¿Por qué pensar hoy en la influencia budista sobre el haiku? ¿Qué nos dice a nosotros, gente del siglo XXI? A lo mejor, en este punto podemos volver sobre nuestros pasos y recopilar algunas reflexiones a partir de esta pequeña serie de textos titulada “Poesía budista: De Dōgen a Santōka”.
Valga empezar recordando que el budismo nunca fue una tradición proselitista; la excepción es alguna corriente de hoy en día, pero incluso en nuestro tiempo la actitud preponderante dentro de la tradición budista no es la de pescar prosélitos. Sí tiene, más bien, una vocación de dar a conocer la enseñanza del Buda a toda la humanidad, pero esa es otra historia. En particular, la expresión poética budista tuvo poco (o nada) de intención propagandística. La intención era otra: los poetas y las poetisas quisieron expresar su devoción, o inclusive buscaban alguna manera de articular la enseñanza en sus propias palabras.
Desde sus orígenes en China, la tradición zen (en chino, chan) dio enorme importancia a esta articulación propia de la enseñanza. En varios koanes (en japonés kōan) se hallan ejemplos de como el maestro instaba al discípulo a mostrar con sus propias palabras si había alcanzado una comprensión profunda. Y las colecciones clásicas de koanes sugieren que los discípulos se inclinaban por un lenguaje poético decididamente conciso. Análogamente pasa con las preguntas de los alumnos a sus maestros.
Será por ello que Dōgen escribió numerosas piezas de poesía tanto china como japonesa para abordar temáticas budistas, y más adelante Bashō se decantaría por el haiku con el mismo propósito. Más puntualmente, en Dōgen se encuentra una curiosa forma de contestar “quién soy yo”: primero desaparece de la escena aquel que pregunta, para luego aparecer. Y el medio a través del cual ocurre esta desaparición-reaparición es el entorno. El entorno nos muestra quiénes somos. El que pregunta desaparece de la escena y luego vuelve a aparecer a través de la escena (del entorno). Posteriormente, el poeta Bashō no aparece habitualmente en sus poemas, no expresamente, pero en su modo de no aparecer se manifiesta. Podemos pensar que en ambos sucede lo mismo, solo que en el segundo de un modo más compacto. Se puede afirmar también que esta misma actitud sigue apareciendo en el haiku desde entonces.
En la literatura más temprana del budismo mahāyāna, los sutras de la perfección de la sabiduría (compuestos en India entre los siglos I a.e.c. y IV e.c.) están repletos de fórmulas negativas como “no hay Buda, por tanto hay Buda”. Tan paradójica forma de expresión ayuda a evocar que como todas las cosas surgen en dependencia de causas y condiciones, están sostenidas por todo aquello que no son. El propio ser de la cosa va mucho más allá de ella. Así, yo no soy lo que soy por mí mismo o en abstracción de las demás cosas: soy con las demás cosas. Varios haiku que comentamos, según parece, emergen de una profunda apercepción de ese hecho y la expresan de un modo que en su manera de ser compacto resulta también lleno de sentido.
Ahora bien, es claro que la sensibilidad estética del haiku incluye factores no indios: la centralidad del ciclo de las estaciones, la atención que se arroja a lo concreto y lo efímero, la inclinación hacia lo pequeño y lo simple. Esos factores seguramente brotan de la sensibilidad china y la japonesa. Quizá, es más, el ideal budista de la intención y acción compasivo-amorosas (en sánscrito, karuṇā y maitrī) se vio especialmente coloreado por la visión antigua japonesa del mundo, que concibe todas las cosas como movidas e interconectadas por una fuerza animada, de modo que la vida y el “alma” se expresa no solo en los animales, sino también en las plantas e incluso en las aguas y las montañas.
En fin, en el haiku late una forma de entenderse a uno mismo como íntimamente conectado con las demás cosas, pero no un entendimiento abstracto y meramente teórico, sino una comprensión vivida, sentida, y no por ello menos aguda y clara. ¿No podrá el cultivo de esta sensibilidad llamarnos a una forma más sostenible de relacionarnos con el entorno y a la vez un modo menos individualista de construir nuestras vidas como personas humanas? Yo creo que sí, y que todas y todos podemos cultivarla.