Sarusawa ike, tú seguirás aquí.
Roxana Dávila Peña
«mushi»
La mañana amaneció despejada.
Después de una larga caminata, sin prisa, entre la hojarasca, vuelvo al ryokan bordeando Sarusawa ike.
El viento, más frío que otras veces, acerca una hoja con otra y se detienen junto al estanque.
Como si se dirigieran al mismo lugar, dos se conocen.
Pocos rayos de sol pegan sobre mis trenzas. El calorcito me llena de dicha.
Repentinamente, en la quietud del agua descubro el último recuerdo del esplendor del otoño en Nara.
Brevemente en el azul profundo del cielo que se refleja, como en un espejo, encuentro dos miradas unidas, ¡casi un relámpago! Algo las mantiene aquí. Se reconocen.
Algunas hojas giran hacia arriba en todas direcciones y luego caen a la tierra.
A la distancia los árboles que enmarcan la pagoda del Kofukuji se mueven de un lado a otro.
Como las hojas, el tiempo vuela y no se detiene. Reacios a separarse, dos se despiden.
Por encima, sobre las copas de los sauces, se alejan las aves que migran y luego se pierden detrás del templo.
El olor a madera mojada que se desvanece poco a poco anuncia el final del viaje. Se acentúa el silencio.
Con mi cabello, ya despeinado, ese día está hoy entre mi almohada y la esterilla del siguiente destino.
Cuando florezcan los cerezos iré a Sarusawa ike de nuevo.
Mientras da
la hora de partir,
el bramido de un ciervo.