LA PRÁCTICA INICIAL

Durante el Congreso mundial de budistas de 1979 en Tokio, nos dice Marc de Smedt, el Maestro Taisen Deshimaru hizo subir a la mesa del conferenciante a tres de sus discípulos y los puso a hacer zazen, a la vez que afirmaba que esa era la práctica inicial, la cual debería ser difundida y practicada.

Taisen Deshimaru, introductor del Zen en Europa, llamó poderosamente la atención durante el congreso porque apuntó directo al corazón de la mística: la contemplación.

En el Oriente se han desarrollado diferentes métodos de contemplación -que forman parte de lo que se puede llamar el conjunto de las artes místicas-. La India tiene un lugar destacado en lo que a mística se refiere. En su territorio surgió el Yoga, que viene a ser “esa filosofía practicada por los gimnosofistas”, que anhelaba conocer Plotino.

El Swami Vivekananda, comenta y traduce los Yogasutra de Patánjali, el compilador del yoga clásico o rajayoga. Allí, en el segundo aforismo del primer capítulo vemos que: El yoga es impedir, por el control, que la sustancia (o elemento fundamental) que constituye la mente (chitta) tome diversas formas (vrittis).   

El yoga, básicamente, es un método para lograr el autodominio; pero puede utilizarse en el sendero devocional o en otras actividades. Buda, durante siete años practicó ayunos y técnicas yoguis en busca de la liberación sin resultado alguno. Y, en Gaya, tras relajar su disciplina de asceta, probó alimento y se sentó bajo el árbol Bo, permaneciendo desde la tarde hasta el instante en que el lucero de la mañana le provocó el “despertar”. Quisiera entender que, en esa ocasión, Buda, encontró el antiguo camino y lo recorrió, como afirmaba.

El problema tradicional de la sabiduría india y el budismo, según Mircea Eliade, es la liberación del sufrimiento. Cabe hacer una comparación con la filosofía de la época helenística, que marcha en busca de una regla de vida que proporcione la felicidad al individuo. R. Mondolfo nos dice que Epicuro buscaba la serenidad del espíritu, que es turbada por cuatro errores: temor de los dioses, miedo a la muerte, ansia de placeres y pesar por los dolores; errores que tienen su origen en nuestras falsas opiniones. Por un lado, tenemos liberación del sufrimiento; por otro, liberación de las turbaciones que agitan el espíritu. La sabiduría india y la filosofía helenística son una especie de terapia, un método o camino de liberación.

Dice Alan W. Watts que, Hui-neng (Eno), el Sexto Patricarca, enseñaba que, en vez de vaciar la mente, había que soltarla dejando que los pensamientos entraran y salieran por sí mismos. -Este tipo de contemplación es completamente diferente al tradicional estilo indio que impide la formación de pensamientos-. Y habría que añadir que esa es la práctica inicial, precisamente la que encontró Buda.

Hay una práctica en el Budismo Zen llamada samu, que consiste en efectuar un trabajo con espíritu Zen, es decir, realizarlo con la misma actitud con la que se hace zazen (contemplación sedente). Esto permite aplicar el Zen a cualquier actividad del quehacer cotidiano, así como a un arte o un oficio, ya que “todo acto humano puede convertirse en una forma de zazen”, nos dice Watts. Como ejemplo tenemos el tiro con arco (kyudo), los arreglos florales (ikebana), la ceremonia del té (chanoyu).

Llegados a este punto surge la interrogante acerca de las relaciones del haiku y el Zen. Paso a paso la iremos devanando.

Bashô decía: <Saigyô en waka, Sôgi en renga, Sesshû en pintura, Rikyû en la ceremonia del té: lo que corre por ellos es una misma cosa>.

Mikai, discípulo del monje Myôe, en la biografía de su maestro nos da a conocer las relaciones que éste tenía con Saigyô:

<Saigyô venía frecuentemente para hablar de poesía. Afirmaba que su concepción de lo poético era inusual. Capullos de cerezo, el cuclillo, la luna, la nieve; enfrentados ante todas las manifestaciones de la naturaleza, sus ojos y sus oídos estaban llenos de vacío. Así, sus palabras no eran reales. Cuando cantaba a los capullos, los capullos no estaban en su mente; cuando cantaba a la luna, no pensaba en la luna. Escribía poemas ante un hecho casual, ante lo inmediato.>

Las palabras de Bashô y Saigyô pueden entenderse de varias formas, según sea nuestro trasfondo. Qué sea esa cosa que corre por la obra de los personajes mencionados por Bashô, o a qué se debe la concepción poética de Saigyô, lo iremos viendo en la siguiente entrega.

4. Issa y Chiyo: La compasión a los pequeños

Como ya vimos la vez pasada con el ejemplo de Bashō y la cigarra, es posible expresar simpatía y compasión por otros seres en apenas tres líneas. Es conocido que la enseñanza budista promueve la empatía y cuidado de todos los seres, por pequeños que sean. Dos ideales son clave al respecto. Uno es karuṇā (en japonés hi 悲); la palabra suele traducirse como “compasión”, pero esto puede causar confusión porque no se trata de un pasivo pesar por el sufrimiento de otros, sino del deseo de que los seres estén libres de sufrimiento. El otro, su contraparte, es maitrī (en japonés ji 慈), que significa el deseo de que los seres sean felices. Como se ve, la “compasión” budista no es un mero sentimiento pasivo, sino una dirección de la voluntad.

Sea como sea, el poeta puede expresar su maitrī y su karuṇā, y esto no dejará de tener un cariz especialmente emotivo. Dada la influencia budista, este motivo es frecuente en el haiku, con un énfasis en la simpatía hacia las más pequeñas y frágiles criaturas. Uno de los autores clásicos más reconocidos por ello es Kobayashi Issa (1763-1827). Son numerosos los ejemplos que nos ofrece. Examinemos un par, por lo menos:

蝸牛

 

そろそろ登れ

 

富士の山

katatsumuri

 

sorosoro nobore

 

Fuji no yama

Caracol, caracol

 

Despacito escala

 

El monte Fuji

(Traducción propia)

Inevitable imaginarnos a Issa animando al frágil caracolito en su paciente marcha, incluso conmovido por la constancia de la pequeña criatura. Nótese aquí la faceta volitiva que supone la compasión: deseo que el caracol esté libre de pesar, deseo que sea feliz. Esta amorosa actitud de Issa es aún más clara en la siguiente pieza:

雀の子

 

そこのけそこのけ

 

御馬が通る

suzume no ko

 

sokonoke sokonoke

 

o-uma ga tōru

Gorrioncillo

 

Apúrate, apúrate

 

Pasa el caballo

(Traducción propia)

Otra gran artista clásica del haiku, Kaga no Chiyo (1703-1775), es especialmente reconocida por una pieza que expresa su compasión no ya por un animal, sino por una pequeña planta:

朝顔に

 

釣瓶とられて

 

もらひ水

asagao ni

 

tsurube torarete

 

morai mizu

La ïpomea

 

Enredada en el pozal

 

Buscaré agua

(Traducción propia)

Recoger agua del pozo era un oficio habitualmente asignado a las mujeres en el Japón premoderno. La artista, pues, nos muestra que, al aproximarse al pozo, se encuentra con una ipomea engarzada en el cubo de sacar agua del pozo (en castellano, pozal). Nótese que esta planta floral es, justamente, una enredadera. Pero en lugar de retirarla sin más, la poetisa prefiere dejarla quieta e ir a otra parte para aprovisionarse del preciado líquido.

Ahora bien, ¿acaso las plantas son seres sintientes, seres pasibles de sentir, y por tanto merecedores de compasión? Es posible que en el budismo temprano no se considerara de esa manera, pero en los primeros siglos del budismo en Japón hubo debates al respecto y una cierta inclinación a responder afirmativamente.

A lo mejor el ideal budista de la compasión (karuṇā y maitrī) se vio especialmente coloreado por la visión antigua japonesa del mundo, que concibe todas las cosas como movidas e interconectadas por una fuerza animada, de modo que la vida y el “alma” se expresa no solo en los animales, sino también en las plantas.