La casa sosegada

Queridos amigos del Rincón del Haiku: Con esta colaboración para el mes de febrero, “La casa sosegada”, doy por completada mi serie. Feliz por haber contribuido a un proyecto tan hermoso, quiero expresar mi gratitud a mis lectores y, sobre todo, a ese equipo que, de manera tan constante y tan cálida, me ha dado su confianza y su aliento. Mil gracias y un gran abrazo para todos.
José María Bermejo

Jardín de Ryoan-ji. Una mariposa sale volando del alero del templo. Sujû Takano capta ese instante en un haiku que intensifica, a través del vuelo, la quietud del jardín. El contraste dinámico -tan ligado a la sensibilidad japonesa- explica también la obsesión del arquitecto Tadao Ando por las correlaciones entre la luz y la sombra; la luz que surge de la oscuridad, la luz “cuya belleza en el corazón de la noche evoca la de una joya en la palma de la mano”: una luz matizada por materiales concretos: la madera, el vidrio, el papel “suave como seda”.  Autor del pabellón de té de Oyodo, de un espacio de meditación en la sede de la Unesco en París y del Pabellón de Japón en la Expo de Sevilla, Tadao Ando ha creado otros espacios de vida y de contemplación, como la iglesia de la Luz, en Osaka, y la iglesia del Agua, en Tomamu, porque -según sus propias palabras- “en nuestra cultura contemporánea, en la que todos estamos sometidos a una intensa estimulación exterior, en especial por el medio electrónico, resulta crucial el papel del espacio arquitectónico como refugio del espíritu.”

                En la iglesia de Osaka, la luz penetra por una abertura en forma de cruz recortada en una caja de profundas tinieblas. Tadao Ando asume la “misteriosa fusión” de su propia cultura con la tradición occidental de una manera muy explícita: “El rayo de luz que se filtra por una abertura sin vidrio en el seno de las abadías europeas de la Edad Media, es de una intensidad que se puede calificar de sublime. Por otra parte, en la arquitectura japonesa -en los pabellones de té, por ejemplo- se introduce en el espacio una luz sutil con refinados procedimientos técnicos…” Sobre la iglesia del Agua, el arquitecto comenta: “Colocando una cruz en un cuerpo de agua fluyendo, yo buscaba expresar la idea de Dios como existiendo en un único corazón y pensamiento. También buscaba crear un espacio en el que uno pudiera sentarse y meditar.” El altar es el espacio exterior, la naturaleza que se extiende y refleja fuera, sobre el entorno y la lámina de agua, con toda la riqueza cromática del paso de las estaciones.

                El wabi-cha -compendio de valores estéticos y éticos del “camino del té” o cha-do– incluye la simplicidad, la belleza rústica, la elegancia sutil, el espacio o intervalo, el desapego, la no-mente… En la sala de té, esos valores se concretan en paredes de barro, en techos de bambú sin revestimiento y en detalles como este: que al menos una de las columnas sea un tronco sin pulimentar. El espacio, la decoración y los objetos utilizados en la ceremonia se relacionan y se potencian a través de la pobreza material, la asimetría dinámica, la naturalidad que evita la repetición. Hay otros “caminos” -el de las flores, el del arco, el de la espada, el de la poesía- que comparten esa misma filosofía vital, que aflora, con una riqueza inmensa, en el haiku. En un mundo tan agitado, tan bronco, ese breve poema nos recuerda, una y otra vez, el valor de la quietud -que no es resignación, sino íntima resistencia en el regazo del ser-. Issa Kobayashi lamenta la cantidad de querellas que se encrespan y nos desazonan en este mundo fugaz como el rocío, y celebra la vida (“estamos vivos / sencillamente: yo / y la amapola”). Otros poetas asumen, con valentía, su soledad o su pobreza, y admiran incluso el valor de las cosas inanimadas: esa piedra que aguanta el frío, inmóvil, esperando la primavera… La casa sosegada que San Juan de la Cruz había dejado atrás, antes de emprender su vuelo místico hacia la Noche oscura, es hoy nuestro desafío.