Para tener un acercamiento al haiku me valí de las ideas que Ortega y Gasset desarrolló en el bosque de La Herrería. Ahora, para acercarme a la cultura japonesa, me veo en la necesidad de rebuscar en nuestra tradición occidental algunas ideas o tendencias afines.
El asunto no es tan sencillo porque, la cultura japonesa es heredera de China y la India, y en la tradición taoísta se considera que “el que sabe no habla, y el que habla no sabe”; y, de remate, está el elocuente silencio del Buda.
Mientras que, para los occidentales, herederos de la ciencia y la filosofía griegas, así como de la sabiduría de Israel, a través del cristianismo, lo que importa es el verbo o logos, la palabra que es pensamiento y número y medida. Y es necesario definir, encerrar en una fórmula o exclamar: “sea”, para que las cosas existan.
Además, esa necesidad u obligación de hablar está respaldada por una especie de código del saber que es el Poema de Parménides. En él se afirma que hay dos vías: la de “lo que es”, la cual hay que seguir, y la de “lo que no es”, de la que hay que apartarse porque no se puede conocer, ni decir, ni pensar.
Sin embargo, Platón se asomó a esa vía, a fin de acceder al Bien, la idea de las ideas, más allá de las ideas.
En el Renacimiento, los místicos carmelitas transitaron por esa senda de silencio. Y, en la época helenística, un judío alejandrino, Filón, con un trasfondo que se hunde en el mundo sumero-babilónico, afirma que lo divino es incognoscible pero no inaccesible, y muestra así la posibilidad de recorrer esa senda prohibida por la Diosa en el Poema de Parménides.
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Generalmente, al referirse a las doctrinas orientales, como el taoísmo, el confucianismo o el budismo, se les denomina filosofías. ¿Será atinado llamarles así? ¿No serán, más bien, sabidurías?
Celso, autor del Alethes logos, las tendría por sabidurías. Y, debido a que no son helénicas, diría que necesitan ser depuradas por el logos griego.
Ahora bien, ¿en qué se basa la importancia o superioridad del logos griego? ¿Cuál es la diferencia entre sabiduría y filosofía? Para verlo con claridad, habrá que remontarse a la época en que nació la filosofía.
Ciertamente, los griegos, al colonizar las costas del Mediterráneo, entraron en contacto con pueblos que tenían diferentes creencias y costumbres. Y notaron que, aunque los dioses y la forma de vivir cambiaban de un país a otro, las figuras geométricas que servían para hacer cálculos y mediciones de terrenos lo mismo servían para deslindar los campos a orillas del Nilo, que, para trazar los cimientos de los templos en Anatolia. Eso les provocó asombro. Y se dieron a la tarea de estudiar la geometría, un saber práctico, buscando el porqué de sus secretos. Al hacerlo, consiguieron transformar una disciplina empírica en un nuevo tipo de conocimiento: la ciencia teórica, que se convirtió en el modelo de todo saber.
Ahora se entiende por qué Platón puso un letrero en la puerta de la Academia: “No entre quien ignore la geometría”.
Tales de Mileto predijo un eclipse y calculó la altura de las pirámides gracias al número y las figuras geométricas. El número es logos, pensamiento que rige el movimiento de los astros y dicta las leyes que rigen entre las figuras de la geometría y las demostraciones de la lógica. He ahí el mundo de la ciencia.
En cuanto a la sabiduría, es un saber basado en la experiencia, no en ideas ni teorías. Puede versar sobre cualquier cosa. La sabiduría de los Siete Sabios era una sabiduría de la vida. La sabiduría de Israel, un saber acerca de la Ley y las tradiciones del pueblo judío.
Por lo que toca a la filosofía, digamos que es una sabiduría demostrada de acuerdo con el modelo de la ciencia geométrica. Y sus contenidos, aquello que varía de un lugar a otro: creencias, costumbres, formas de gobierno, en fin, todo lo que se engloba en el conjunto de los valores.
Quedamos, pues, en que la filosofía, al igual que la tragedia, es típicamente griega. Y las doctrinas orientales, son sabidurías.
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Para tender ese puente de diálogo con el oriente, aparte de Platón, Filón y los poetas místicos, hay que tener en cuenta, de la antigüedad, a Antístenes y su postura acerca de las ideas generales, a Pirrón y su método de la afasia, a los neoplatónicos. Del medievo, a Ockam, el nominalista, a Ekhart; de la modernidad, a Kierkegaard, a Max Stirner, un lúcido pensador cuyas nociones de el “Único”, la “verdad” y la “insurrección”, son sorprendentemente novedosas y fecundas. Del siglo XX, a Ortega y Heidegger y, sobre todo, a Wittgenstein que, juzga lo humano y lo divino, de la misma manera que lo hacían Filón y Maimónides, y, tal vez, por atavismo, al igual que el pensamiento bíblico, diría André Neher, impugna la filosofía. Wittgenstein, además, da el espaldarazo a ese sendero juzgado intransitable: 6.522 Existe ciertamente lo inexpresable. Se muestra, es lo místico.
Kono michi ya
yuku hito nashi ni
aki no kure
(Bashô)
Este camino
por el que nadie va
Crepúsculo de otoño
(Trad. V. Haya)