Poetas en el camino: Shiki

En la confusa efervescencia de la recién iniciada era Meiji, Shiki Masaoka (1867-1902) aborda, con determinación y valentía, la renovación del tanka y del haiku: difícil equilibrio entre lo genuino y lo foráneo, lo tradicional y lo moderno; no sólo en las formas, sino también -y sobre todo- en el lenguaje y en los contenidos. Es él quien fija y renombra con la palabra “haiku” la poesía breve anterior, derivada del tanka, combinando las palabras “haikai” (del poema enlazado colectivo “haikai-no-renga”) y “hokku” (verso inicial de esa secuencia). Shiki reconoce el peso de esa poesía breve, que sigue muy viva en la cultura japonesa, pero advierte también el agotamiento de las formas tradicionales, con un claro dilema: o renovarse, o morir.

                A finales del siglo XIX, el tanka lleva siglos ahogado por una rigidez normativa que conduce a la rutina; de ahí que Shiki prefiera la frescura del Man’yoshû (siglo VIII) al canon refinado, pero un tanto rígido, del Kokinshû (antología imperial del siglo X). Más libre, pero aquejado igualmente por cierta esclerosis de convencionalismo, el haiku afronta el cambio con mayor libertad, anticipada ya por poetas tan originales como Issa. La vida de Shiki es tan breve como intensa. Nacido en la ciudad de Matsuyama, se queda huérfano a los cinco años. A los dieciséis comienza el estudio sistemático del haiku, culminándolo en la Universidad de Tokio. En 1892 comienza a trabajar en el periódico “Nihon”, donde publica, al año siguiente, su polémica “Conversación sobre el haiku”. Impetuoso y agnóstico, asume el liderazgo de la renovación y se atreve a criticar a Bashô, el maestro intocable; se alinea abiertamente con el ideal estético y objetivo de Buson, y reivindica, de paso, la genialidad de Taigi (“después de Buson, no hay ninguno igual a Taigi”).

                En 1895, recién llegado del frente de Manchuria -donde ha servido como corresponsal de guerra-, Shiki logra el reconocimiento de su “escuela Nihon” y, a través de la revista “Hototogisu”, va difundiendo los ideales de su  de grupo: a los que empiezan, les recomienda naturalidad, discernimiento en la lectura de los clásicos y autocrítica positiva en su entusiasmo por la poesía; a los más avanzados, sentido de la perspectiva, refinamiento en la descripción de los objetos, naturales, intuición y precisión; y a los maestros, estudio profundo y crítico de todo tipo de haiku, estilo propio, material nuevo tomado directamente de la realidad, y apertura a los demás géneros y al arte en general. Abriendo la puerta al haiku libre, incluso irregular, aboga por un lenguaje simple, preciso, sin armónicos, sin estratos, sin juegos de palabras. Con tres reglas de oro: apunte de la Naturaleza, descripción objetiva y yuxtaposición. Todo ello resplandece austeramente en su propia poesía: la pureza del cuco para el oído estragado por los sermones; el frescor del mar a través de la linterna de piedra; la luz de la lámpara dándole a cada muñeca su propia sombra… Y dos homenajes: al autor anónimo de un poema maestro sobre la primavera en el Man’yoshû, y a su admirado Buson, al haiku de la mariposa dormida sobre la campana del templo -cuyo sueño transforma Shiki en el brillo de una luciérnaga-…

                Como editor de la revista “Hototogisu”, Shiki se ve obligado a seleccionar miles de haikus para su publicación mensual, y ahí aflora, de pronto, su pasión por la fruta favorita (“examinando / hasta trescientos haikus: / sólo dos caquis”). Mientras tanto, la tuberculosis que le venía minando desde mayo de 1889 se agrava a finales de 1895. Poemas y diarios íntimos van dando fe de su dolor. Confinado por la enfermedad, pregunta por el espesor de la nieve o se abandona a la añoranza luminosa de los cerezos en flor… El 19 de septiembre de 1902, Shiki Masaoka se despide de sus amigos y fallece, a los treinta y cinco años. Su adiós no puede ser más expresivo:

“recordadme

como al que amó los caquis

y la poesía”.

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