Quizás uno de nuestros grandes logros sea aprender de las nubes. “Ahora estoy aquí”. ¿Qué más podríamos atrevernos a sentenciar con firmeza?
Nubes que salen
de ninguna parte
nubes de otoño[1]
¿Acaso tenemos alguna idea sobre nuestro origen, alguna aseveración irrefutable sobre nuestro deambular por esta tierra? ¿Qué firmeza podría haber en ello? Volubles, cambiantes y hechos de innumerables formas sorprendentes e inauditas. Somos como el viajero, consciente de que desconocerá su verdadero rumbo mientras viva:
Está lloviznando
No hay quien lea
la señal del camino[2]
Hoy, aquí. No hay nada más: nuestra vida son tres versos. El resto, una ilusión. Nuestro viento no dejará de soplar, de empujar, de llevar, de transformar: ¿acaso no somos ya nubes? No podremos aferrarnos a ninguna cumbre, a ninguna copa, a ningún valle ni a ningún ser. Viento, viento, viento… Entonces, ¿a qué le llamamos “yo”? ¿Dónde está nuestra firmeza?
Los antiguos ya vieron nuestra realidad: Anatman. No hay un “yo” sólido, fijo e inmutable que nace y muere; hay un sólo Ser, Absoluto y Único, que podemos vivenciar y del que siempre hemos sido parte y jamás dejaremos de serlo, porque esta energía que nos alimenta es la Energía que alimenta al Universo, al Todo, a Atman, a Buda…
Durante todo el día
sólo me encontré
con demonios y budas[3]
Mientras lo hacemos, avanzamos tan insustanciales, tan cambiantes y tan polimórficos como un mundo de nubes. Contemplemos aquí y ahora esa parte del fluir que nos está siendo dada, con toda su belleza y sacralidad, con toda la energía que anima al universo y que se despliega en cada movimiento y en cada cambio. Una miríada de mezcolanzas, esencialmente conectadas, sin ninguna individualidad aislada, sin principio ni fin. Así pues: ¿qué firmeza puede haber en mí más que en la de una nube?
Estoy calado por el agua
que esa nube ha dejado caer[4]
Agua en la nube. Agua en el hombre. El tránsito de la nube. El tránsito del hombre. El cambio en la nube. El cambio en el hombre…
Y, por fin, ¡el don de aprender de una nube!
También la nube que flota
en el cielo de otoño
se acaba quedando a solas[5].
Para el beneficio y la felicidad de todos mis amigos de
“El Rincón del Haiku”.
Viento.
[1] SANTÔKA, Taneda, en “Las nubes”, en El monje desnudo. 100 haikus, Miraguano Ediciones. Libro de los Malos Tiempos, edición y traducción de Vicente Haya, Akiko Yamada y José Manuel Martín Portales, p. 121.
[2] SANTÔKA, Taneda, en “La lluvia”, ibídem, p. 79.
[3] SANTÔKA, Taneda, en “El Buda”, ibídem, p. 67.
[4] SANTÔKA, Taneda, en “Lluvia”, en Saborear el agua. Cien haikus de un monje zen, Poesía Hiperión, traducción de Vicente Haya y Hiroko Tsuji, p. 63.
[5] SANTÔKA, Taneda, en “Contemplación”, ibídem, p. 87.