Archivo de la categoría: Celebrar la vida (Juan Francisco Ramos Justicia)

Con el viento solano el olor de la higuera

A lo largo de estas entradas hemos hablado, entre otros temas, del fuego, del aire y de la tierra. Faltaría el aire para completar la tétrada aristotélica, y es por ello por lo que dedicamos la entrada del mes de noviembre a este elemento. El viento, fuerza motriz generadora y etérea, es tan antiguo como el mundo, y supone prueba de ello que tenga tantos nombres distintos según su intensidad, su dirección y su humedad. De entre todos los elementos de la tétrada, quizá el aire sea el que más conectado está por su propia levedad al valor estético del karumi. Por esta razón, haremos una selección mixta: mostraremos algunos haikus donde se entrevé este valor; y, finalmente, expondremos otros cuyo aware pleno se focaliza en este elemento.

la brisa –
gorriones volando
entre naranjos en flor

Este haiku destila ligereza por sus poros: la brisa leve, el vuelo grácil de los gorriones livianos y el olor tenue del azahar. En estos versos, todo pesa poco, y esa levedad se percibe en la propia composición interna del haiku. Su lectura no es pesada y tiene los elementos necesarios para completar la escena. Por ello, podríamos considerar este haiku como arquetipo representativo del valor estético karumi. Entendemos como karumi esa sensación de ligereza que proporcionan los elementos del haiku: delicados, fluidos, poco masivos y apenas densos; como si fuesen “poca cosa”, de manera que las relaciones entre ellos heredan dicha levedad. Podríamos equiparar este valor estético con aquello que se percibe como “etéreo”, adjetivo derivado de éter, que, en griego antiguo, αθήρ, significa ‘aire fresco’. Este haiku tiene karumi porque tiene esa chispa vaporosa: el olor del azahar es fresco, el aire de cuyo olor se contagia también lo es. Por si fuera poco, en el aire perfumado de azahar también encontramos hosomi (vid. §2. El agua de remojar garbanzos). Karumi y hosomi están relacionados: los elementos fluidos que dotan a un haiku de karumi suelen ser el canal por el que las cualidades de los entes se contagian de unos a otros (hosomi).

De hecho, hay veces en las que ambos valores aparecen íntimamente entretejidos:

Olivar.
Con el viento solano
el olor de la higuera

 

En este haiku excelente, el olor de la higuera que llega a través del viento es el detonante de la escena. El aware es consecuencia natural del contraste olfativo entre los olivos y la higuera, cuyo olor se percibe claramente aun siendo una frente a muchos. También tiene karumi este haiku de olor, pero ¿tienen karumi todos los haikus que hablan de olor? La respuesta es negativa. Creemos que la clave del karumi, además de la cualidad de ligereza, es la cualidad de pasajero, que hace referencia a la “frescura” que comentábamos antes. Un haiku que hablara de un olor penetrante (porque se adhiriese a la materia, no porque no fuese agradable al olfato), no tendría karumi, pues ese olor no se podría despegar con facilidad de la entidad a la que contagia. En cierto modo, los rasgos adquiridos por hosomi devienen rasgos propios, futoki mono, si el tiempo de exposición o su intensidad son suficientemente elevados. Karumi tendría en cuenta cuán contagiado ha sido un ente de rasgos adquiridos por hosomi que no son suyos, cuán “frescos” están esos rasgos, que llevan demasiado poco tiempo en él para poder considerarlos ya como parte propia de ese ser que asume dichos rasgos. El olor ligero de la higuera se desprenderá del viento un poco más lejos del sitio donde la haijin vive la escena, y esa cualidad de “olor pasajero”, ese “poco olor a higuera”, dota al haiku de karumi.

Cada vez
que pasa el viento
se alza la espiga

En este haiku, el karumi queda patente en el propio aware, y es distinto a los anteriores porque habla de una acción que es propiamente karumi, en lugar de referenciar a una entidad cuyas cualidades posean dicho rasgo. El haijin se emociona cuando el aire levanta una espiga hacia arriba. La espiga es ligera, delicada y quebradiza, porque pesa poco y es frágil; el viento que la alza también es leve, porque tiene poca entidad; pero lo que dota al haiku de verdadero karumi es el hecho de que la espiga se alce de manera pasajera cuando hay algo de viento. La cualidad “estar alzado” es tan leve como el viento agente y la espiga, sujeto paciente de la acción.

Con todo, no debemos olvidar que lo que distingue a un haiku bueno de otro es tener aware. El karumi es un valor estético que, por sí solo, no hace a un haiku ni mejor ni peor. Veamos otros dos más cuyo elemento común también es el aire:

el viento racheado
aleja el nubarrón –
canta una perdiz

El aware de este haiku está en el adjetivo “racheado”, que imprime fuerza al viento y, además, describe a la perfección cómo se aleja el nubarrón: cada racha de aire es un golpe que separa más la nube del haijin. El corazón del haiku radica en decir que este viento es “racheado”; si no fuera dicho, la percepción de este cambiaría por completo, o quizá no habría habido aware. La perdiz, ajena a la batalla que presencia el haijin, continúa con su canto.

Juegan los primos –
La brisa de la tarde
bajo la palmera

 

Concluimos esta entrada con un haiku que rebosa paz. El haijin, que está vigilando a dos niños que son primos entre sí y cuya relación de parentesco con el que escribe es indiferente, disfruta sentado de la ligera brisa que corre, a la sombra de una palmera. Los niños se divierten jugando, incluso se escuchan sus gritos y sus risas, y también se entrevé la sonrisa que esboza el autor al verlos jugar. Ver felices a otras personas también lo hace a uno feliz: es otra de tantas razones por las que sentirse agradecido y dar gracias al mundo. En definitiva, un haiku fresco y delicioso para los sentidos.

 

(Los haikus seleccionados pertenecen, en orden de aparición, a J.L. Vicent, Encarna, Idalberto Tamayo, J.L. Vicent y Gorka Arellano).

La tierra del huerto bajo las uñas

¿Hay algo más sagrado que la cuna donde nace la propia vida?

Sol de invierno.
Comienza a brotar
la cebada

 La fuerza que reside en este haiku es la misma que la que tiene el grano para germinar. El sol es tibio y no calienta demasiado, pero aun así, la cebada comienza a brotar y la vida se abre camino entre la tierra a codazos, sin cuestionar si merece la pena o no, si llegará a buen puerto o no: todo eso son disquisiciones de la racionalidad. El haiku tiene un aware hondo y arraigado que evidencia la fina mirada de la haijin: es, por suerte, tan presente el milagro de la vida que apenas reparamos en él, y ese milagro necesita de la tierra ―¡bendita tierra! ― para tener lugar. La tierra, en tanto elemento de interés por sí mismo, encierra desde el primer momento una gran lección de humildad: este elemento tan modesto, amén de ser cuna y mortaja, estremece al lector con unos awares de potencia inusitada, sea cual fuere la forma que dicha tierra tomare: polvo, arena o barro. Prueba de ello ha sido el haiku anterior y la dificultad que ha costado seleccionar esta muestra de haikus publicados en el foro por su calidad excepcional, algo que atestigua, sin duda alguna, la buena salud de la que goza el haiku en español.

Un mirlo escarba
la tierra removida.
Siembra de abril

 La imagen que evoca este haiku es pura ternura. Acabada la tierra de ser arada para sembrar el grano, el mirlo aprovecha y escarba con el pico para comerse las semillas. En la imagen evocada se ve cómo destella el pico amarillo del mirlo, cuya cola se levanta al inclinarse para picar. Nos parece interesante destacar que este haiku sería un estupendo contraejemplo para mandar al traste la clasificación occidental de los distintos tipos de haiku que hay, pues habríamos de encuadrarlo en ese cajón de sastre al que convenimos en llamar “de difícil clasificación”. La escena es propia de un jinji (haikus de asuntos humanos), pues la siembra y el cultivo de la tierra son obra del hombre, pero el haiku no gira en torno a él; tampoco es un haiku cruel, ni evoca compasión; no lo podríamos considerar tampoco de manera ortodoxa como un haiku de lo sagrado. Sin embargo, es un haiku porque tiene ese pellizco de aware; el mundo es haiku, y el haiku es mundo: está por encima de las fronteras imaginarias que trazamos.

El sol al este
en la tierra húmeda
el maíz

Tenemos un haiku con un aware excepcional y atávico. Concluye la noche y la humedad del relente condensa sobre la tierra sembrada de maíz. Esta fina capa de agua, que humedece ligeramente el campo, se evapora de nuevo en cuanto la tierra se calienta con los primeros rayos de sol: los del amanecer, que salen por el este. A pesar de que el agua es el elemento “activo” del haiku, en tanto que es condición necesaria para la generación del asombro, el verdadero aware recae sobre el maíz, que, en el centro de la escena, es sujeto paciente de todo lo que acontece en el haiku: recibe los rayos de sol y se nutre de la tierra húmeda. Nos encontramos ante un gran haiku de lo sagrado con una capacidad brutal de sugerencia que se admira del mundo tal y como es.

Con el rebenque1
el patrón del olivar
golpea sus botas

 1 rebenque: Am. Látigo recio de jinete.

 Tiene un haimi particular este haiku. El dueño del olivar está quitándole a sus botas la tierra con un latiguillo para azuzar a las bestias. Una imagen tan sencilla puede impactar en la haijin, que describe con mucha naturalidad este momento tan habitual en un paseo por el campo. La imagen es dinámica al completo: se escucha el restallido del rebenque, e incluso golpear una bota con otra para terminar de sacudir los restos de tierra adheridos. El hecho de no mencionar si la textura de dicha tierra es polvorienta o, en cambio, más embarrada, también abre el haiku en múltiples posibilidades con sabores muy auténticos.

Huerto embarrado.
A través del guante
el picor de la ortiga

 Estamos, sin duda, ante un haiku excepcional. El primer verso, “huerto embarrado”, es muy potente y, además de formar una imagen muy clara que encuadra el resto del haiku, añade el olor sugerente de la tierra mojada. Los dos últimos versos tienen incluso más fuerza: la urticaria que provoca la ortiga es tan fuerte que se nota hasta con guantes. El sentido del tacto está muy acentuado en este haiku mediante dos ideas: por una parte, ese escozor desagradable; por otra, los pies del haijin se hunden en la tierra mojada y reconectan de nuevo con el primer verso. La combinación de sentidos involucrados es excepcional, y el aware de este haiku es tan original y directo que impacta en cuanto se lee. Un haiku de antología.

Concluyamos esta sección con otro haiku de matrícula de honor que incide en esa relación táctil derivada de la proximidad, que no es necesario explicar por su absoluta claridad:

Sol de primavera
La tierra del huerto
bajo las uñas

(Los haikus seleccionados pertenecen, en orden de aparición, a Encarna, Hikari, Idalberto Tamayo, Felisa Zicari, Hikari e Idalberto Tamayo).

Acabada la siega, ese silencio

Hay haikus en cuyos versos el silencio es tan sonoro que se oye:

 Escarcha –
Cerca del Moncayo
una estrella fugaz

El haiku tiene un kigo de invierno (“escarcha”), apoyado por elementos de montaña y oscuridad (“Moncayo”, “estrellas”). Hay dos elementos que generan ese silencio del que hablábamos: el frío y la sensación de inmensidad del mundo. En primer lugar, se palpa dicho frío en este haiku nocturno: aletarga la vida de los seres y, al cesar su incesante devenir, la noche se sume en la quietud. En segundo lugar, la amplitud del firmamento nos hace ser conscientes de la grandeza del mundo, tanto desde una perspectiva física como sagrada, y, al mismo tiempo, esa percepción nos empequeñece ante él. Inmersos en la inmensidad del mundo, el silencio que acontece es más sonoro, pues pareciera que hace falta más materia para llenarlo con sus sonidos. La estrella fugaz que cae acentúa esa percepción, porque nace y muere muda: está tan lejos, tan en los confines, que habla mediante el silencio inherente a la inmensidad.

En este otro, también vemos que el frío actúa como agente coadyuvante a ese silencio:

Silencio.
La escarchilla
en los agapantos

Como mencionábamos, el frío evoca inconscientemente quietud, la bajada de temperaturas hace que los seres hayan de guardar energía: el frío propicia el descanso y la inmovilidad. Esa quietud se muestra justamente en la ausencia de movimiento, del ruido de las acciones cotidianas; en definitiva, el sonido natural del frío es la calma de la quietud. Sin embargo, no es el frío lo que genera el silencio del que se hace eco el haiku: solamente lo amplifica. Este haiku da cuenta del silencio previo al comienzo, de cuando aún no ha amanecido, del silencio del sueño; de cuando todo está en calma porque no ha llegado aún el alba con que comenzar un nuevo día. En ese instante de quietud se regocija la haijin, que tiene la suerte de vivir esa estampa mágica. Remata el haiku el choque entre la dureza de la escarcha y la suavidad de los pétalos, generado por el frío.

Tormenta en primavera.
El silencio
de la casa vacía

Contrasta en este haiku la disonancia de sonidos. El repiqueteo incesante de la tormenta choca de manera frontal con la ausencia de sonido de la casa vacía. Es justo ese contraste la chispa que detona el aware de este haiku. En contraposición a los haikus anteriores, el silencio parece algo más absorbente: el ruido de la tormenta queda amortiguado y el silencio de lo abandonado se impone en una atronadora soledad.

A veces es el propio silencio, sin necesidad de contraste alguno, el que genera el aware:

Robles viejos –
El silencio
de la hondonada

Este haiku respira sacralidad por todos sus versos: celebra la vida y la antigüedad de esos robles viejos situados en una hondonada. Esta última palabra contribuye a ese silencio: lo que allí hay está tan lejos, y, de tan inaccesible que resulta, es pretérito. La quietud de lo vetusto es la única reinante de aquella zona olvidada a la que nada llega. Y el haijin, que probablemente viva en un entorno donde el silencio no es la tónica sonora, se asombra justamente de escuchar lo que no suena: ese silencio en un hoyo donde hay árboles provectos. Quizá este silencio particular, que alberga un aire de respeto hacia lo antiguo, tenga alguna nota en común con el silencio de la inmensidad.

Surcos de paja;
acabada la siega,
ese silencio

La banda sonora del fin es el silencio. En este haiku, la mano ejecutora trabaja segando el campo, al son de las hoces, y acaba su trabajo. La tarea finaliza, los labradores se retiran, y el campo queda en silencio, privado del sonido de la siega y de los jornaleros que realizaban el trabajo. La construcción de ablativo absoluto pone en primer plano ese silencio final que sucede a la acción: la haijin focaliza mediante la fuerza de la sintaxis todo su aware en él. En definitiva, un haiku de asuntos humanos que alude al ciclo de la vida, cuyos interludios entre una etapa y otra suenan a la melodía del silencio.

(Los haikus seleccionados pertenecen, en orden de aparición, a Gorka Arellano, Mary Vidal, MÁvalos, Gorka Arellano y Encarna).

El viento esparce las cenizas de una hoguera

En la entrada anterior nos detuvimos a admirar el agua en forma de lluvia, con cuya caída se reinicia el ciclo de la vida. En esta trataremos haikus relacionados con el humo y la ceniza, productos del elemento antagónico del anterior –el fuego–, si bien los cuales anuncian y abonan la vida venidera. Por ello, es tradicional encontrar en la cultura occidental y oriental la imagen del fuego como elemento purificador, y de la ceniza como el inicio de un nuevo nacimiento.

 Humo en el bohío
otra vez el olor a ñame
con bacalao

 Para nosotros, el olfato es, junto con el tacto, uno de los dos sentidos más evocadores en tanto que facilita zambullirse de manera más profunda en el aware que el resto, incluso si no se ha percibido con anterioridad ese olor: la memoria olfativa es poderosa. Posiblemente, el haijin huela antes la comida que no que vea el humo: al percibir ese olor e intentar determinar su procedencia, observa este último. El fuego de la hoguera y su crepitar se sugieren con ambos. Además, quizá el olor de esa receta humilde retrotraiga al haijin a revivir momentos de su infancia con la familia. El bohío da a entender que estamos en un lugar apartado de la ciudad, donde la conexión con la naturaleza es aún más fuerte. El aire atávico que rebosa el haiku lo convierte en unos versos muy logrados.

 Luna llena,
al quemar la caña
flota el hollín

 Un haiku bellísimo con un yûgen que impacta. El hollín se difumina suavemente en el fondo oscuro, iluminado por una luna tenue y una caña ardiente. La ligereza del hollín es el detonante del aware: el haijin se percata de la levedad de la ceniza, que además desaparece en el fondo de la noche, y lo conmueve hasta el extremo. En nuestra opinión, el haiku tiene unos elementos que combinan muy bien entre sí: luna/fuego/caña/hollín, todos ellos con connotaciones inconscientes de cambio y renacimiento. Especial atención merece el olor de la caña cuando arde: eleva de manera exponencial la recepción este haiku de antología al lector.

 Mañana otoñal –
La forma de unos perros
en el crematorio

 Tenemos ante nosotros un haiku de difícil clasificación. Parece difícil conmoverse por “la forma de unos perros”, pero el haijin ha desarrollado sensibilidad suficiente para hacerlo y, más aún, transmitirlo. La forma de unos perros se intuye quizá por su sombra, o por su silueta lejana: su desdibujamiento, asociado inconscientemente con la oscuridad –por la propia pérdida de definición visual–, casa bien con la imagen del crematorio, también sombría. Remata el haiku un primer verso sencillo, que abre al lector la posibilidad de disfrutarlo como un torihayasi (un haiku de dos polos en armonía), si recrea la escena aún más lóbrega con una mañana nublada o con una brisa fresca que ateriera; o como un nibutsushougeki (un haiku de dos polos enfrentados), si la mañana evocada viene preludiada por ese sol tibio que tanto se agradece cuando el frío cala hasta los huesos (vid. serie “El haiku en cien preguntas”, §24.º ¿Qué es el principio de comparación interna?, AGHA, El Rincón del Haiku, sección Debates).

 Amanecer.
Las cenizas de mamá
sobre las olas

 Este haiku intimista es demoledor. No me avergüenza decir que lloré cuando conformaba esta selección y lo leí. El suceso describe de manera sencilla cómo se diluyen las cenizas de la madre incinerada del haijin en el mar. No cabe censura alguna frente al hecho de que el haijin aparezca a través del término “mamá”: la emoción del haiku no puede sostenerse por sí sola sin ese “yo haijin” que forma parte de la naturaleza, en pie de igualdad con el resto de elementos del mundo ([1]). Contrasta, además, el fuego evocado con el agua presente; la luz del amanecer con la oscuridad del más allá… Un haiku que pone de manifiesto la fragilidad de la vida y lo pequeños que somos, por mucho no queramos aceptarlo.

 Acabemos con un haiku de lo sagrado que también nos evoca un fuerte arraigo a la tierra:

pueblo de montaña –
el viento esparce
las cenizas de una hoguera

 ¿Se puede explicar acaso la magia de la ceniza volando en movimiento? Muchas veces un haiku nos impacta sin saber por qué, o sin atribuir su impronta a unas causas concretas: este es uno de ellos. En lo tocante a la ceniza, el aware de este haiku, tan parecido al ya visto “Luna llena…”, difiere de este sólo en la región que la ceniza sobrevuela: en aquel, se arremolinan alrededor de la caña; en este, el viento las aleja de su origen potencial. Sin embargo, las sensaciones que ambos haikus transmiten son intrínsecamente diferentes, debido a los elementos que componen cada uno de ellos. Y, tras verlas danzar, el contraste de temperaturas entre el calor que aún desprenden los restos de la hoguera y el aire de la montaña corona las sensaciones que deja este haiku. Para acabar, la composición formada por el elemento “montaña” y el sentido del tacto es muy potente, quizá por la sensación abrumadora con la que la inmensidad del mundo, de la que la montaña forma parte, vapulea nuestro cuerpo al entrar por la piel.

[1] Haya Segovia, V. (2012). 80: Excepcionalmente, el haiku permite la aparición de la palabra “yo”, en Haya Segovia, V., Aware: iniciación al haiku japonés (pp. 267.271), Kairós.

(Los haikus seleccionados pertenecen, en orden de aparición, a Idalberto Tamayo, joseluissol, Gorka Arellano, jgranadosj y J.L. Vicent).

El olor del hinojo al granizar

“Con lluvia, este camino sería otro camino, este bosque otro bosque”.
Patrick Rothfuss

 

¿Qué tendrá la lluvia para sobrecoger con su repiqueteo silencioso?

El olor del hinojo
al granizar –
Arrecia la lluvia

 La fuerza de la imagen transmitida es formidable. En este haiku se aprecia la violencia de la escena: llueve y graniza con fuerza, y el hinojo, que es golpeado sin piedad por las inclemencias meteorológicas, huele más aún por la lluvia que le cae. ¿Acaso no es mágico percatarse de que el agua, amén de dadora de vida, también realza y dignifica las cualidades inherentes a las propias realidades? En medio de la crudeza de la escena, el haijin se percata de que la lluvia acentúa el olor del hinojo, y lo pone por escrito con este potentísimo aware.

De pronto lluvia…
el olor de la tierra
en el cachorro

 Nos encontramos ante otro haiku cuyo detonante, el agua de la lluvia, actúa como amplificador de las sensaciones percibidas. El cachorro ya tiene su olor característico, pero la tierra empapada de lluvia lo impregna de petricor1, el cual se mezcla con su propio olor. La potencia de ambos olores combinados parece percibirse aún mayor con la escena a oscuras. La lluvia, al restar luminosidad a la escena, reduce el marco espacial del haiku, y concentra más sus elementos en torno a un punto, de suerte que confiere más importancia a los demás sentidos al centrar la atención en lo que no se ve. Una combinación atávica, la del olor de la tierra mojada con el de los propios seres, que conduce sin temor a este aware tan potente.

 1 Petricor: m. Olor a tierra mojada.

 

la lluvia de anoche
centellea
en los kakis maduros

 Este haiku de un solo polo muestra una imagen bellísima. Sobre los kakis, todavía colgando del árbol, permanece la lluvia del día anterior, que brilla con el reflejo del sol y el leve movimiento de los frutos. Se percibe también una humedad templada y el olor de la tierra mojada, cuyos tonos térreos armonizan con el color de los kakis maduros. En definitiva, un haiku de aware fino que nos invita a reparar en las deliciosas relaciones sutiles de la naturaleza.

Sabemos que la unidad temática y formal del haiku están en continua revisión, pero nosotros estamos plenamente convencidos de que el fondo del haiku determina si algo breve es haiku o no. Por ello, este de dos versos es excepcional:

Grillos…
La lluvia de otoño

 ¿Hay que decir algo más? ¿Se puede describir mejor esta escena con menos palabras? Para nosotros, no: está todo dicho, no encontramos palabras para explicar lo que acontece. El haiku no puede celebrar la vida con más intensidad que de esta forma. Solo nos queda invitar a releer de nuevo este magnífico haiku con el fin de saborearlo y deleitarnos con su sublime sencillez.

Pasa un mirlo.
De la col se derrama
la lluvia de anoche

 Este haiku rebosa tanta sutileza como agua derramada de las hojas de las verduras de la huerta. La haijin nos dice que ha llovido, y que esa lluvia permanece acumulada en las hojas de las coles. Y, al planear bajo un mirlo, provoca una onda lo suficientemente expansiva como para derramar el agua de dichas hojas. ¿Acaso hay algo más bonito que ser consciente de las relaciones que conectan todas las cosas, que este musubi entretejido que, gracias a la mirada fina de la haijin, nos deja extáticos por habernos descubierto semejante momento tan hermoso? Este haiku nos enseña que el sentido de la vida, en este aware colosal, está en el agua y el viento entremezclados.

 Cambia el tiempo
Con las primeras gotas
chirrían las brasas

Concluimos esta sección con otro contraste prehistórico: el contacto del agua con el fuego. Empieza a llover sobre las brasas, que sollozan al apagarse con ese sonido tan característico y cicatrizan en tizón que huele a madera quemada. La paleta de colores del haiku se oscurece y la atención cromática se focaliza en las brasas incandescentes, condenadas a extinguirse si sigue lloviendo. Además del contraste visual, olfativo y sensorial —el olor de esos nubarrones, el tacto de la lluvia, el crepitar de la hoguera, la madera quemada—, precioso de por sí, el aware se amplifica al tener lugar en la dimensión vertical: el humo asciende del suelo al cielo, y la lluvia cae al revés: del cielo al suelo. En el eje horizontal se sitúa el plano de la escena, pero el aware transcurre a lo largo del eje vertical. El mundo, tal como demuestra este haiku mágico, es un milagro tras otro en todas las direcciones de los ejes cardinales.

(Los haikus seleccionados pertenece, en orden de aparición, a Gorka Arellano, Bibisan, Mavi, Gorka Arellano, Hikari e Idalberto Tamayo).

De noche aún arrancan patatas

En esta entrada, de carácter más teórico, quisiera hablar sobre un valor estético típicamente japonés denominado yûgen. Podemos aproximarnos a la comprensión de yûgen por su etimología: está formado por composición de dos caracteres chinos: (profundidad, oscuridad), y gen (misterio, sublimidad). En sentido estricto, yûgen sería el misterio que encierra algo oscuro o profundo cuyo fondo no llega a percibirse por el hecho de serlo, como si hubiese una cortina vaporosa que separase la realidad de lo que hay más allá de ese medio. Nosotros entendemos que el yûgen se manifiesta a través del medio físico en el que acontece el haiku, que debe tener un carácter absorbente, en el cual las demás realidades entran y dejan de percibirse por sumirse en dicho medio:

Entre la niebla
esparcen el estiércol –
no calla el sapo

El haiku anterior tiene yûgen por la niebla: dentro de ella, las personas que esparcen el estiércol parecen perder entidad; no se ven con definición sus movimientos, sino simplemente se intuyen. La corporeidad de los entes se difumina porque no se oponen al medio que los absorbe. No ocurre así, por el contrario, con el sapo, cuya presencia se manifiesta en su croar incesante. No sabemos dónde está, pero se le escucha: tiene algo que lo distingue de la niebla y no es absorbido por ella. Los humanos, por el contrario, no tienen nada con que resaltar: su entidad “sin reforzar” es subsumida por la niebla, y desaparecen en ella.

No es descabellado, pues, pensar en que el yûgen es un valor principalmente visual, pues es el sentido que mejor permite percibir ese adentrarse, ese ser absorbido en las cosas, y desaparecer en ellas. En la atmósfera de yûgen, la identificación parcial —tradicionalmente occidental— entre lo que se ve y lo que está es aún más evidente (vid. serie “Bashô”, §1.º Transparencia, Mavi Porras, El Rincón del Haiku, sección Debates). Es más; esa identificación apunta a la propia impermanencia de la existencia en cierto modo, pues el ser, aun estando, deja de estar por desaparecer en el medio, por dejar de percibirse.

Otra imagen tradicional que evoca yûgen es la oscuridad de la noche:

Se va haciendo de noche
Hacia la ciénaga
miles de grullas

 En este haiku se combinan las grullas, que se alejan del campo visual, con el anochecer. La oscuridad asociada con la noche acentúa aún más esa sensación de que las grullas son engullidas por un fondo oscuro, que no se resisten a ser atrapadas por el medio. A la sensación de atrapamiento quizá contribuya también la viscosidad de la ciénaga. Un haiku de similitudes que resulta una delicia formal para el paladar de los sentidos.

Noche de enero.
Los ojos del cacomixtle1
en el sabino.

1 Cacomixtle: Hond. Mamífero de la familia de los vivérridos, de color pardo y cola anillada, emparentado con los mapaches.

En este haiku, elegido a propósito con afán ejemplificador, se evidencia que no posee yûgen —que no es ni bueno ni malo, dicho sea de paso—, pues si bien la oscuridad de la noche sume en ella a las realidades que acontecen, no es capaz de absorber la luz brillante de los ojos del cacomixtle. Dichos ojos, al destacar en las tinieblas, no desaparecen en ella: se muestran como son, sin confundirse progresivamente con el medio absorbente hasta formar parte de él.

Finalmente, mostramos otro haiku que rebosa yûgen, donde los hombres quedan sumergidos en la combinación de la noche y la arena del desierto:

Calina.
De noche aún
arrancan patatas

Esperamos que esta entrada acerque la comprensión de un valor estético tan escurridizo como el yûgen, tal como nosotros lo entendemos.

 

(Los haikus seleccionados pertenecen, en orden de aparición, a Hikari, Encarna, Roxana Dávila y Mavi, respectivamente).

Los capullos del rosal con pulgón

“Siempre hay flores para aquellos que desean verlas”
Henri Matisse

Tradicionalmente, el mes de mayo se asocia con el apogeo de la época vernal, cuando los días son más largos y el frío del invierno cede el paso a la templanza y a la calidez de la primavera. Ya lo afirma la paremiología: “marzo ventoso y abril lluvioso sacan a mayo florido y hermoso”. En esta entrada, admiraremos el mundo a través de haikus cuyos polos giren en torno a las flores, preámbulos y símbolos del nacimiento de la vida, y de cuya importancia primordial ya eran conocedoras las civilizaciones más pretéritas.

No hay nada mejor que disfrutar de esas flores y aspirar su aroma:

Mientras sonríe
corta del naranjo
un ramito de azahar

 ¿Somos nosotros los únicos a los que los textos que hablan sobre sonrisas nos arrancan una? No hay mayor prueba de la alegría de vivir que una sonrisa. En este haiku espectacular, el agente —haijin o no— es feliz mientras corta esas ramitas de azahar, cuyo delicado olor añade una nota más de pureza e inocencia a la imagen que este haiku nos evoca.

Cerro Siete Colores –
Iluminada
brota la flor de cactus

 El cromatismo de este haiku es exquisito. Destaca en el primer verso del haiku, a modo de encuadre fotográfico, el cerro Siete Colores, cuya originalidad natural ya es suficiente como para admirarnos de su magia. Pero el milagro real acontece en el último verso: esa flor de cactus que, iluminada —no sabemos si por el sol o por la luna, pues deja la interpretación abierta al lector; para nosotros, la primera lectura nos evocó la noche, cuando algunos cactus florecen—, se va abriendo paso hasta que pasa al plano principal de la existencia. El cerro, imponente y masivo, deposita su grandeza y se empequeñece para servir a la flor, pequeña y delicada. El aware, la admiración por convivir el mundo, está ocurriendo continuamente ante nosotros.

La tarde en calma
Unas flores de adelfa
caen al mar

Este haiku destila tranquilidad por sus versos. Apenas corre una breve brisa frente al mar: la tarde está calmada y no hay viento ebullendo en movimiento. El mar que se nos muestra también está tranquilo; ni está bravo, ni hay temporal que lo revuelva. En esa estampa de quietud, unas flores de adelfa ―preciosas― caen al agua y flotan sobre esas olas, como si el mar fuese una cuna que meciese a las flores ofrendadas. Ese leve vaivén, que desencadena al haiku, podría contemplarse durante horas sin perder un ápice de espontaneidad.

 No conseguimos reponernos de un haiku bello cuando viene otro que también demuele el corazón:

Arrullos
Los capullos del rosal
con pulgón

Sinceramente, magistral. Hay una mezcla de elementos, un no sé qué que deja balbuciendo al lector, cuyas conexiones racionales son horadadas por los arrullos, heridas por el pulgón y desgarradas por la compasión por el rosal. Esa última sensación es inmensa: ¿por qué debe sufrir el rosal por el pulgón que lo daña? ¿Por qué? ¿Por qué sentimos compasión por las cosas bonitas, y no tanta por las que no lo son, cuando todas ellas forman parte del mismo mundo por igual? ¿Nos hace todo lo anterior más humanos, o menos? Ante este ensañamiento del mundo con su propia belleza, y ante esa imprecación que nos deja sollozando en la racionalidad ―incapaz de comprender el mundo― al proponer la pregunta del porqué ―no podemos alterar el orden de las cosas―, los arrullos de los pájaros confortan al lector.

 Casi la noche
el canto del cardenal rojo
entre las magnolias

 Concluimos esta sección con otro gran haiku. El canto del cardenal es determinante, pues motiva la escena del haiku, pero su agente se intuye solamente: la luz del crepúsculo parece insuficiente incluso para dibujar la silueta del ave. El agente se esconde en una cama de magnolias, cuyo olor impregna a su cantor y a la escena percibida. Un contraste percibido entre el dulzor de la melodía y el de las flores; la oposición entre el color de las magnolias y de los colores térreos del ocaso, desdibujados por la penumbra que avanza inexorablemente en el tiempo. En definitiva, el haiku presenta unos elementos combinados y unos sentidos evocados difíciles de olvidar para el lector.

(Los autores de los haikus corresponden, en orden de aparición, a Idalberto Tamayo, Bibisan, Piluca C.P., jlcarcas y William Cue).

Los tlacuachitos saliendo del marsupio

Los tlacuachitos1 saliendo del marsupio

 1 tlacuache: Méx. Zarigüeya

 En esta serie de entradas no podía faltar una que intentara hacer justicia al propio nombre de la sección: Celebrar la vida. Por ello, en esta entrega comentaremos algunos haikus que cantan a la vida y se emocionan con la existencia por el mero hecho de ser y de seguir estando. El misterio de la vida, que suscita más preguntas que respuestas, es el tema principal de lo sagrado —no hay nada más sagrado que la propia vida—, que bien merece una selección y comentario por todo lo alto.

 

Acahuale2
y los tlacuachitos
saliendo del marsupio

2 acahuale: Méx. Derivación paragógica de acahual, ‘girasol’ o ‘hierba alta y de tallo algo grueso de que suelen cubrirse los barbechos’.

 

El exotismo fónico-léxico de este haiku para oídos españoles no resta un ápice de entendimiento en cuanto al sentimiento que transmite: la alegría del haijin por ser testigo de escena tan tierna como ver a esos tlacuachitos que salen, independientes, a continuar con el ciclo de la vida. El primer verso aporta una nota de compasión: los acahuales, que esconden a las zarigüeyas, los protegen de la crueldad del mundo que les espera afuera.

No podría faltar en esta sección un haiku que tratara sobre el agua como generadora y fuente de vida:

 

La Sagra en verano.
Por donde pasa el río
verdean los surcos

 

En este haiku tan delicado, la autora percibe en un entorno privilegiado que aquellas zonas contiguas al río reverdecen más que las más lejanas. Se emociona con el hecho de que el agua posibilita la existencia de vida, y no juzga si dicha vida es más o menos compleja que otra, pues, al fin y al cabo, todas y cada una de las formas de vida existentes tienen ese derecho a existir.

 

Escarcha en la huerta
Los saltos del potrillo
que se ha curado

 

La enfermedad y el dolor, inherentes a la existencia, quedan superados en este haiku magistral que, con palabras y gestos muy sencillos, encierra una gran lección de vida. La alegría del potrillo es evidente: está tan feliz que salta de alegría por haberse recuperado. ¿No es maravilloso que podamos emocionarnos con los sentimientos de otros seres? ¿Acaso no es motivo de alegría saber que otros seres son felices? Completa la escena el primer verso, que imprime una fuerza especial al segundo polo: la antítesis del vigor, asociado de manera inconsciente al calor y a la vitalidad, contrasta con la frialdad y quietud de la escarcha presente en la escena.

 

Pacas de heno
Se tambalea el potro
recién nacido

 

Otro haiku excelente, que canta directamente al nacimiento de un ser: al comienzo de la existencia de otra entidad que antes no estaba. Dicho sentimiento inunda el haiku de ternura y compasión por el potrillo recién nacido.  El olor y el tacto de las pacas de heno, que encuadran perfectamente la escena, amplifican la dimensión y la potencia de este haiku. Nacer es un misterio para la racionalidad: más allá del instinto de procrear y perpetuar la especie; ¿acaso no hay mayor muestra de amor que regalar la vida y cuidar a otra criatura?

 

d’una flor a una altre
es van aparellant
dos papallones

 

de una flor a otra
se van apareando
dos mariposas

 

Este haiku tan elegante describe la cópula de dos lepidópteros de flor en flor. La imagen es muy bella y delicada: el vuelo intermitente de las mariposas, con cuyo movimiento doblan los tallos de las flores mientras cantan a la vida, es el aware demoledor que nos hace enmudecer ante esta estampa tan sagrada. En definitiva, un haiku de primera que revela la sensibilidad extraordinaria del autor.

 

Brisa helada.
En la mano,
un huevo recién puesto

 

Este haiku es una explosión de sensaciones. El huevo, receptáculo de vida, aún caliente, se siente casi palpitante en la mano de la autora. Contrasta el calor inherente a la vida con la brisa helada que, probablemente, haya enfriado las manos antes de tocar el huevo y cuyo calor le transmite de nuevo: ese hosomi tactual anticipa el perfecto nibutsushougeki (contraposición de dos polos no armónicos: brisa helada/calor del huevo). Dicha oposición cierra esta obra maestra con el sello propio de la vida, a saber: la conjugación acumulativa de realidades antagónicas, que, sin ser paradójicas ni excluirse mutuamente, se potencian y realzan entre sí hasta el extremo.

(Los haikus seleccionados, en orden de aparición, pertenecen a Jorge Moreno Bulbarela, Encarna, Piluca C.P., Idalberto Tamayo, mencs6 y Mavi).

Un clavel blanco quebrado por la lluvia

Un clavel blanco quebrado por la lluvia

 “El color habla todos los lenguajes”
Joseph Addison

A menudo, a los haijines de occidente se nos reprocha que la vista es el único sentido que tenemos desarrollado: dicen que tenemos más atrofiados el tacto y el olfato que los ojos. Sin ánimo de confrontación, creemos que esta crítica es simplista. En una primera reflexión, quizá sea verdad el hecho de que las cosas salten a la vista facilite su percepción. Sin embargo, posiblemente la verdadera crítica radique en que recurrir más asiduamente al sentido de la vista topicalice este sentido más que los demás y pueda desgastar, en cierto modo, el aware de los haikus.

En esta entrada intentaremos mostrar a aquellos que afirman lo anterior que también es posible celebrar el mundo con el sentido de la vista, tan excelso como los demás, y que es capaz de regalarnos verdaderas estampas cromáticas dignas de admiración. Para empezar, hay colores que llaman más la atención que otros por su escasez: el púrpura es uno de ellos…

Un caballo…

la pulpa de remolacha

entre sus dientes

En este haiku, la dentadura del caballo no es de color blanco, como es de esperar; sino de un color morado intenso. Es a priori una estampa muy visual, pero tras saborearlo, la imagen se vuelve dinámica: se escucha perfectamente el crujir de la remolacha entre los dientes del caballo, e incluso se lo ve masticar y tragar. Sin duda, un haiku muy original, con un pequeño toque cómico, que arranca una sonrisa a quien lo lee por su inocencia y sencillez.

Por otra parte, ¿a quién no le emociona la paleta del amanecer?

Cañas emplumadas.

En un cielo rojizo

la luna al este

 La imagen mostrada es digna de un cuadro de Buson. En primer plano observamos las cañas emplumadas que se mecen con la brisa matutina, aún fresca. Al fondo, el horizonte muestra el amanecer de un nuevo día, preámbulo del sol y sus colores. De la noche anterior, sólo queda su señora: la luna, que, cada vez más iluminada, dejará de verse culminado el comienzo del día. Del hermanamiento de una luna moribunda y un sol naciente, uncidos ambos por el rojo del amanecer, sólo son testigos esas cañas emplumadas.

La noche también tiene su propio color:

Invierno.

El azul de la noche

en las plumas de un ganso

En este haiku, las plumas del ganso son más oscuras porque así se perciben: la oscuridad propia de la noche transfiere al ganso su color, estamos, por tanto, ante un haiku con hosomi visual. También se percibe el frío de la estación en las plumas del ganso, quizá mojadas; e incluso parece que ese frío intensifica el color: inconscientemente, el azul de las noches de invierno es más azul que el propio de las noches de verano.

El mundo también gira en torno al color de las flores:

Un clavel blanco

quebrado por la lluvia.

La vieja ermita

Un haiku sublime, con mucho yûgen, ese valor estético que ahonda en una belleza inexplicable y misteriosa cuya causa desconocemos. En este caso, la lluvia se ensaña con un clavel blanco hasta partirlo. Contrasta sobremanera el ambiente oscuro amplificado por el aguacero —por alguna razón, este haiku para nosotros es pura noche intempesta— con la blancura del clavel roto, de cuyos pétalos gotea el agua de la lluvia. Y al fondo, testigo de la escena, esa ermita vieja, que contribuye con su abandono al yûgen de la escena.

Finalmente, hay estampas que quitan el aliento, independientemente de cuantas veces se admiren:

hacia el sureste

los verdes arrozales

cerca del mar

 La detonación de colores en el haiku contribuye realmente a la sensación principal: una explosión de espacio, de tierra por doquier y libertad; el mundo es tan grande que sólo podemos conocer una parte muy pequeña. En este haiku se capta la infinitud del mar, que colorea el horizonte, y cerca de él, los arrozales que mezclan el verde de sus plantas con los tonos azules del primero. La combinación de colores fríos es cotidiana, pero no por ello aburrida: la sensibilidad del haijin radica en apreciar la belleza real de las escenas que, por manidas que puedan resultar o tópicas que sean, jamás se cansará de contemplar.

(Los haikus seleccionados, en orden de aparición, pertenecen a Bibisan, Hikari, Mavi, Rodolfo Langer y J.L. Vicent).

La lluvia empapándome la ropa

La lluvia empapándome la ropa

En esta entrada quisiera hacer una recopilación de haikus que tengan hosomi. Entendemos esta cualidad de hosomi como los rasgos que, sin ser inherentes a una realidad, esta pasa a incorporarlos como suyos (se contagian de esos rasgos) y pasan a formar parte de ella (vid. serie “Bashô”, §2.º Apariencia, Mavi Porras, El Rincón del Haiku, sección Debates). Me gustaría revisar algunos haikus para disfrutar del hosomi que en ellos se percibe.

En primer lugar, el propio concepto de hosomi, entendido como transferencia de rasgos, necesita de dos o más realidades distintas para que tenga lugar. Las cualidades transferidas tienen generalmente un carácter fluido que discurre en el espacio, de modo que la contigüidad entre elementos confiere al uno los rasgos del otro. Quizá esa sea la razón por la que los haikus cuyo hosomi se percibe antes sean aquellos que apelan al sentido del tacto, pues la piel es la primera barrera sensorial que separa una realidad de otra:

Atardecer –

Sumerge la cabeza

un flamenco1

 1 flamenco: Ave perteneciente al género Phoenicopterus

En este haiku, el aware principal pasa por que el flamenco se refresca metiendo la cabeza en agua, de cuyo frescor disfruta. Por tanto, este frescor intrínseco del agua deviene un rasgo del flamenco; una cualidad prestada, pero ya suya, al mismo tiempo. El hosomi no tiene que ser explícito para poder disfrutar del aware. Otra experiencia similar, más clara aún, es la siguiente:

A la intemperie

La lluvia empapándome

la ropa

En este haiku vemos, por así decirlo, un hosomi doble: la lluvia calando en la ropa del haijin, a la cual confiere humedad y empapamiento; por otro, esa misma ropa, en contacto con el cuerpo, está calando al haijin. Hay, por tanto, una cadena de elementos (lluvia-ropa-cuerpo) por las que las cualidades intrínsecas de la lluvia van discurriendo. Si la ropa se hubiera presentado ya con la cualidad de empapamiento, como rasgo propiamente suyo (futoki mono), sin efecto mediador de la lluvia, habría un solo hosomi: el calado de la humedad en el cuerpo. No censuramos, en este caso, el uso pertinente del dativo simpatético me (superfluo como complemento indirecto según la norma actual), pues añade el eslabón cuerpo a la cadena de hosomi sin sobrerrepresentar excesivamente el yo.

También encontramos haikus donde el haijin se contagia del helor del aire, en la línea de los anteriores:

Un aire frío

entra en los pulmones –

Los petirrojos…

No es descabellado, por tanto, suponer que la mayor parte de los haikus con hosomi vengan motivados por una percepción táctil que incide directamente en las realidades de los polos. Sin embargo, hay también una minoría de haikus que notan relaciones de transferencia apelando al resto de sentidos, como por ejemplo:

El agua

de remojar los garbanzos.

Cantan las chicharras

Este haiku es excepcional porque, tras varias relecturas, vemos vibrar el agua del cuenco con el canto de las chicharras. La vibración de estos insectos, necesaria para el canto, se transfiere al agua y a los garbanzos. Los garbanzos también se moverán, pero a la autora, en este caso, le ha conmovido la fluidez del agua moviéndose al compás de las chicharras y la relación potentísima que el mundo establece entre ambos elementos. El mundo de este haiku se entreteje en una urdimbre de hosomi mecánico: el agente que se transfiere entre realidades es el movimiento.

 La bolsa del mandado

en el pasillo –

Los nanches2 de ayer

 2 nanche: Méx. Fruto de la especie Byrsonima crassifolia

 Concluyendo la entrada con este haiku, vemos que el hilo conductor de este haiku magistral es un hosomi olfativo: la bolsa se impregna del olor de los nanches. Es más, la relación entre ellos excede la dimensión del momento: el asombro motivado por el hosomi nanches-bolsa es fruto de un contacto que se sigue percibiendo el día de después. Poco más puedo aportar con este comentario a la genialidad del autor, dueño de una sensibilidad extraordinaria, salvo quizá el hecho de darle las gracias por permitirnos vivir estos momentos tan sumamente impactantes. Los recién neófitos podrán encontrarlo insignificante; para los restantes ―todos los haijines seremos siempre neófitos― no deja de ser un regalo para los sentidos.

(Los haikus seleccionados, en orden de aparición, pertenecen a Gorka Arellano, Idalberto Tamayo, Gorka Arellano, Mavi y Jorge Moreno).