CONSTRUIR
Cae la noche
Mientras, río abajo,
Se oyen las grullas.
DECONSTRUIR
Luz y sonido. La fusión inefable de ambos es la clave con que, puesto a pensar, podría yo ahora deconstruir este haiku. Se me ocurrió a raíz de la visión reciente, la semana pasada, del crepúsculo sobre las aguas del río Tajo, en la orilla de Las Herencias, cerca de Talavera de la Reina. Fue a esa hora mágica en que el día se disuelve en noche; la hora en que las últimas grullas se recogen entre los carrizos del río lanzando al aire sus gritos. No fui yo quien se vio rodeado por las primeras tinieblas de la noche, ni yo quien oyó a esas aves. Fueron estas las que se vieron envueltas por la noche incipiente; fue la luz crepuscular la que oyó a las grullas. Yo estaba ausente. Yo no era yo. Yo era noche que empezaba y yo era grulla que gritaba. ¿No estaba poniendo en práctica el famoso lema en que Arthur Rimbaud cifraba la clave del arte de la poesía: «Yo es otro»?
Este «otro» puede ser la rana y el estanque del famoso haiku de Bashō. O puedo ser un buey. Como en este haiku de Shikō (1665-1731), uno de los diez discípulos famosos del mismo Bashō:
Ushi ni naru
Gaten ja asane
Yū suzumi
牛になる
合てんじゃ朝寝
夕涼
¡Hacerse buey
y poder dormir por la mañana
y estar fresco por la tarde!
El haijin, registrador de lo inefable, se vacía para ser otro. ¿Qué otro? El despertado por las sensaciones: la vista, la conciencia, el olfato, el oído, el frescor de la tarde, el deseo de dormir, etc. El haiku es poesía de sensaciones, poesía material, poesía corporal. Pero de un cuerpo en que el yo ha desaparecido. Yo es otro.