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Haibun 57

Haibun 57

El torreón

De camino hacia el torreón he dejado atrás la boca del arroyo. Un humedal donde este otoño el mucílago cubre la mayoría de las gramillas y otras plantas de la zona. Al subir la cuesta de la cerridera que nos lleva hasta la depresión del Guadarrama, hay que pasar por una extensión de más de veinte mil olivos.

Este paseo se ha convertido en una rutina, una forma de conectar con la naturaleza que me relaja y me llena de vitalidad.

Frente a mí la atalaya que ha dado nombre al Torreón. Me siento donde la mirada percibe los álamos y chopos que amarillean a lo largo del curso del rio. Recorro el  amplio horizonte que se pierde entre olivares, almendros y granados que los lugareños han plantado en los últimos años configurando un nuevo paisaje. Me quedo un rato disfrutando mientras el viento fresco acaricia mis mejillas. Desde el rio sube el canto de los pájaros.

El agua de lluvia discurre por la tierra formando un reguero arenoso bajo mis pies.

Hasta aquí llegan los aromas de la vaguada por donde fluye el río. Sigo esta vereda poblada de matorrales y árboles, algunos de hojas perenne.

Umbría del valle-
Colorean las bayas
 de los madroños

Encarna Ortiz Serrano
Recas (Toledo) – España

INTRODUCCIÓN Y ENTREGA DE ENERO: BANDOS

ALAS DEL HAIKU

 

INTRODUCCIÓN

 «Entre aleteo y aleteo en la vida, el hermano verderón y el hermano jilguero se preguntan cuándo los hombres aprenderán el lenguaje de los pájaros. En verdad te digo que si aprendes a oir el silencio y en el silencio tu voz interior, tus pensamientos se convertirán en suave canto, tus sentimientos en trino alegre, y tus pasos en la vida serán como vuelos al amanecer. Y cada amanecer como una nueva vida que comienzas.»

Abul Beka (Poeta rondeño del s. XIII)

Tras los efectos devastadores de la Dana aquí en Valencia, que nos han dejado un halo de tristeza e impotencia, agradezco al Rincón del Haiku permitirme comenzar esta andadura, y a mi hija Nuria por colaborar con sus dibujos. Releer bellos haikus barre muchos lodos.

Comienzo esta serie mirando al cielo. Amanece y un bando de estorninos está a punto de pasar frente al balcón de casa. Dejan los dormideros de la ciudad y se dirigen a los campos cuando el naranja apunta y la ciudad se despereza. Cientos de alas juntas ejerciendo su fuerza contra el aire. Ese murmullo a su paso (murmuraciones les llaman los ingleses), me acompañará todo el día. El cielo puede atronar pero también nos salva.

Tras el bando, el coro de tortolitas de las farolas y esas gaviotas hambrientas que vienen del mar con altos vuelos. De eso precisamente van estas palabras. De vuelos, trinos y plumajes; nidos, bandos y cortejos… De salir a la intemperie, alzar la vista y contemplar.

En el mundo hay aproximadamente 50.000 millones de aves de 11.000 especies diferentes. Unas seis por cada ser humano.  Aves rapaces de altos vuelos, aves corredoras incapaces de volar, zancudas, que se deslizan por el agua, de todos los colores, grandes, pequeñas, cantoras, viajeras… Van y vienen, habitan el cielo, conectan con las emociones humanas y su anhelo de libertad. En muchas culturas, mensajeras, criaturas sagradas. Símbolos y metáforas que aportan significado más allá de las palabras.

Silencio, libertad…

Las aves inundan los haikus.

Pájaros migrantes…
Los ojos de los refugiados
en el atardecer

Julia Guzmán

-.-

 BANDOS

(Enero)

Es tiempo de invernada. Bandadas de grullas, cormoranes, ansares, aguiluchos, zorzales, avefrías y otros más, llegan para pasar el invierno. Surcando  el cielo ofrecen un bello espectáculo. Elevar la mirada, ver cómo se armonizan con el viento, su condición volátil, volar con ellos…

Se oye una bandada,
resplandece la nieve
del camino viejo.

Sandra Pérez

 

Entrada la primavera partirán. Otros destinos les aguardan y nuevas bandadas llegan tras un agotador periplo que les hará a recorrer distancias que nos llevan al asombro. Sus vuelos se hacen uno con el firmamento como nube que el viento deshilacha y aleja, perdiéndose en la distancia.

hane fururu made
kari no koe
katamareri

Hasta entrechocarse alas,
los cantos de los gansos salvajes
se han fundido en uno

Yamaguchi Seishi

Sus trinos, graznidos, chillidos… son cantos del mundo que el haijin recoge gozoso, testigo de los cambios que anuncian su llegada. Las aves serán muchas veces el «kigo» en el haiku.

Puesta de sol-
el último reflejo
en la bandada

Luis Alberto Plaquin (Luezei)

De golpe se alzan
con la forma del fresno
los estorninos

Mercedes Pérez

Esa luz, ese reflejo, esa forma exacta, y el sonido/murmullo (no explícito en el haiku) que hacen dichas aves al elevarse.

koborete wa kaze hiroi-yuku chidori kana

De la bandada de los chorlitejos
uno va perdiendo fuerzas
y el viento lo recoge

Chiyo-Ni

Watari-dori miru miru ware no chiisaku nari

Un ave migratoria cruza el cielo…
Poco a poco como tú
me voy haciendo pequeño

Ueda Gosengoku

El haijin y el ave se hacen uno. La pequeñez del pájaro, también la suya.

Haikus de compasión, haikus de lo sagrado, y otros, con las aves como centro; haikus tradicionales, haikus modernos, plumas de escritura que aletean sobre el papel.

Bruma en el valle-
la bandada de pájaros
se parte en dos.

María Dech (Annur)

Solas, en pareja o en grupo, casi una de cada cinco aves migra, algunas apenas tocan tierra y solo el 50% completa su viaje. La pérdida de hábitat, los plaguicidas, la contaminación lumínica, la falta de insectos, la caza y un largo etc…son algunos de los problemas que encuentran en el camino. Necesario intensificar acciones que permitan su protección y la de los hábitats para su supervivencia. Para, como dice el poeta y naturalista Joaquín Araujo:

«No restarle al aire un solo alado más», pues «allí donde todavía puedes escucharlos, ten por seguro que queda algo con lo que volver a empezar».

a media luz
la bandada de patos
se ahila entre la lluvia

Mercedes Pérez

 

 

 

 

 

Pasos por México. Enero 2025

Pasos por México

Roxana Dávila Peña
mushi

Es la primera mañana del primer día del año y también hoy se puso el mercado sobre ruedas. Me detengo allí con el bullicio, las voces y los pasos de las marchantas en un puesto y otro. Las reconozco exclamando: “pruébele, pruébele… pruebe las uvas, los frutos secos”, “todavía hay tejocotes, lleve pa’l ponche”. Más adelante está el que hunde el cuchillo en los aguacates para que veas lo buenos que están y el que desgaja las mandarinas. Hay canastos llenos de frijol y de maíz. El mole, los chiles, los chapulines, la miel, los quesos, el pan dulce y las Roscas de Reyes, todo al alcance de la mano.  Hacia la izquierda los canarios en jaulas y el olor a sudor del que carga las cajas con romero y albahaca. El reflejo del rosa del toldo sobre los listones de colores de las que van con trenzas. Los mandiles bordados a mano y las servilletas. La viuda que regatea. La que se compadece: amamantando. Una niña se oculta en la enagua de su madre mazahua. Recuerdo ese haiku de Issa: Gorriones/ jugando a las escondidas/ entre flores de té. Allá va también la que no sabe bien qué es lo que busca con la piel toda reseca y el niño perdido en el puesto de velas y ruda.  Hacia otro lado, la de los aretes de perla que lleva lo que no necesita.

Ya para irme, el polvo en los zapatos y las huellas que el perro deja.

Flores de Nochebuena.
El suéter de invierno
que nunca usó.

Sarusawa ike, tú seguirás aquí.

Sarusawa ike, tú seguirás aquí.

Roxana Dávila Peña
«mushi»

La mañana amaneció despejada.

Después de una larga caminata, sin prisa, entre la hojarasca, vuelvo al ryokan bordeando Sarusawa ike.

El viento, más frío que otras veces, acerca una hoja con otra y se detienen junto al estanque.

Como si se dirigieran al mismo lugar, dos se conocen.

Pocos rayos de sol pegan sobre mis trenzas. El calorcito me llena de dicha.

Repentinamente, en la quietud del agua descubro el último recuerdo del esplendor del otoño en Nara.

Brevemente en el azul profundo del cielo que se refleja, como en un espejo, encuentro dos miradas unidas, ¡casi un relámpago! Algo las mantiene aquí. Se reconocen.

Algunas hojas giran hacia arriba en todas direcciones y luego caen a la tierra.

A la distancia los árboles que enmarcan la pagoda del Kofukuji se mueven de un lado a otro.

Como las hojas, el tiempo vuela y no se detiene. Reacios a separarse, dos se despiden.

Por encima, sobre las copas de los sauces, se alejan las aves que migran y luego se pierden detrás del templo.

El olor a madera mojada que se desvanece poco a poco anuncia el final del viaje. Se acentúa el silencio.

Con mi cabello, ya despeinado, ese día está hoy entre mi almohada y la esterilla del siguiente destino.

Cuando florezcan los cerezos iré a Sarusawa ike de nuevo.

Mientras da
la hora de partir,
el bramido de un ciervo.

 

Haibun 56

Haibun 56

La Garganta del Fraile

El amanecer en soledad, en este paraje del parque de nacional de Monfragüe, es un disfrute de los sentidos, la luz va inundando el paisaje y solamente se escuchan algunos cantos

Cargo mi mochila, y con Roy mi perro labrador, aun sabiendo que este día de mayo será caluroso, emprendo la ruta con la certeza de que a lo largo del camino la sombra de los árboles y el frescor de las charcas, que forman la lluvia, me ofrecerán lugares ideales para el disfrute y el descanso.

Dejando las ultimas casas el camino me lleva hasta la dehesa salpicada por alcornocales y encinas, hay pequeñas granjas a un lado y a otro del camino donde los cerdos negros disfrutan echados al sol. Sigo caminando, Roy ya divisa una charca, adelantándome emprende una carrera para disfrutar del agua, la charca con las lluvias de primavera y la ondulación del terreno es lo bastante profunda y a Roy le encanta nadar, por eso al alejarme lo tengo que llamar una y otra vez. El camino ahora es una pendiente que baja hasta un pequeño valle que forma el arroyo de Las viñas, aquí la vegetación cambia, algunos alisos y matorrales forman un paisaje virgen donde la mano del hombre no ha intervenido y ahora en verano está poblado insectos

El olor del arroyo-
Las flores de jara
 han abierto los pétalos

Los roquedos de la sierra de Santa Catalina, hasta donde nos dirigimos, forman una cascada de agua que da nombre a la Garganta del Fraile, antes de llegar ya observo en el cielo el vuelo de las rapaces que pueblan todo el parque, esta zona es ideal para el avistamiento de las mismas y con los prismáticos enfocando su vuelo seguimos, el camino se torna abrupto hasta llegar a la zona  de recreo; sentada en un banco de piedra, me envuelve el rumor del agua y me dejo llevar , el agua es vida y toda esa energía me inunda por dentro, abre los sentidos y la observación se agudiza.

El color de los roquedos-
Un buitre leonado
en su nido

                                                                                                       Encarna Ortiz Serrano
Recas – Toledo (España)

Ceremonia de ikebana en Kioto

Ceremonia de ikebana en Kioto

Roxana Dávila Peña
«mushi»

La persiana por cuya rendija se cuela la luz del sol se mueve suavemente esta mañana. Hoy es un buen día para hacer una pausa y descansar de templos y de santuarios; del movimiento, los sonidos y la conmoción del bellísimo Kioto.

Las cosas toman su tiempo. Hay arreglos de flores que recordaré para siempre.

Hoy Tamao nos invitó a una ceremonia de ikebana.

El ambiente íntimo y profundo de Haranokami Gallery es atemporal. Parece que son la nada y la quietud las que le dan la forma al espacio vacío de la habitación.

Ya descalza, el silencio que hay entre un paso y otro sobre el suelo de tatami me hace pensar en el paso de otros días y un leve olor a juncos me regresa al presente. También el frío.

Las puertas corredizas enrejadas de madera y de papel japonés están de par en par y se puede observar el soleado jardín.

Tamao, sonriente, dobla las piernas sobre el suelo y ya con los empeines sobre la esterilla, lenta y serenamente, casi como rezando con las manos, corta los tallos, las ramas, hojas y flores y los acomoda en el jarrón de vidrio poco a poco cuidando el espacio alrededor de cada uno.

Las hojas rojas que son el reflejo de lo que llamamos vida sugieren el rubor del bosque. Parece que el vacío entre una y otra rama del follaje es lo que compartimos. Tamao procura que cada elemento cuidadosamente elegido, igual que cada hueco, sea el centro del mundo. Conserva su misterio y al mismo tiempo los exhibe por completo con ritmo y armonía.

En contraste con algunas hojas casi marchitas, el agua que resbala en el verdor de las ramas todavía suaves. Algunos tallos apuntan hacia el cielo y otros se doblan hacia la tierra.

Es sorprendente sentir la belleza de octubre dentro de mí contemplando una flor llena de sol y a la vez reflejarme en ese arreglo donde la vida sucede, se extiende y se extingue al mismo tiempo.

agua que se evapora
sobre el crisantemo
recién cortado

Haibun 55

Haibun 55

Nos preparamos para salir pronto, queremos acabar de podar los olivos este mes de febrero que ya acaba. Con las borrascas atlánticas hemos tenido pocos días el cielo limpio de nubes, hoy sin embargo, dicen que hará un magnífico día de sol.
Vamos hacia el camino Bajo los Nuevos. Conforme nos alejamos del pueblo, pueblan la tierra los olivares centenarios a un lado y otro del camino. No paramos de saludar aquí y allá. Estos días la principal ocupación de las gentes del campo es la poda.
Al llegar siempre me embarga la nostalgia. Cuando era pequeña todos los hermanos solíamos venir con mi padre a la recogida de aceitunas. Estos olivos ya pertenecían a mis abuelos y bisabuelos, ahora mantenemos ese espíritu reuniéndonos hermanos y sobrinos para la cosecha.

Me gusta venir a menudo. Observar el cambio de las estaciones, la poda, la floración, el nacimiento del fruto y la maduración son, sin duda, señales del paso del tiempo.

Voy indicando a mi compañero las ramas que hay que cortar para no dañar el árbol como me enseñó mi padre; con los golpes del hacha cortamos las ramas para facilitar la entrada de la luz que mejora la circulación de aire en la copa.

Llega la hora del almuerzo, casi no queda gente. Ahora los labradores disponen de vehículos y se marchan a comer al pueblo, nosotros traemos la comida para disfrutar de este sol de finales de invierno que ya comienza a calentar. Solo el canto de los pájaros y otras aves que sobrevuelan el cielo altera el silencio que reina en el campo.

Sol de mediodía-
El graznido de las grullas
hacia el norte

Encarna Ortiz Serrano
Recas (Toledo) – España

Risshakuji: el sonido que el silencio traspasa.

Risshakuji: el sonido que el silencio traspasa

Roxana Dávila Peña
«mushi»

Por fin, me encuentro frente al Buda de la Medicina del Recinto Fundacional (Konponchūdō) de Yamadera, el templo en las montañas de Yamagata donde, ya trepado por los peñascos, Matsuo Bashō escribió el hokku “¡cuánta calma! / la voz de la cigarra / inunda las rocas”.

Sin saber cómo hacerlo, intento purificar el karma negativo. Pienso en mis elecciones y en lo bien que me haría perdonarme y sentir más compasión por todos los seres.

Algo hay aquí en el bosque, no sé bien qué es. Surge y desaparece. Reconozco el sonido de un grillo que salta hacia la maleza y luego hacia el hueco de un roble. Permanezco inmóvil mientras vuelve y se va. De momento, ocupa toda mi atención, aunque sé que apenas comienza la subida hacia lo más alto de la montaña. Hay más de mil escalones, además de piedras, estelas con poemas grabados y faroles cubiertos de musgo.

Por el espacio vacío entre las hojas, se cuela la luz del sol hasta las raíces de los cedros. El tono de los verdes cambia y se vuelve más intenso. El follaje se agita nuevamente. En la senda, hacia la parte superior del templo, veo las sombras de los peregrinos que van y vienen sobre la escalera, la cual se va llenando de las hojas que caen poco a poco aquí y allá. Una queda atrapada en una telaraña que apenas se distingue al brillar por un instante.

Comienzo a sentir el peso de mi mochila. Mis pies se entumecen otra vez y avanzo lento. El grito de un cuervo viene y va. Lo puedo escuchar claramente; tan pronto como surge, desaparece de nuevo e intento seguirlo con la vista de un pabellón a otro entre las rocas escarpadas. Siento cómo voy dejando atrás algunos sinsabores y uno que otro resentimiento. Agradezco cada lección de vida y todas las bendiciones y oportunidades que me rodean. Conecto con la abundancia del presente y reposo por unos minutos. Aflojo mi bufanda y siento en el cuello una brisa ligera. Logro despejar mi mente. Regalo mis mandarinas.

Unos escalones más, ya los últimos, hasta llegar al Recinto de los Cinco Grandes (Godaidō) en la cima, donde las nubes, al disolverse completamente, me permiten contemplar los colores otoñales de las montañas llenas de arces y hayas que contrastan con el verde del campo. Parece tan pequeño desde ahí arriba y yo también me siento pequeña, muy pequeñita.

Un escalón más arriba,
la única hoja
que no lleva el viento.