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Mayo 2021

CONSTRUIR

En Gata está
La puerta vieja y muda.
Juegan los niños.

DECONSTRUIR

La provincia de Cáceres, bastante  cerca de donde vivo, está llena de lugares con encanto. Uno de ellos es la comarca de la Sierra de Gata, en el límite con la  provincia de Salamanca. El paisaje, el clima, la gente y hasta el habla –ahí está el dialecto mañegu o “fala”, reducto del viejo asturleonés– recuerdan a Asturias. Gata es uno de sus pueblos más representativos. Lo visité hace unos días. Subí hasta la ermita de San Blas en medio de chubascos y de los colores púrpuras y amarillos de brezos y escobones en flor. Pero antes, en una de las empinadas calles del pueblo, me detuve ante una puerta. Me cautivó su sencillez: un canto silencioso a la humildad.  Ya no era “una puerta”, sino “la puerta”. La que yo conocía y había visto en sueños.  La de siempre. Siempre cerrada y callada. Pero ahora quise darle voz.

    Desde la plaza llegaban voces infantiles. Me di prisa: saqué la foto y seguí calle arriba hasta San Blas. En la cabeza llevaba una pequeña cascada de sílabas que ahora quiero verter sobre la paciencia bondadosa de los lectores de El Rincón.

Haibun 61

Haibun 61

La ermita

El sol de verano comienza a ascender. Emprendemos la ruta hacia la ermita de Santa Catalina, que está situada en la cercana dehesa Marijuán a unos dos km. de la población. Un camino tradicional, llano y de fácil acceso, que nos adentra con sus paredes empedradas en un precioso y maduro alcornocal. En el desvío que nos adentra en el sotobosque se encuentra la charca chica, que constituye un hábitat esencial para la conservación de determinadas especies de aves y anfibios.

Por el borde de la chaca
 el chapoteo de las ranas
 a cada paso

En el bosque de alcornocales podemos observar el trabajo del descorcho. Los troncos sin la corteza con el paso de los días van enrojeciendo y esto configura un bello paisaje rebosante de vida. Caminando por el sotobosque envolvente de sombras se llega a una explanada donde está la ermita de Santa Catalina, una construcción que data de 1716 y consta de una sola nave y un atrio exterior donde todos los lunes de pascua se celebra una romería.

En el centro de la explanada se encuentra un ejemplar de alcornoque centenario de gran altura y con un tronco sinuoso de gruesa corteza y gran perímetro, una amplia copa ha ramificado extensos troncos que provocan un haz de sombra para el ganado en los tórridos veranos extremeños

El tiempo pasa, borra las huellas de generaciones, nada o muy poco queda, pero aquí los ojos contemplan con certeza los cientos de años de este alcornoque.

Llega a la sombra
 del alcornoque
 una oveja preñada

Encarna Ortiz Serrano
Recas-Toledo (España)

De oficios y jacarandas

Roxana Dávila Peña
Mushi

Miles de brotes estallan. Algunos permanecen colgados a las ramas de las jacarandas y se mueven de acá para allá; otros ya cubren el suelo de color morado que suaviza los pasos de la niña descalza del globo rojo. Yo me niego a renunciar a mi infancia y recuerdo los andadores de Satélite llenos de flores en primavera.

Se escucha el susurro de los árboles. Un barrendero, escoba de vara en mano, con humildad, aparentemente fácil, lleva las flores que caen constantemente al suelo de un lado para otro. La brisa se las lleva otra vez. Pasa la escoba… también las sombras y mis apegos. Un barrido sereno continúa. En el haz de luz, motas de polvo.

Un azotador avanza rápidamente como esa pareja de vendedores de lotería que parece que va con prisa hacia la Puerta Francesa de la estación del metro Bellas Artes en la Alameda Central. Dos tórtolas se pierden entre la fronda.

La anciana encorvada bajo la jacaranda, estira su brazo y camina. Cualquier paso que da y hacia dónde lo dé, es un paso ligero en sus Adidas viejos.

Algo revolotea como mi corazón. ¿Será una polilla? Me invita a flotar, a mecerme en el viento cargado de imecas que van directo a mis pulmones.

Comienzan a sonar canciones mexicanas, como antídoto, al ritmo de esta ciudad. Los primeros acordes nostálgicos de La cucaracha y de Amorcito corazón alegran el día a los que pasamos por aquí cuando el organillero, que siempre está aquí, aunque sin lugar fijo, gira la manivela. Toca y toca y caen, dando vueltas, más flores de jacaranda.  Una moneda pega con otra cuando un niño coopera para que ese oficio nunca desaparezca. Para mi sorpresa, también aceptan transferencias electrónicas.

Más allá, en una banca, las hojas del periódico que alguien dejó.

Montoncitos de flores
que el viento vuelve
a deshacer.

HAIBUN 60

Haibun 60

Había algo allí tras la lluvia, en la madera mojada de la torre. Cuando él hablaba de Alaska y los castores de Alaska.
–Es el color del cielo que más me gusta– dijo justo cuando la garceta pasó volando sobre nosotros. Justo cuando yo pensaba en San Francisco.
Entre el hastío y la gloria media el vuelo de un ave blanca.
También al contrario. Pensé.
No recuerdo lo que siguió entonces. Alaska, los castores, la lluvia… no sé. La conversación se perdió en algún lugar entre la torre de madera y el pueblo. Justo al lado del mar. Parecía incendiado, el cielo. Hermoso.
Era verdad. Él tenía razón. A su manera solía tener razón. De una manera muy sencilla, como un niño. Sobrevolando la realidad a baja altura. Quizá.
Cuando después hablábamos de las acampadas, las viejas acampadas, mientras tomábamos un coctel en La Posada, los cuatro, pensé en un camino y un manojo de hierbabuena. Y las gotas de lluvia, pocas, sonando como con tristeza, en la claraboya de un baño. Es extraña la memoria. Es muy extraña en la luz tenue de una tarde de otoño.
Es un camino que nunca recorrí. El del manojo de hierbabuena. Y sin embargo tan real como todos los demás, como todos los que me llevaron a ninguna parte. A este preciso momento.
Quizá no lo recuerdo. El camino que no iba ni venía, pero olía a hierbabuena. Quizá no recuerdo bien todo eso que cuenta él y ríen ellas. Quizá yo ya no estuve allí. Este yo que dice ahora y vivía entonces.
No sé. No estoy seguro, pero hay algo allí. Hay algo en la madera mojada por la lluvia. Sin saber explicar cómo, pero me gustaría pensar que algo de mí sí queda, de alguna manera. Entonces, ahora, una gota, dos, como la perezosa lluvia sobre una claraboya transparente.

gira hacia el ocaso
una de las garcetas,
la marisma, en silencio

 

       Félix Arce Araiz “Momiji”

Mariposas viajeras

Roxana Dávila Peña
mushi

Hay café recién hecho para empezar el día. Me gusta su olor y también el que llega del corazón de un viejo pino. Quizá es de ocote.

Más arriba, para allá hacia donde vamos, el picoteo de un pájaro carpintero.

Por fin llego a la cima. No voy ligera. ¡Cuánto cansancio!, me seco el sudor. Esta vez, me costó más trabajo subir. ¡Uf!, pero qué maravilla, como cada año, adormiladas, en los troncos del bosque de oyamel, racimos de miles de mariposas descansan en las colonias de hibernación en el Santuario. Basta para ellas, el pálido sol de invierno. Al avanzar la mañana, poco a poco, se desentumen cuando crece la luz entre las frondas que no se mueven. Se abre un claro. Casi están quietas las mariposas cuando con el calorcito, lentas, de ida y vuelta, cambian de lugar. Ya bien despiertas, bajan al valle a beber de las gotas de rocío que la helada madrugada dejó sobre la hierba. Cuidando donde pisar y en silencio, avanzo por el sendero. Resuena el eco que se acumula con el roce de un ala y de otra… de miles de alas… Aumenta el ajetreo. Al dejarse tocar por la tibieza del sol, en una zanja, amontonadas, sus colores se avivan. No encuentro en el cielo ni una nube. Es asombroso cómo tantas mariposas despliegan sus alas y vuelan por todas partes. Unas van a buscar agua, otras regresan. Una vibra posada en un cardo.

A solas, recuerdo a mis muertos. Para algunas personas las xepje* representan una guía para las almas de los familiares y amigos que han muerto y que vienen a visitarnos. Me quito las botas y los calcetines para sentir la tierra. Me aquieto y me quedo.

A mediodía, mientras preparo el descenso, allá lejos, miro el naranja y el negro desvanecerse. Bajando por la montaña, las sombras de las mariposas me atraviesan como si yo fuera una de ellas, así, liviana. Ya se siente el sol que brilla en mis trenzas y a la del lado izquierdo se acerca, revoloteando, una monarca.

Una calandria no para de cantar. Cada vez se escucha más cerca.

Ya tiene hojas nuevas la margarita que apenas se inclina cuando a ella vuelve una mariposa. Pronto se va.

¡Despierta xepje!
Es hora de emprender
un nuevo viaje.

*El grupo mazahua, comunidad indígena a la que pertenecen los bosques de oyamel a los que cada año llegan las mariposas, las conocen también como “xepje” o ”hijas del sol” por el color brillante de sus alas y porque con el despertar de la monarca, previo a su regreso a Canadá, llega el sol de primavera.

Haibun 59

Haibun 59

El ritual

   Luce un día de pleno sol en Albacete a principios de la primavera. No hay ni una nube en el límpido azul del cielo. La terraza, inundada de luz, está pidiéndome que ponga una silla, me abra un botellín, encienda un cigarro y retome el libro que comencé a leer hace unos días. Las críticas lo referencian como uno de los mejores exponentes de un género literario que ha renacido con fuerza, el western. De hecho, el título de la obra es toda una declaración de intenciones: Cuánto oro esconden estas colinas.

   Ya durante la mañana, el vecino del ático de enfrente ha comenzado a preparar  los útiles para su ritual de todos los años, de hecho, será lo más comentado en la familia ese día.

   Su pérgola y la celosía que cubre el frontal de la terraza son de madera, así que los lijará y barnizará. Cuando voy por la segunda página del texto, comienza un sonido muy reconocible por mí: ¡¡la lijadora eléctrica!! Concienciada y sabedora del proceso que se iba a iniciar, cierro el libro y fijo mi atención en el maravilloso cielo de ese momento. Me levanto de la silla y puedo ver dos palomas (una detrás de otra, muy disciplinadas ellas) caminando por el tejado de otro edificio; escucho conversaciones que se escapan por algunas ventanas y observo orgullosa que el acebo de Navidad sigue creciendo.

Cesa el silencio;
los frutos del acebo
siguen ¡¡tan rojos!!

 

 Cari Cano
Albacete, España

Haibun 58

Haibun 58

 Antaño, el río…

El verano parece haberse acabado a principios de septiembre. Los últimos chubascos  han traído dos pequeñas ranas a la alberca.

Uno de los niños entra a buscarlas en el palmo de agua que dejaron las lluvias. La más grande sube a su pie. Emocionado, lo levanta fuera del agua para enseñarla.

De la higuera caen los higos sin que nadie los recoja. Invitados por nuestro hermano mayor, todos silenciamos la dejadez del huerto y de la casa…un silencio que hace crecer las dudas sobre el deterioro de su estado mental.

Tras el arroz de pollo compartimos la calidez de los recuerdos comunes. Decidimos ir al bosque donde hace veinticinco años esparcimos las cenizas de nuestro padre, cerca del   arroyo donde se celebraba la romería de las patronas del pueblo.

Llegamos al camino de entrada. Avanzamos despacio y en silencio entre pinos, encinas, fresnos…

En el remanso de agua, la luz de la tarde. La vegetación es abundante, aunque, todo ha cambiado. Mi hermano, quizás el que más podría guiarnos debido a la cercanía de su casa, camina a nuestro lado intentando disimular su olvido.

“Antaño, el mar llegaba hasta aquí,…

Este haiku de Hôsai no para de sonar en mi cabeza, una y otra vez…

Antaño, mi padre vivo. Antaño, segando el campo de alfalfa con dedales de cuero en la mano izquierda y la hoz en su derecha, pleno de fuerza y juventud.
Antaño, mi padre, empuñando aquella otra hoz pequeña que llamaba tranchete. Además de la uva, con el tranchete también cortaba la remolacha forrajera para los animales.

No hemos logrado encontrar el recodo del río que buscamos.

Una franja de cielo se abre entre el verdor de los chopos centenarios.

Volveremos….

Atardecer…
En la horqueta del cedro
setas rojizas

Ángeles Millán “Hikari”
Palamós (Girona)

Haibun 57

Haibun 57

El torreón

De camino hacia el torreón he dejado atrás la boca del arroyo. Un humedal donde este otoño el mucílago cubre la mayoría de las gramillas y otras plantas de la zona. Al subir la cuesta de la cerridera que nos lleva hasta la depresión del Guadarrama, hay que pasar por una extensión de más de veinte mil olivos.

Este paseo se ha convertido en una rutina, una forma de conectar con la naturaleza que me relaja y me llena de vitalidad.

Frente a mí la atalaya que ha dado nombre al Torreón. Me siento donde la mirada percibe los álamos y chopos que amarillean a lo largo del curso del rio. Recorro el  amplio horizonte que se pierde entre olivares, almendros y granados que los lugareños han plantado en los últimos años configurando un nuevo paisaje. Me quedo un rato disfrutando mientras el viento fresco acaricia mis mejillas. Desde el rio sube el canto de los pájaros.

El agua de lluvia discurre por la tierra formando un reguero arenoso bajo mis pies.

Hasta aquí llegan los aromas de la vaguada por donde fluye el río. Sigo esta vereda poblada de matorrales y árboles, algunos de hojas perenne.

Umbría del valle-
Colorean las bayas
 de los madroños

Encarna Ortiz Serrano
Recas (Toledo) – España

INTRODUCCIÓN Y ENTREGA DE ENERO: BANDOS

ALAS DEL HAIKU

 

INTRODUCCIÓN

 «Entre aleteo y aleteo en la vida, el hermano verderón y el hermano jilguero se preguntan cuándo los hombres aprenderán el lenguaje de los pájaros. En verdad te digo que si aprendes a oir el silencio y en el silencio tu voz interior, tus pensamientos se convertirán en suave canto, tus sentimientos en trino alegre, y tus pasos en la vida serán como vuelos al amanecer. Y cada amanecer como una nueva vida que comienzas.»

Abul Beka (Poeta rondeño del s. XIII)

Tras los efectos devastadores de la Dana aquí en Valencia, que nos han dejado un halo de tristeza e impotencia, agradezco al Rincón del Haiku permitirme comenzar esta andadura, y a mi hija Nuria por colaborar con sus dibujos. Releer bellos haikus barre muchos lodos.

Comienzo esta serie mirando al cielo. Amanece y un bando de estorninos está a punto de pasar frente al balcón de casa. Dejan los dormideros de la ciudad y se dirigen a los campos cuando el naranja apunta y la ciudad se despereza. Cientos de alas juntas ejerciendo su fuerza contra el aire. Ese murmullo a su paso (murmuraciones les llaman los ingleses), me acompañará todo el día. El cielo puede atronar pero también nos salva.

Tras el bando, el coro de tortolitas de las farolas y esas gaviotas hambrientas que vienen del mar con altos vuelos. De eso precisamente van estas palabras. De vuelos, trinos y plumajes; nidos, bandos y cortejos… De salir a la intemperie, alzar la vista y contemplar.

En el mundo hay aproximadamente 50.000 millones de aves de 11.000 especies diferentes. Unas seis por cada ser humano.  Aves rapaces de altos vuelos, aves corredoras incapaces de volar, zancudas, que se deslizan por el agua, de todos los colores, grandes, pequeñas, cantoras, viajeras… Van y vienen, habitan el cielo, conectan con las emociones humanas y su anhelo de libertad. En muchas culturas, mensajeras, criaturas sagradas. Símbolos y metáforas que aportan significado más allá de las palabras.

Silencio, libertad…

Las aves inundan los haikus.

Pájaros migrantes…
Los ojos de los refugiados
en el atardecer

Julia Guzmán

-.-

 BANDOS

(Enero)

Es tiempo de invernada. Bandadas de grullas, cormoranes, ansares, aguiluchos, zorzales, avefrías y otros más, llegan para pasar el invierno. Surcando  el cielo ofrecen un bello espectáculo. Elevar la mirada, ver cómo se armonizan con el viento, su condición volátil, volar con ellos…

Se oye una bandada,
resplandece la nieve
del camino viejo.

Sandra Pérez

 

Entrada la primavera partirán. Otros destinos les aguardan y nuevas bandadas llegan tras un agotador periplo que les hará a recorrer distancias que nos llevan al asombro. Sus vuelos se hacen uno con el firmamento como nube que el viento deshilacha y aleja, perdiéndose en la distancia.

hane fururu made
kari no koe
katamareri

Hasta entrechocarse alas,
los cantos de los gansos salvajes
se han fundido en uno

Yamaguchi Seishi

Sus trinos, graznidos, chillidos… son cantos del mundo que el haijin recoge gozoso, testigo de los cambios que anuncian su llegada. Las aves serán muchas veces el «kigo» en el haiku.

Puesta de sol-
el último reflejo
en la bandada

Luis Alberto Plaquin (Luezei)

De golpe se alzan
con la forma del fresno
los estorninos

Mercedes Pérez

Esa luz, ese reflejo, esa forma exacta, y el sonido/murmullo (no explícito en el haiku) que hacen dichas aves al elevarse.

koborete wa kaze hiroi-yuku chidori kana

De la bandada de los chorlitejos
uno va perdiendo fuerzas
y el viento lo recoge

Chiyo-Ni

Watari-dori miru miru ware no chiisaku nari

Un ave migratoria cruza el cielo…
Poco a poco como tú
me voy haciendo pequeño

Ueda Gosengoku

El haijin y el ave se hacen uno. La pequeñez del pájaro, también la suya.

Haikus de compasión, haikus de lo sagrado, y otros, con las aves como centro; haikus tradicionales, haikus modernos, plumas de escritura que aletean sobre el papel.

Bruma en el valle-
la bandada de pájaros
se parte en dos.

María Dech (Annur)

Solas, en pareja o en grupo, casi una de cada cinco aves migra, algunas apenas tocan tierra y solo el 50% completa su viaje. La pérdida de hábitat, los plaguicidas, la contaminación lumínica, la falta de insectos, la caza y un largo etc…son algunos de los problemas que encuentran en el camino. Necesario intensificar acciones que permitan su protección y la de los hábitats para su supervivencia. Para, como dice el poeta y naturalista Joaquín Araujo:

«No restarle al aire un solo alado más», pues «allí donde todavía puedes escucharlos, ten por seguro que queda algo con lo que volver a empezar».

a media luz
la bandada de patos
se ahila entre la lluvia

Mercedes Pérez

 

 

 

 

 

Pasos por México. Enero 2025

Pasos por México

Roxana Dávila Peña
mushi

Es la primera mañana del primer día del año y también hoy se puso el mercado sobre ruedas. Me detengo allí con el bullicio, las voces y los pasos de las marchantas en un puesto y otro. Las reconozco exclamando: “pruébele, pruébele… pruebe las uvas, los frutos secos”, “todavía hay tejocotes, lleve pa’l ponche”. Más adelante está el que hunde el cuchillo en los aguacates para que veas lo buenos que están y el que desgaja las mandarinas. Hay canastos llenos de frijol y de maíz. El mole, los chiles, los chapulines, la miel, los quesos, el pan dulce y las Roscas de Reyes, todo al alcance de la mano.  Hacia la izquierda los canarios en jaulas y el olor a sudor del que carga las cajas con romero y albahaca. El reflejo del rosa del toldo sobre los listones de colores de las que van con trenzas. Los mandiles bordados a mano y las servilletas. La viuda que regatea. La que se compadece: amamantando. Una niña se oculta en la enagua de su madre mazahua. Recuerdo ese haiku de Issa: Gorriones/ jugando a las escondidas/ entre flores de té. Allá va también la que no sabe bien qué es lo que busca con la piel toda reseca y el niño perdido en el puesto de velas y ruda.  Hacia otro lado, la de los aretes de perla que lleva lo que no necesita.

Ya para irme, el polvo en los zapatos y las huellas que el perro deja.

Flores de Nochebuena.
El suéter de invierno
que nunca usó.