Diciembre 2023

CONSTRUIR

Unas hojas,
Sin nada esperar del mundo.
Sobre los coches. 

DECONSTRUIR

Como el del mes pasado, también este es un haiku urbano. La naturaleza, hay que recordarlo, no está solo en el campo, el mar o la montaña, sino que la naturaleza es —no está mal recordarlo— igualmente la ciudad, incluyendo cables eléctricos, como en el haiku del mes pasado, aceras, coches y… en algunos casos, un aire nada limpio. ¿Una naturaleza pervertida (no perversa)? Sí, probablemente, pero naturaleza al fin y al cabo. Y el haijin, como no podía ser de otro modo, está en su seno.

También el haiku de este mes posee un marco otoñal. Hay pocas imágenes más otoñales que las hojas que caen de los árboles tras haber cumplido su ciclo vital. Las hojas caídas, ochiba en japonés, es un motivo frecuente en la vieja poesía japonesa sobre el otoño. En el waka clásico, que es el abuelo del haiku moderno, las hojas suelen venir empurpuradas: son las de los arces, de bellos tonos carmesíes y ocres en el otoño: son las famosas momiji, cuya contemplación es, al lado de la eclosión primaveral de flores de cerezo, uno de los grandes eventos anuales que la naturaleza regala al pueblo japonés.

Pero las hojas que vi la semana pasada en una calle cualquiera de una ciudad cualquiera no estaban adornadas de esos atractivos colores. Tampoco cayeron en la tierra de un jardín o campo, ni siquiera acabaron mansamente en  el suelo de la acera de la calle. Nada de eso. Las hojas que capturaron mi atención cayeron sobre la dura, fría superficie metálica de los coches aparcados en la calle. Por alguna extraña razón sentí que fueron hojas sin suerte en la vida. Y sin esperanza. A lo sumo su esperanza era esa: no tener esperanza. Una esperanza que ciertamente no les dará este mundo, pero sí tal vez el mundo de lo invisible, como el mundo de la poesía. Aquí, un modesto tributo a su destino.

En un célebre haiku, Kobayashi Issa, el haijin de los insectos y otros pequeños animales, tiene un haiku donde quien nada espera es una mariposa:

Chō tobu ya                                      ちょう飛ぶや
Kono yo ni nozomi                         この世に望み
Nai yō ni.                                           ないように

La mariposa
Como si nada esperara de este mundo
Revolotea.

Los versos del maestro Issa, sin duda, son más poéticos porque en su segundo verso asoma la interpretación de una apariencia: el “como si”. En los míos, por el contrario, en el segundo verso reina la certeza.

Una mariposa en el caso de Issa; unas hojas en el mío. En los dos, un ser humano, un haijin que, sea adulto o niño, y con característica arrogancia, pone voz a la naturaleza.

Releo mi haiku ahora y se me antoja duro, casi inquisitorial, algo intelectual. No creo que sea el haiku que hubiera compuesto un niño.

El niño, por su edad, no ha desarrollado aún la capacidad de hacer metáforas ni de expresar abstracciones ni imágenes intelectuales. Su visión, por el contrario, es directa e inocente: pura sensación. Es un haijin por naturaleza.

Que un haiku posea inocencia infantil, que pueda ser obra de la visión de un niño o niña es, para mí, la prueba de algodón de un buen haiku. Dicen que Bashō insistía en esta cualidad. ¿La tiene este de las hojas sin esperanza caídas sobre unos coches una mañana de otoño? No estoy seguro.

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