Siete

Todo viaje tiene algo de vagabundeo, de búsqueda interior, de despedida… aunque, quizás, viajar no es más que una excusa para renovar todo aquello que ya creemos desgastado…

En la estación de tren un efervescente trajín aviva la mañana. El calor se hace notar… el sol parece haber puesto en fuga hasta las mismísimas sombras. Contemplo las vías… en ellas siempre cabe la esperanza de que exista algo más allá.

A la indicación de un pitido, sin los titubeos de las viejas locomotoras, se pone en marcha el tren… busca el destino que marcan las solitarias vías. Lentamente la ciudad cambia su pelaje. Las residencias, alineadas milimétricamente, dan paso a los nuevos polígonos industriales… enmascarados con fachadas espejadas absorben todo lo que les rodea. Avanza el tren, a mi izquierda puede verse la vieja siderurgia amodorrada bajo un eterno manto rojizo, al otro lado, por tramos, se vislumbra una carretera paralela a las vías. Un camión cargado de carbón se dirige hacia la central termoeléctrica -una hacedora de luz que ennegrece el agua de la ría-. Con un pequeño traqueteo el tren se sacude los últimos restos de la ciudad.

Se angosta la ruta… el roce del convoy con la maleza se hace sentir dentro del vagón… Un poco más allá un maizal agranda el espacio… bajo un cielo sin nubes posan dos cuervos sobre una rama seca.

Lentamente el paisaje se detiene… el tren abre sus puertas… se cuelan en el vagón aires de fiesta… El pequeño pueblo costero, Candás, está concurrido… tenderetes, terrazas, banderines de colores colgando entre las fachadas… y gente, mucha gente que se desenvuelve entre los olores de la sidra y las sardinas a la plancha…

Tras la comida, busco las afueras para darme un descanso… las casas blancas destacan sobre una mar azul…

Huele a eucalipto…

en el bosque

hay una fuente que gotea

 

Asturias, donde la tierra siempre es verde.

Seis

Delineado por el viento… mudo… quizás sabedor de que simplemente con su presencia queda articulado todo vocablo. Ancestral… sagrado y mundano… custodio de todo y de nada… sobre su alcorque se yergue el árbol.

Salgo de casa, apenas necesito treinta o cuarenta pasos para encontrarme con los primeros árboles… si te paras a contemplarlos se diría que cantan… mas sólo es el algarabío de unos gorriones que encuentran refugio entre sus ramas. Como llevado por la brisa, prosigo con el paseo… la ciudad también parece hablar… mas sólo es el algarabío de una multitud que busca refugio en unas calles abarrotadas.

Hileras de ciruelos rojos, de aligustres, de plátanos de sombra agitados al son que determina el viento del nordeste, tamarindos, magnolios, tilos, abedules, encinas y un largo etc. que hacen de ellos infinitos ríos vegetales sobre cauces de asfalto.

Un paso… otro… y otro… un deambular por las aceras de la ciudad que casi siempre termina por llevarme a un parque… allí, donde más árboles hay, donde más puedo admirarlos, donde más siento su alma… un alma de otro mundo que se aferra a la tierra como si fuese humana. El tiempo se diluye entre el hipnótico agitar de millares de hojas. Me siento atrapado en un vaivén en el que no puedo dejar de preguntarme si los árboles, sin su ceguera, podrían vivir en la ciudad… y así, sin saber, soy como el ave que halla amparo entre esos indescifrables seres leñosos.

Desciendo por una escalinata de piedra que me acerca a lo más hondo del parque… El vacío, unido a uno de los bancos de madera que flanquean los peldaños de piedra, acapara mi atención…

 

Los años han tronchado

al viejo ciruelo…

sigue su vuelo el mirlo

 

Asturias, donde la tierra siempre es verde.

Antonio Martínez Rubio

 

 

 

 

 

Unas palabras del autor

Mi nombre es Antonio, pero soy conocido como «antoka» en el mundo del haiku, fruto de una casualidad y un juego de palabras entre «antonio» y el gran «Santôka», al que, como otros muchos haijines, «venero». Soy maestro en Villlarrobledo, un pueblo de Albacete. Soy miembro de la AGHA desde su fundación. He publicado tres libros de teatro infantil en la editorial CCS y ahora se publicará en otoño mi cuarto libro. En el haiku fui miembro del consejo de redacción de HELA, he participado en antologías de haiku y resulté ganador «ex aequo» del V Concurso Internacional de Haiku de la Facultad de Derecho. El haiku me ha hecho conocer sensaciones y personas que quedarán marcadas para siempre en mi memoria particular.  Y en ello estamos…

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Se pone el sol.

Una fila de hormigas

cruza el camino.

 *

 Solo una vela

ilumina la ermita.

Atardecer.

 *

 

Sol de la tarde.

Al borde del camino,

unas botas viejas.

 

*

 

huele a romero…

el murmullo del río

es más cercano

 

*

 

calla el cuervo –

el sonido de la lluvia

en las hojas

  

*

 

Mirando al pueblo

seca el sudor de su frente.

Azada en tierra.

 

 *

 

noche sin luna…

el olor de la paja

tras la tormenta

  

*

 

antes de la lluvia…

la cigüeña blanca

se pierde en la niebla

  

*

 

grazna un cuervo…

la brisa mueve

unas flores de malva

  

*

  

silencio…

la lluvia de anoche

en las hierbas del camino

  

*

  

qué blanco el cielo

de este amanecer…

llovizna invernal

  

*

 

cielo nublado –

en la tumba sin nombre

se extiende el musgo

  

*

 

Atardece…

Aún quedan dondiegos

por abrirse

  

*

 

Niebla otoñal…

El vuelo de un cuervo

sobre el viñedo

  

*

 

amanecer…

la voz del melonero

rompe el silencio