CONSTRUIR
¡Ay, cómo juega
entre las hojas de los lirios
la primavera!
DECONSTRUIR
Hace unos días, me impresionó los juegos de luces, con tantos matices de verdes, y los juegos de brillos y sombras del arriate de lirios, aun sin florecer como se aprecia en la foto adjuntada, que enmarca el espacio desde donde practico el arco. Hubiera deseado escribir:
¡Ay, cómo juega
entre hojas de lirios
la primavera!
De ese modo, hubiera contado siete sílabas el segundo verso (con hiato entre la “e” y la”o”) y, tal vez, le hubiera dado mejor ritmo a todo el haiku. La verdad es que, sin embargo, deseaba personalizar a las hojas de estos lirios en concreto, usando sendos artículos determinados.
El haiku japonés carece de determinación en los sustantivos, por la sencilla razón de que no existen artículos en la lengua japonesa. Es una de las indefiniciones, con ribetes de ambigüedad en no pocos casos, que da carácter a esta lengua. En español, por el contrario, como en la mayoría de las lenguas de nuestro entorno, personalizamos el discurso. Es como si tuviéramos necesidad de marcar nuestro conocimiento o desconocimiento, nuestra relación o no relación con las cosas, nuestra implicación emocional o no implicación con ellas. Dar un carácter o bien particular, concreto, o bien genérico a las cosas que nos rodean forma parte, por consiguiente, de nuestra percepción de la realidad.
Por el contrario, en la mente de los maestros japoneses cuando componían haikus no existía tal dualidad. Y, en mi opinión, el haiku japonés tiene como cualidad central la descripción integral y holística de una realidad, que no es el resultado más que de una visión unitaria del mundo fenoménico.
Pongamos como ejemplo comparativo el famoso haiku, de la rana que salta al viejo estanque del maestro Bashō. Lo recordamos:
Furu ike ya El viejo estanque.
Kawazu tobikomu Se zambulle una rana.
Mizu no oto Ruido del agua.
Y ¿por qué no “estanque” no puede indeterminarse con “un” y “rana” determinarse con “la”? Y traducir, entonces:
Un viejo estanque.
Se zambulle la rana.
Ruido del agua.
Sería, pues, un estanque desconocido por el poeta y una rana determinada por ser conocida previamente por este. ¡Claro que es posible! Seguro que el bueno de Bashō sonreiría con indulgente desaprobación –como a menudo desaprueban los japoneses– ante la frívola improcedencia de tal debate… O se encogería de hombros porque en su lengua tal debate es imposible y la visión de las cosas es unitaria y no fragmentada en este aspecto gramatical.
La conclusión de estas reflexiones es el reconocimiento de hasta qué punto nuestra visión del mundo se halla encadenada por el lenguaje con que nos expresamos y que modela nuestra mente. En mi haiku, los lirios los conozco bien: lo veo casi a diario cuando paso a su lado. Por eso, me salió natural escribir “los lirios” y no “unos lirios”, ni simplemente “lirios”, sin ningún artículo. Y si son “los lirios”, por fuerza han de tener “las hojas” y no “unas hojas”. Además, si hubiera escrito “unas hojas”, estaría reconociendo que había otras hojas de los lirios que no ofrecían tan sorprendente danza de brillos y sombras.
Hay otro poema de lirios que recuerdo. Es del haijin Hekigodō (1873-1937), discípulo de Shiki.
Los lirios del monte Yamayuri ni
empapados de la lluvia Sosugu taiu ya
mientras canta el cuco. Hototogisu.
山百合に
そすぐ大雨や
ほととぎす