HIRAIZUMI Y EL SABOR AGRIDULCE DE LOS KAKIS

Roxana Dávila Peña
“mushi”

Veo cientos de ramas que parecen quebradizas, pero están bien cargadas con el peso de abundantes frutos. Son de árboles que me han fascinado al mirar el paisaje desde las ventanas durante los viajes en tren, así como por la subida al Monte Kanzan. Los kakis son firmes y de piel fina, de un anaranjado intenso y brillante como el del sol cuando se pone.

Me pregunto cómo habría sido visitar este sitio en temporada de lluvias y sintiendo en la piel los estragos de las guerras. Pienso en los soldados, esposas, padres e hijos perdidos por las batallas que, entonces y aún hoy, se libran en el mundo y me estremezco.

Las hojas de los árboles caen al suelo, como los enemigos y compañeros. Algunos frutos aguantan en el árbol.

Recuerdo el hokku que Basho escribió inspirado por este lugar: “hierba del verano / los rastros de los sueños / de los guerreros”.

Por la cuesta hacia el Templo de la Luz, penetra el olor de los cedros y, ya dentro de éste destacan los sutras escritos en plata y oro sobre papel oscuro: son como estrellas en el firmamento. La frescura del lugar, el Buda de la Luz Infinita y los boddhisattvas de la compasión y de la sabiduría me devuelven a la paz y la serenidad de una época dorada. No es deslumbrante. Es como si la luz saliera de ellos sutilmente, por contraste con la oscuridad. Al salir de ahí, el sol aparece y desaparece entre las ramas de los pinos del bosque. Recuerdo el jardín de mi madre. ¡Cuántos aromas!

Desciendo y saboreo la pulpa jugosa, dulce y aromática de un kaki. Su consistencia carnosa es blanda y a veces áspera; por momentos, seca, como mis sensaciones en Hiraizumi. Escurre por mi barbilla un poco de jugo.

del vagón al andén
en uniforme de invierno
niños y niñas