“Siempre hay flores para aquellos que desean verlas”
Henri Matisse
Tradicionalmente, el mes de mayo se asocia con el apogeo de la época vernal, cuando los días son más largos y el frío del invierno cede el paso a la templanza y a la calidez de la primavera. Ya lo afirma la paremiología: “marzo ventoso y abril lluvioso sacan a mayo florido y hermoso”. En esta entrada, admiraremos el mundo a través de haikus cuyos polos giren en torno a las flores, preámbulos y símbolos del nacimiento de la vida, y de cuya importancia primordial ya eran conocedoras las civilizaciones más pretéritas.
No hay nada mejor que disfrutar de esas flores y aspirar su aroma:
Mientras sonríe
corta del naranjo
un ramito de azahar
¿Somos nosotros los únicos a los que los textos que hablan sobre sonrisas nos arrancan una? No hay mayor prueba de la alegría de vivir que una sonrisa. En este haiku espectacular, el agente —haijin o no— es feliz mientras corta esas ramitas de azahar, cuyo delicado olor añade una nota más de pureza e inocencia a la imagen que este haiku nos evoca.
Cerro Siete Colores –
Iluminada
brota la flor de cactus
El cromatismo de este haiku es exquisito. Destaca en el primer verso del haiku, a modo de encuadre fotográfico, el cerro Siete Colores, cuya originalidad natural ya es suficiente como para admirarnos de su magia. Pero el milagro real acontece en el último verso: esa flor de cactus que, iluminada —no sabemos si por el sol o por la luna, pues deja la interpretación abierta al lector; para nosotros, la primera lectura nos evocó la noche, cuando algunos cactus florecen—, se va abriendo paso hasta que pasa al plano principal de la existencia. El cerro, imponente y masivo, deposita su grandeza y se empequeñece para servir a la flor, pequeña y delicada. El aware, la admiración por convivir el mundo, está ocurriendo continuamente ante nosotros.
La tarde en calma
Unas flores de adelfa
caen al mar
Este haiku destila tranquilidad por sus versos. Apenas corre una breve brisa frente al mar: la tarde está calmada y no hay viento ebullendo en movimiento. El mar que se nos muestra también está tranquilo; ni está bravo, ni hay temporal que lo revuelva. En esa estampa de quietud, unas flores de adelfa ―preciosas― caen al agua y flotan sobre esas olas, como si el mar fuese una cuna que meciese a las flores ofrendadas. Ese leve vaivén, que desencadena al haiku, podría contemplarse durante horas sin perder un ápice de espontaneidad.
No conseguimos reponernos de un haiku bello cuando viene otro que también demuele el corazón:
Arrullos
Los capullos del rosal
con pulgón
Sinceramente, magistral. Hay una mezcla de elementos, un no sé qué que deja balbuciendo al lector, cuyas conexiones racionales son horadadas por los arrullos, heridas por el pulgón y desgarradas por la compasión por el rosal. Esa última sensación es inmensa: ¿por qué debe sufrir el rosal por el pulgón que lo daña? ¿Por qué? ¿Por qué sentimos compasión por las cosas bonitas, y no tanta por las que no lo son, cuando todas ellas forman parte del mismo mundo por igual? ¿Nos hace todo lo anterior más humanos, o menos? Ante este ensañamiento del mundo con su propia belleza, y ante esa imprecación que nos deja sollozando en la racionalidad ―incapaz de comprender el mundo― al proponer la pregunta del porqué ―no podemos alterar el orden de las cosas―, los arrullos de los pájaros confortan al lector.
Casi la noche
el canto del cardenal rojo
entre las magnolias
Concluimos esta sección con otro gran haiku. El canto del cardenal es determinante, pues motiva la escena del haiku, pero su agente se intuye solamente: la luz del crepúsculo parece insuficiente incluso para dibujar la silueta del ave. El agente se esconde en una cama de magnolias, cuyo olor impregna a su cantor y a la escena percibida. Un contraste percibido entre el dulzor de la melodía y el de las flores; la oposición entre el color de las magnolias y de los colores térreos del ocaso, desdibujados por la penumbra que avanza inexorablemente en el tiempo. En definitiva, el haiku presenta unos elementos combinados y unos sentidos evocados difíciles de olvidar para el lector.
(Los autores de los haikus corresponden, en orden de aparición, a Idalberto Tamayo, Bibisan, Piluca C.P., jlcarcas y William Cue).