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Botas
Muchas veces, hay cosas que nos llaman la atención sin saber por qué. Esas cosas, muchas veces no tienen importancia, son viejas, son usadas o en otra situación cualquiera no te habrías fijado en ellas.
Eso me pasó una vez y, posiblemente, a todos nos ha pasado.
Estaba atardeciendo y salí con la bicicleta por un sendero de tierra. Iba solo. No había ningún ciclista más ni ningún caminante. El campo estaba segado porque era verano y el sol le daba el color especial que tienen los atardeceres en los pueblos.
De repente, sin saber por qué me fijé en unas botas. Unas botas viejas. Paré la bicicleta y me quedé observándolas como si fueran una gran escultura, un gran cuadro o la misma luna llena.
Eran solo unas botas. Viejas, además. ¿De quién serían? ¿Las habría usado mucho? ¿Por qué las dejó ahí? ¿Por qué no esperó a tirarlas en su casa? Son tantas preguntas…Ninguna de ellas las he respondido, pero vuelven a surgir cada vez que releo este haiku:
atardecer –
unas botas viejas
al borde del camino
Romero
La primavera viene cuando comenzamos a escuchar el trino continuo de los pájaros y empezamos a ver el campo florido y hermoso, como dice una canción.
Pero, para mí, el inicio de la primavera tiene mucho que ver con los olores. La primavera es la estación que más huele. Ese olor de las flores recién salidas, de hierbas desconocidas, de hierbas aromáticas…
Estas hierbas, las aromáticas, llenan de olor el monte, pero también los jardines de las ciudades. Y mis dedos. Desde pequeño, tengo el impulso de coger una rama de romero y pasarle los dedos…y olerlos…En mis dedos, durante algún tiempo está impregnado el olor del romero…
bancos vacíos –
el olor del romero
sigue en mis manos
MURMULLO
Haibun infantil 2
(En la Sierra de Segura, Jaén)
Hay sitios a los que querría ir más a menudo. Puedes escuchar los pájaros, puedes ver las nubes, puedes sentir el viento, puedes oler las flores, puedes escuchar el murmullo del río, puedes escuchar una cascada lejana, puedes sentir la hierba fresca bajo tus pies. ¡Tantas cosas que casi no se pueden hacer en la ciudad!
Esos sitios son los pueblos y las aldeas, algunos y algunas casi abandonados. Sitios donde no vive mucha gente. Sitios donde, a veces, solo vive una persona, o dos, o tres…o casi nadie. Gente que se resiste a irse del sitio en el que han vivido toda la vida porque allí lo tienen todo…o casi todo.
En algunos de estos pueblos y aldeas, hasta hace muy poco tiempo, no había ni luz ni agua. Antes, la luz y el agua eran las de la Naturaleza: la luz del sol (y la de la luna cuando estaba llena) y el agua de la lluvia, de la nieve derretida, del río…Ese río que, cuando llueve, recoge el agua y ese campo que, cuando llueve, recupera los olores perdidos en la ciudad.
huele a romero…
el murmullo del río
es más cercano
La Luna (haibun infantil 1)
Introducción
“La luna y otros haibun” es (era) un librito, como su nombre indica, de haibun, pero de haibun para niños que llevaba guardado en los cajones virtuales de internet durante un tiempo. Estuvo a punto de publicarse, pero por problemas económicos…poderoso caballero es don dinero, nunca llegó a ver la luz.
Soy maestro de profesión y siempre he intentado llevar el haiku, como forma poética creativa y activa al aula. Es por ello que me decidí a hacer un librito de haibun infantil. Algunos de estos haibun, no todos, los leyeron mis alumnos.
Cuando se me propuso una serie anual, pensé en esta colección de haibun infantiles ocultos en internet y en mi memoria y creí que la oportunidad que me daba “El Rincón del Haiku” era inmejorable para publicarlo y hacerlo visible.
Gracias.
LA LUNA
Haibun infantil 1
La luna. Unas veces redonda; algunas veces, oculta y otras veces creciendo o decreciendo…De todas las formas y maneras y a todas las personas nos llama la atención… Nos despierta un “¡oh!”, nos quedamos mirándola asombrados.
Pero, sin duda, la luna que más “¡oh!” nos despierta es precisamente aquella que cabe en la exclamación. La luna llena. Tan redonda, tan luminosa, tan bella.
No hay nadie que no se asombre ante su grandeza. ¿Quién no ha visto la luna llena, grande y redonda, y no ha dicho: “¡mira!”?
La luna no nos deja de asombrar y la vemos desde niños. Esa luz en medio de la noche, en medio de la oscuridad. Esa luz que se reparte igual por toda la Tierra. La podemos ver en la ciudad, en el pueblo, en la aldea…pero donde mejor se ve, sin duda, es en el campo abierto…donde ningún edificio ni ningún rascacielos la puede ocultar…
En las ciudades se oculta en algunas calles…La ocultamos, pero la encontramos…porque la luna está ahí, aunque el hombre, quizá sin pensarlo, quizá sin saberlo, casi la hace desaparecer en algunas zonas de la ciudad.
entre dos calles
que nadie recorre,
la luna llena
Doce
El ábrego ya se cansó de jugar con las hojas… La lluvia anuncia lo que está por venir. A lo lejos pueden verse en las montañas las primeras nieves… Hace frío… un frío que no se si ha llegado de lejos o siempre ha estado dentro de mí…
Atrás quedó la calidez del “viento de las castañas”, ahora sopla un viento nuevo, del noroeste… siempre enérgico, siempre lleno de incertidumbre. Trae nubes densas, voraces, que se tragan, presurosas, cualquier indicio de luz… Llega el invierno y con él miles de pequeños pájaros que dejaron atrás cientos de kilómetros. Petirrojos, mosquiteros, lavanderas enlutadas… no sé si los empuja el frío… no sé si el frío llega prendido en sus diminutas alas… no sé…
Camino junto al río. Una bandada de azulones nada entre los jirones de la bruma que flota sobre la superficie del agua. Todo late a un ritmo lento… el paisaje se atisba semidormido en un sueño teñido en blanco y negro… La vida, agazapada en el silencio, aguarda la llegada de otros vientos… Respiro, profundo… se disipa en el aire el vaho que sale de mi boca… por un instante la bandada de azulones parece nadar entre los jirones que deja mi aliento.
La niebla tiene mucho de misterio, todo lo que está al alcance de la mano es diáfano, sin embargo, al mirar más allá nada es fácil de discernir; bastan unos pocos pasos para que aquello que asomaba distorsionado se vuelva nítido y aquello que teníamos como certeza se torne incertidumbre…
Camino, paso a paso… El invierno será largo, quizás muy largo… mas siempre volverán a soplar nuevos vientos de primavera…
Nada parece lo mismo…
En la casa derruida
ha crecido un árbol
Dedicado a “Tíni”
Asturias, donde la tierra siempre es verde.
Suigen
人の世は此山陰も湯哉
hito no yo wa kono yama kage mo waka yu kana
mundo terrenal…
incluso en la sombra de la montaña
el agua tibia de Año Nuevo
Issa Kobayashi
Termina el segundo día del año. Tomamos el último café del día hecho con el agua que recogimos del manantial de Shirakawa Suigen.
La pureza de esa agua que mana sin cesar a unos catorce grados centígrados es famosa en todo Japón. Los torii, los santuarios shintoistas, diseminados por el lugar así lo atestiguan. La pureza tan fundamental en el shintoismo, aquí se bebe, se respira, se vive.
La nieve cubre casi todo el paisaje, con su silencio, con su blancura entre el cielo y la tierra, aliento irreal, inmaculado. Las montañas lejanas apenas se perciben entre las nubes.
Sobre un banco junto al manantial cascabeles de varios tamaños muestran signos evidentes de haber estado bajo el agua. ¿Quién los sacaría de allí? ¿Quién los echaría? ¿Por qué? Quizá alguna ofrenda… Quizá solo un acto tan natural y sencillo como la nieve que cae. Sin más. Sin quién, sin por qué. Cubriendo poco a poco, mansamente, los campos y las sendas, el mundo entero. Salvo el agua.
Las piedrecillas y las algas del fondo son perfectamente identificables, una a una, a pesar de la profundidad. Es un agua que parece no estar. Y sin embargo…
Aquí, ya de vuelta en Kumamoto, en casa, sabe a nada el agua del manantial. La nieve, el aire casi blanco, la quietud de las montañas está en ella. Sin estar.
Pienso en el río Shirakawa atravesando la ciudad a esta hora de la noche, en silencio. Arrastrando en él la pureza del agua que nace del corazón tibio de la tierra.
Noche temprana
En la noche temprana, poco después de ingresar en mi calle, los vi frente a una de las casas. Me causaron asombro y alegría. Junto a unos vehículos había dos caballos, en un suelo empedrado donde posiblemente no había yerba.
Más adelante, en la zona verde de la residencia frente a la mía, había otro grupo de caballos. Estacioné la camioneta en la que viajaba y en vez de entrar a mi casa me paré en la orilla de la calle a observarlos. En la penumbra no distinguía cuántos eran. Tranquilamente pacían.
Hacía esfuerzos por contarlos cuando a mi izquierda, contra el pavimento, sonaron unos cascos y pasaron frente a mí los dos primeros ejemplares que había visto. Sin dudas uno de estos era el líder del grupo, pues los otros en un acto diría reflejo le siguieron.
Ahora si los vi con claridad pues me pasaron muy cerca. Eran cinco alazanes adultos y un potro claro y hacían sonar la noche mientras animados se alejaban hacia los confines de la calle.
Hacia la noche
transitan los caballos.
Luna creciente.
Sugidama
神前の草にこぼして新酒哉
shinzen no kusa ni koboshite shinshu kana
en la hierba del santuario…
derramando sake
de la última cosecha
Issa Kobayashi
Es el mismo color verde luminoso, el agua de la pila de piedra y el té que nos ha servido la amable señora del templo.
Siempre me ha sorprendido esto de que algunos templos budistas sean regentados por señores que tienen su mujer, sus hijos y su vida tan corriente. Algunos templos, como en este caso, se hacen cargo incluso de una guardería. Cosas…
Me sorprendí a mí mismo tocando la campana del templo. Casi no podía mover el enorme tronco que hace de percutor. El sonido se expandió por todo el valle… sereno, claro, hasta hacerse nada…
…pensando en mariposas dormitando sobre campanas de bronce…
La señora apareció como de la nada. Risueña nos invitó a acompañarla en el porche del templo tomando un té verde. Hablando de todo, de nada. Junto al agua verde y luminosa.
Nishimikawachi es apenas una aldea de casa tradicionales, materiales locales y tejados estilizados, dispersa en un valle.
Campos de arroz que aguardan en invierno como muertos, secos. Las hojas rojas de los momiji, de los serbales, vidrian el cielo de la mañana. Y las jorôgumo, literalmente “araña cortesana” por la viveza de sus colores, parecen suspendidas del aire.
Algunos aldeanos, qué mayores, trajinan en los huertos o hacen labores manuales junto a sus casas. Hay un silencio antiguo y silvestre aquí.
Sin viento, sin ruido, las hojas de los árboles caen sobre los arrozales secos.Algo más adelante, una chica joven vestida con un kimono tradicional se hace fotos. La casa antigua enmarca perfectamente una estampa de serena belleza que bien podría haber pintado Utamaro. A contraluz.
Es una casa que puede visitarse. Madera sobre madera. Vigas trabadas que aguantan el tiempo, el cielo. Con esos tejados que parecen de paja pero en realidad son como de ramitas, ¿de ciprés? ¿de cedro? prensadas y casi compactadas para construir una cubierta sólida.
Afuera, un último caqui aún aguanta en una de las ramas del árbol.
Bordeamos valles y atravesamos ríos de agua cristalina. Descendemos hacia la costa. Hizen-Hama es famosa por sus fábricas de sake. Las hay una detrás de otra a lo largo de su calle principal. Y más las había a juzgar por las antiguas factorías que se deshacen en silencio casi junto al mar.
Amablemente me muestran una de ellas por dentro. Y probar el sake, claro. Depende del agua dicen, de su calidad, para que el buen sake adquiera todo su sabor y presencia.
En algunas de las destilerías veo la tradicional sugidama, esa bola hecha con hojas de cedro (sugi) entrelazadas que se cuelga en la entrada y que indica que el sake nuevo está listo para su comercialización.
Es curioso pensar en que a la par que el sake madura en la oscuridad de la barrica, afuera esa bola de cedro se marchita, cambiando también, adquiriendo poco a poco su color marrón definitivo. La nueva cosecha está lista. El agua, la tierra, el cielo… ya se puede beber.
Al mirar hacia atrás en el sendero que termina en el mar… ¿En qué momento me quedé solo?
En el viaje de vuelta suena en el coche las variaciones Goldberg de J.S. Bach. Una melancolía verde, casi luminosa, de derrama suavemente en mi corazón mientras atravesamos los arrozales y saltamos de valle en valle al borde mismo de la noche. Cuando de nuevo nos acercamos a la costa puedo distinguir los postes de los cultivos de nori que fila tras fila se adentran en el mar.
Una luna llena enorme asoma en el horizonte de pronto. Parece una sugidama gigantesca que anunciara que algo ya está listo. Algo que cambia de color lentamente, y que ya, sin darnos cuenta, es otra cosa.
Once
Llueve… una lluvia mansa que parece hastiada de caer, cansada ya de hacerse oír una y otra vez. Llueve… y, sin embargo, allá donde miro todo brilla y el mundo parece por estrenar.
Camino, paso a paso. La lluvia resbala por mi cara… Flota en el aire, ajena a todo, una gaviota. La mar, brava, rompe contra los acantilados.
Desciendo por una de las escaleras que dan al arenal. En cada paso que doy una huella, una parte de mí… con cada gota de lluvia un vestigio, un trozo de cielo sobre la arena. La playa está desierta. Una ola muere a mis pies… la mar devora los recónditos silencios que brotan de una ligera bruma. Abandono la playa y retomo el paseo marítimo… por un instante, al igual que la gaviota, me siento ajeno a todo… puede que la mar también quiera devorar mis silencios.
Mientras camino observo un grupo numeroso de vuelvepiedras; apenas se les distingue entre las rocas, su quietud contrasta con todo el dinamismo que les rodea… sigue la lluvia, sigue el viento y el rugido de la mar, siguen las nubes su deriva… solo se detiene el mundo bajo el plumaje de estos minúsculos pájaros… Atrapado en su sosiego, también me detengo… por un momento soy mundo… por un momento soy eterno.
Atrás dejo el paseo marítimo… Mis pasos por las calles se vuelven agua. La ciudad alza su voz, áspera y enconada. Camino, entre coches, entre gente, camino por otro mundo… un mundo que nunca para. Se hace tarde, la ciudad se ilumina. La lluvia se acrecienta.
Bajo la tormenta
enmudece la ciudad…
un hombre camina descalzo
Ya en casa… aún perdura el recuerdo de la lluvia sobre mi cara.
Asturias, donde la tierra siempre es verde.