Haibun 15
Orbayu
Creo que anoche soñé con salamandras. Con la salamandra que vimos volviendo al albergue. Qué grande. Por un momento pensé que no era real. Que era el juguete de un niño olvidado en la acera, tras la lluvia.
Pensando en salamandras salimos al orbayu en la mañana. Apenas lluvia, apenas aire. Qué difícil salir de la ciudad, qué difícil encontrar el camino hacia la intemperie.
Capilla del Carmen en Llampaxuga. Amamos estos lugares. Pequeños, recogidos. La de peregrinos que se habrán asomado a la cancela de su puerta cerrada para ver la imagen de la Virgen. Y a los valles tan verdes al reemprender el camino.
Dekoboko, arriba y abajo. Recuerdo otros caminos, qué lejos… Cuesta arriba y cuesta abajo toda la mañana. El orbayu está y no está. En el brillo de las hojas de las plantas que no conozco. En el cielo tan blanco que rebosa sobre las montañas.
Boiguina. Una tostada y un buen café con leche justo a tiempo. Curioso nombre para un pueblo. Bromeamos. Los peregrinos van y vienen. Entran y salen de la posada junto al camino.
Es agradable esa sensación de pertenecer a una corriente. A veces pasamos nosotros a algún peregrino, a veces nos pasan ellos. Está sin estar la corriente que peregrina al corazón de las montañas. El tiempo y todos los pasos que fueron están aquí.
Flores en las mochilas. Lilas, tréboles, hinojo, menta. El orbayu no deja de caer…
Junto al río. En la fronda de viejos castaños que renuevan sus hijuelos pese al paso del tiempo y las tormentas parece que algo aguarde. Junto al puente.
Un peregrino más que mira la corriente desde el pretil. Solo un momento. En algún lugar de la enramada un mirlo canta.
Sin dejar de caminar nos rascamos la espalda mutuamente. Comemos moras. Sin dejar de caminar charlamos, callamos. El sonido de los palos sobre el camino al ritmo desigual acompasado de nuestros pasos
primeras moras,
el eco de un mugido
desde la montaña
Chame
Paladín aparece en el fondo del valle, casas blancas sobre verde, como la maqueta de un niño.
Entre dos manzanos los colores de la ropa tendida. Un milano traza espirales más allá del bosque.
Villa Palatina. El pincho de tortilla recién hecho para nosotros. El acento de la señoruca es cálido y musical. Antiguo. Un niño grande caza moscas por el jardín con una raqueta. Se está bien aquí. Las mochilas cargadas de flores prendidas parecen no pesar tanto cuando reemprendemos el camino.
Arroyo y sendero parecen entrecruzarse por momentos. Serpentea bordeando prados con vacas echadas que miran sin mirar el pie de las montañas. A veces el bosque es tan espeso que el sendero parece horadar la fronda. Un túnel donde hasta el aire es verde.
Mojados por la llovizna, caracoles arracimados en la grieta de un poste de madera.
Grado. Qué cansancio. Al final del día el albergue municipal está lleno y buscamos alternativas. La Quintana. Una antigua casa de indianos con la fachada carmesí y molduras blancas. Dos torres. Es magnífica. Mientras espero hago tiempo charlando con el dueño. La historia de una casa, la historia de una familia. En el suelo de la cocina, naranjas madurando sobre papel de periódico.
Después de una vuelta por el pueblo cenando al caer la tarde. La tranquilidad de haber caminado lo suficiente.
Se está bien aquí. En este lugar y en este momento. Las comadres charlan y juegan al parchís en una mesa no lejos de nosotros. Ríen como niñas. La vida. ¿Será esto?
Caminar lo suficiente. ¿Existe eso realmente?
De vuelta en el albergue charlamos sentados en el jardín, palabras pequeñas, risa sencilla, silencios. Qué noche tan serena… Las naranjas caídas en el suelo pierden su color al pie de los árboles.
una vuelta en el aire
el milano
desaparece en la niebla
Félix Arce Araiz (Mômiji)
Santander (España)