«Mono no aware», impermanencia y las flores de «sakura»

Empecé a interesarme por Japón cuando de manera fortuita terminé en un curso sobre literatura e historia japonesa en mis primeros años de universidad. Introducirme en una cultura tan diferente, con una historia tan particular y una sensibilidad tan novedosa para mí, exigió de mi parte un enorme esfuerzo. Ese esfuerzo no ha cesado, y ha venido acompañando de un enorme placer y satisfacción que aparecen en cada lectura o investigación. Recuerdo cómo el profesor explicaba con genuino entusiasmo la literatura de la época Heian (794-1185), los concursos de poesía cortesana (uta awase, 歌合せ), la literatura escrita por mujeres, y un concepto que me resultaba fascinante: el mono no aware (物の哀れ).

La primera explicación que oí sobre este concepto lo definía como “la tristeza por las cosas”. El Mono no aware se me presentó como una particular tristeza melancólica que nos embarga cuando nos topamos con la naturaleza perecible de las distintas cosas del mundo. Una sensación que aún así nos permitía disfrutar y potenciar el placer estético de lo apreciado. El ejemplo más claro y conocido lo tenemos en la contemplación de las flores de cerezo. Los árboles de sakura (桜) son la estampa más representativa de la primavera japonesa, florecen al inicio de la estación, están pocas semanas en la plenitud de su belleza y caen del árbol antes de marchitarse. Contemplar el cerezo en flor es disfrutar de su belleza sencilla y delicada, pero también es reflexionar sobre lo efímero de esa flor que apenas está en su plenitud por pocos días, es conmoverse por lo frágil que es a los cambios de temperatura o al viento, es sentir la precariedad de esa belleza. Contemplar las flores de cerezo no es solo contemplar lo presente, es anticipar la ausencia, es sentir y vivir esa precariedad y abrirle el corazón.

En lecturas posteriores buscando profundizar en ese término fui notando que “mono no aware” es un término muy rico, complejo y que tiene una larga historia de sentidos e interpretaciones. En japonés, el término mono (物) significa “cosa(s)” y hace referencia “al vasto mundo material, incluyendo todas las cosas existentes y vivas, visibles e invisibles” (Kato, 1962: p. 558)[1]. Éste se encuentra conectado con el término aware (哀れ). Ahora, la traducción de aware resulta más arriesgada. El kanji puede entenderse directamente como “tristeza”, o conformar el adjetivo “triste” (哀しい). Haya Segovia traduce el mono no aware como “la conmoción del contacto con lo existente” (2002: p.101)[2], entendiendo que el aware sería una emoción profunda de asombro que experimentamos por las cosas del mundo. Como dice Hisamasu Sen’ichi, “es un sentimiento que se experimenta en la alegría de una mañana de primavera y en la tristeza de una tarde de otoño” (Hisamasu, citado en Haya Segovia, 2002: p. 101). Según el filósofo japonés del S. XVIII, Motoori Norinaga (1730-1801), este sería el sentido original que mono no aware tenía en la época antigua, antes de la penetración de la cultura budista: Una apertura completa e intuitiva al mundo en su multiplicidad, un intento de resonar con “las cosas” (mono) y dejarse conmover profundamente (Marra, 1995: p. 379)[3] y que no se limitaría a sensaciones tristes o melancólicas. (Rubio, 2007: p. 206)

Aún así, también hay otra interpretación del término y es a la que me referí más arriba. Y es que de todas las emociones la “tristeza” se hace más patente, y esa tristeza está referida a una de las ideas budistas más influyentes: el sentimiento de la impermanencia de las cosas (Mujôkan, 無常感) (Haya Segovia, 2002: pp. 102-103, y la nota 274). Hay que señalar que este término incluye a “mujô” (無常), la noción misma de que los objetos de este mundo son transitorios e insustanciales. Que todo es efímero y que no debe haber apego por ninguna de esas “cosas”. Cómo ya deben haber notado los lectores aguzados, en mujô, está presente Mu (無), la nada budista, la vacuidad. En el centro de la naturaleza está Mu, manifestando la inesencialidad de todo lo presente, una inesencialidad que se manifiesta para nosotros como el tiempo inexorable que todo lo desgasta, que todo lo marchita, que todo lo caduca.

No obstante, mal haríamos en considerar esa “tristeza” como algo similar a la angustia (Wicks, 2005: pp. 95-96)[4]. Se trata de una cierta melancolía que realza la emoción del presente, y que, por lo tanto, nos lo entrega “más intensamente”. La flor del cerezo no sería tan bella si no fuera tan fugaz, lo que acentúa el gozo de contemplarla. Resulta muy interesante cómo la doctrina budista del mujô, no se traduce en Japón en un desprecio ascético de las apariencias (como Platón, que despreciaba el mundo sensible, y las artes, en favor del mundo de las ideas eternas). El Japonés, no aparta su vista de las apariencias, las percibe y abraza más. Aún más apreciadas porque son efímeras, lo que las hace más bellas. Las cosas (mono) movilizan nuestro sentimiento no en torno a su presencia, sino en torno a una ausencia que, paradójicamente, se actualiza virtualmente en el encuentro con ellas. La conmoción que sentimos por la flor de cerezo no orbita a la flor misma. La flor nos impulsa a orbitar junto con ella el centro vacío de la ausencia (Mu, 無), ese orbitar es esa tristeza extraña, teñida de un gozo melancólico que acepta, sin aferrarse, el regalo de ese presente, que el tiempo, con seguridad, extinguirá.

La experiencia estética del mono no aware es tremenda y profunda. Me animo a afirmar que (usando terminología heideggeriana) se trata de una disposición afectiva que nos pone en una actitud de goce estético, pero también de reflexión por la naturaleza de todas las cosas, incluyendo a cada uno de nosotros. Espero que esta presentación y reflexión baste para incitarnos a ese pequeño viaje hacia la sensibilidad japonesa. Personalmente, hace ya tantos años, ese término me intrigó y capturó, y aún me sigue intrigando y maravillando, tanto y más que en aquel salón universitario de hace tantos años.

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[1] KATO, Kazumitsu. 1962. “Some notes on mono no aware”. En: Journal of the American Oriental Society, Vol. 82, No. 4 (Oct. – Dec., 1962), pp. 558-559.  Recuperado de: http://www.jstor.org/stable/597529, el 10-12-2013.

[2] HAYA SEGOVIA, Vicente. 2002. El corazón del haiku: La expresión de lo sagrado. Madrid: Mandala.

[3] MARRA, Michele. 1995. “Japanese Aesthetics: The Construction of Meaning”, En: Philosophy East and West, Vol. 45, No. 3 (Jul., 1995), pp. 367-386. Recuperado de: http://www.jstor.org/stable/1399394, el 19-12-2016.

[4] WICKS, Robert. 2005. “The Idealization of Contingency in Traditional Japanese Aesthetics”. En: The Journal of Aesthetic Education, Vol. 39, No. 3 (Autumn, 2005), pp. 88-101. Recuperado de: http://www.jstor.org/stable/3527434, el 19-12-2016.

Jeancarlos K. Guzmán Paredes
Pontificia Universidad Católica del Perú

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