A lo largo de estas entradas hemos hablado, entre otros temas, del fuego, del aire y de la tierra. Faltaría el aire para completar la tétrada aristotélica, y es por ello por lo que dedicamos la entrada del mes de noviembre a este elemento. El viento, fuerza motriz generadora y etérea, es tan antiguo como el mundo, y supone prueba de ello que tenga tantos nombres distintos según su intensidad, su dirección y su humedad. De entre todos los elementos de la tétrada, quizá el aire sea el que más conectado está por su propia levedad al valor estético del karumi. Por esta razón, haremos una selección mixta: mostraremos algunos haikus donde se entrevé este valor; y, finalmente, expondremos otros cuyo aware pleno se focaliza en este elemento.
la brisa –
gorriones volando
entre naranjos en flor
Este haiku destila ligereza por sus poros: la brisa leve, el vuelo grácil de los gorriones livianos y el olor tenue del azahar. En estos versos, todo pesa poco, y esa levedad se percibe en la propia composición interna del haiku. Su lectura no es pesada y tiene los elementos necesarios para completar la escena. Por ello, podríamos considerar este haiku como arquetipo representativo del valor estético karumi. Entendemos como karumi esa sensación de ligereza que proporcionan los elementos del haiku: delicados, fluidos, poco masivos y apenas densos; como si fuesen “poca cosa”, de manera que las relaciones entre ellos heredan dicha levedad. Podríamos equiparar este valor estético con aquello que se percibe como “etéreo”, adjetivo derivado de éter, que, en griego antiguo, αἰθήρ, significa ‘aire fresco’. Este haiku tiene karumi porque tiene esa chispa vaporosa: el olor del azahar es fresco, el aire de cuyo olor se contagia también lo es. Por si fuera poco, en el aire perfumado de azahar también encontramos hosomi (vid. §2. El agua de remojar garbanzos). Karumi y hosomi están relacionados: los elementos fluidos que dotan a un haiku de karumi suelen ser el canal por el que las cualidades de los entes se contagian de unos a otros (hosomi).
De hecho, hay veces en las que ambos valores aparecen íntimamente entretejidos:
Olivar.
Con el viento solano
el olor de la higuera
En este haiku excelente, el olor de la higuera que llega a través del viento es el detonante de la escena. El aware es consecuencia natural del contraste olfativo entre los olivos y la higuera, cuyo olor se percibe claramente aun siendo una frente a muchos. También tiene karumi este haiku de olor, pero ¿tienen karumi todos los haikus que hablan de olor? La respuesta es negativa. Creemos que la clave del karumi, además de la cualidad de ligereza, es la cualidad de pasajero, que hace referencia a la “frescura” que comentábamos antes. Un haiku que hablara de un olor penetrante (porque se adhiriese a la materia, no porque no fuese agradable al olfato), no tendría karumi, pues ese olor no se podría despegar con facilidad de la entidad a la que contagia. En cierto modo, los rasgos adquiridos por hosomi devienen rasgos propios, futoki mono, si el tiempo de exposición o su intensidad son suficientemente elevados. Karumi tendría en cuenta cuán contagiado ha sido un ente de rasgos adquiridos por hosomi que no son suyos, cuán “frescos” están esos rasgos, que llevan demasiado poco tiempo en él para poder considerarlos ya como parte propia de ese ser que asume dichos rasgos. El olor ligero de la higuera se desprenderá del viento un poco más lejos del sitio donde la haijin vive la escena, y esa cualidad de “olor pasajero”, ese “poco olor a higuera”, dota al haiku de karumi.
Cada vez
que pasa el viento
se alza la espiga
En este haiku, el karumi queda patente en el propio aware, y es distinto a los anteriores porque habla de una acción que es propiamente karumi, en lugar de referenciar a una entidad cuyas cualidades posean dicho rasgo. El haijin se emociona cuando el aire levanta una espiga hacia arriba. La espiga es ligera, delicada y quebradiza, porque pesa poco y es frágil; el viento que la alza también es leve, porque tiene poca entidad; pero lo que dota al haiku de verdadero karumi es el hecho de que la espiga se alce de manera pasajera cuando hay algo de viento. La cualidad “estar alzado” es tan leve como el viento agente y la espiga, sujeto paciente de la acción.
Con todo, no debemos olvidar que lo que distingue a un haiku bueno de otro es tener aware. El karumi es un valor estético que, por sí solo, no hace a un haiku ni mejor ni peor. Veamos otros dos más cuyo elemento común también es el aire:
el viento racheado
aleja el nubarrón –
canta una perdiz
El aware de este haiku está en el adjetivo “racheado”, que imprime fuerza al viento y, además, describe a la perfección cómo se aleja el nubarrón: cada racha de aire es un golpe que separa más la nube del haijin. El corazón del haiku radica en decir que este viento es “racheado”; si no fuera dicho, la percepción de este cambiaría por completo, o quizá no habría habido aware. La perdiz, ajena a la batalla que presencia el haijin, continúa con su canto.
Juegan los primos –
La brisa de la tarde
bajo la palmera
Concluimos esta entrada con un haiku que rebosa paz. El haijin, que está vigilando a dos niños que son primos entre sí y cuya relación de parentesco con el que escribe es indiferente, disfruta sentado de la ligera brisa que corre, a la sombra de una palmera. Los niños se divierten jugando, incluso se escuchan sus gritos y sus risas, y también se entrevé la sonrisa que esboza el autor al verlos jugar. Ver felices a otras personas también lo hace a uno feliz: es otra de tantas razones por las que sentirse agradecido y dar gracias al mundo. En definitiva, un haiku fresco y delicioso para los sentidos.
(Los haikus seleccionados pertenecen, en orden de aparición, a J.L. Vicent, Encarna, Idalberto Tamayo, J.L. Vicent y Gorka Arellano).