Santuario

Roxana Dávila Peña
Mushi

Bajo frondosas ceibas y cerca del mar, donde terminan los senderos, comienza el camino. ¡Hace calor! Parece que el viento que apenas ondea miles de listones blancos amarrados en el túnel de las peticiones extiende los deseos de los peregrinos por toda la selva. Aquí vamos, bajo la sombra de las caobas y los olmos, los excluidos, los excomulgados, los más religiosos y los reconciliados. ¡Todos cabemos!, incluso los curiosos. Quedan los anhelos a merced del tiempo, el sol y la lluvia, que aunque escritos con plumón de tinta indeleble, se van desgastando; las esperanzas de que la Virgen desatanudos interceda, no. Recuerdo en los templos budistas y santuarios sintoístas de Japón las tablillas de madera y amuletos donde las personas escriben sus encargos de protección y preocupaciones y las cuelgan para que sean escuchadas por las deidades. Con cada paso sobre la gravilla, también escucho el canto de aves multicolores y en el silencio, una oración. Descalza, entre campanadas, cruces y conchas, escribo mi nudo a María, ese que entorpece mi vida. El que me tiene atada, confundida y con un poco de miedo. Busco un lugar, entre nudo y nudo.

Ante las orquídeas
atadas al árbol,
solo inclinarse.