Amanecer sin nubes.
En el viandero, cantando
un gorrión
Casi sin respirar.
¡Y al fin se han posado en los gajos
las libélulas!
Amanecer sin nubes.
En el viandero, cantando
un gorrión
Casi sin respirar.
¡Y al fin se han posado en los gajos
las libélulas!
A Carlos, con agradecimiento
Ser siempre estudiante es algo que encaja bien con este lugar. Ser muy bueno en aprender nos hace maestros, ah, pequeña gran verdad escondida en todas las cosas.
Entonces, recuerdo que hubo un maestro zen que buscaba aprender hasta de un niño.
Algo he encontrado en el espíritu de esta tierra que me hace reflexionar. Hay muchas maneras de aprender, pero sólo se profundiza poniendo el corazón. Y con todo, nuestro aprendizaje es sólo un modesto paso en un camino.
(Pensado tras una conversación con alguien de México).
Preámbulo
Hace varias semanas mi amigo Carlos Viveros y un grupo de estudiantes latinoamericanos pasamos en nuestras bicicletas por un campo repleto de flores amarillas muy fragantes llamadas en Japón na no hana 菜の花 (literalmente: flor de verdura). Ese día, le pregunté a Carlos si sabía cómo se llama esta flor en español y me dijo que se trataba de una planta pariente de la canola. Durante los días de marzo y abril he visto a las na no hana cuando doy un paseo por el campo, tanto en los campos cultivados como en los terrenos baldíos y junto a los arroyos. Mi vecindario, llamado Hanabatake 花畑 (campo de flores) comparte el paisaje agrícola con el semi-urbano y, pese al estado de emergencia por la epidemia que también azota a Japón, todavía es posible caminar por los campos. Mi pregunta a Carlos estaba en parte motivada por el interés en cómo traducir al español, o castellano, esta flor que aparece en varios poemas antiguos y modernos. Aquella pregunta se convirtió en el comienzo de una ruta de exploración por las relaciones entre la poesía y el medio ambiente, y de una herramienta poética y ecológica que se resguarda el mundo del haiku: el saijiki y kiyose.
Na no hana 菜の花 (la “flor de verdura”) cultivada frente a un jardín de niños en Japón. Marzo de 2020, Tsukuba.
Poco tiempo después de aquella anécdota, y de una conversación con Carlos sobre la posibilidad de crear palabras estacionales (llamadas kigo) del medio ambiente de México, vi que Cristina Rascón y el equipo de Haiku y Kigo publicaron un Diccionario kiyose japonés y Diccionario kiyose mexicano en la página http://haikukigo.com. En esta página web se puede consultar en línea y de manera libre dos tipos de diccionarios en español: el Diccionario kiyose japónés, de palabras estacionales japonesas, y el Diccionario kiyose mexicano, que es una propuesta de kiyose de palabras estacionales de México. [1] A continuación, intentaré explicar qué es un kiyose japonés.
De manera general, un kiyose (季寄せ) es un diccionario sintético de palabras estacionales llamadas kigo 季語 que se utilizan en el haiku tradicional. El kiyose es la versión abreviada de un compendio más extenso llamado saijiki (歳時記). Las palabras estacionales, o “los kigos” (como yo les digo a veces) son palabras que se refieren a la flora, fauna, fenómenos astronómicos, asuntos de la vida cotidiana (como las comidas y bebidas) y las celebraciones. Algunos ejemplos de esas palabras son la flor de cerezo (sakura), el faisán (kiji), y el melón oriental (uri), que tanto gustaba al poeta Bashō. Algunos kigos pueden ser muy generales, como decir pino para evocar al invierno o melón para el verano, sin embargo, la mayoría tienden a ser un poco más específicos, por ejemplo, el pájaro anteojitos blanco o mejiro (en vez de un pájaro cualquiera). Algunos otros son realmente especializados, por ejemplo, oborozuki, para decir “la luna que asoma entre nubarrones en primavera”. Es a partir de lo específico que comienza lo delicado y sensible, pero gratificante, de la traducción.
En cuanto a los saijiki y kiyose, estos nacieron como listas, glosarios, recopilaciones o colecciones de palabras, y podemos decir que tampoco son diccionarios en un sentido ilustrado o enciclopédico, sino que pertenecen a su propia evolución dentro de la extensa construcción de la cultura-naturaleza japonesa a lo largo de siglos de poesía y artes[2]. El primer saijiki japonés se llamó Manantiales de la montaña (Yama no i) y se publicó en 1647 en el periodo Edo.[3] Actualmente, los saijiki y kiyose se encuentran muy difundidos, con numerosas versiones e impresiones, y son herramientas de consulta para las personas interesadas en la poesía y las artes tradicionales japonesas.
Volvamos a nuestras “flores de verdura” trasplantadas al español, pues he llegado a un punto en el que quiero introducir las siguientes preguntas: por qué es poética y ecológicamente interesante un kiyose mexicano y, qué beneficio ecológico podrían traer los kiyose y saijiki mexicanos. Ambas son preguntas ecopoéticas, y asumen de antemano que la poesía, o el mundo de lo poético, es como una caja de herramientas con impacto medio ambiental. De paso, adelanto que, plantea un reto a poetas, escritores y artistas, pero también a biólogos, ecólogos, ecologistas, educadores, niños, gestores de jardines botánicos y proyectos de divulgación, sobre la manera en cómo conocemos nuestro hogar, nuestro vecindario, o si se prefiere a la naturaleza.
Al prestar atención al Diccionario kiyose mexicano noto que se trata de una propuesta que asume la importancia de la diversidad de lenguas, grupos y culturas, y que además experimenta con las posibilidades, de aquello que se dice académicamente en inglés cross-pollination, es decir, la polinización cruzada entre culturas. Y no sólo eso, pues también estos géneros japoneses plantean una visión post-literaria, para armonizar y complementar, ciencia y poesía en la construcción de una conciencia ecológica sensible, en la que sea tan importante el nombre científico de la “flor de la verdura”, como los usos y costumbres, y las palabras del corazón que nos habla sobre ella.
Dos tipos de flores. El kiyose japonés y el mexicano.
De acuerdo con la página de Haiku y Kigo, este Diccionario kiyose japonés es fruto del trabajo de traducción que hizo la escritora y traductora Cristina Rascón de 500 palabras estacionales, recopiladas por Kenkichi Yamamoto (en su famoso Kiyose de 1986) al que “añade palabras de origen mexicano presentes en el saijiki original japonés, así como palabras no estacionales, sumando en total 547 palabras”. El segundo, el Diccionario kiyose mexicano comprende, inicialmente, 334 palabras seleccionadas por Cristina “quien trasladó la lógica de la estacionalidad de palabras nacionales de Japón a la cultura mexicana”. Una característica de este kiyose mexicano es que “Nace de trasladar la lógica de la estacionalidad de las palabras del diccionario original japonés a la flora, fauna, vida cotidiana y celebraciones de México, tomando en cuenta no sólo palabras en español, sino también términos cuyo origen proviene de lenguas originarias como el náhuatl, el maya, entre otras.” Como precisa su autora, por tratarse de la versión abreviada “no encontrarás explicaciones de historia de la literatura, haikus como ejemplo o imágenes, pero sí encontrarás la clasificación de a qué estación y subestación pertenece la palabra en cuestión, así como la clasificación de a qué categoría pertenece.”[4] (Rascón 2020)
Si fuese sólo una traducción del Kiyose de Yamamoto ya sería bastante loable, sin embargo, quiero destacar que la propuesta ha ido más allá de la mera traducción literal de un kiyose japonés. Hay una intención, en ambos proyectos, de concebir, germinar, y hacer nacer una sensibilidad mexicana, que pone este proyecto en la vanguardia de lo que es pensar sobre traducir. El pensamiento en estos diccionarios no es el de presentar algo exótico al orbe literario hispánico, sino adaptar cierta lógica, con el cuidado de aquello que se transplanta, a un ambiente nuevo. Este ambiente es el suelo del español que es más como un lugar de encuentro de varias lenguas, entre ellas las muchas lenguas indígenas. Su visión es clara, no sólo hay que reconocer la raíz indígena que está grabada en el origen mismo de nuestras palabras, sino convocar el aporte necesario que tienen los poetas en lenguas indígenas en el camino del haiku en México y, yo diría, en el camino de la ecopoética en todo el continente.[5]
A continuación, exploremos la parte técnica. ¿De qué tipo de herramienta hablamos? Comenzaré por buscar la famosa na no hana “flor de verdura” en el Diccionario kiyose japonés. Cito textualmente la entrada:
Flor de colza, flor de nabo o flor de mostaza.
Estación: primavera (春)
Categoría: plantas(植物)
Flor de colza, flor de nabo o flor de mostaza. Na no hana, 菜の花, なのはな. Lit. Flor de vegetal (flor de Brassica).
Observemos esta entrada en particular, es como la que podríamos encontrar en un diccionario botánico, o en el glosario de un libro sobre la biodiversidad de un ecosistema. Los tres nombres: flor de colza, flor de nabo y flor de mostaza, nos sugieren que na no hana es un nombre común y genérico para estas especies. La mención del nombre científico nos ayuda a precisar que se trata de especies que forman parte del árbol genealógico, o comunidad tribal, de Brassica, la cual incluye a especies silvestres, domésticas, y cimarronas. En Brassica encontramos especies comestibles como nabos y verduras de hoja, especies que se consideran malezas, y otras (como la canola o colza) que se aprovechan para obtener aceite comestible. En un saijiki japonés a esta entrada se le añade, por ejemplo:
菜の花の中に小川のうねりかな
Na no hana no naka ni ogawa no uneri kana
En medio de flores
de colza, las ondas
del arroyo
Natsume Sōseki
Se puede pensar en la lista anterior, para pensar en lo que podría decirse, por ejemplo, de un manzano en la sensibilidad de un inglés, del tanti rao para un shipibo, o del nopal para quien creció en Santa Rosa, Querétaro. Es una tarea lenta, pero que fructifica. En Japón hay algunos saijiki con 5000 palabras y su lista crece y se actualiza, con plantas que no había hace quinientos, o apenas cien años (varias de ellas americanas, como el chayote que en japonés se conoce como melón de hayato, ハヤトウリ), animales y fenómenos climáticos nuevos. Algunas cosas también se van borrando mientras las nuevas llegan, pues se trata de la herramienta viva de un proyecto cultural vivo[7]. El loable trabajo de la traductora ha sido abrirnos la puerta a ese mundo de raíz honda que no desdeña la ciencia, sino que la incorpora. El mundo de una herramienta poética, y yo diría también de una herramienta ecológica.
Finalmente, cuando observamos un saijiki o kiyose moderno, estamos frente a un proyecto híbrido, que nace en el lugar de encuentro de la poesía, la observación científica, y la memoria. Na no hana es la flor que refiere a muchas especies y variedades de Brassica, y también es la flor de los poemas y canciones de distintas personas que han observado las flores amarillas llegar con la primavera. La parte poética añade algo único, y es la cualidad de una relación que no es nunca la misma, pues allí donde alguien se percata que florecieron las junto un arroyo, tres siglos más tarde alguien dice que florecieron en un vertedero clandestino, o junto a la cerca de un laboratorio de partículas elementales. Aquí hay un asunto ecológicamente importante: los poemas traen a nosotros un conocimiento que se ha guardado en el corazón humano de otro ser con vida y que da cuenta de la calidad de su relación con éste. En el saijiki, el conocimiento botánico, geográfico, histórico, que es un conocimiento ecológicamente importante, se amplía gracias al conocimiento poético que incluye, sentimientos, costumbres, usos culinarios, medicinales, sensaciones, recuerdos, sueños y chistes. Todo ello se actualiza siempre en los ojos de quien lee y convierte esta herramienta en algo valioso para el aprendizaje del mundo que llamamos hogar. Se trata de una herramienta que quizá supera en rango y profundidad de las relaciones entre ser humano-naturaleza a la que podría encontrarse en una enciclopedia. Si la enciclopedia es un proyecto humano del conocimiento, el saijiki, y su versión abreviada, el kiyose, son otra alternativa.
Colofón.
Este artículo es también un llamado a los jardines botánicos, a las páginas de divulgación, periódicos y otros proyectos similares para voltear a ver a la ecopoética. Proyectos como el kiyose, guardan similitudes con los glosarios ecopoéticos, y recopilaciones poéticas en antologías, recuentos, memorias, cancioneros, diarios, etc. En estos días en los que gran parte de los seres humanos hemos tenido que tomar refugio y resguardar nuestras actividades a un circuito limitado o moderado, se vuelve importante el tema de la calidad de nuestro hogar, un tema que es también por los aspectos cualitativos en nuestras relaciones con las plantas y animales, el clima, las comidas y bebidas, y las celebraciones. Ante la situación de desastre y crisis actual, los poetas y escritores, que al igual que los científicos son vulnerables y mortales, se preguntan qué hacer y cómo hacer. Cómo enderezar este rumbo torcido, que se ha torcido al atentar, desdeñar u olvidar contra nuestro bienestar y habitación en el mundo. Hogar es el entorno donde se come, se trabaja, se cría y donde descansan nuestros sueños y donde se nutren nuestras relaciones superficiales y profundas. ¿Qué tan bien queremos comprender el lugar donde hacemos hogar? Si podemos percibir a los seres frágiles que se marchitan como las flores de estación, el alegre canto de los gorriones, a los seres que perdurarán más allá de nuestro paso como el sabino o ahuehuete; o si aprendemos a respetar a los seres que migran como las mariposas monarcas, entonces sí empezaremos a comprender de manera íntima lo que debemos cuidar.
En adelante quiero hacer mi contribución a este proyecto, recolectando haikus, y kigos, que pudieran conectarse de alguna manera con el kiyose o saijiki mexicano, japonés, o indoamericano. Por ello, lector, mis próximas contribuciones estarán orientadas a esta tarea.
Primera recopilación, de la meseta de Anáhuac
Acahual
ESTACIÓN: VERANO (finales) y OTOÑO (principios)
CATEGORÍA: Flor
Acahual. Del náhuatl acahualli: «tierra baldía». Alfombra de oro silvestre, planta herbácea de flores amarillas con usos medicinales. Florece en grandes cantidades en los llanos y tierras baldías en agosto y septiembre.[8] Con este nombre se designa a varias especies de flores amarillas y anaranjadas de la familia Asteraceae, entre ellas:
Simsia amplexicaulis, Heterotheca inuloides, Tithonia tubiformis, Melampodium divaricatum.
Varias de estas especies están consideradas como malezas y hierbas para forraje. Algunas también como plantas medicinales para el tratamiento de heridas, por sus propiedades desinfectantes y cicatrizantes (árnica mexicana), y otras más tienen propiedades para curar padecimientos de la bilis y la bronquitis. También sus flores son importantes para la producción de miel. En México se comercializa una rica miel de abeja de alta calidad llamada “miel de acahual” que es cremosa como la mantequilla.
¿Na no hana?
—flor de canola—
(pero me acuerdo
del acahual)
Sol VerdeEl acahual creciendo con los nopales en la tierra de mi cuñado. Santa Rosa, Querétaro. Septiembre, 2018.
Bibliografía
Melchy Ramos, Yaxkin. 2019. Meditaciones Del Pedregal. Visiones Ecopoéticas. México: Astrolabio.
Miura, Satomi. 2015. “Representaciones de Los Alimentos En La Poesía de La Época Premoderna de Japón: El Kigo de Matsuo Bashō.” Estudios de Asia y África 50 (3): 759–778.
Rascón, Cristina. 2020. “Haiku y kigo | Diccionario en español.” Haiky y Kigo. 2020. En línea. Disponible en http://haikukigo.com/.
Kigosai Saijiki『きごさい歳時』En línea. Disponible en: http://kigosai.sub.jp/
Fotografías
Yaxkin Melchy Ramos Yupari
-.-
[1] En la página de Haiku Kigo se dice que dicho proyecto se trata de un homenaje al haikuísta, poeta y filósofo mexicano Arturo González Cossío (Ciudad de México, 1930-2016). También participa Diana Lucinda González de Cossío.
[2] Esta evolución parte con la adaptación de la tradición de las cuatro estaciones en la poesía y artes chinas a las tierras japonesas alrededor del siglo VIII. La influencia de la cultura-naturaleza China en la poesía y artes japonesas se ha mantenido de manera variable, pero constante por siglos.
[3] Para conocer más sobre la evolución de las palabras estacionales y estos compendios recomiendo un interesante artículo: “Representaciones de los alimentos en la poesía de la época premoderna de Japón: el kigo de Matsuo Bashō” (Miura 2015). Disponible en línea en:
http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S2448-654X2015000300759 .
[4] En este punto invito al lector a explorar la herramienta. La cuál tiene una interfaz amigable y fácil de usar e incluye una buena sección de preguntas y respuestas orientadas a las personas con interés por los haikus, la cultura japonesa y la traducción.
[5] A muchos mexicanos se nos plantea el reto de cómo empezar a construir la ecología poética y la poética ecológica sobre lo que ha sido colonizado, saqueado, violentado, y cuando no, muchas veces negado y discriminado por nosotros mismos. Lo que planteo es que la idea de naturaleza como hogar poético en México debe ser una tarea abierta a la polinización cruzada y a un nuevo (moderno, pero alternativo) enraizamiento de nuestras raíces, ya sea en urbes como Atizapán de Zaragoza, biorregiones como el Itsmo de Tehuantepec o el territorio de diversas naciones.
[6] Para construir esta lista me he basado en un saijiki en línea japonés llamado Kigosai: http://kigosai.sub.jp
[7] Pienso que sería posible rastrear fenómenos como el calentamiento global en una tradición como el haiku. Pasando por un pueblo a los pies de Monte Hokkyō hay una estela que tiene grabado un haiku escrito hace aproximadamente cien años. En este haiku se habla de la nevada que había cubierto de blanco dicha montaña. Sin embargo, este año 2020, no hubo paisajes blancos cubiertos de nieve en esa región.
[8] (Parte que tomé de mi glosario en Meditaciones del Pedregal). (Melchy Ramos 2019)
Quizás uno de nuestros grandes logros sea aprender de las nubes. “Ahora estoy aquí”. ¿Qué más podríamos atrevernos a sentenciar con firmeza?
Nubes que salen
de ninguna parte
nubes de otoño[1]
¿Acaso tenemos alguna idea sobre nuestro origen, alguna aseveración irrefutable sobre nuestro deambular por esta tierra? ¿Qué firmeza podría haber en ello? Volubles, cambiantes y hechos de innumerables formas sorprendentes e inauditas. Somos como el viajero, consciente de que desconocerá su verdadero rumbo mientras viva:
Está lloviznando
No hay quien lea
la señal del camino[2]
Hoy, aquí. No hay nada más: nuestra vida son tres versos. El resto, una ilusión. Nuestro viento no dejará de soplar, de empujar, de llevar, de transformar: ¿acaso no somos ya nubes? No podremos aferrarnos a ninguna cumbre, a ninguna copa, a ningún valle ni a ningún ser. Viento, viento, viento… Entonces, ¿a qué le llamamos “yo”? ¿Dónde está nuestra firmeza?
Los antiguos ya vieron nuestra realidad: Anatman. No hay un “yo” sólido, fijo e inmutable que nace y muere; hay un sólo Ser, Absoluto y Único, que podemos vivenciar y del que siempre hemos sido parte y jamás dejaremos de serlo, porque esta energía que nos alimenta es la Energía que alimenta al Universo, al Todo, a Atman, a Buda…
Durante todo el día
sólo me encontré
con demonios y budas[3]
Mientras lo hacemos, avanzamos tan insustanciales, tan cambiantes y tan polimórficos como un mundo de nubes. Contemplemos aquí y ahora esa parte del fluir que nos está siendo dada, con toda su belleza y sacralidad, con toda la energía que anima al universo y que se despliega en cada movimiento y en cada cambio. Una miríada de mezcolanzas, esencialmente conectadas, sin ninguna individualidad aislada, sin principio ni fin. Así pues: ¿qué firmeza puede haber en mí más que en la de una nube?
Estoy calado por el agua
que esa nube ha dejado caer[4]
Agua en la nube. Agua en el hombre. El tránsito de la nube. El tránsito del hombre. El cambio en la nube. El cambio en el hombre…
Y, por fin, ¡el don de aprender de una nube!
También la nube que flota
en el cielo de otoño
se acaba quedando a solas[5].
Para el beneficio y la felicidad de todos mis amigos de
“El Rincón del Haiku”.
Viento.
[1] SANTÔKA, Taneda, en “Las nubes”, en El monje desnudo. 100 haikus, Miraguano Ediciones. Libro de los Malos Tiempos, edición y traducción de Vicente Haya, Akiko Yamada y José Manuel Martín Portales, p. 121.
[2] SANTÔKA, Taneda, en “La lluvia”, ibídem, p. 79.
[3] SANTÔKA, Taneda, en “El Buda”, ibídem, p. 67.
[4] SANTÔKA, Taneda, en “Lluvia”, en Saborear el agua. Cien haikus de un monje zen, Poesía Hiperión, traducción de Vicente Haya y Hiroko Tsuji, p. 63.
[5] SANTÔKA, Taneda, en “Contemplación”, ibídem, p. 87.
Si en anteriores entregas intenté delimitar precariamente mi intuición de lo que es la conciencia (la pregunta) confrontándola, aunque de manera sucinta, con la racionalidad como generadora de respuestas desde la lógica interna de lo fáctico, similar procedimiento propongo ahora para dar a entender el significado que para mí tiene la palabra radical de la auténtica experiencia poética del haijín, no sin antes entrever el lenguaje como gran formalización de la racionalidad. A este último aspecto concreto dedicaré la presente entrega.
Desde el punto de vista que mantengo en estas colaboraciones, ya he referido con anterioridad la evidencia de que es la propia estructura biológica de los seres vivos la que está diseñada para permanecer y desarrollarse. A esa estrategia interna de la supervivencia he llamado sin más, quizá impropiamente, racionalidad, a modo de capacidad innata mediante la que los organismos adecúan sus órganos a la resolución de las diferentes necesidades que se le plantean en relación con su medio. Este modus operandi puramente biológico se va refinando a lo largo de la evolución y alcanza en los homínidos una capacidad de desarrollo impensable si tenemos en cuenta al resto de la fauna viviente. Hace seis millones de años los individuos de una especie de los primates hominoideos, presionados por las condiciones climáticas, bajan de los árboles y se hacen bípedos terrestres. Hace dos millones y medio de años, estos homínidos se diversifican, y aparece en África el género Homo (erguido, bípedo, con destreza manual y un cerebro más grande). La industria material que desarrollan y el grado de complejidad social que van asumiendo ya será imparable. Y aún los antropólogos hablan de un evidente salto cualitativo en esta proyección: la que tiene lugar hace unos doscientos mil años con el ser humano anatómicamente moderno, que evolucionó de homo sapiens más primitivos: la subespecie homo sapiens sapiens a la que pertenecemos.
Lo que parece haber sucedido es que determinados órganos de esta especie (en principio dedicados a la pura supervivencia en equilibrio ecológico) comienzan a ofrecer (en la medida en que se interrelacionan entre sí gracias al desarrollo de la red neuronal) otras funciones (el lenguaje, por ejemplo) que van a propiciar una extraordinaria complejidad cerebral, que a su vez va a permitir una interacción social sin precedentes cuya consecuencia más significativa, a mi modo de ver, va a ser el crecimiento exponencial de la población, que ya no se va a ver limitada por su nicho ecológico, en tanto cree que puede manipularlo a su conveniencia. Al fenómeno que propicia este desarrollo desvinculado del hábitat podríamos llamarlo ‘racionalidad extendida’, una racionalidad ya no sujeta a los procesos de la estricta supervivencia biológica en un entorno ecológico determinado, y por tanto que ya no buscará la supervivencia de la especie como tal sino la supervivencia de los grupos que hayan alcanzado un estatus de poder en las diferentes poblaciones, principalmente de aquellos que controlan los beneficios de la manipulación del hábitat. Esa racionalidad extendida, germen de los procesos civilizatorios del Neolítico, orienta la definitiva desvinculación del equilibrio con la tierra y establece enemistad con las poblaciones de la misma especie que le disputan los recursos limitados del planeta, iniciando un camino de conquista fratricida cuyo fin no es otro que la extinción del hermano débil o el colapso. Que la racionalidad biológica se desvincule del hábitat de su propia supervivencia, en eso que he denominado racionalidad extendida, es la suicida contradicción en la que ha entrado el homo sapiens sapiens en su última etapa, conocida como ‘historia’. Y el suicidio como especie aparece precedido, como podemos comprobar, por la muerte (muerte física o invisibilidad social) de los individuos y comunidades de la especie que han sido desheredados.
La tesis que mantengo en esta entrega es que solo gracias al lenguaje el homo sapiens sapiens ha podido encaminarse al depredador aniquilamiento de los recursos de la tierra y dirigirse hacia el suicidio de la especie. Porque el lenguaje le ha proporcionado la posibilidad de habitar en otra parte, de habitar en el relato. El relato va a proporcionar a la racionalidad la ilusión de que puede subsistir por sí misma al margen de la tierra, el relato va a proporcionarle el horizonte cerrado donde perpetuarse como racionalidad extendida, a costa, como digo, de haberle tapado los ojos ante la evidencia. Dicho de otra forma, el relato es la configuración cultural de lo que en entregas anteriores hemos llamado la ‘respuesta’, el modo en el que el hombre vive y se desarrolla en la respuesta que se ha dado a sí mismo. Y el relato, también, va a propiciar que los desheredados asimilen y terminen aceptando su papel de víctimas en esa especie de macro-lógica de la historia creada por el relato de la racionalidad extendida.
El origen del leguaje es uno de los asuntos más controvertidos y apasionantes de la investigación actual, no solo antropológica. Para la biología, los cambios anatómicos que lo propiciarán no está claro si aparecen de manera gradual, por selección natural, o como consecuencia de una exaptación. La neurología nos da a conocer que la corteza cerebral, donde tienen lugar los procesos cognitivos y lingüísticos, presenta en los homínidos un desarrollo mayor que en los demás primates. Su inmadurez neurológica en el momento del nacimiento es muy acusada, y por eso el sistema nervioso se va configurando con una plasticidad mayor a medida que va entrando la información sensorial procedente del mundo exterior. La psicología cognitiva, por su parte, nos dice que poseemos una extraordinaria capacidad de procesar información porque hemos desarrollado un sistema neurológico capaz de recibirla, procesarla, almacenarla y recuperarla. Y el lenguaje va a ser el medio por el cual aprendemos todos los conceptos abstractos que después van a condicionar absolutamente nuestro pensamiento. Belinchón y Vygotsky (citados en Rivera 2009) reconocían que el niño, al ir asimilando las abstracciones que aprende por medio del lenguaje que escucha de la sociedad en la que vive, dentro de su periodo crítico de maduración neurológica, organiza su sistema nervioso en función de las cualidades que tales abstracciones le ofrecen. Lo que quiere decir que el lenguaje es un instrumento regulador de la conducta y del desarrollo cognitivo de los seres humanos, porque el lenguaje que usamos no forma parte de la herencia biológica (lo que se hereda es un conjunto de características anatómicas y fisiológicas que facilitan su adquisición y uso), sino que forma parte de la herencia cultural; es algo aprendido, algo que puede enseñarse.
Parece ser que las potencialidades neurológicas del homo sapiens sapiens comienzan a posibilitar una especie de bucle de la identidad. Muchos especialistas consideran que el lenguaje regula la conducta, como antes vimos, y que, después, de la propia conducta surge una especie de propiedad emergente que se llama conciencia reflexiva y que tiene que ver con la unificación funcional de todas las capacidades cognitivas. Edelman y Tononi (2000) dicen que la suma funcional de esas capacidades daría lugar a las propiedades de la autoconciencia humana. La sociología, por su parte, nos asegura que todo lo anterior solo pudo realizarse en sociedades intercomunicadas y estables, que pudieran asegurar la continuidad cultural; por tanto, solo a partir de finales del Paleolítico Medio y Superior.
Aunque parece lógico que el lenguaje hunda sus raíces en la incipiente comunicación de los primeros grupos para favorecer su propia supervivencia (como por otra parte hacen la mayoría de las especies, dependiendo de su anatomía y con sus códigos específicos), no cabe duda de que el desarrollo posterior de esta capacidad va a convertirla en la característica principal del homo sapiens sapiens. Podríamos decir que el homo sapiens ha creado el lenguaje y que el lenguaje ha creado al homo sapiens sapiens. Ese plus de ‘sabiduría’ no nos pertenece, más bien nosotros le pertenecemos. (Un ejemplo actual: nosotros creemos que estamos dirigiendo el progreso, pero es el progreso el que nos está diciendo por dónde tenemos que ir, lo que se puede y no se puede hacer. Los que hoy hablan de decrecimiento, sin ir más lejos, son tachados de herejes o ingenuos).
Dice Lledó (1996), con franco optimismo, que la vanguardia del pensamiento actual apunta hacia un reencuentro con la naturaleza, después de los grandes relatos míticos y religiosos que nos han precedido. Pero podríamos preguntarnos si el ‘pensamiento’ puede realizar ese reencuentro. Yo creo más bien que el pensamiento solo puede revisar el pensamiento, solo puede reencontrarse consigo mismo. Morris (1962), al que precisamente cita Lledó, es mucho más crudo y directo: “Desde la cuna hasta la tumba, desde que se levanta hasta que se acuesta, el individuo de hoy se halla rodeado por una interminable red de signos mediante los cuales procuran los demás adelantar sus propios objetivos. Se le indica lo que ha de creer, lo que debe aprobar o desaprobar, lo que debe hacer o evitar”. ¿Qué está ocurriendo, entonces?
La tesis que mantengo es que si bien el pensamiento pudo nacer como 1)- reflejo de la realidad en el cerebro humano, creado por el lenguaje, 2)- la actividad práctica y 3)- el conocimiento que nos proporcionaban los sentidos, estas dos últimas experiencias han sido completamente absorbidas por el lenguaje. A través de un proceso de simbolización y abstracción, el lenguaje se ha apropiado de la naturaleza y de la voluntad, las ha traído a su terreno, las ha configurado a su modo. Naturaleza y acción están ocurriendo dentro del lenguaje, que es el instrumento con el que la racionalidad extendida ha asumido el control y la interpretación de toda experiencia humana. Si el pasado (enraizado en la naturaleza) y el futuro (fruto creativo de la acción) están subsumidos en el lenguaje, entonces es que el hombre contemporáneo es un rey enrocado a la espera de la última jugada. Aunque su relato le asegure un futuro airoso: hasta ahora el progreso, hoy la vida virtual, mañana mismo la vida artificial…
La construcción de los primeros relatos formalmente constituidos como memoria de las respuestas sobre el origen y la identidad de los primeros pueblos se produjo mucho antes de que los griegos comenzasen a formular los conceptos de la racionalidad que siguen enraizando nuestra cultura occidental. Precisamente lo que hacen los primeros ‘filósofos’ es desvelar la racionalidad que subyace en las creencias mitológicas, aunque desprecien su parafernalia onírica y su poder de encantamiento emocional. Las imágenes, los sucesos y las actitudes de los personajes legendarios van a convertirse en conceptos, de la misma manera que se convirtieron en imágenes, sucesos y actitudes las recónditas emociones con las que se contemplaba el amanecer, se temía la tormenta o se proyectaba la caza. El salto hacia el lenguaje conceptual ha permitido, sobre todo, comprimir la información y centralizar la interpretación de las diferentes señales que nos llegan del exterior y que en algún momento pretérito debieron sumirnos en un auténtico éxtasis emocional, cuando todavía la tierra era una fuente inagotable de misterios. La inteligencia artificial, como es lógico, tampoco será ningún hecho extraordinario, sino la constatación de que la racionalidad extendida amplía su imperio aprovechando los recursos del momento, como siempre ha hecho.
El que habita el relato cree que está viviendo en una superestructura a la medida de sus necesidades. Pero en realidad, esa superestructura es la que ha creado al habitante. Y el habitante del relato ya solo puede pensar y sentir como habitante. En muchos aspectos, los robots que comienzan a actuar en nuestro mundo son solo una extensión lógica del comportamiento del habitante.
Me parece fundamental tomar conciencia de que somos habitantes del relato, actores de un guión impuesto por la racionalidad extendida, porque esto es lo verdaderamente difícil, ya que no tenemos perspectiva para mirarnos desde fuera. El relato ha sido blindado. No existe un ‘fuera’ del relato. La racionalidad, que emergió como el ‘logos’ interno de lo fáctico, se ha extendido hacia la construcción de esta superestructura fáctica que es el relato, que ahora actúa como nueva ‘naturaleza’ donde se desenvuelve el hombre. La tesis que yo mantengo es que esta evidencia quedaría completamente cerrada en su lógica interna (el cerebro humano no estaría sino constatando la facticidad biológica en un estadio cognitivo de racionalidad extendida) si no fuese porque ha surgido la conciencia como pregunta. A mi modo de ver, no existe, en efecto, un ‘fuera’ del relato, pero no existe porque ha de ser creado, ha de ser inaugurado con una experiencia de ‘salida’.
Llamo experiencia poética (asumir la pregunta como pregunta) a esa experiencia de ‘salida’. Y tal experiencia ha de comportar, según lo que hemos visto hasta ahora, dos dimensiones: por una parte, la salida del relato de la racionalidad extendida, y, por otra parte, el reconocimiento de que lo existente se encuentra en un proceso de salida de lo fáctico. Esta es la ‘posibilidad’ a la que abre la experiencia poética.
En la próxima entrega intentaré, en la medida de mis posibilidades, entrever la radicalidad poética de la palabra del haiku, que para mí tiene que ver con la salida del relato (por parte del haijín) y con la salida de la facticidad (por parte de la naturaleza).
梅ちりてさびしく成しやなぎ哉
ume chirite sabishiku narishi yanagi kana
Las flores del ciruelo caen;
el sauce
aún más solo.
Entre el ciruelo y el sauce existe una relación asociativa profunda, de hermandad. Ambos comparten, por ejemplo, unas flores de color blanco. La sensibilidad de Buson observa este vínculo entre el hermano mayor, que pierde sus flores, y el hermano pequeño refugiado en su creciente soledad. En ese microcosmos o representación del universo que es la naturaleza, según el taoísmo, los árboles se necesitan, se acompañan: no se trata de una personificación sino de una muestra compasiva por parte del poeta, a quien le duele, le aflige la caída de las flores, de las hojas, de los pétalos de un ser vivo, (elemento de lo sagrado que conforma la realidad en que transita el haijin).
Cada pétalo caído es un avance hacia la vejez de sus ramas y, en definitiva, del propio árbol. En este caso, la relación entre ambos seres y el contrate complementario entre la vida y la muerte, la lozanía y la caducidad, permanece en la mirada del poeta, quien nos dice en otro haiku (recogido por Blyth, Spring, p. 317):
散るたびに老行く梅の梢かな
chiru tabi ni oi-yuku ume no kozue kana
Con cada pétalo caído
las ramas del ciruelo
envejecen.
Sabishii queda abreviado en sabi. El aware puede incluir dos términos estéticos que han arraigado en la sociedad japonesa: es el wabi-sabi o belleza triste de las cosas. Este concepto se encuentra al mismo nivel que el orden racional y el canon de belleza del mundo griego de Occidente. Son palabras de difícil traducción: wabi sugiere el sentido austero, sobrio, de la belleza; sabi implica soledad, abandono, realidad cambiante, asimetría. Refieren a lo efímero de la vida, a lo imperfecto, humilde, simple y modesto, con cierta carga melancólica. En este haiku está muy presente la fugacidad de la vida, el paso del tiempo que acecha la primavera para derruir la flor. Sin embargo, el haijin no introduce sus sentimientos u opinión acerca de lo ocurrido. El cerezo japonés, sakura, es una muestra de la existencia transitoria de todos los seres, también nosotros. En Occidente podemos asimilarlo al tempus fugit latino y al «todo fluye, nada permanece» de Heráclito. Wabi-sabi es, en definitiva, la toma de conciencia y aceptación sobre lo efímero de la existencia y la fragilidad de las cosas.
En Occidente, el paisaje es una estructura fija, detenida: una imagen o icono. Sin embargo, en esta cultura oriental la palabra connota aspecto del viento, es decir, algo que fluye o se derrama, imperfecto y asimétrico, en continua transformación. Según cierto proverbio japonés: «al dibujar una rama también es necesario escuchar el soplo del viento». Mientras nosotros valoramos lo monumental, canónico, racional, simétrico, antiguo y duradero, el japonés afirma la belleza en un vaso roto o en una reciente flor marchita. Ambos son wabi-sabi: estructuras asimétricas en continuo cambio.
Bashō nos lo muestra:
落ざまに水こぼしけり花椿
ochizama ni mizu koboshi keri hana tsubaki
La flor de la camelia
ha caído
derramando su agua.
Y la réplica de Buson:
椿落ちて昨日の雨をこぼしけり
tsubaki ochite kinoo no ame o koboshi keri
La camelia cae
tras la lluvia de ayer,
derramando su agua.
HAIBUN 03
Viaje en el recuerdo I
Podéis leer Viaje en el recuerdo II, el haibun 3,
también de Mayra en la revista
de Octubre de 2021, clicando aquí.
Con las primeras luces del amanecer veraniego arribamos a la estación de Santa Clara. Va a partir el tren, esta vez me pertenece el lado de la ventana ¡Mi hermano tan pillo! Con dos besos y un abrazo me compra el asiento. A mi padre se le ha ocurrido llevar a Piruleta la gallina pescuecipelada, he escuchado que en los trenes está prohibido llevar animales. Dice que va a estar bien.
Ya en marcha comienza el juego: veo veo, ¿qué ves? Una cosa, ¿de qué color? Blanca y negra, ya la tengo es una vaca, luego las nubes blancas, una ceiba, un aura tiñosa… después de andar unos kilómetros el tren da marcha atrás: “¿Vamos a volver?” “No, dice mi madre solo cambiamos de locomotora”. No entiendo, pero me tranquiliza que no volvemos. La ferromoza se acerca ponchando los boletos, sus ojos azules pintados de negro forman un raro contraste. Observa por unos instantes los bultos y continúa su trabajo.
Entre equipajes
en la caja con huecos
la gallina
Nos detenemos, hay un cartel de madera que dice Agabama, el nombre de uno de los pueblos por donde pasamos, mi hermano duerme recostado en mi regazo, los vendedores ambulantes se acercan, Padre se baja, pasan los minutos, no sube, me inquieto, el silbato del tren anuncia la partida…Ya viene sonriente con helados y bocaditos. Continuamos viaje. Todos duermen, sigo un rato más observando el paisaje: campos de cañas peinados por el viento, arados con bueyes y detrás las garzas blancas, rebaños de chivos que pastan en los potreros donde la hierba reverdece, el inmenso cielo despejado con bandadas de pájaros que se alejan. El aire tibio del mediodía me golpea el rostro…. Despierto ¡Hemos llegado!
Calles de piedra
Huele a marisco fresco
y aguardiente
Mayra Rosa Soris
(Cuba)
-.-
HAIBUN 04
Quinta semana…
Apenas 70 m2 donde pisar y un trozo de cielo atrapado entre tejados.
Ya empieza a estar lejos lo que tan cerca estuvo… El invierno estancado en los charcos se vuelve asfalto polvoriento.
Asomado a la ventana contemplo la calle… no hay horizonte… solo una ciudad perezosa que muestra su desnudez.
Sopla un viento del este, fresco, enérgico… un viento que se lleva las nubes, allá, al lugar donde las nubes van a morir… En el cielo, renovado, un grupo de gaviotas gira… gira cada vez más alto… y el tiempo pasa y pasa cada vez más lento… un tiempo herrumbroso que por momentos parece dudar.
El pájaro enjaulado de un vecino inicia su canto ancestral… su afán no oculta la languidez que siempre borbotea en la voz de aquel que está encerrado… Y sin más el pájaro calla… y el silencio, en la calle, se quiebra con el sonido de unos pasos… pasos cortos, rápidos… pasos que borbotean al igual que el canto del pájaro enjaulado.
Reverdecen las plantas de la jardinera. Media docena de petunias rojas tiemblan con el roce del viento. En un rincón, la tierra húmeda fue escarbada por alguna paloma… Y canta de nuevo el pájaro del vecino… y en mis recuerdos se vuelven diminutas figuras aquellos que junto a mí caminaron.
Llegan nubes nuevas… gente diferente… un viento distinto… Tras una ventana un gato mira las nubes, mira a la gente… me observa, primero alertado, luego muestra su cautela… termina por girar la cabeza en señal de indiferencia… solo soy un verso suelto escrito en el margen de un folio garabateado…
Se comban
las ramas del jazmín…
Una mosca frota sus patas
Asturias, donde la tierra siempre es verde.
Alfredo Benjamín Ramírez Sancho
(España)
CONSTRUIR
Tan ignorante
de la muerte que llega.
Ze, ze, ze, ze, ze.
Otro:
En soledad
Una vida se esfuma.
El cielo azul.
DECONSTRUIR
Estos dos haikus nos hablan de la muerte. Rehuir este tema es hacer el juego a la innaturalidad de no tenerla presente en nuestros pensamientos. ¿Podemos vivir sin tener presente a la vida? La vida es parte de la muerte, tanto como la muerte es parte de la vida. Somos invitados en este mundo y los invitados, tarde o temprano, se van. Quedan el aire, la tierra, el agua, elementos que, forzoso es reconocerlo, parecen estar mejor sin nuestra actividad y presencia. Nada pues más natural que tener presente en nuestros poemas a la muerte, a nuestra partida, a nuestra salida de la jaula, al comienzo del vuelo hacia la nada.
El primer poema recrea uno famoso de Bashō sobre una cigarra que dice:
Yagate shinu
Keshiki wa miyezu
Semi no koe
De su pronta muerte
Sin señales mostrar,
Voz de cigarra.
A mi entender, todo el peso de este maravilloso haiku está en el tercer verso: el canto de este insecto que, en Japón, nos evoca el calor sofocante del verano.
En una vuelta de tuerca, yo he pretendido reproducir torpemente, por falta de consonantes apropiadas en español, el sonido de la cigarra: un “ye, ye, ye, ye, ye”, pero pronunciando esta “ye” algo así como con una palatal fricativa, parecido al inglés “je” aunque alargando del fricación, como con un prolongado roce. En suma, el canto de la cigarra. Este poema siempre me ha llamado la atención porque, en contra de la opinión de la tesis moralista de algunos que afirman la lección sobre la fugacidad de la vida que nos puede dar Bashō con estos versos, creo que la cigarra se ríe de nuestra preocupación por la muerte o por las cosas que no han llegado.
Compongamos haikus, con la inconsciencia con que canta la cigarra, sobre la vida o sobre la muerte porque lo único importante es el AQUÍ y el AHORA, es decir, el espíritu del haiku.
En cuanto al segundo poema que hoy presento a la atención de los amigos de El Rincón del Haiku, incide sobre la misma sensación: la indiferencia del azul del cielo (antes era el canto de la cigarra) ante el insignificante drama de la desaparición de una vida. Al fin y al cabo, como he comentado antes, ¿no va estar más limpio y más azul el cielo cuando nos hayamos ido?
La foto que adjunto, con la ramita de cerezo en flor en primer plano, lo dice mejor.
Ni el azul del cielo ni la cigarra tienen temor a la muerte. Son intrépidos, como intrépido es el haijin cuando con la flecha de su arte perfora el Inconsciente, es decir, la vida interior de las cosas.
“Japón ha siso capaz de impregnarse de rasgos
de otras culturas y civilizaciones; pero conservando
su propia idiosincrasia”
Watanabe
“El haiku es el placer de una escritura que nos
libera de la incontinente carga ideológica occidental
pesada y cautivadora. El sujeto, la terrible y pétrea
individualización culpabilizadora de occidente, se
disuelve, se difumina, desaparece”.
Adolfo García Ortega
En los artículos precedentes habíamos presentado la literatura y en concreto, el haiku como ejemplo de conexión de contenidos, valores y referencias culturales (etnológicas, históricas, sociolingüísticas, folklóricas…) prioritariamente desde Japón a Occidente; pero también podríamos hablar de una bidireccionalidad de influencias.
Lo cierto es que oriente y occidente han vivido y viven, conociéndose y observándose mutuamente, al mismo tiempo que defienden sus fronteras de identidad.
Con el inicio en Japón de la revolución cultural del último tercio del S. XIX, que culminó en la Restauración Meiji (“gobierno de las luces o gobierno ilustrado”) de 1868 en la cual, la Corte Imperial se trasladó a Tokio; se propició una nueva cultura finisecular, permitiendo la recepción de la literatura y las ideas provenientes de Occidente y su sincretismo con el pensamiento japonés.
En este momento, fue cuando se produjo el fenómeno denominado “bummei kaika” (civilización e ilustración), siendo tal vez el movimiento intelectual que más contribuyó a la recepción del pensamiento y la cultura Occidental en Japón.
Este cambio tan relevante en su historia, determinó la labor de algunos pensadores muy influyentes en el proceso de modernización y apertura al exterior como fueron Yukich Fukuzawa, Inazo Nitobe, Natsume Söseki…, entre otros, los cuales se interesaron por la literatura, la ciencia y las lenguas occidentales, generando un puente de conexión entre Japón y Occidente. Culturas que, a pesar de ser muy diferentes, poseen puntos en común, los cuales han quedado reflejados en la mutua influencia literaria, amén de otras áreas del saber.
Las fronteras culturales, por lo tanto, se amplían y en algunos casos, absorben límites que tradicionalmente habían sido considerados infranqueables y la cultura Occidental, junto con sus manifestaciones artísticas y literarias, evolucionan marcando relaciones de paralelismo, complementariedad y contraste.
Así comenzó Japón su periodo de occidentalización con avances y estancamientos en los que tradición y modernidad se fusionaron; pero retornando a su vez a poetas y conceptos clásicos, arraigados a su tradición como sería Bashō y su obra.
Watanabe, destaca que Japón ha sido capaz de impregnarse de rasgos de otras culturas y civilizaciones; pero conservando su propia idiosincrasia. Por lo tanto, matizamos que ha logrado asimilar lo mejor de Occidente a su propia cultura. Siendo significativa la marcada influencia de la poesía y la novela realista como modelos literarios occidentales; a la vista de lo expuesto se puede concluir que Japón durante este periodo se da a conocer al resto del mundo y, al mismo tiempo, entra en contacto con el resto de países extranjeros. Desde este proceso de transculturización, se logra construir, a través del haiku y de su estrofa una identidad que refleja los valores autóctonos, articulados con los provenientes del exterior; pero sin dejar de visualizar la necesidad de conciliar de forma recíproca el bagaje de ambas culturas que desde un espacio de encuentro logran el ensamblaje necesario para alcanzar una voz unánime en las diferentes manifestaciones artísticas.
En estos momentos, están en la brecha de la vanguardia del haiku, haijines de la talla de:
-El haiku es literatura
-El haiku debe ingresar en la realidad.
-Los maestros del viejo estilo del haiku, deben ser reemplazados si se quiere que el haiku sobreviva.
Lo dicho hasta aquí, nos ha servido de punto de partida e introducción para señalar la sincronía temporal entre la llegada del haiku a Occidente y la apertura de Oriente a Europa y al mundo exterior.
BIBLIOGRAFÍA:
La palabra “panorama” ya es bastante expresiva de una totalidad, ya que significa –a partir del griego- “ver(lo) todo”. El ojo humano es muy abarcador, y focaliza enseguida una imagen dada, ya sea cercana o lejana. Puede verse, pues, un amplio paisaje en conjunto, aunque nos resulta imposible mirar simultáneamente al cielo y al suelo. Sería lo que podemos llamar “doble panorama”. Y este haiku de Joosoo (léase “Yoosoo”) (1665-1604) –contemporáneo de Bashoo y uno de sus discípulos inmediatos- así nos hace ver lo aparentemente imposible:
hototogisu / naku ya kosui no / sasa nigori
Canta un cuclillo.
Por el lago va un cielo
con finas nubes.
Para hacer posible lo imposible se requiere: el canto de un pájaro, que alerte nuestra sensibilidad; y un reflejo del cielo a ras del suelo, en las aguas de un lago o charco. Tal es la escena que nos brinda Joosoo en su haiku. Pasamos a aclarar las palabras:
“hototogisu”: cuco o cuclillo.
“naku”: verbo en presente que expresa el canto o grito de un animal. En este caso, un canto.
“ya”: “kireji” o palabra de cesura. Equivale a una pausa.
“kosui”: sustantivo, que es un compuesto de lectura china: “ko” ´lago”, y “sui” “agua”. El conjunto significa a su vez “lago”“.
“no”: posposición equivalente a nuestra preposición “de”.
“sasa”: “leve, ligero”; actúa aquí como adverbio, antepuesto al verbo que sigue.
“nigori”: verbo “nigoru” “nublarse”, aquí en una forma de infinitivo sustantivado, y matizado por el adverbio precedente, significando “leve nublado”. El verbo “nigoru” presta cierto dinamismo al contexto. De hecho, en español, la palabra “nublado” puede considerarse nombre, adjetivo, o participio del verbo “nublarse”.
Estamos ante un poema sobre todo visual, aunque también interviene el sentido auditivo, en el canto del cuclillo. En el aspecto visual, existe un doble plano: el reflejo a nivel del suelo, y la realidad del cielo en lo alto. La métrica del poema es perfecta.
Podemos incluso imaginar el suave murmullo de las olitas del lago, como haciendo fondo al canto del ave, y acaso prestando su tenue son a la imagen de la nubes.
Fernando Rodríguez-Izquierdo y Gavala.
Universidad de Sevilla.