haiku. El maestro le dio un tema sobre el cual componer un haiku. Era un tema favorito de la poesía clásica japonesa: el cuclillo (hototogisu). Una característica llamativa de esta ave es que es muy difícil verla u oírla pues solo canta cuando vuela por la noche.
Chiyo compuso varios poemas sobre el cuclillo, pero ninguno la satisfacía y rechazaba todos porque le parecían conceptuales o vacíos del espíritu del haiku. No sabía qué escribir ni cómo expresar su genio poético. Temía no cumplir la tarea que le había encomendado el maestro. Una noche estuvo en vela dándole vueltas al tema tan concentrada que se olvidó del paso de las horas. Sin saber cómo, empezó a clarear el nuevo día. Al tomar conciencia de esta luz débilmente vista por los paneles de papel de su casa, en la mente de Chiyo se formó el siguiente haiku:
Hototogisu,
Hotogogisu tote,
Akenikeri!
Una traducción torpe puede ser esta:
Al cuclillo,
Llamando al cuclillo todo el tiempo,
Ha amanecido.
Cuando mostró estos versos al maestro, este lo aceptó como una de los más bellos haikus que había leído. La razón de su satisfacción era que comunicaba genuinamente el sentimiento más hondo sobre el cuclillo, sin artificiosidad ni esquemas intelectuales destinados a lograr determinado efecto estético. Era un haiku inocente y puro.
Tal vez la larga meditación nocturna de Chiyo sobre el cuclillo le había ayudado a abrirse al Inconsciente, a dejar a un lado su ego, a vaciarse de sí misma. Zen en estado puro.
Zen puede ser la habitación de un hospital en el momento en que el tic tac deja de sonar y cede el protagonismo a la luz del amanecer. Aunque en la cama no haya nadie.
Zen puede ser que quien ocupa el lecho de enfermo sea yo o el dueño del ojo que lee estas líneas; o él o ella. Digo «sea» como podía haber dicho «haya sido» o «será». Aquí el tiempo no importa. Tampoco importa quien sea el sujeto.
Solo importa este fugaz regreso al Inconsciente.
Un primer planteamiento que me parece esencial para ir concretando la intuición que quiero compartir en este espacio es el que tiene que ver con la concepción del Universo. Es obvio que sabemos del Universo aquello que de momento podemos saber, es decir aquello que nuestra capacidad racional va siendo capaz de conocer de la realidad física que nos envuelve y de la que formamos parte. Al último tramo de ese camino interminable llamamos ciencia, y sin duda nos llevará en el futuro a una comprensión cabal de su génesis, composición y estructura. En realidad no sabemos cuándo llegaremos a tener un conocimiento absoluto del Universo, pero sí sabemos ya que ese conocimiento que adquiriremos estará absolutamente condicionado por nuestra capacidad racional. Desde nuestra racionalidad sabemos que el Universo es una realidad física y fáctica. Más allá de la racionalidad imaginativa de las antiguas leyendas mitológicas, la búsqueda de sus leyes internas objetivas ha venido ocupándonos desde Aristóteles. En la medida en que avanza nuestra observación (apoyada en los recursos técnicos) también avanza nuestra racionalidad, es decir la capacidad conceptual de elaborar teorías cada vez más consensuadas y verificables. La verdad es que si pudiéramos hacer el ejercicio de distanciarnos un poco de lo que hace nuestra razón, no sabríamos decir con certeza si el Universo ha creado la racionalidad o si la racionalidad ha creado la idea de Universo. Parece que ambas cosas estén ocurriendo, en realidad, al mismo tiempo.
Lo cierto, desde mi punto de vista, y esto es lo fundamental, es que solo puede darse algún tipo de saber en el ámbito de la facticidad. Para mí no solo es fáctico aquello que tiene que ver con los hechos (y no con la imaginación o la teoría). Esta definición académica me parece insuficiente. Fáctico es lo que ya es como es, lo que va a seguir siendo como está previsto (aunque ‘lo previsto’ esté sujeto a muchas las variables). Lo que ya posee una identidad concreta y definitiva, aunque sea desconocida de momento, aunque sea una identidad en desarrollo. Solo en tanto fáctico el Universo puede ser conocido, la naturaleza puede ser estudiada… Y esa capacidad para conocer y saber de lo fáctico es la racionalidad, que podríamos entender entonces como una auto-capacidad de lo fáctico de conocerse y reconocerse a sí mismo. Así pues, como antes apuntaba, el fenómeno del conocimiento que se está dando en el hombre podemos entenderlo desde dos perspectivas posibles: o bien el Universo fáctico ha generado una capacidad de auto-conocerse en eso que llamamos racionalidad humana, o bien la especie del homo sapiens sapiens, como especie animal, ha ido madurando una racionalidad o capacidad de conocer (su principal cualidad para sobrevivir) con la que ahora se propone dar cuenta del Universo. En cualquier caso, la vinculación entre la racionalidad y la facticidad es esencial y necesaria.
Esta obviedad que acabo de delimitar no solo constituye la condición de posibilidad de la ciencia, sino también la práctica totalidad del acervo cultural en el que nos movemos, nos relacionamos y pensamos. Hasta el momento, no se ha planteado ninguna alternativa al pensamiento fáctico, aunque es extraordinariamente variado su arco de desarrollo: desde la matemática pura hasta la mística, pasando por toda la física, la filosofía, la teología, la metafísica… Desde lo más concreto hasta lo más sutil, desde lo más obvio hasta lo más indeterminado y misterioso, todo está ahí fácticamente ante nuestra mirada, su realidad se nos impone sencillamente, y nosotros intentamos reconocer qué lugar ocupamos en medio de esa realidad gracias a nuestros sentidos y a nuestra capacidad de elaborar ideas y conceptos, a través de los cuales nuestra mente ordena y discrimina los datos percibidos y los combina en síntesis nuevas, convirtiendo en ideas lo que hemos percibido, creando un pensamiento cada vez más incisivo y penetrante sobre el mundo en el que vivimos. Pero ese mundo-Universo está ahí. Y nosotros nos hemos encontrado con eso, estamos arrojados a él. Tendremos ocasión de profundizar en esta idea básica de lo fáctico dialogando, en lo posible, con Heidegger, porque me parece fundamental para entender la experiencia del haijín desde el punto de vista de la racionalidad, que es el único punto de vista que hoy está sobre la mesa para enjuiciar qué está haciendo el haijín en el preciso momento en que se encuentra escribiendo un haiku. Mi intención en estas colaboraciones es proponer otra interpretación de la experiencia del haijín, otra interpretación que tenga que ver con la emergencia de la conciencia y de la experiencia poética a ella vinculada. Pero antes debo reconocer que la interpretación de la racionalidad fáctica queda plenamente justificada si nos atenemos al propio desarrollo evolutivo de nuestra especie.
Mucho antes de la aparición del Homo Sapiens hace unos 200.000 años, la especie homo se había ido configurando a base de enfrentarse a un permanente estado de resolución de problemas, que es la tónica general en la que se ha desarrollado la vida desde hace 3.700 millones de años, y en la que han sobrevivido desde hace 700 millones de años lo que los científicos consideran propiamente animales, si bien los vertebrados aparecen 200 millones de años después. En todas las fases de este largo camino evolutivo, la adaptabilidad ha marcado la posibilidad de sobrevivir, y la adaptabilidad ha venido propiciada por una búsqueda de las respuestas más adecuadas a los problemas que se iban planteando, teniendo en cuenta que en esa búsqueda se produjeron errores, mutaciones y miles de circunstancias imprevisibles que precisamente fomentaron la versatilidad de los sistemas de respuesta-adaptación. No hay duda de que el sistema de respuesta-adaptación más eficaz y desarrollado ha venido a ser el cerebro humano, que ha conseguido en su lentísima formación convertir las necesidades en capacidades y destrezas, responder adecuadamente a cada pregunta, por decirlo de otra manera. Esa estrategia que ha posibilitado el engarce neuronal de lo que ha terminado siendo el cerebro humano continúa desarrollándose sin solución de continuidad en una progresión imparable. Pero más allá del maravilloso órgano que protege nuestro cráneo, lo que me importa subrayar es que toda esa evolución ha determinado la racionalidad desde la que ahora el hombre está intentando comprender su lugar en el Universo. La racionalidad, en efecto, se ha ido configurando a través de las estrategias de respuesta-supervivencia de algunos animales (nosotros) que desarrollaron un sistema cerebral complejo.
Es tal el peso objetivo de esta realidad, que a nadie se le ocurre ‘razonablemente’ que exista algún tipo de experiencia que se salga del ámbito de la racionalidad (a no ser la locura), o que haya algún tipo de pregunta que se salga de esa esfera y no pueda ser respondida racionalmente tarde o temprano. Como ya he dicho, las experiencias místicas, vengan de la creencia religiosa o del pensamiento metafísico, quedan por completo incluidas en las formas de la racionalidad humana, cuestión a la que seguramente volveré en otro momento dada la vinculación que ha tenido el haiku con el budismo, por ejemplo.
Si nos quedamos, por tanto, con la idea comúnmente aceptada de que nuestra racionalidad es la única que puede dar cuenta de la naturaleza fáctica de la que formamos parte y en la que no tenemos más remedio que movemos para permanecer en la vida, entonces quedará claro que la experiencia del haijín, sea la que fuese, habrá de quedar enmarcada y condicionada por esa realidad, y que parece configurarse en una especie de ‘relación’ que se establece en un determinado momento entre la naturaleza fáctica y la capacidad perceptiva-racional de un determinado sujeto, relación que queda verbalizada de modo directo y sencillo. Podría servirnos de ejemplo el conocido haiku de Bashô: “Un viejo estanque; / se zambulle una rana, / ruido de agua”. El haijín, parece claro, se limita a constatar una experiencia perceptual-visual-sensorial-auditiva concreta, que le permite poner en relación fáctica al viejo estanque (cuyo contenido líquido busca el equilibrio en situación de reposo), a la rana (cuya naturaleza animal le permite saltar sobre sus patas traseras y zambullirse en el agua para reequilibrar su temperatura corporal), y el ruido de agua que se produce tras el impacto, y que no es más que el efecto sonoro de las ondas producidas por la fricción de dos cuerpos, y que en este caso podríamos entender como la consecuencia audible del primer principio de Arquímedes. Bashô, según la perspectiva de la racionalidad, acaso con toda ingenuidad, acaba de constatar la naturaleza fáctica del mundo circundante. Y puede hacerlo porque él mismo, aunque no lo tenga en cuenta, dispone de un órgano visual y otro auditivo muy sofisticados, y de los enlaces de un sistema nervioso que transmiten a su cerebro lo que esos órganos han captado.
¿Sería posible que Bashô estuviera haciendo otra cosa que lo que acabamos de decir? ¿Sería posible entender la experiencia del haijín fuera de la racionalidad? ¿Sería posible que lo que acaba de decirnos Bashô fuese, en realidad, una experiencia radical de que el mundo que sigue estando ‘ahí’ ha dejado de ser fáctico?
Intentaremos abordar estas preguntas camino del no saber.