CAPÍTULO III
VIDA DE KAGA NO CHIYO-JŌ. SUS PRIMEROS AÑOS
kari kari watare
saki no iwori wa
ato ni ato no
kari wa saki ni
nakayuku watare
gansos, gansos, cruzad:
los que van al frente,
que se queden atrás;
gansos, gansos, cruzad:
los que van atrás,
que avancen al frente
¡mezclaos en el vuelo!
Así cantaban los pequeños niños de la ciudad de Matsudō. Todos los días, al anochecer, se reunía mucha gente en una colina cerca de la ciudad para ver las bandadas de gansos salvajes que venían del norte sobre los campos de arroz:
“¿Qué puede ser más elegante, nos decía ya el autor del Makura no sōshi, que ver las bandadas de gansos salvajes apareciendo diminutas en el cielo que se oscurece?” Los pájaros, en filas de diez o quince, atravesaban el cielo crepuscular, tan encendido por los fuegos del sol poniente, dirigiéndose hacia la ciudad de Komatsu con gritos melancólicos: “¡Ah! exclamaban los niños, aquí vienen otros desde el lado del templo de Shōkō. Esta vez hay muchos; vienen en grupo formando un triángulo.” Felices, retomaban su alegre estribillo: “Mezclad vuestros grupos, gansos salvajes, grandes gansos cruzad, id adelante, pequeños gansos id detrás y sean buenos amigos”, y seguían con la mirada la pista de las aves viajeras, hasta el momento en que la luna de oro ascendía en el cielo, en un globo perfecto, mientras los insectos comenzaban a agitarse en la hierba.
“Volveremos también mañana”, decían, y tomados de la mano, en grupos animados, bajaban la colina para regresar cada uno a su casa.
La pequeña Chiyo, que apenas tenía siete años, se encontraba allí. Se quedaba atrás de sus compañeros mayores, mirando fijamente hacia el sur a los gansos que desaparecían. Un día, murmuró:
hatsūgari ya
narabete kibō wa
oshikoto
primeros gansos salvajes:
escuchar el graznido de todos juntos
es melancólico
Cuando su padre Fukumasuya Rokubē escuchó esto, se sorprendió mucho. “¡Vaya! –se dijo- ¿Chiyo-bō escribe versos?[1] Es extraordinario. Tengo que hablar con el Honorable Bonzo del templo de Shōkō para saber qué piensa al respecto”. Y se fue a Shōkōji en Nakamachi para conversar con su venerable amigo. Este era un hombre santo profundamente venerado por todos los habitantes del país. “Estos versos -dijo a Rokubē- denotan una gran inteligencia en una niña de esta edad. Deberías instruir cuidadosamente a tu pequeña Chiyo”. Al escuchar estas palabras, el padre sintió un gran orgullo y regresó a su casa, no cabía en sí de alegría. Desde entonces se reconoció que Chiyo-bō era una niña muy dotada y se empezó a soñar con la esperanza de convertirla en una poeta de haiku. Esta anécdota nos recuerda que el famoso poeta Issa (1763-1827) de la provincia de Shinano, que fue desconocido en su época durante la era Bunsei (1818-1829), también compuso, a la edad de seis años, un hermoso haiku al ver un pequeño gorrión jugando solo al borde del camino. El niño acababa de perder a su madre:
ware wo kite
asobe ya oya no
nai suzume
venid conmigo
gorriones sin padres,
¡vamos a jugar![2]
Así, estos dos poetas, desde una edad temprana, se sintieron impulsados hacia el estudio del haiku por un instinto precoz.
Nuestra pequeña Chiyo-bō nació en Matsudō, una ciudad situada a tres leguas de Kanazawa, la capital de la provincia de Kaga, en el segundo mes del año quince de Genroku, es decir, en 1703. Su padre llamado Fukumasuya Rokubē, era un pobre artesano que fabricaba kakemonos[3]. Cada día, Chiyo-bō jugaba en el taller donde trabajaba su padre y, mientras se divertía, observaba bellas pinturas de artistas conocidos o leía versos chinos de poetas talentosos. Así, al crecer, comenzó a comprender el arte y la literatura. Cuando veía, en los kakemonos que su padre estaba montando, haikus u otros poemas difíciles de interpretar, ella pedía explicaciones. Testigo de esta aplicación natural, su padre consideró que necesitaba un guía más experimentado que él mismo. Fue a ver a uno de sus amigos, Aikawaya Buemon, rico fabricante de sake y personaje influyente en el país, que tenía como esposa a Sue-jō, una persona excepcionalmente dotada que conocía a los autores clásicos y tenía una hermosa caligrafía. Ella era considerada como la mujer sabia de Matsudō. Las habilidades intelectuales de Chiyo-bō le interesaron, y, de inmediato, se encariñó con la niña: “Ven a verme todos los días”, le dijo. “Podrás hacerme pequeños favores”. Chiyo-bō estaba encantada. De la mañana a la noche trabajaba con entusiasmo en la casa de su maestra, y, por la noche, bajo la tenue luz de la lámpara, se dedicaba con todo su corazón a componer versos y escribirlos en hermosos caracteres. Aikawaya Sōue-jō estaba encantada con su alumna. Se puede decir que las bases del gran futuro de nuestra poeta se establecieron en esa época.
En Kanazawa había entonces un célebre profesor de haiku llamado Hotta Boku, discípulo de Nakagawa Otsuyu, quien pertenecía a la escuela de Ice y cuya fama se extendía por toda la región. Aikawaya Sōue-jō era una de sus alumnas. Decidió presentar a su pequeña protegida a su maestro. Era la primavera del tercer año de Shōtoku, Chiyo tenía doce años. En ese momento, tuvo la oportunidad de profundizar en el estudio metódico de la composición poética. Chiyo-jō nunca olvidó lo que le debía a Aikawaya Sōue-jō y mantuvo con ella una relación de amistad muy profunda. Ambas se animaban mutuamente y practicaban juntas la escritura de haikus en muchas ocasiones. En la colección de poemas de Chiyo-jō se encuentra el siguiente poema, que compuso cuando su amiga partió hacia Kioto:
okurabaya
shimizu ni uke no
miyuru ma
al despedirla,
en el agua cristalina
su reflejo fugaz
Esto significa que la acompañó hasta los alrededores de la ciudad donde había un agua tan pura que reflejó su imagen. En los alrededores de la capital, había reservas de agua pura para saciar la sed. No se sabe, en este caso, si era real o no. Ella quiere decir que le costará separarse de su amiga, ya que la separación es considerada por los budistas como una de las grandes penas de la vida humana. En este haiku se encuentra una alusión a una tanka muy conocida, cuyo texto es el siguiente:
ōsaka no
seki no shimizu ni
kage miete
ima ya hikuran
mochizōki no koma
en el paso de Ōsaka,
en el agua pura,
tu reflejo aparece
ahora partirás
en el caballo blanco lunar[4]
Implícito: “Adiós, mi amiga, etc.”
Durante dos años, Chiyo practicó la composición de haikus bajo la dirección de Bokugu. Entonces, ocurrió un evento en su vida que le causó una profunda emoción. Cuando tenía quince años, al comienzo del primer año de Kyōhō, Rōgenbō, de la provincia de Mino, pasó por Matsudō en su camino hacia una peregrinación. Este poeta era el mejor discípulo de Shikō, quien a su vez era uno de los diez discípulos más destacados del Maestro Bashō. Después de la muerte de este último, Shikō había regresado a su provincia natal de Mino, donde fundó una escuela conocida precisamente como la Escuela de Mino. Se enorgullecía de poseer el vestido y el bol del Maestro, es decir, su enseñanza, y de poder transmitirla a sus seguidores.
Al pensar que Rōgenbō era el mejor discípulo de Shikō, Chiyo-jō sintió que su corazón latía con fuerza. “No importa cómo —pensó—, le pediré consejos sobre el arte de componer haikus a un haijin tan célebre”. E, impulsada por el demonio de la poesía, se dirigió audazmente a llamar a la puerta de Takadaya, donde se alojaba el Maestro.
- “Hola, dijo el posadero que la conocía, eres Chiyo. ¿Qué deseas?
- ¿No se hospeda aquí el célebre poeta Rōgenbō?
- Sí, claro. ¿Tienes algo que pedirle al honorable monje?”
Y ella le explicó la razón de su visita. Convencido de la importancia de su solicitud, el posadero se encargó de presentar a la joven al poeta. Este, cansado por un largo viaje, descansaba vestido con un gran kimono decorado con cuadros y sostenía un amplio abanico en la mano. Miró a Chiyo-jō, que llevaba el cabello recogido en trenzas como una niña, y le dijo bruscamente:
- “¡Bien! ¿Tú haces haikus? ¿Una joven como tú puede hacer haikus? ¿Ya has pedido consejos a alguien?
- De vez en cuando —respondió ella—, he enviado versos a Bokugu de Kanazawa, pidiéndole que los critique.
- ¡Ah! Bokugu, dijo Roghenbō frunciendo el ceño, sus versos no son poesía: carecen de vida, no dicen nada; es un falso poeta.”
Rōgenbō era tan orgulloso como su Maestro Shikō, quien lo había marcado profundamente con su carácter.
- “Bueno, le dijo a Chiyo desconcertada por un ataque tan inesperado, ya que te has tomado la molestia de venir a verme esta noche, toma la tinta y el papel que ves aquí y ve al balcón a componer algo. El tema está indicado por la temporada: es el cuco.”
Chiyo tomó el pincel y se inclinó sobre el papel. Una linterna redonda de Gifu, en la que ardía una llama azul, estaba suspendida en el borde del tejado: se balanceaba sobre la cabeza de la joven, suavemente, agitada por la brisa vespertina. Chiyo tomó el pincel y se inclinó sobre el papel. Una lámpara redonda de Gifu, en la que ardía una llama azul, estaba suspendida en el borde del tejado: se balanceaba sobre la cabeza de la joven, suavemente, agitada por la brisa vespertina. Rōgenbō estaba cansado: comenzó a dormir roncando. Después de reflexionar largamente, Chiyo compuso un poema y preguntó tímidamente: Perdóneme, por favor…; ¿qué ocurre? respondió el poeta, despertándose bruscamente. Y, aún recostado, leyó el poema que le fue presentado en un rollo de papel.
Se sorprendió al ver que una joven de quince años era capaz de escribir con tanto talento. Sin embargo, como los adeptos de la Escuela de Mino tienen la costumbre de criticar a priori, ocultando su verdadero sentimiento, dijo: “esta es una poesía que no tiene sentido. Escribe algo con más vida. Sí”, respondió ella. Y, acercando el tintero, Chiyo volvió a escribir. Al cabo de un instante, se atrevió de nuevo: “Perdóneme, ¿qué le parecen estos versos?”. Rōgenbō, siempre somnoliento, respondió con un tono muy aburrido: “El comienzo es malo. Es peor que la poesía anterior”; y añadió: “He llegado esta noche del país de Koshiji. Hace ocho días que viajo a pie sin parar. Estoy agotado. El mar azul del país de Koshi era magnífico de contemplar, pero tuve muchos problemas para atravesar la costa escarpada y peligrosa de Oyashirazu: no hay senderos y uno se ve obligado a refugiarse en las cuevas para escapar de las olas. Es un ejercicio penoso”. Y, deseoso de terminar, el poeta se fue a la habitación contigua a dormir bajo un mosquitero blanco. Pero, absorta en sus ideas de versificación, Chiyo no parecía dispuesta a retirarse. “¡Unos versos más!”, suplicó. “¿Le daría vergüenza leer estos?, ¡Ah! qué fastidio”, dijo él. “¿Otra vez? ¿El cuco? No, estos versos también son torpes. Esto no es poesía”. Y, pronto, Chiyo oyó el enorme ronquido.
Chiyo, que vivía en una pequeña ciudad de provincia alejada de los centros de cultura, consideraba, no sin razón, que si dejaba escapar esta oportunidad de obtener de un maestro tan cualificado los consejos y el apoyo que necesitaba, nunca volvería a tener la oportunidad de un encuentro así. Así que tuvo el valor de mostrarle nuevos versos, bajo el mosquitero en el que descansaba. Pero, exhausto, el orgulloso Rōgenbō sacudió la cabeza con aire muy descontento y no se dignó ni siquiera a leer las palabras. Se escuchaba el sonido de las puertas correderas que los habitantes cerraban en cada casa: era la hora del descanso. Grandes cantidades de mosquitos molestaban sin piedad a Chiyo de pies a cabeza. Con su mano izquierda agitaba un abanico para ahuyentarlos: ¡bata-bata!; inclinada sobre su papel, escribía y tachaba sin cesar, persiguiendo pacientemente su difícil composición. Con la palma de su mano golpeaba: ¡pitari!, a los insectos que la habían picado y que se volvían grandes y rojos como los frutos del madroño y caían sobre el tatami[5], ¡parapara![6]. Y así fue como la noche avanzaba y ella no escuchaba más sonidos. Sola, perdía la noción del tiempo, continuaba meditando y escribiendo. Compuso veinte poesías… ¡treinta poesías! A medida que las horas pasaban, montones de papeles ennegrecidos se amontonaban. En resumen, pensó, ninguno de mis haikus le gustará a Rōgenbō. Finalmente, estaba agotada y se desanimó: “¡Ah! Dios no ha querido concederme el talento de una verdadera poeta. Desde hoy, se acabó; renuncio por completo a escribir”. Se sentía inmersa en la desesperación. Mirando al exterior hacia el este, le pareció ver, a lo lejos, la fina punta del día. Una frescura se difundió en el aire. Se estremeció. En ese mismo instante, el sonido de una campana, viniendo de no se sabe dónde, anunció la llegada del amanecer; el sonido resonó y se repitió largamente: booooooooooon.
Rōgenbō, que era monje, se levantó de un salto de su lecho y exclamó: “¡Oh! escucho el sonido de la campana. ¡Qué bien he dormido! Pero, ¿será ya de mañana?” Al escuchar la voz que surgía repentinamente desde debajo del mosquitero, Chiyo-jō volvió a la realidad. Sin pensarlo, desesperadamente, murmuró este exquisito poema:
hototogisu
hototogisu tote
ake ni keri
¡cuco! ¡cuco!
con estas palabras
el día ha llegado[7]
De repente, Rōgenbō asomó su cara desde debajo del tul del mosquitero y dijo: “Eso es. Escribe estos versos en una hoja de papel. “Chiyo-jō, muy sorprendida, obedeció con entusiasmo. El poeta, en silencio y sin moverse, observó atentamente las líneas. Después de un momento, su rostro se sonrojó y declaró muy emocionado:
“Este poema es espléndido. Ya no necesitas un maestro. Esfuérzate siempre por seguir esta misma inspiración y te convertirás en una célebre poeta de haiku.”
Estas palabras superaban con creces todo lo que Chiyo-jō se había atrevido a esperar, y por unos instantes quedó sumida en un profunda éxtasis. De pie en el balcón, respiraba la fresca brisa del campo que soplaba. La lámpara de Gifu se balanceaba suavemente. En ese mismo instante, el sol naciente, redondo y rojo como un plato lacado, se elevó triunfante sobre las colinas que limitaban a lo lejos los arrozales. Nuestra poeta experimentaba sin duda el mismo sentimiento que su antepasada Sei Shōnagon, cuando ésta exclamaba:
“Una se despierta, durante las cortas noches del quinto mes, en época de lluvias, y espera con la esperanza de escuchar al cuco antes que nadie. De repente, en la noche oscura, su canto resuena, magnífico y lleno de encanto. Sin poder evitarlo, el corazón queda hechizado.”
Fue así como Rōgenbō reveló a Chiyo-jō su propio potencial. Poco tiempo después, partió hacia el balneario de Yamanaka en Yamashiro. Más tarde, presentó a esta joven poeta de talento a su maestro Shikō, el fundador de la “Escuela de Mino”, como ya hemos visto.
No estará de más informar brevemente al lector sobre la personalidad de Shikō. Sabemos que fue un bonzo de la secta Zen del templo de Daichū-ji en el pueblo de Ōno, provincia de Mino. Cuando era joven, sus compañeros lo envidiaban por su inteligencia poco común. Abandonó el templo y su hábito de monje para ir a estudiar poesía a Ice bajo la dirección de Bashō. Rápidamente adquirió una habilidad comparable a la de Kyōroku, otro discípulo del Maestro. Cuando se secularizó, compuso el siguiente haiku:
hasu no ha ni
shōben sureba
oshari kana
sobre la hoja de loto
al orinar
¡oh, las reliquias![8]
Se entiende que estos versos son completamente irreverentes. Sus amigos, sorprendidos por la libertad que se tomaba al violar los mandamientos budistas, lo amonestaron diciendo: “Si continúas así, podrías renacer como un buey en otra vida”. Sin dar importancia a esta reflexión, les respondió enérgicamente:
ushi ni naru
gatten ja asa ne
yū suzumi
volverme buey
¡qué bien! dormir por la mañana
y fresco en la tarde
Durante sus últimos años, vivió tranquilamente en su tierra natal, enseñando el arte poético a sus discípulos. En ese entonces, dirigía la “Escuela de Mino”, mientras que la fama de su talento se extendía por todo Japón. Aquí tienen algunas de sus poesías:
nenbutsu to
tōfu to toshi
oi no haru
oraciones budistas
tofu[9] y años:
la primavera del anciano
mochi kouwanou
tabibito wa nashi
momo no hana
no hay viajero
que rechace un pastel…
flores de melocotonero
hara watashi ni
aki no shimitaru
jūkushi kana
caqui maduro:
sentir que el otoño
penetra en el cuerpo
Hay que admitir que Shikō, aunque era malo como monje, era sin embargo un poeta de valor, y el simple hecho de que Chiyo-jō fuera instruida y supervisada por él, contribuyó en gran medida a iluminar y asegurar el futuro de nuestra poeta.[10]
CAPÍTULO IV
VIDA DE KAGA NO CHIYO-JŌ (CONT.)
SU JUVENTUD
A medida que hacía progresos en el arte de escribir versos, pasaban los años y alcanzó, según la expresión japonesa, “la edad en la que una joven sabe sonrojarse”, es decir, la edad para casarse. A menudo, en esta época de su vida, las jóvenes de la burguesía rural se ganan mala fama debido a su conducta ligera. En cuanto a Chiyo, solo pensaba en ser útil en el hogar y, durante su tiempo libre, no tenía otra distracción que instruirse y componer poesías. Se ganaba la simpatía de las personas del vecindario y todos estaban de acuerdo en que era una chica amable e inteligente. Una tarde de verano, Chiyo tuvo que ir al pueblo vecino para hacer compras; se apresuraba a regresar al anochecer cuando cruzó un puente. Una fina luna creciente se elevaba sobre el bosque cercano y los alrededores estaban ya en penumbra. A ambos lados del río, grandes luciérnagas revoloteaban en todas direcciones; parpadeaban: pokari, pokari, reavivando sus pequeñas luces amarillas. Chiyo se detuvo. Era precisamente la atmósfera poética del haiku de Issa:
obotaru
irari irari to
tori keri
luciérnagas gordas,
lenta… lentamente,
han pasado
O también la observación de Sei Shōnagon: “En verano, me encanta la noche, sin duda, cuando la luna brilla; pero también cuando está oscura y las luciérnagas se cruzan aquí y allá, y a veces una o dos revolotean emitiendo una débil luz.”
Ahora, se escuchaba en la sombra, viniendo desde la parte baja del río, a los niños del pueblo que cantaban:
hō, hō, hōtari koi
atsuchi no mizu wa nigai zo
kotsuchi no mizu wa amai zo
¡vengan, luciérnagas!
allí, el agua es amarga,
aquí, el agua es dulce
Pronto, la luna ascendió lentamente en el cielo, y su claridad se extendió, difusa, sobre el puente. Chiyo-jō permaneció inmóvil. La brisa fresca del río agitaba suavemente las mangas de su ligero kimono. ¿Podría el alma de la poeta permanecer insensible a este ambiente lírico? Bañándose en la luz tierna del astro nocturno, meditaba ante este poético paisaje. Cuando regresó a casa, la noche ya estaba muy avanzada. Debido a su buena reputación como un modelo de joven, este retraso fue comentado de diversas maneras por unos y otros: “Chiyo de Fukumasuya salió tarde una noche; se paseó por el puente, etc.” Es una mala costumbre de algunos juzgar a los demás, especialmente a las jóvenes. En esta ocasión, nació el delicioso poema que sigue:
sōsōshisa ya
hazukashii hodo
yōki modori
¡ah, qué exquisita frescura!
me avergüenza mi conducta,
pero dudo en regresar
Creemos que estos versos carecen un poco de valentía. La poeta debería haberse elevado por encima de los prejuicios mezquinos de su pequeña ciudad, especialmente siendo japonesa y budista, pues era perfectamente normal que se entregara, en completa libertad, a la contemplación de la naturaleza para sumergirse en ella y desprenderse del mundo. En el quinto año de la era Kyōhō, Chiyo-jō cumplió diecinueve primaveras. Su modestia y su talento le habían hecho conocida en el país, y ocurrió que un tal Fukuda Yahatchi, de Kanazawa, al servicio del Daimyō de la provincia de Kaga, escuchó hablar de ella y pensó en pedirle matrimonio.
Cuando Chiyo-jō lo supo hablando con su madre, reflexionó un momento, luego lo rechazó categóricamente. Muchas veces, ya había considerado la idea de quedarse soltera. Creía que los rasgos de su rostro eran comunes y que tenía demasiado sobrepeso para una mujer. Pero el joven insistió e hizo varias veces el viaje de ida y vuelta por el camino de Kanazawa a Matsudō, distantes tres leguas. Sin embargo, cada vez que venía, ella lo rechazaba enérgicamente. Afortunadamente, conmovida por la constancia de un corazón sincero, y persuadida por las palabras de sus padres, finalmente aceptó casarse. Compuso solamente la poesía que hemos visto:
¿será amargo? / sin saberlo, parto el caqui: / primer juramento[11]
Dejando estos versos célebres, guardó sus temores para sí misma y se fue a Kanazawa con su esposo.[12] Fukuda Yahatchi probablemente fue un marido demasiado bueno para que ella tuviera que atormentarse. Se supone que la nueva vida de nuestra poeta fue muy tranquila y, como no nos dejó ningún haiku que nos diera detalles sobre su vida conyugal, se piensa que conoció entonces el tiempo más feliz de toda su existencia.
En esta época que Chiyo-jō se unió al círculo literario del poeta Ōtsuyō, conocido bajo el nombre de “Escuela de Ise “. Ōtsuyō era originario del pueblo de Kawaizaki, en la provincia de Ise, donde había ejercido las funciones de sacerdote sintoísta. Excelente discípulo de Matsuo Bashō, había comprendido bien la verdadera doctrina del Maestro. Cuando se habla de la “Escuela de Ise”, se hace referencia a la escuela en la que se continuaba enseñando según la tradición legada por el Sabio Poeta. Aquí tienen un poema dejado por Ōtsuyō:
hyakushō no
kuwa katagata yuku
samusa kana
el campesino se va
con su azada al hombro;
hace frío
Estos versos son muy conocidos, y en el momento en que fueron compuestos, se convirtieron en el tema de todas las conversaciones. Pensamos que es Ōtsuyō a quien Chiyo-jō admiraba más entre todos los haijines que conocía. Él construyó una pequeña casa en medio de los campos de trigo, se instaló allí y la llamó: Bokurūsha: “La casita del bosque de trigo”. Tuvo muchos estudiantes. En un manuscrito de la época, se encuentra la lista siguiente que da los nombres de sus discípulos: “Mōrann Chōra, Nakagawa Bokurō, Kaga no Chiyo (anteriormente de la Escuela de Shikō), Wataya Kiin, Hotta Bokūshū, Morikawa Kōzann, Ōuwoya Mafū, Sōgawara Hira y Sakōma Ryōkyo”. Además, se lee en una carta escrita por Ōtsuyō a Chiyo-jō , algunos de los haikai de la poeta seguidos de las apreciaciones del propio poeta. Este documento es muy interesante, aquí están los principales pasajes[13]:
yamabuki ya
yanagi ni mizu no
yodomu koro
¡ah, las flores de Kerria!
junto al sauce
el agua se estanca
“Estos versos son buenos” comenta Ōtsuyō. Es la temporada de lluvias. El agua fluye en abundancia cerca del sauce, tan lentamente que parece estancarse. Se ven las largas ramas colgantes del sauce y su follaje suave y delicado. Cerca crecen flores de kerria, grandes como rosas silvestres y de un cálido color amarillo[14]. Vemos aquí una imagen brillante.
ryōgan no
hana ya kokage no
ochoroshiku
¡ah! las flores de lis
florecidas a la sombra de los árboles
¡qué impresionantes!
Ōtsuyō observa: “Esta poesía es exquisita, pero no ha dicho lo suficiente.” (NT.- en el listado final de los haikus de Chiyo lo veremos con alguna variación). Nos recuerda al haikai de Bashō:
ō no hana ya
konraki yanagi no
oyobi goshi
las flores de deutzia,
junto al sauce oscuro
de tronco torcido
La poeta quiere resaltar el contraste entre las flores blancas de deutzia y el sauce oscuro. De igual manera, Chiyo-jō observa la oposición inesperada y algo fantástica de las flores de ryōgan, cuyo nombre significa literalmente “cara de dragón” o, también, “rostro del Emperador”, y la sombra de los árboles.
ki kara mono[15] no
koboreru oto ya
aki no kaze
¡ah! el sonido de la lluvia
que cae gota a gota de los árboles…
viento de otoño
Ōtsuyō afirmó: “Este poema está bien compuesto.”
aki kaze ya
shimaōte ōgi ni
kite hairu
¡el viento del otoño!
penetra
entre los abanicos de juncos
Ōtsuyō comentaba: “El sentido de estos versos es un poco vago. Estamos de acuerdo. Tal vez quiera decir que el viento ha cesado de soplar de repente. Y el poeta concluye añadiendo: “Olvidé mencionar que tomé estas reflexiones durante mi convalecencia, cuando estaba aburrido.” Y firma su misiva: Bokūrin, literalmente “foresta de trigo”. Se cree que esta carta pertenece a una época muy posterior al matrimonio de Chiyo-jō. De regreso en Matsudō, la poeta continuó intercambiando poesías con Ōtsuyō sobre un tema que habían elegido en común: el sauce. Un día le envió, a Ice, unos versos que había compuesto y corregido cuidadosamente.
hanasakanō
mi wa kurō yoki
yanagi kana
los que no llevan flores,
se parecen
a los sauces insensatos
Es decir: las personas muy humildes y modestas que carecen de brillo y, por lo tanto, no tienen flores, se parecen a los sauces que han perdido el juicio. ¿Por qué esta última expresión?
Uno se lo pregunta. Así se comprende mejor la manera en que Ōtsuyō redactó el mismo tipo de poema:
hanasakanō
mi wa shizuka naru
yanagi kana
los que no llevan flores,
se parecen
a los sauces tranquilos
O bien: las personas muy humildes y modestas son puras y calmadas como los sauces a la orilla del río. Cuando se observa la fecha en que estos poemas fueron escritos, se constata que es la misma en las dos cartas[16]. ¿Por qué casualidad, puesto que cincuenta o sesenta leguas los separaban entonces, pudieron tener el mismo día la misma inspiración? Parece que Chiyo-jō manifestó su sorpresa diciendo: “¡Esto es extraordinario! La idea de Ōtsuyō era exactamente la mía. Solo que admito que mi expresión: “que son insensatos” no es correcta. Encuentro muy superior la palabra “tranquilo”. En verdad, ¡Ōtsuyō es mi maestro!” Otra anécdota cuenta el primer encuentro del haijin y nuestra poeta. Un día en que Ōtsuyō se encontraba de paso en Matsudō, mientras viajaba hacia el norte, fue a llamar a la puerta de Chiyo-jō. Ella, que tenía la costumbre de practicar modestamente sus simples deberes cotidianos, trabajaba como todos los días en su cocina. Estaba vestida con un simple traje de estar por casa y, al oír la voz de un visitante que llamaba, sin perder tiempo en arreglar su apariencia, salió. En la puerta se encontraba un extraño con traje de viaje, su sombrero y bastón en la mano. Preguntó: “¿No vive aquí Chiyo-jō?” Él no la conocía aún en ese momento. Nuestra poeta, un poco incómoda por su vestimenta descuidada, dudó en responder, pero finalmente se decidió: “Sí, dijo, soy yo misma.” Sorprendido, el poeta improvisó este ingenioso haikai:
fushigurō to
niwa de mimagou
gampi kana
en este jardín,
las flores de fushiguro se confunden
con las de gampi
Estas dos plantas son de la misma familia: el gampi[17] debe de ser una flor cultivada en los jardines mientras que el fushigorō[18]crece en las montañas y los campos. El poeta compara a Chiyo-jō con una planta rara que él buscaba y ahora no encuentra más que la especie salvaje. Hace así una alusión irónica a su atuendo. Sin inmutarse, la poeta comprendió y replicó al instante:
asa yū wa
kumo no sugae ya
hazukashiki
mañana y tarde
la araña[19] rehace su red:
¡qué vergüenza!
Ella expresaba así la idea que Verlaine puso en versos ciento cincuenta años más tarde:
“La vida humilde, con trabajos aburridos y fáciles, es una obra de elección que requiere mucho amor”.
Y en esto estamos completamente de acuerdo con M. F. Challaye:
“Además, para la inmensa mayoría de los hombres, es mediante la modesta práctica de simples deberes cotidianos por los que manifiestan, sobre todo, su amor por la Humanidad y por el Universo.”
Es posible que una historia como esta última haya sido inventada por completo para la posteridad. Sin embargo, dado el estado de las cosas, es cierto que Chiyo-jō consideraba a Ōtsuyō como su Maestro en poesía y que mantenía con él relaciones muy cordiales. Como ya hemos dicho, nuestra poeta fue a vivir a Kanazawa con Fukuda Yahachi, su marido. Tuvo la felicidad de dar a luz a un hijo, que llamaron Iyaichi. Fue en esa misma época cuando alcanzó la perfección de su forma poética. He aquí precisamente el haikai que contribuyó especialmente a hacerla famosa:
asagao ni
tsurube torarete
morai mizu
las enredaderas
se llevaron mi cubo
¡agua recogida! [20]
Esta poesía es el ideal de la concisión; seis palabras en total, o incluso cinco, en el texto. Una hermosa mañana de verano, Chiyo-jō salió, con un cubo en la mano, a buscar agua en un pozo situado detrás de la casa. Una enredadera de volubilis que crecía en el seto de al lado había llegado al brocal y, poco a poco, se había enrollado alrededor de la cuerda. Grandes flores, algunas blancas y otras abigarradas, se habían abierto. La poeta las vio bien, pero empezó a tirar de la cuerda para sacar agua y se arrancaron dos o tres campanillas[21].
No pudiendo decidirse a destruir el resto de esta hermosura, decidió dejar las otras en paz y fue a pedir agua a su vecina. Esto es lo que expresan las palabras: morai mizu, agua recibida, por lo tanto, agua pedida. La vecina, aparentemente, no entendió nada del proceder de Chiyo-jō. De regreso a casa, nuestra poeta se apresuró a escribir el bonito haikai que acababa de concebir. Es justamente el que se considera como su obra maestra.
Otra vez, ocurrió que el Daimyo de Daishoji, Ministro del Palacio y Gobernador de la provincia de Kaga, estaba de paso en la ciudad de Kanazawa. Era particularmente erudito y dotado de una delicada sensibilidad poética. Los guardias que formaban su cortejo lo precedían gritando con voces terribles: “¡Prosternáos! ¡Prosternáos!” Chiyo-jō, que se encontraba en el camino, se topó con este séquito. Con la cabeza baja, ella esperaba en un rincón a que pasara. Entonces, ocurrió que el Señor de Daishoji, que conocía la reputación literaria de la poeta, la reconoció desde el interior de su silla de manos y ordenó a sus hombres detenerse. Hecho esto, llamó a su paje y le dijo: “Me parece que la persona que está allí debe ser Chiyo de Kaga. Id a pedirle en mi nombre una improvisación.” El paje, apartándose del cortejo, le dio a Chiyo el tintero portátil[22] y una tira de papel. Sorprendida así en plena calle, la poeta se ruborizó de confusión y, con mucha presencia de espíritu, escribió:
tobiidete
ume ni te o tsuku
kawazu kana
salgo afuera y … ¡salto!
al poner la mano en el ciruelo
¡una rana!
Se reconoce aquí una alusión a un pasaje del Prefacio del Kokinshū ya citado. La idea es muy afortunada: por un lado, el ciruelo recuerda el blasón del Daimyō de Maeda, que tenía la forma de una flor de este árbol; por otro lado, la rana hace pensar en la posición que debía tener Chiyo-jō, postrada en el suelo, respetuosamente, con los dedos separados, saludando a su superior. Es muy divertido verla burlarse así de sí misma, comparándose con una rana.
Quizás había pensado en la poesía cómica de Yamazaki Sōkan, el padre del haikai, un sacerdote budista que vivió de 1465 a 1553:
te o tsuite
uta moshiaguru
kawazu kana
apoyando las patas en el suelo,
alza la voz al croar
¡la rana!”
Cuando el Señor de Daishōji meditó sobre estos versos, pareció muy satisfecho. Luego, invitó a Chiyo-jō a su palacio y le prodigó honores y elogios. El prestigio literario de la poeta creció aún más.
Sin embargo, el pequeño Iyaichi crecía día a día. Es fácil imaginar que Chiyo-jō seguía sus progresos con el mismo interés minucioso que su colega Issa mostraba hacia su hija, aunque no se encuentre ninguna expresión de esto en sus versos.
Pero el tiempo que pasaba tan felizmente en familia parecía un hermoso sueño: la tempestad comenzó a soplar sobre este tranquilo hogar. Al cabo de siete años, a principios del undécimo año de Kyōhō (1727), Fukuda Iyahachi regresó muy fatigado de su servicio. Cayó enfermo. Chiyo-jō pasó días y noches cuidándolo. Ningún cuidado pudo alejar la enfermedad que lo llevó al viaje del que no se regresa. Es fácil imaginar la aflicción de Chiyo-jō. Cada noche, tomaba a su hijo en brazos y se dormía llorando. Otras veces, era consumida por el insomnio y gemía por su profunda soledad. Quizás recordaba la siguiente poesía, incluida en el Manyōshū, cuyo autor es desconocido:
aga zeko o
izōko yōka meto
sakitaki no
sogai ni ineshi
ima shikōya shimo
antes dormía cerca
de mi hermano mayor[23],
no importaba adónde fuéramos;
ahora estoy sola
con mi dolor
Estos versos expresan el profundo dolor de una joven mujer que acaba de perder a su esposo. Se cree que Chiyo-jō expresó así sus lamentos:
okite mitsu
nete mitsu kayoi no
hiroi kana
despierta lo veo,
dormida lo veo, en el mosquitero…
¡cuánto vacío![24]
Observemos de inmediato que B. H. Chamberlain[25] considera este epigrama como una elegía dedicada a la muerte prematura de Fukuda Iyahachi, y lo comenta así: “La vista de mi lecho de viuda, cuando me acuesto o cuando me despierto por la mañana, me recuerda mi pérdida y mi soledad[26].” Sin embargo, algunos críticos opinan que este haikai es demasiado realista para ser la obra de una mujer japonesa delicada y reservada. Asataro Miyamori lo atribuye a una cortesana llamada Ōkikashi y lo traduce así: “Me levanto o me acuesto, y siempre, ¡cuán vasta me parece la mosquitera![27]“.
Y añade: “Estos versos generalmente se atribuyen a Chiyo-jō, quien, según se dice, los compuso al lamentar la muerte de su esposo. Pero es innegable que estos versos fueron compuestos por Ōkikashi, la cortesana, ya que están incluidos como uno de sus poemas en una antología editada por Deisoku en 1694, varios años antes del nacimiento de Chiyo[28].” Yoshimatsu Yōichi precisa: “Se encuentra esta poesía en una colección de versos, anterior al nacimiento de Chiyo-jō, titulado Kinsei Ofukifune, “El barco flotante de las mujeres públicas”. Así, durante mucho tiempo, se atribuyó erróneamente a nuestra poeta. Sin embargo, en la “Selección de versos de la religiosa Chiyo” propuesta por el propio Yoshimatsu, que hemos traducido para concluir esta obra, el autor japonés no deja de incluir este haikai con un título significativo: “A la muerte de mi esposo[29]“.
Lo que es cierto es que Chiyo-jō experimentó un inmenso dolor tras la muerte de su excelente Iyahachi. Siendo valiente, supo reaccionar con energía por el amor a su hijo. “¡Ah! —pensaba, estremeciéndose—, mi razón de vivir es ahora este pequeño Iyaichi. Crece rápido —le decía—, para convertirte en un hombre”. Entonces, la madre recuperaba la confianza. Aceptaba con resignación luchar por la vida, especialmente por la de Iyaichi. Sin embargo, esto era solo el comienzo de sus desgracias. Este pequeño niño, en quien había depositado todas sus esperanzas, le fue arrebatado repentinamente. Mientras las lágrimas derramadas por la muerte de su esposo aún no se habían secado, se vio obligada a acompañar también a su hijo hasta su última morada.
Así, se encontró aún más aislada e inconsolable. ¡Oh, cómo la casa parece triste y vacía! “Me equivoco —decía en voz alta la pobre mujer—, Iyaichi no ha muerto. Miren, aquí están sus juguetes, sus ropas. No, debe estar jugando afuera. En un momento volverá, cantará una bonita canción llena de sus detalles sutiles. Debo ir a llamarlo, porque me aburro si estoy lejos de él”. Antes de salir, miraba de nuevo la habitación desierta; los shōji, cuyos papeles habían sido reparados, permanecían intactos: el niño ya no estaba allí para romperlos. Con un escalofrío, la poeta se quejó diciendo:
yaburu ko no
nakute shōji no
samusa kana
Como ya no hay niños
que hagan agujeros en él,
el shōji me parece frío.[30]
Afuera, ella se dirigió hacia el río cercano. Era hacia el final del otoño. Aquí y allá, en los aleros de los tejados, los habitantes de las casas habían colgado frutos rojos de caquis para que maduraran. En los arrozales, los campesinos se apresuraban a terminar la cosecha. A la orilla del agua, unos niños de cinco o seis años, olvidando que el día terminaba, cazaban libélulas que volaban rápidas y ligeras ¡sui-sui! sobre la superficie del agua. La campana de un templo lejano resonó: booon, booon. Al regresar, el crepúsculo descendía lentamente. Chiyo-jō continuaba su camino con el corazón oprimido por una angustia insoportable. Fue entonces cuando, como consuelo supremo, el genio de la poesía le abrió una puerta de salvación y le inspiró uno de los haikai más exquisitos que jamás hubiera compuesto:
“el cazador de libélulas / ¿hasta dónde / habría llegado hoy?”[31]
Cuando aún vivía, el pequeño niño iba, muy a menudo, en esta temporada, a cazar libélulas en los campos de arroz con sus amigos, y solo regresaba a la hora de la comida. Al evocar el recuerdo de los días pasados, cuando, al atardecer, esperaba en el umbral de su casa el regreso de Iyaichi, a veces sorprendida por su demora cuando se había ido un poco lejos, pensó que la cacería interrumpida debía continuar en la eternidad con otros pequeños ángeles, y se preguntó hasta dónde, en el mundo invisible, habría podido llegar hoy mismo. Su alma seguía llena de amargura. En el fondo de la habitación, en el tokonoma, la muñeca que representaba al héroe Raikō había sido solemnemente colocada el pasado mes de mayo. Ahora que el niño ya no estaba allí para contemplarla, ella también parecía apenada en su soledad, apenada al ver a Tchiyo-jō desamparada, como un barco sin timón a la deriva sobre las olas del océano. Sin embargo, como era activa y bondadosa, Chiyo-jō no olvidaba servir fielmente a su suegra, que también había quedado sola. Los días comenzaron a pasar de nuevo: se volvió servicial para todos y rezaba por la felicidad futura de su esposo y de su hijo. Manteniendo su corazón puro, mañana y tarde quemaba incienso y ofrecía flores ante el altar doméstico donde se colocaban tablillas nuevas[32].
Esta aparente tranquilidad fue, un día, alterada por la madre de Fukuda Iyahachi, quien comentó: “Debe ser muy doloroso para ti, Chiyo, ser viuda tan joven”. Chiyo-jō respondió entonces de manera evasiva, para evitar contrariar a su suegra. Pero en varias ocasiones, la atormentaron nuevamente con este tema. Se notaba que el hermano de Iyahachi, que seguía soltero, deseaba casarse con ella; que no podía quedarse sola toda la vida y que debía aprovechar esta oportunidad para volver a casarse; se deseaba hacerle olvidar el dolor causado por sus duelos y se argumentaba que no era apropiado que “se ocupara, tan pronto, de honrar a los muertos y a los Budas[33]“. En la mente de Chiyo-jō, el recuerdo de su esposo, tan bueno, y el de su dulce niño pequeño permanecían fielmente. Decidió regresar a Matsudō, junto a sus padres, para poder rezar en paz por la felicidad de sus seres queridos desaparecidos. Dejó a la familia Fukuda en el undécimo mes del duodécimo año de la era Kyōhō, hacia 1728. En esta circunstancia, dejó la siguiente poesía, que ya hemos explicado:
“¡Ah, qué calor! Ni siquiera puedo ponerme de rojo.”
O donde renuncia a usar el rojo[34].
Fue feliz al regresar a su hogar natal. Volvió a los alrededores de Matsudō, a la colina donde, con sus amigas, solía ir a observar las bandadas de gansos salvajes. Sintió placer al reconocer estos lugares tranquilos donde había transcurrido su feliz infancia. Todo la alegraba y le causaba una sensación de frescura reconfortante: un viejo árbol, una planta querida, le traían recuerdos felices. “Sí —pensó—, aquí es donde quiero pasar el resto de mi vida.” Sin embargo, todos estos eventos consecutivos y precipitados, ocurridos en menos de un año, eran realmente demasiadas tristezas para que su corazón pudiera vivir en paz. Un día, con la cabeza baja, caminaba por la calle principal de Matsudō; pasó, por casualidad, frente a la puerta del templo de Shōkō. En ese momento, el monje Ryōshōin salía del santuario. El monje tenía una larga barba blanca y llevaba un capuchón marrón. Se recuerda que fue él quien notó, por primera vez, el talento poético de Chiyo-jō cuando, siendo una niña pequeña, compuso su haikai sobre los gansos salvajes. Veinte años habían pasado desde entonces: el viejo monje la reconoció y la llamó por su nombre de infancia: “¡Chiyo-bō!”. Inmediatamente añadió, adivinando su sufrimiento: “He oído que te separaste cruelmente de Iyahachi. Debes estar triste; yo también estoy muy afligido”. Estas palabras tan simples y sinceras llegaron directamente al corazón de Chiyo-jō . “¡Oh! —respondió—, le agradezco mucho su bondad”.
“El dolor —continuó él— es, para los humanos, el más peligroso y traicionero de los venenos”. Y añadió: “Lo más útil que se puede hacer por la felicidad de los muertos es rezar por ellos”. Chiyo asintió: “Bueno —continuó él—, te ayudaré. ¿Te gustaría venir a verme de vez en cuando? Te ofreceré unas tazas de té amargo[35] (1)”.
En los ojos del viejo monje brillaba una claridad que reflejaba los sentimientos de inmensa compasión que lo animaban: sentimientos dignos de un verdadero Buda. A partir de ese momento, Chiyo-jō se sintió atraída hacia el templo de Shōkō; lo visitó con frecuencia. Ryōshōin la recibía en la sala de estudios del templo y se esforzó por curar, poco a poco, las heridas de su corazón destrozado, explicándole la doctrina de Buda y su compasión infinita. Seducida por ideas tan consoladoras, en las que nunca se había detenido seriamente, Chiyo-jō sintió que su alma recuperaba nuevas fuerzas. Comprendió que le faltaba una mística, una fe que la sostuviera. “La búsqueda de la verdad —se dijo—, ahí está la verdadera razón de ser de la vida, ahí está el bálsamo que calma todo dolor”. Después de varias conversaciones, vislumbró una luz brillando en la oscuridad de su mente. Se sintió aliviada de su sufrimiento y decidió vivir, a partir de entonces, en la paz y la iluminación que se le ofrecían. Cuando entró en el camino de la salvación, compuso estos versos:
“De una manera u otra, al capricho del viento, un junco seco.”
Como hemos visto, expresó así, de manera muy vaga, una idea de virtud espiritual: la de la negación absoluta de la personalidad, condición necesaria para alcanzar el eterno reposo. De manera similar, en el siglo XII, el célebre monje-poeta Kamo Chōmei había expresado en su Hōjōki (cap. XXIX) un pensamiento idéntico:
“Desde que dejé el mundo y renuncié a mí mismo, no experimento ni tristeza ni miedo. El cielo decidirá mi destino, y me abandono como una nube que flota en el firmamento.”
Ella dedicó su haikai al monje Ryōshōin, quien seguramente se alegró de haber sido comprendido. Naturalmente, como el agua fluye de un nivel alto a uno más bajo, terminó convirtiéndose en una budista muy ferviente. En poco tiempo, adquirió una fe profunda, como lo demuestran los versos ya citados:
“arrancado de raíz, / está en el paraíso / el pasto seco”
A partir de estos versos, se comprende que había captado las primeras palabras de la gracia: “Sal, despréndete, sepárate”, y ya se sentía feliz de haberlas escuchado. No deseaba más que purificarse para obtener la felicidad de sus seres queridos fallecidos. Sin embargo, la fama de su talento poético y de su virtud hicieron que surgiera nuevamente la cuestión de un nuevo matrimonio. Se trataba nuevamente del hermano menor de su esposo o de otros pretendientes. Ella ya tenía el deseo de renunciar a la vida mundana y vivía como una piadosa religiosa. Finalmente, obsesionada por estas reiteradas solicitudes y decidida a sustraerse definitivamente, optó por raparse la cabeza, lo que significaba que su decisión de permanecer viuda era irrevocable. Esto ocurrió en el segundo mes del decimotercer año de Kyōhō, hacia 1729: tenía entonces 27 años. Fue Ryōshōin quien la consagró como religiosa. En esta ocasión, tomó el nombre de Sōen (el jardín de lo esencial). Así comenzó los primeros pasos de la última parte de su existencia, la cual permaneció pura como la flor blanca del loto. En sus papeles se encontraron las siguientes líneas que escribió en esa misma época:
“En este día, me he convertido en religiosa. No es porque desprecie la vida humana o incluso mi persona tan desgraciada que he elegido esta vida: es para purificar el espíritu del agua que fluye noche y día, como decían los antiguos. Esto es simplemente lo que pienso:
“El tiempo que antes dedicaba / a recogerme el pelo, / ahora lo dedico a calentarme[36].”
CAPÍTULO V
VIDA DE LA RELIGIOSA KAGA NO CHIYO-JŌ (CONTINUACIÓN)
SUS PEREGRINAJES
Habiendo decidido permanecer viuda, Chiyo-jō entró en la vida religiosa. Desde este punto de vista, no fue una excepción entre las poetas. En el antiguo Japón, una esposa que permanecía casta después de la muerte de su marido, a menudo se rapaba la cabeza. Luego vivía como una reclusa, de manera similar a las beguinas de los Países Bajos. Si era una mujer de letras, añadía el sufijo -ni o “religiosa” a su seudónimo, aunque no viviera en un convento. Chiyo-ni pasó, en soledad, largos y tranquilos años en su pequeña casa de Matsudō. Se esforzaba por seguir concienzudamente todos los preceptos budistas, y no tenemos eventos importantes que señalar hasta el cuarto año de la era Hōreki, en 1755; tenía entonces cincuenta y tres años. Decidió ir en peregrinación a las provincias del norte: Michinoku[37], que Matsuo Bashō había hecho famosas con su obra titulada Oku no Hosomichi, “Un estrecho camino hacia el interior[38]“. También deseaba contemplar los cerezos en flor de las cinco provincias que rodean Kioto, Osaka y los de Yoshino, famosos en el relato de viaje Yamato Kiko, “El viaje a Yamato” [39].
Es de destacar que estos peregrinajes eran muy apreciados por los antiguos poetas japoneses. Partían con un bastón y un gran sombrero de bambú, dejándose llevar por el capricho de las nubes y las aguas, para visitar santuarios famosos, las tumbas de personajes ilustres, sus compañeros de poesía y para admirar los paisajes más bellos de Japón. Yoshida Kenkō[40] nos dio la siguiente razón: “Nada es más agradable que los viajes cortos a cualquier lugar. Cuando uno pasea de un lado a otro, encuentra muchas cosas poco familiares, como paisajes campestres o pueblos perdidos entre las montañas”.
Chiyo-ni avisó al monje Sokōgei-Inshi, sucesor de Ryōshōin en el templo de Shōkō, y a sus viejos conocidos del vecindario, pidiéndoles que cuidaran de sus pertenencias durante su ausencia. Cuando dejó su ciudad natal, todos sus amigos la acompañaron hasta las afueras de la ciudad, según la costumbre. Se sabe que el maestro Bashō viajó así cinco veces en su vida; en cada viaje llevó un compañero. El primer año de la era Teikyō, en 1684, partió con su discípulo Chigato para el viaje a Kōshi; el cuarto año de la misma era, en 1687, partió con otro discípulo, Kairyō, para el viaje a Kashima; ese mismo año, fue a Yoshino con Tokoku; el quinto año de la era Teikyō, en 1688, llevó a Etsujin para contemplar el paisaje lunar de Obasute-yama durante el viaje a Sarashina; y en su último gran viaje al norte, en 1689, partió con Kairyō. Fue entonces cuando escribió su libro Oku no Hosomichi. Pero Chiyo-ni partió sin compañera ni compañero; se fue sola con su bastón y su sombrero de junco. Al dejar su hogar, dejó este haikai, cuyo significado no es muy claro:
wakakusa ya
kaeriji wa sono
kusa ni matsō
hay hierbas jóvenes,
al regresar, es de esperar
encontrar hierbas largas[41]
Una puede imaginar la silueta de la viajera caminando por el campo al leer este tanka de un poeta moderno[42]:
sora aoshi
waga mi wo meguru
no mo hata mo
aoki satsuki no
hitori tabi kana
el cielo es azul,
los campos y jardines
que me rodean
son verdes, en el quinto mes.
viaje solitario
Al salir de Matsudō, Chiyo-nitomó el camino de Kiso, un camino que forma un barranco entre las montañas. Matsuo Bashō compuso la siguiente poesía durante su viaje a Sarashina:
kakehashi ya
inochi no karamō
tsuta kazura
el puente colgante…
la vida está ligada
a una enredadera
Es decir, uno arriesga su vida al cruzar un puente colgante con la ayuda de lianas o enredaderas[43]. Tal puente es peligroso debido a su fragilidad. En general, los peregrinos recorren esta ruta, muy difícil de transitar, en otoño o invierno porque es durante estas estaciones cuando el paisaje es más grandioso. Una canción popular celebra esta ruta en los siguientes términos:
kokoro bosoi yo
kisojii no tabi wa
kasa ni ko no ha ga
furi kakaru[44]
el corazón se encoge,
de viaje por el camino de Kiso,
las hojas que caen
se enredan en mi sombrero de junco
El sol del verano caía con fuerza sobre el sombrero de junco de la viajera. Sin prisa, como un anciano, continuaba su camino, descansando de vez en cuando bajo un árbol. Un día, cuando hacía mucho calor, sintió una gran sed y se detuvo frente a la casa de un campesino para pedir agua. A su llamada, una joven salió de la sombra de un gran girasol dorado y le dijo: “cien metros más adelante encontrará una fuente. Este camino es precisamente un atajo”. Siguiendo esta indicación, Chiyo-ni llegó cerca de una cueva de la que brotaba agua cristalina. Tomó un poco con la palma de su mano y, tras recuperar fuerzas, continuó su camino. Aquí hay algunos versos que evocan este recuerdo:
chika michi ni
yoki koto futatsu
shimizu kana
por el atajo
doble beneficio:
hay una fuente
Y también:
michi mo sono
michi ni kana ōte[45]
mono suzuki
este camino también
al seguirlo debidamente,
el frescor en las hojas
En este haikai, hay un juego de palabras con Sono michi ni kana ōte, que significa “el camino indicado” o “la regla budista”; suzushiki, “la frescura”, es lo opuesto a la pasión, causa de todo sufrimiento. Se sabe que Gautama estableció como principio que la renuncia a la pasión (calor), y por tanto la búsqueda de la calma y la paz (frescura), era el único medio para liberarse del sufrimiento. Por casualidad, este camino conducía al gran templo de Nagano, en la provincia de Shinano. Este templo budista es uno de los más famosos de todo Japón: incluso la ciudad misma se llama Zenkōji, que significa literalmente “Templo de la Brillante Luz”. Aquella noche había una luna magnífica, y tal vez era la decimoquinta noche del octavo mes lunar. Poetas especializados en el género del haikai se habían reunido en la biblioteca. Sin revelar su identidad, Chiyo-ni desató los cordones de sus sandalias de paja y las retiró, según la costumbre, antes de entrar en el templo. En el lugar de honor, sobre un asiento elevado frente al tokonoma, estaba el Sōshō[46] .
Se distribuyeron unos tanzaku. Con el pincel en mano, en silencio, cada uno comenzó a componer poesías. Después de más de una hora de trabajo, se apilaron las tiras de papel frente al profesor, quien las examinó una por una y otorgó la mejor puntuación a los siguientes versos:
5 yoku hikaru
7 tera de tsuki miru
5 koyoi kana
en el templo de la Brillante Luz,
esta noche se admira
la luna llena
Cabe mencionar que Zenkōji, el nombre de este templo, se escribe con tres caracteres chinos que pueden leerse en japonés como yōkō hikarō tera. La lectura habitual es la pronunciación kango (china). Con esta pronunciación, la poeta solo disponía de cinco sílabas, mientras que necesitaba siete para completar el número de moras de su haikai. Por eso adoptó la segunda lectura. El maestro lo entendió, pero los asistentes leyeron:
6 zenkōji de
4 tsuki mirō
5 koyoi kana
Una poesía completamente irregular en su métrica, como se puede ver. Por ello, levantaron una protesta para señalar que faltaban sílabas. Fue entonces cuando el maestro les explicó la ingeniosa pronunciación de los caracteres chinos, y admiraron que esta asociación del “Templo de la Brillante Luz” y la hermosa luna llena fuera tan afortunada. Chiyo-ni sonreía discretamente. Ella era la autora de la broma, pero no reveló su nombre, sin duda por modestia y también por el placer de dejarlos intrigados. Pasó la noche en el templo bañada por la claridad lunar, y partió a la mañana siguiente con los primeros rayos del sol. Luego tomó el camino de Hokurikudō, la “costa del Norte”, y pasó por el balneario de Awazu, donde hay aguas termales. Fue entonces cuando compuso la siguiente poesía:
kasumi ni mo
hata wa yuru saji
obishiyama
ni siquiera a las nubes
le cederá su cuerpo,
la montaña ceñida
Obishiyama es el nombre de una montaña, cuya traducción literal es:
“La montaña ceñida (la montaña con el cinturón puesto).” Aquí hay un juego de palabras: yuru-saji obi, “desatar su cinturón” significa entregarse, en el caso de una mujer. Chiyo-ni quizás piensa que esta montaña, al no entregarse a la nube, ha hecho voto de castidad.
Una noche, llegó al templo de Eiheiji, en Echizen, para pedir hospitalidad. El templo era uno de los más conocidos de la secta Zen. El monje principal, que ya había oído hablar de la poeta Chiyo-jō, la invitó a tomar té en la biblioteca. Durante la conversación, la religiosa le dijo que había estudiado mucho la doctrina budista en su tierra natal, bajo la guía del monje Sokōgei Inshi del templo de Shōkō. Hemos mencionado que los monjes Zen tienen la costumbre de dirigir, a veces, bromas inesperadas y a menudo insolentes a las personas que encuentran. Al escuchar las palabras de Chiyo-ni, el monje le respondió con desdén: “Sin duda, usted es experta en literatura pero creo que, en cuanto a filosofía, no entiende nada sobre la tranquilidad de alma que enseña el budismo”. Como respuesta, Chiyo-ni sacó de su bolsillo un papel en el que escribió la poesía ya citada:
“cien calabazas, de un mismo tallo, de un mismo corazón”
La poeta, queriendo demostrar que también conocía las sagradas escrituras, utilizó su doble talento con una sutileza desconcertante: empleó todas sus palabras con doble sentido. Hyakunari es un grupo de cien calabazas que crecen en una sola planta. Otra lectura es sennari, nombre de una especie de calabaza trepadora que se cultiva en un enrejado para soportar una gran cantidad de frutos. Esta planta trepadora se designa, en el haikai, como tsuru[47]. Hyakunan también puede leerse como hyakusei o hyakusho, “cien vidas diferentes”, es decir, según la creencia budista de la reencarnación, un gran número de vidas, mil vidas o la eternidad. Hitotsuji, indica una fila, una cantidad indefinida. Kokoro yori, “de una misma raíz; de un solo corazón, espíritu o intención”. De ahí el significado superficial que hemos extraído: es solo un símbolo, como ocurre casi siempre en las poesías japonesas. El significado oculto es este:
“¡ah! cien vidas provienen de una sola intención.”
Aquí tenemos la interpretación poética de textos budistas que la religiosa probablemente tenía presentes en su mente. Este es el significado de esos textos:
- a) Sangai tada isshin[48]: “Los tres estados de la existencia humana proceden de un solo espíritu”, lo que significa que todas las acciones realizadas por un ser humano en las tres etapas del tiempo —pasado, presente y futuro— tienen su origen en un mismo y único corazón o espíritu[49].
- b) Banpō yui itsu shin[50]: “Miles de deseos, un solo corazón”, expresando la idea de que una sola intención se manifestará en formas diferentes; que una sola incomprensión conducirá a errores innumerables.
- c) Hosshin itchi nen sanzen[51], que podría parafrasearse así: “La religión es una, sus formas son diversas”.
Debemos concluir, a partir de estas observaciones, que el sentido filosófico es aquí el único exacto. Tenemos, por tanto, cien vidas como consecuencia de una sola buena intención, o también: si uno desea consagrarse al budismo, esta intención, insignificante en sí misma, es el comienzo de una felicidad múltiple, de la paz del alma, del Nirvana. Habiendo escrito este haikai, entregó su hoja al sacerdote zen. Este, muy erudito, comprendió inmediatamente el significado exacto y quedó asombrado ante la profundidad de los conocimientos y la fe budista de Chiyo-ni. Se apresuró a cambiar su actitud hacia ella y la trató con el mayor respeto. Este ingenioso epigrama sigue siendo muy admirado. Continuando su camino, la poeta pasó por Imashō, en la provincia de Echizen, donde compuso la siguiente poesía:
sutte deru
hiuchi ga shiro no
tsuki hikari
sale silbando
el pedernal del castillo,
luz de luna
Se puede ver que hay un juego de palabras con sutte derou y con hi-uchi ga shiro, que significa “pedernal” y también, probablemente, el nombre del castillo. Sin duda, quiere decir que los días pasados en el Castillo del Pedernal fueron fugaces como chispas.
Fue durante su viaje a Hokurikudō que Chiyo-ni atravesó un día la ciudad de Tsubata, en la provincia de Kaga. En esta ciudad vivía el poeta Kempō, un maestro del haikai de la “Escuela de Danrin”. Esta escuela fue creada por el célebre Nishiyama Sōin durante la era Enpō[52]. El fundador insistía mucho, como hemos visto, en la necesidad de dejar los versos libres y flexibles. Para dar el ejemplo, compuso la siguiente poesía, completamente irregular:
6 sareba koko ni
9 danrin no hana ari
5 momo no hana
por eso aquí
está la flor de Danrin,
la flor del melocotonero
Danrin significa “el bosque de la charla”. Sōin quiere decir que, tras meditaciones, encontró el secreto de la verdadera poesía: es el estado de ánimo del poeta despreocupado y alegre, como la flor del melocotonero. La “Escuela de Danrin” era una institución diferente de la Escuela ortodoxa de Bashō, a la que pertenecía Chiyo-jō. En el mundo poético del haikai, ambas eran enemigas. Nuestra poeta, que no daba mucha importancia a estas distinciones entre escuelas, ya que, en realidad, su ideal era el mismo, deseaba conversar con el célebre Kempō, uno de los mayores maestros de la región del Norte. Por eso, un día, fue a visitarlo. Al llegar a su casa, llamó siguiendo la costumbre:
“Gomen kudasai: ¡Por favor, discúlpeme!”
Al escuchar su voz, un portero, que era uno de los discípulos del poeta, apareció:
“¿Qué desea?”, preguntó.
“¿Podría avisar a su maestro que Chiyo, de Matsudō, desea verlo?”
Kempō estaba ocupado estudiando en su biblioteca. Al escuchar el nombre de la visitante, frunció el ceño y le dijo a su alumno con impaciencia:
“Esta poeta y yo no somos de la misma escuela. Ella es de la Escuela de Ice (de Bashō). Dile –ordenó al portero– que no quiero recibirla”.
Cuando Chiyo-jō escuchó esta respuesta poco alentadora, estaba de pie cerca de la puerta, no lejos de un arbusto llamado nanten[53]; Estaba vestida con un traje blanco de peregrinaje y calzaba sandalias de paja. Permaneció perpleja por unos momentos, y luego, sacando su pincel y tintero, escribió unas líneas en un papel.
Dándoselas al portero, dijo:
“¿Podría entregarle esto al maestro?”
Muy intrigado, el discípulo se apresuró a regresar a la biblioteca.
“¿Qué más hay?”, preguntó el maestro.
Molesto, tomó la hoja, pero cuando la leyó, su expresión se suavizó de inmediato:
“Pídele a esta poeta que venga aquí.”
Esto es lo que Chiyo-jō había escrito:
fumi tsukerarete
nyōcha moushiro
pisoteada,
la estera donde se seca el té
desprende un agradable aroma[54]
Este haikai nos hace pensar en el árbol de sándalo, que comunica su penetrante fragancia al hacha que lo corta. La poeta quería decir que no solo perdonaba la ofensa recibida, sino que también deseaba devolver un bien por el mal[55]. Cuando entró en la biblioteca, Kempō se disculpó cortésmente por su incorrección. Así fue como floreció entre ellos la “flor de Danrin”, es decir, comenzaron una larga conversación que debió ser muy interesante, ya que perdieron la noción del tiempo y hablaron casi hasta el amanecer. A partir de ese momento, Kempō y Chiyo-jō establecieron una gran amistad, que a menudo se compara con la de Kwammboo[56]. En Matsudō aún se conservan tanzaku en los que Kempō y Chiyo-jō compusieron poesías juntos.
Después de recorrer el camino de Echizen, la peregrina tomó el de Ōmi. El agua del lago Biwa estaba tranquila y transparente como la superficie de un espejo. En la orilla, los juncos susurraban sawa-sawa bajo la brisa ligera. Sensible a todas estas bellezas, llegó a Awazu. Es allí donde se encuentra el templo de Yoshinaka, donde está enterrado Bashō, el virtuoso poeta del haikai. Así, cumplió uno de sus deseos más queridos y agradeció fervientemente a Buda y al Poeta por la alegría que esto le causaba. En Awazu compuso el siguiente haikai:
awazu no ya
yama kara kyō no
hototogisu
en la llanura de Awazu,
desde las montañas de la capital,
el canto del cuco
El significado exacto es bastante incierto. Hay una asociación de ideas entre kyō (la capital) y hototogisu. Estas palabras a menudo se relacionan en la poesía.
Luego llegó a Kararaki, donde se encuentra un pino famoso en Japón por sus lluvias nocturnas[57]. Allí escribió tres poesías:
karasaki mo
sashite atsusa no
hi wa arishi
incluso bajo un parasol,
en Karasaki
¡qué días tan calurosos!
Hay un juego de palabras con Karasaki, que hace pensar en karamatsu, un gran pino cuyas ramas se extienden en todas direcciones, como un paraguas; y karakasa, paraguas o sombrilla japonesa. Así se obtiene: “Incluso bajo esta gran sombrilla, es decir, a la sombra de este gran pino, hace mucho calor”.
karasaki no
hiru wa suzushiki
shizuku kana
en Karasaki,
el mediodía es fresco:
¡caen unas gotas!
Ella piensa en la famosa lluvia nocturna. Hoy no llueve, pero las ramas aún están húmedas y caen gotas refrescantes (el verbo está implícito).
meigetsu ya
karasaki no ame
akete kara
¡oh, luna de otoño!
la lluvia de Karasaki
se disipa al alba
Luego entró en la ciudad de Ōtsu[58], a orillas del lago Biwa. Al visitar el templo de Ishiyama, en la “Montaña de Piedra”, compuso los siguientes versos:
meigetsu ya
yuki fumi wakete
ishi no oto
¡ah, la luna llena!
al pisar la nieve acumulada
el sonido de la piedra
Como hemos mencionado, Ishiyama es otro de los ocho paisajes famosos de Japón: se va a admirar la luna llena de otoño. Esta poesía no es excelente; hay demasiados elementos: la luna, la nieve, la piedra. Dos estaciones se mezclan, el otoño y el invierno. ¿Realmente hay nieve? ¿O es un efecto de la luna? Fumi wakete: separar al caminar, romper, pisar, parece probarlo. La capa de nieve no debe ser muy gruesa, ya que se escucha el sonido de los pasos sobre la piedra. En la noche de luna llena, todos los sonidos resuenan más. Esto debió ocurrir entre el otoño y el invierno. Continuando su camino, la viajera llegó a Kioto, la capital florida. Cuando los maestros del haikai de esta ciudad escucharon la noticia de la llegada a su círculo, la esperaron con una impaciencia mezclada con curiosidad[59]. Se ve que, incluso en esa época, el nombre de Kaga no Chiyo-jō, la poeta de Hokurikudō, ya era célebre. Sus colegas habían leído todos sus haikai; apreciaban especialmente el del “asagao”, tan delicado, y el de las “libélulas”, no menos sutil. Habían imaginado que la poeta era una persona de apariencia menuda y graciosa, y esperaban ver a una mujer hermosa.
Desafortunadamente, como sabemos, ella estaba lejos de ser, físicamente, una Komachi[60] pues realmente era alta y robusta, su apariencia era más bien masculina. Además, en ese momento, llegaba de un largo viaje y su tez estaba bronceada por el sol del verano. Para darle una recepción de bienvenida, los poetas se reunieron, y uno de ellos, al verla, quedó tan sorprendido que no pudo disimular su decepción. Dejó escapar esta poesía malintencionada para burlarse de ella:
enten ni
hi wo fuki nonoshiru
onigawara[61]
el cielo en llamas,
escupiendo fuego con furia,
¡la cabeza del demonio!
Todos los presentes estallaron en carcajadas y aplaudieron, pero sin desanimarse, Chiyo respondió de inmediato con el haikai que ya hemos citado:
“Aunque su tronco sea grueso, el sauce sigue siendo el sauce.”
Lo que significa: “Puede que sea voluminosa, pero soy una dama y espero ser tratada como tal”[62]. Sabemos que a la poeta le gustaba compararse con un sauce, ya que este árbol, por la esbeltez y flexibilidad de sus ramas, es un símbolo de elegancia y gracia femenina. Por unanimidad, los presentes aprobaron la precisión técnica y psicológica de este haikai, y aquel a quien había recordado tan ingeniosamente las normas de cortesía se retiró avergonzado.
Según B. H. Chamberlain, este haikai habría sido compuesto en otra circunstancia. “Cuando quedó sola en el mundo -escribe- y alcanzó cierta edad, se ganó la vida enseñando el arte poético. Se dice que su silueta se volvió robusta. Un día, al salir del castillo de un noble que la había invitado a cenar, las sirvientas, sorprendidas de que el gracioso nombre de Chiyo perteneciera a una mujer de mediana edad, gruesa y poco agraciada, se rieron burlonamente cuando ella pasó. Inmediatamente, la poeta se dio la vuelta y reprendió a sus insolentes críticas improvisando estos versos[63]“.
Así es como A. Miyamori comenta estos versos: “Es probable que se volviera corpulenta en su madurez, y sin embargo, pretende ser considerada como una mujer bella[64].” Esta poesía, hitokakae (“de un abrazo”), es una de las más apreciadas por los japoneses; hoy en día, la proponen como máxima a las jóvenes en las escuelas, para enseñarles que su primer deber es conservar toda su gracia femenina, sin importar sus ocupaciones o apariencia exterior[65].
Otra vez, Chiyo-jō se encontró en una reunión de maestros del haikai venidos de todas partes de Japón. Estos maestros competían por mostrar su talento. Una vez más, ella era la única mujer poeta. Susurraban entre ellos, con un dejo de desdén: “Puede que sea famosa, pero, después de todo, es solo una mujer. Además, es una campesina, viene de Kaga. No será difícil juzgar lo que es capaz de escribir”. Entonces, de manera insidiosa, le dieron uno de los temas más simples: asagao, “el rostro de la mañana”. Ella captó la intención maliciosa de estas personas y, de inmediato, respondió con este haikai:
asagao ya
otoko-musubi no
ue ni saku
¡ah, la campanilla!
bajo los gruesos tallos entrelazados
¡florece!
Sería quizás exagerado afirmar que quería decir que su malicia no solo estaba cosida con hilo blanco, sino más bien con un grueso cable. Lo cierto es que juega con las palabras otoko-musubi: estas designan un tipo de nudo hecho con cuerdas. Los japoneses distinguen dos tipos de estos nudos: uno, onna-musubi, literalmente “nudo femenino”, es decir, más ligero; el otro, otoko-musubi, literalmente “nudo masculino”, es decir, más fuerte. La metáfora es evidente. Compara a los poetas con tallos de campanillas entrelazados, entre ellas como los nudos de una cuerda, mientras que ella misma, “el rostro de la mañana”, resplandecía por encima de ellos. Ella quería demostrarles que las mujeres no son inferiores a los hombres y que son perfectamente capaces de hacer cosas difíciles.
Todos se quedaron atónitos de sorpresa, y ella les inspiró tanto respeto que quisieron elevarla a un lugar de honor. Al salir de Kioto, Chiyo-jō tomó el camino de Yamazaki; luego llegó a Naniwa[66]. Una tarde, cruzó los grandes puentes que atraviesan el Yodogawa. La brisa era fresca después del atardecer, y muchos ciudadanos paseaban por las orillas del río. El agua fluía lentamente, algunos pequeños botes de placer, iluminados con luces amarillas, salpicaban la corriente, brillando como grandes luciérnagas. El sonido de la música del samisen[67] flotaba agradablemente: en verano, Naniwa era verdaderamente el país de la felicidad. La poeta, dejándose encantar por tanta alegría contagiosa, paseaba como todos; y entonces escribió este haiku:
sōzōshi sa ni
yotsu-hachi no yotsu
watari keri
¡qué fresca se está!
por los cuatro puentes
he pasado
Desde Naniwa, continuó su camino hacia Chūgoku[68]. El camino estaba bordeado de sougouki cuyas espigas se mecían al viento. Infatigable, compuso el siguiente haiku, claramente inspirado por el del entusiasta Bashō:
hiyori hiyori
michi wa susuki no
shizuku made
¡hace buen tiempo! ¡hace buen tiempo!
…el camino hasta las gotas
de los suzukis
Es decir, hasta que llueva. Este haiku indica que es otoño[69].
El camino bordeaba el mar de Harima. Ella recordaba los poemas compuestos bajo el antiguo régimen e incluidos en el Genji Monogatari:
koi wabite
naku ne ni magau
ura nami wa
amo no katayori
kaze ya fūkuran
el sonido de las olas se asemeja
a los sollozos de quien está
enfermo de amor…
tal vez el viento sople del lado
de aquella en quien piensa
Esta tanka es del propio Genji. También recordó este otro poema de la bella Akashi:
toshi futsurō
tomaya no arete
oiiki nami no
kaeru kata ni ya
mi wo taganemashi
estoy triste porque mi casa
se cae en ruinas,
por eso cruzaré este golfo
siguiendo las olas que retroceden
y me dirigiré a tu hogar
Chiyo-jō pasó por Suma y Akashi, los hermosos lugares donde vivieron estos héroes. Otros poetas compusieron en Suma los siguientes versos:
sumadera ya
fūkanu furi kiku
ko shita yami
en el templo sumadera, (NT: templo de Suma)
se oye como si soplaran flautas
bajo la oscuridad de los árboles
Por supuesto, nadie toca esas flautas; quizás sea el viento que sopla entre los pinos.
matsu kage ya
tsuki wa sanga yo
chūnagon
bajo los pinos,
la luna en noche de montaña…
el chūnagon
(NT.- hay varios juegos de palabras que en parte explica a continuación la traductora. “sanga yo” puede leerse como “noche de montaña” o “tres noches”)
Aquí hay un encabalgamiento intraducible en sangayochū, literalmente “tres veces cinco” o la decimoquinta noche, o también la luna llena, cuya última sílaba chū se confunde con el título nobiliario Chūnagon[70], una clara alusión al Ghenji Monogatari. Después de dejar Suma y Akashi, llegó a Maiko sobre el borde del mar. Desde allí, se abarca con la mirada el mar interior de tono azulado, salpicado de islas. Un poeta de nuestra época cantó así a una de estas islas:
kanashiki wa
awaji shima yama
kyō mo mata
kie nantoshite
umi ni ukaberu
lo triste es ver,
hoy también,
la montaña de la isla Awaji
que flota en el mar,
casi desvaneciéndose
Chiyo-jō vislumbró esta isla de Awaji a lo lejos, sobre un fondo de bruma. La luz blanca del sol brillaba entre las nubes, y sobre el mar danzaban sombras y reflejos plateados, semejantes a dragones. Desde la costa ascendían ligeras columnas de humo provenientes de hierbas que ardían. La poeta se detuvo unos instantes ante este paisaje marítimo para admirar su belleza. Allí compuso dos poemas:
matsu kaze wo
uete kikitaru
kumo no mine
en esta montaña de nubes
(me gustaría) oír (el sonido) del
[viento] soplando en un bosque de pinos
Uete significa “plantar”. El sentido exacto es que “ella quisiera escuchar el sonido del viento que habría plantado en la cima con nubes “. La idea es difícil de expresar en español sin evocar toda una asociación de imágenes: la poeta emplea esta palabra uete que satisface su necesidad de impresionismo, debido a los pinos y la montaña.
shōgama no
harōtatsu hi wa
atsui kana
del horno de sal,
el humo que se alza en primavera…
¡qué día tan caluroso!
Simple observación. Hay, de hecho, una relación entre el calor y la cantidad de humo. Cuando hace calor, se enciende menos fuego. Mientras continuaba su viaje por la ruta de Chūgoku, llegó a Nara, la antigua capital. El viento de otoño comenzaba a soplar. Las hojas cobrizas del bosque de Kasuga-no-mori, a través del cual el camino serpentea como un largo corredor, comenzaron a caer una tras otra. El estanque de Sarusawa-no-ike estaba cubierto por la lluvia, y entre la neblina se distinguía el templo de Naiendō, pintado de rojo. Al anochecer, grupos de ciervos vagaban bajo los árboles. Es fácil imaginar cuánto impresionó este poético paisaje la sensible imaginación de Chiyo-jō:
hitori kiku
ware ni wa oshiki
shika no koe
escucharlos sola…
para mí, demasiado hermoso:
el bramar de los ciervos
El bramar de los ciervos evoca, para los japoneses, un sentimiento melancólico: el de un deseo irrealizable. Este haikai nos demuestra, al igual que su primera composición sobre los “gansos salvajes”, la profunda simpatía que unía a la poeta con todos los seres; ella lamentaba guardar su alegría solo para sí misma, y hubiera preferido compartirla con otras personas. El antiguo poeta Kenkō manifestó, con menos optimismo, la misma tendencia. Habiendo ido a Matsushima, exclamó al contemplar la luna: “En la playa de Matsushima, ya no hay pescadores que saquen el agua salada: estoy triste al contemplar la luna que vaga, al ritmo de las olas, sin compañía”. Encantada por el sonido de los ciervos, se quedó en Nara más tiempo del que había planeado inicialmente. Al dejar esta ciudad, escribió:
kurakaranu
sora wa tomo are
hatsu momiji
aún no oscurece,
el cielo… qué más da,
primeros arces rojos
Ella quiere decir, sin duda, que hace buen tiempo y que es una lástima, porque los poetas siempre prefieren asociar la lluvia con las hojas enrojecidas del otoño. Luego tomó el camino de Ise y, al llegar a esta ciudad, visitó el gran templo. Era el quinto año de la era Hōreki, alrededor de 1755. Esta visita cumplió uno de sus más queridos deseos, y agradeció al Buda. En el jardín divino, los viejos pinos se elevaban muy alto hacia el cielo; eran tan frondosos que, bajo su sombra, la oscuridad reinaba a medias, incluso durante el día. Chiyo-jō, muy emocionada, sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas. Ella recordó los versos que Matsuō Bashō incluyó en su diario sobre el “viaje a Yoshino” y “en Ise Yamato”:
nan no ki no
hana to wa shirazu
niou kana
de qué árbol
será la flor, no lo sé,
pero ¡qué fragancia!
Como él, ella buscaba el aroma de santidad misteriosa y divina que emanaba de este templo. Ella misma dedicó a Ice la siguiente poesía:
uchi soto no
tori no shigoto ya
kami no hana
dentro, fuera,
el trabajo de los pájaros:
la flor divina
Desafortunadamente, se nos escapa el significado exacto de esta poesía. Sabemos que esto ocurre en el momento del Año Nuevo. En el templo sintoísta donde se encuentra, ¿habría dos recintos, uno interior y otro exterior? Es costumbre que los fieles presenten al templo gallos viejos y gallinas que ya no ponen huevos; ¿es el trabajo de estas aves, que consiste en picotear sin cesar los insectos, lo que permite que “la flor de los dioses”, es decir, la flor de loto, crezca libremente? ¿O es la virtud de los budistas, que no han matado a sus aves de corral, lo que se compara con “la flor de los dioses”? ¡Son tantos los enigmas! A esa misma época, pertenecen estos otros haikais:
kyōgoshita
nari ni harou to ya
toshi no uchi
bajo mis viejos hábitos
¿llegará la primavera?
el fin del año
En otras palabras: “Estamos casi al final del año, y, para recibir la primavera, solo tengo mis viejas ropas”. Lo lamenta aún más porque, habiendo visitado el Templo Sagrado, debería haber cambiado de atuendo por respeto a las deidades. Pero piensa que la apariencia exterior es secundaria: las disposiciones de un corazón puro son una belleza interior aún más agradable. Por eso se apresura a añadir:
kazaraneba
hatsune mo kiyoshi
niwa no take
sin adornarse,
los primeros susurros
de los bambúes del jardín
Podríamos reemplazar la palabra susurro por ruido, soplo, suspiro, oración, etc. Ella se compara a los bambúes que no cambian de follaje en el día de Año Nuevo. Como ellos, recita su primera oración con un corazón sincero. Al salir de Ise, partió hacia Futami. Este lugar está situado a orillas del mar. Es una bahía famosa por dos grandes rocas colocadas de tal manera que se ve el sol salir entre ellas. Aunque el viento del mar era áspero para su delicado cutis, admiró, desde el primer día, el amanecer y dejó esta observación:
yoshi ashi no
ho ni arawaruru
futami kana
Futami aparece,
como la espiga,
de los juncos y las cañas
Luego regresó a Yoshino y, entre flores, se quedó un tiempo. Era este monte Yoshino que el monje-poeta Saigyō (1118-1190) había cantado con tanto amor:
negawakuba
hana no shita nite
ware shinan
kano kirakashi no
mochizuki no koro
¡ah! quisiera morir
bajo los cerezos en flor,
en esta noche
de luna llena
del segundo mes
Desde hacía tiempo, Chiyo-jō deseaba impacientemente conocer este famoso lugar. Sabía que Bashō había subido a esta famosa colina al comienzo de su viaje a Yoshino, dejando estos versos:
tabibito to
waga na yobaren
hatsu shigure
viajero
me llamarán…
primera lluvia de otoño
(NT.- Ponemos texto de la traductora, aunque hay quienes traducirían por primera lluvia de invierno, ya que shigure es kigo de finales de otoño o principios de invierno según escuelas)
Donde evoca la melancolía de la partida bajo la lluvia.
Chiyo-jō emprendió este viaje a principios del tercer mes, el mes de iyoi: “mes siempre creciente”. Las colinas y valles estaban cubiertos de flores rosadas de melocotoneros. Escribió este haikai, cuyo significado real no está claro:
yoshino kara
tori mo modoru ya
momo no hana
de Yoshino
incluso el pájaro regresa:
flores de melocotonero
Pasó por un convento de religiosas donde conoció a una dama de la nobleza; anotó este hecho de la siguiente manera:
momo saku ya
miyako hanarete
miyakobito
florecen los melocotoneros…
lejos de la capital
una cortesana
Cuando las flores de melocotonero comenzaron a marchitarse, se vieron, a través de las hojas verdes de estos árboles, las flores de cerezo. Pronto, como una nube, envolvieron la montaña. La poeta se instaló en el convento para pasar días de descanso, admirando el magnífico panorama y haciendo peregrinaciones al Mausoleo del primer emperador de Japón, Jimmu Tennō, y al templo shintoísta de Tōnomine, donde Bashō había compuesto los siguientes versos:
hibari yori
sora ni ya sōrau
tōge kana
más que la alondra,
hacia el cielo asciende
este desfiladero
Fue en estos lugares encantados donde la poeta encontró refugio. Un día, la Madre Superiora del convento, que no era otra que la cortesana, invitó a Chiyo-ni a su casa para hablar de poesía. Al final de la conversación, le pidió que compusiera la primera parte de una tanka, de la cual ella misma había improvisado la segunda parte, que es la siguiente:
nao nanatabi no
wakare narō nan
aún siete veces más
nos separaremos, ¿no es así?
Chiyo-jō, que no estaba especializada en la composición de tankas, se sintió un poco incómoda. Al regresar a su habitación, estaba muy angustiada porque no encontraba los versos adecuados. Mientras buscaba, se durmió sobre su mesa. Poco después, vio en sueños un pétalo de flor doble, los japoneses dicen óctuple, de cerezo; mecido por la brisa, se posó suavemente sobre su pecho. Se despertó sobresaltada y vio, a través de la ventana, nubes de flores. Uno tras otro, los pétalos caían y flotaban en el aire ligero: la poeta captó la inspiración:
hito hitotsu
kaze ni fukushiku
yae zakura
uno por uno
el viento los esparce…
cerezo de ocho pétalos
Con un sentido implícito: Siete veces la separación; a la octava, ya no hay más. Satisfecha con su descubrimiento, se apresuró a ver a la Superiora para contarle cómo, soñando, había encontrado el complemento necesario de la tanka. Aprovechando la cálida acogida de las hermanas, Chiyo-ni olvidó que el tiempo pasaba rápido. Era el momento en que alegres paseantes llegaban en masa a los Montes de Yoshino con calabazas llenas de sake, y su animación era grande. Pero llegó el momento de dejar el convento, y al partir, con mucho pesar, la poeta dejó los siguientes versos:
fumiwaketa
nasake no yado ya
yama-zakura
en un lugar remoto
una hospitalidad inesperada,
cerezo de montaña
Quizás hay una vaga idea religiosa que sugiere que, después de escalar con dificultad un camino rocoso en la montaña, es decir, en la vida, finalmente se alcanza el lugar de descanso, después de la muerte. La Superiora, con los ojos llenos de lágrimas, la acompañó hasta el camino principal y le deseó un buen viaje. En el momento de la despedida, Chiyo-ni, muy emocionada, compuso estos versos:
futaya miya
nete miru hana ya
yoshinoyama
dos noches, tres noches…
dormir entre flores:
el monte Yoshino
banshō o
dono hana mo kikō
yoshinoyama
todas las flores escuchan
las campanas de la tarde:
montes Yoshino
Flores y religiosas están recogidas para la oración.
uchi min to
hana ni kōrō ou ya
yoshinoyama
todos los visitantes
se embriagan con las flores…
monte Yoshino
No hace falta señalar que el sake también juega su papel.
De Yoshino partió nuevamente hacia Kyōto. Desafortunadamente, las efímeras flores de cerezo ya se habían caído, solo las jóvenes hojas se mecían suavemente bajo la brisa. El mes de mayo comenzaba. En el templo budista de Chion, que visitó de paso, dejó el siguiente haikai, en honor a la ceremonia de Kambutsue (el nacimiento de Buda), que se celebra el octavo día del cuarto mes:
kanbutsue
tsuta no wakaba mo
ayumi tome
en el aniversario del Buda,
las jóvenes hojas de hiedra
también se detienen
Una leyenda cuenta que el Buda dio sus primeros pasos el mismo día de su nacimiento, proclamando: “Soy el ser más santo en el cielo y en la tierra”. Al ver los jóvenes brotes de hiedra que justamente comienzan a trepar, Chiyo-jō piensa en esos primeros pasos del Sabio niño en su día de aniversario. Otra tradición asegura que, al nacer Śākyamuni, un dragón descendió del cielo para darle el “bautismo de la lluvia”. Para conmemorar este recuerdo, se rocía, ese mismo día, una estatuilla del Buda niño con una infusión ligeramente azucarada, y una superstición común hace creer que, si se bebe de este líquido, trae buena suerte. Por todas partes, los altares están decorados con flores. Esta ceremonia tiene un carácter imponente en Kyōto y en Nara, donde hay muchas pagodas. En este mismo templo, dejó el haikai que sigue, que quizás solo tenga un interés etnográfico:
kayazuri no
kō mo sagete ya
hanamidō
templo de las flores:
¡ah! cuelgan también
hierbas de mosquitero
Estas hierbas kayazuri se ofrecen como exvotos. Pertenecen al género del papiro. Es una planta de tallo cuadrado con la que los niños juegan; al dividir el tallo en dos, forman un pequeño cuadrado que se asemeja a un mosquitero, de ahí su nombre. Aquí hay otra poesía de la misma época:
hanamidō
tsuriganedō mo
arama hoshi
el templo de las flores:
ojalá también tuviera
un pabellón de campanas
De su segundo paso por Kyōto, solo tenemos este haikai, compuesto a su partida:
hi wa nagashi
uzuki no sora mo
kinō kyō
se alargan los días…
el mes de mayo
se acerca
Esto nos informa sobre la temporada en que, nuevamente con su bastón y su sombrero, reanudó su camino, deambulando hacia las provincias del Este. Al llegar a la desembocadura del Kisogawa, tuvo que cruzar el río que desemboca en el golfo Ise-wan, utilizando el ferry de Kōwana. Allí hizo esta observación:
mirō uchi ni
wasurete shimo
yanagi kana
mientras los miraba,
incluso los olvidé
¡los sauces!
El paisaje es magnífico: el barco se desliza rápidamente; apenas tiene tiempo de ver los sauces a la orilla del agua. Luego recorrió, uno tras otro, los cincuenta y tres relevos del Tōkaidō, la región del Mar Oriental[71]. Se le da el mismo nombre a la ruta oriental que bordea el mar y conduce de Kyōto a Tōkyō; esta es la vía que tomó nuestra poeta. El Nakasendō era la ruta de las montañas del centro. Admira en el camino el famoso Castillo Nagoya-jō, con su techo adornado por dos delfines de oro; la fortaleza Okazaki no yōgai; el lago de Hamana[72], cuyas aguas brillan como un espejo pulido, y, en los alrededores de Shizuoka, disfrutó del tai-meshi, un plato regional, “el arroz con dorada”. Sobre todo, admiró el paisaje grandioso que tenía como telón de fondo al Monte Fuji y, en primer plano, una llanura formada por la majestuosa estela del volcán. Sobre este magnífico conjunto, una poeta moderna, Yosano Akiko, compuso la siguiente tanka:
(NT.- Yosano Akiko (1878–1942) es una de las poetas más célebres de Japón, pionera del feminismo y la poesía moderna).
tōtsu-ōmi[73]
ōkawa nagaru
kuni nakaba
na no hana sakinu
fuji wa kanata ni
en la provincia de Tōtōmi,
un gran río fluye
dividiendo el país en dos;
flores de nabos abiertas
y al fondo… el Monte Fuji
Chiyo-jō hizo una parada en el relevo que se encontraba en la desembocadura del río Fuji, y, al ver las nieves eternas de la montaña sagrada, se sintió invadida de respeto[74]. Continuó luego por el Tōkaidō bajo el cálido sol de verano y atravesó a caballo un camino escarpado durante una distancia de ocho leguas, incluyendo la ruta de Hakone no seki[75]. Cuando llegó a los alrededores de Fujisawa, el viento de otoño comenzó a soplar. Tomó el camino de Enoshima y cruzó el puente tendido sobre el brazo de mar que separa la isla de la costa. Pasó una noche tranquila en una posada, escuchando el sonido de las olas del mar de Sagami que rugía. Recordó con alegría todo el camino que ya había recorrido para llegar a ese lugar, comenzó a preocuparse un poco por el trayecto que le quedaba por hacer a través de la ruta de Ōshū (Ōshū no michi), que nunca había visto. No creemos que su regreso fuera perturbado por algún contratiempo. Solo nos han llegado algunos haikai que nos permiten seguirla aún con el pensamiento. En Enoshima, compuso la siguiente poesía:
nami no oto ni
aki no saku nari
chigowagai
con el sonido de las olas,
el otoño hace florecer,
conchas de mil tipos
Donde compara las conchas multicolores esparcidas por la playa con flores de final de temporada. Continuando su recorrido, llegó a Edo[76], a sus muy numerosas calles[77], frecuentadas por una población bulliciosa, variopinta como un parterre de flores. Sabemos que, al salir de Edo, escribió estos versos:
nanri hodo
wagame no uchizo
kumo no mine
¿cuántas leguas abarca
mi vista?
cumbres nubosas
Evocaciones de la gran llanura de Musashi[78], que se extiende más allá de la ciudad. Estaba cubierta, hasta donde alcanzaba la vista, de susuki (juncos), sobre los cuales el sol salía y se ponía. Chiyo-jō admiró allí una magnífica masa de nubes, kumo no mine, literalmente “pico de nubes”, que se recortaba en el horizonte sobre el fondo azul del cielo. La artista no podía dejar de pintar este majestuoso cuadro. La grandeza del silencio la conmovió:
musashi no niwa
koe mo komorazu
gyo-gyoshi
en la llanura de Musashi,
nada obstaculiza
el cando del yoshi-kiri
Gyo-gyoshi es el nombre poético de un ave acuática comúnmente llamada yoshi-kiri, “cortador de juncos”. Tiene un plumaje negro y un canto potente. Como la llanura es muy extensa, nada obstaculiza su grito: se extiende hasta el infinito. Luego, Chiyo-jō reanudó directamente su camino hacia las provincias del Norte, que solían llamarse Aki kaze fuku, “lugar de donde sopla el viento de otoño”. Sería interesante abrir aquí un paréntesis para explicar al lector el origen de esta expresión. Proviene de una poesía antigua, probablemente compuesta por Saigyō:
miyako wo ba
kasumi to tomo ni
ideshi kado
aki kaze zo fuku
shirakawa no seki
dejé la capital
con niebla de primavera,
pero en la barrera
de Shirakawa
ya sopla el viento de otoño
Es decir, he recorrido el largo trayecto que separa la capital de Ōshū. En ruta, nuestra poeta pasó por Hiraizumi[79]. La poeta recordó los célebres haikai que el recuerdo de estos eventos históricos había inspirado al venerable Bashō:
samidare no
furi nokoshite ya
hikaridō
lluvia del quinto mes…
está oscuro, pero en el Templo de la luz,
no ha caído
Y también:
natsukusa ya
tsuwamono domo ga
yume no ato
¡las hierbas de verano!
huellas del sueño
de los guerreros[80]
Donde el poeta, no samurái, pero convertido en un monje ferviente, expresa enérgicamente el desdén que siente por la gloria militar.
Antes de cerrar este capítulo sobre los peregrinajes de Chiyo-ni, no queremos dejar de mencionar que, después de recorrer las provincias del Norte, tomó el camino de Etchigo, donde se encuentra la isla de Sado, inmortalizada por el célebre haikai del Maestro:
“¡mar tormentoso! sobre la isla de Sado, se extiende la Vía Láctea”
Y por la famosa tanka del bonzo Ryōkan:
tarachine no
haha ga mikuni zo
asayū ni
sado no shimabe wo
uchimitsuru kana
por ser la tierra natal
de mi madre,
mañana y tarde
contemplo con reverencia
la costa de Sado
El corazón de nuestra poeta fue tocado en sus cuerdas más sensibles por la vista de esta isla, que se le apareció difuminada bajo la bruma. Ella terminó así este largo viaje, que había durado más de un año y medio, y regresó a su provincia. A su regreso, compuso la siguiente poesía:
michimichi ni
nokoshita koe ya
hototogisu
en cada camino
dejé mi voz:
el canto del cuco
[1] Siguiendo la costumbre japonesa, utilizamos el sufijo Bō cuando Chiyo es una niña; posteriormente emplearemos Jo, joven, mujer y finalmente Ni, religiosa budista.
[2] Trad M. R. A., p. 398.
[3] Pinturas que se cuelgan en la pared. Generalmente están montadas en largas bandas que se pueden enrollar. En Japón, reemplazan nuestros cuadros europeos. Es habitual exponer, en la misma habitación, solo uno, dos o tres de estos kakemonos colgados, generalmente en el tokonoma, que es una especie de alacena donde se coloca un pequeño altar doméstico. Esta costumbre de exponer kakemonos se remonta a una antigüedad muy alta; tiene origen chino. A veces, en lugar de un cuadro, el kakemono representa un precioso espécimen de caligrafía. Se sabe que la escritura de los Extremos Orientales es una especie de dibujo y que la habilidad caligráfica es, para ellos, tan admirada como la habilidad artística.
[4] Osakayama no seki era un paso de entrada al este de Kioto, donde había guardias. Mochizōki, literalmente “la luna llena”, designa el color de un caballo completamente blanco.
[5] Estera de paja de arroz.
[6] Todas estas son onomatopeyas japonesas significativas.
[7] Trad., M. R. A., p. 396 y n. I.
[8] Hasu no ha, “las hojas del loto”, son el símbolo del budismo. Oshari significa “venerable reliquia de Buda”, y, por extensión, “pequeña reliquia redonda y brillante que queda de un cuerpo quemado”.
[9] Una pasta de frijoles empapados en agua y triturados bajo una muela.(NT: tofu habitualmente se conoce como una comida de suero de soja, siendo llamada esa pasta de frijoles que refiere la autora el anko)
[10] Cf. Yoshimatsou Yoüitchi, pp. 16 y 17.
[11] Cf. M. R. A., p. 396.
[12] Para emplear la expresión china consagrada por el uso, debemos escribir que ella “regresó” con su esposo. Esto expresaría que “la mujer debe hacer de la casa de su esposo su hogar, entrando en ella ya como su propia casa.” Cf. Onna Daigaku. Trad., M. R. A., p. 323.
[13] Cf. Yoshimatsou Yofü.tchi, pp. 24 y siguientes.
[14] “Aunque la flor del girasol no sea de un tono oscuro, es muy similar en el color a la de kerria “, nos decía Sei Shōnagon.
[15] No se sabe exactamente qué quiere decir aquí mono, “cosa”, pero parece claro que no puede ser más que la lluvia, debido a koboruru, que evoca la idea de “gotas” cayendo una tras otra, y de ni, una especie de dativo.
[16] Cf. Yōshimatsu Yollitchi, p. 26.
[17] Gampi: lychuis stellarioides (NT.- arbusto cuyas flores son blancas y pequeñas -Wikstroemia sikokiana-).
[18] Fushigorō : melandryurn firmum. (NT.- literalmente el nombre significa “lluvia fuera de temporada»)
[19] Es sabido que los budistas aman a todas estas pequeñas criaturas, así como a los cuervos, las ranas, etc.
[20] Cf. Trad., M. R. A., pp. 395 y 396, n. 4.
[21] Citamos la versión propuesta por Yoshimatsu. Según Revon y Miyamori, la poeta no arrancó las flores: renunció a sacar agua en cuanto vio su recipiente retenido por la enredadera. Miyamori añade: “Este verso ha sido tan celebrado desde tiempos antiguos que ya no se distingue del nombre de su autora. En mi humilde opinión, estos versos merecen plenamente su celebridad; pero los poetas modernos lo critican a menudo sin benevolencia, bajo el pretexto de que la poeta parece fingir un refinamiento (exagerado).” A. M. A., p. 421. (NT: En la actualidad, tras unos estudios presentados, se considera que Chiyo-ni no usó el kireji “ni” en este su más reconocido haiku, sino el kireji “ya”. asagao ya / tsurube torarete /morai mizu. En kanjis, en vez de 朝顔に釣瓶とられて貰ひ水 sería 朝顔や釣瓶とられて貰ひ水.)
[22] Tienen una especie de mango hueco en el cual se pone el pincel.
[23] La expresión “hermano mayor” en esta ocasión querría decir su esposo.
[24] M. R. A., p. 396.
[25] T. A. S. J., p. 124.
[26] “The very sight of my widowed couch, when I retire to rest and when I wake again in the morming, reminds me of my loss and of my solitude.”
[27] “I sit up or lie down and yet. How large seems the mosquito net! »A. M. A., p. II y pp. 440-441.
[28] « This verse is generally ascribed to Chiyo-Ni who, it is said, composed it out of longings for her departed husband. But it is undeniable that this verse was composed by Ōkikashi the courtesan, because it is inserted as her piece in an anthology edited by Deisoku un 1694, a date several years previous to Chiyo’s birth.»
[29] Cf. Yoshimatsu Yōichi, p. 215.
[30] Podría darse otra interpretación de este haikai, suponiendo que los papeles de los shōji no hubieran sido cambiados desde la muerte del niño. “En ese caso, el viento sopla muy frío, en verdad, en el corazón mismo de la madre, porque pasa a través de los pequeños agujeros que fueron hechos por los dedos de su hijo muerto.” In this case the wind blows very cold indeed into the mother’s very heart, for it comes through the little holes that were made by the fingers of her dead child. —Lafcadio Hearn, In Ghostly Japan, p. 157. Sin embargo, preferimos dar a nuestra traducción el sentido de un frío moral, porque los papeles de los shōji se renuevan con frecuencia.
[31] Cf. Trad. M. R. A., p. 396 y n. 4.
[32] Tablillas en las que estaban escritos los nombres póstumos de sus difuntos y la fecha de su fallecimiento.
[33] Cf. Yoshimatsu Yōichi, p. 38.
[34] Este color es, en Japón, el tono de los vestidos de novia, así como el de las prendas de las mujeres del mundo.
[35] Usó este epíteto por modestia, según la costumbre de los japoneses, que nunca alaban lo que proviene de ellos mismos.
[36] Cf. Yoshimatsu Yōichi, p. 44.
[37] Nombre antiguo de las provincias de Mutsu, Rikuchū y Rikuzen.
[38] Oku es una abreviatura de Michinoku u Ōshū.
[39] De Matsuo Bashō. (NT: Sendas de Oku sí es de Bashō pero no el Yamato Kikō. Se trata de una autoría equivocada, realmente El Yamato Kikō es un relato de viaje clásico japonés escrito por Motōri Norinaga -1730–1801-, uno de los más importantes eruditos del kokugaku -nacionalismo japonés-, escrito en 1772 -periodo Edo- apenas tres años antes de fallecer Chiyo).
[40] En el capítulo XV del Tsurezuregusa.
[41] Hay un encabalgamiento al final del segundo verso: Sono kusa, tal vez para resaltar kusa, hierbas.
[42] Citado por Yoshimatsu Yōichi, p. 46.
[43] A falta de cables de hierro, parece que todavía existen puentes de este tipo en Sumatra y Borneo.
[44] Kokoro bosoi, literalmente “el corazón se adelgaza”; ko no ha se usa en lugar de ki no ha.
[45] kana ōte quiere decir kanute
[46] Este título se otorga a los profesores de poesía y a los maestros del chanoyu (ceremonia del té).
[47] Es con los frutos hinchados de esta cucurbitácea que se fabrican, cuando están secos, unas calabazas.
[48] A. M. A., p. 434. “The three stages of human existence are all but one mind”.
[49] Sangai también significa, en el lenguaje budista, los tres mundos: Yokukai (“el mundo de los deseos”); Shikikai (“el mundo de las pasiones”); Mushikikai (“el mundo sin pasiones”). Un proverbio japonés afirma: onna wa sangai ni ii nashi: “La mujer no tiene morada en ninguno de estos tres mundos”. Lo cual no está probado.
[50] Cf. B. H. Chamberlain, T. A. S. J., p. 155. “Myriad devices simply one heart”.
[51] Cf. Ibid. To be freely paraphrased as » Religion is one, forms are many”
[52] La era Enpō abarcó de 1673 a 1680.
[53] Nandina domestica: es una especie de acebo sin espinas.
[54] Cf. Yoshimatsu Yōichi, p. 54.
[55] Este poema es parte de un renga. Estos dos versos, precedidos por un haikai, formarían una tanka. Para ser completamente correcto, el poeta habría tenido que improvisar el haikai complementario.
[56] (3) La palabra se forma de la asociación de las dos primeras sílabas de los nombres Guān Yǔ y Bāo Zhěng. Por eufonía, Hoo se convierte en Boo. Estos personajes son en China un símbolo de la verdadera amistad. Son los equivalentes de Cástor y Pólux en la mitología griega. (NT: se ha producido una transliteración japonesa del chino)
[57] Es uno de los ocho sitios famosos para los japoneses. Al igual que los chinos, los japoneses disfrutan clasificar cosas visibles e invisibles en series numeradas de manera invariable. Así como los antiguos griegos dieron el nombre de “Siete maravillas del mundo” a siete obras maestras de arquitectura y escultura que despertaban admiración universal, los japoneses llaman “Ocho vistas famosas” a los paisajes que más los deleitan. Tienen varias series de estos paisajes. La que nos interesa aquí es la siguiente:
1.- Seta no yūshō (瀬田の夕照). El ocaso en Seta (puente sobre el río Seta, lago Biwa).
2.- Ishiyama no shūgetsu (石山の秋月). Luna de otoño en Ishiyama (templo Ishiyama-dera).
3.- Karasaki no yau (唐崎の夜雨). Lluvia nocturna en Karasaki (famoso pino en la orilla del lago).
4.- Katata no rakugan (堅田の落雁). Gansos salvajes descendiendo en Katata (bahía del lago Biwa).
5.- Hira no bōsetsu (比良の暮雪). Nieve tardía en el monte Hira (cordillera al oeste del lago).
6.- Mii no banshō (三井の晩鐘). Campana vespertina de Mii-dera (templo Mii-dera, oficialmente «Onjō-ji»).
7.- Yabase no kihan (矢橋の帰帆). Veleros al atardecer en Yabase (antiguo puerto en el lago).
8.- Awazu no seiran (粟津の晴嵐). Viento y brisa clara en Awazu (llanura con pinos cerca del lago).
[58] Ōtsu fue la residencia de la corte imperial del 668 al 675.
[59] Los japoneses dicen: kakoichō, “haciendo un cuello largo como las cigüeñas”.
[60] NT.- En la cultura japonesa, Komachi suele evocar la imagen de una mujer de gran belleza, refinamiento, pequeña y piel muy clara, nombre que está profundamente ligado a Ono no Komachi, una célebre poetisa del período Heian -siglo IX-, cuya figura ha sido idealizada a lo largo de los siglos como símbolo de la belleza femenina.
[61] Onigawara es un tipo de teja monumental o quimera colocada en los extremos de un techo, que a menudo representa la cabeza de un demonio para ahuyentar a los malos espíritus.
[62] Cf. B. H. Chamberlain. T. A. S. J., pp. 124-1 25. «I may be fat, but I am a lady, and I expect to be treated as one.»
[63] “Cuando quedó sola en el mundo como una mujer de cierta edad, se ganó la vida enseñando el arte poético, y se cuenta que su figura se volvió robusta. Un día, al salir de la mansión de un noble que la había invitado a cenar, las sirvientas, sorprendidas de que el bonito nombre de Chiyo perteneciera a una mujer de mediana edad, gruesa y poco agraciada, comenzaron a reírse a sus espaldas. Inmediatamente, la poeta se dio la vuelta y reprendió a sus impertinentes críticas con el siguiente verso improvisado.” T. A. S. J., pp. 124-125.
[64] “It is probable that she grew staut and heavy in her middle-age, and yet she claims to be treated as a graceful woman” A. M. A., pp. 428-429.
[65]Cf. Yoshimatsu Yōichi, p. 57.
[66] Naniwa es el antiguo nombre de la ciudad de Osaka; todavía se usa en poesía.
[67] Samisen: Guitarra japonesa de tres cuerdas.
[68] Chūgoku: El centro del país, es decir, hacia el oeste, donde se encuentra el actual departamento de Kyogo, entre Kobe y Shimonoseki.
[69] Se observa que el primer verso tiene seis sílabas: una licencia a veces tolerada por los mejores poetas.
[70] Antiguamente, consejero de la corte, que ocupaba un rango justo después del dainagon.
[71] El Tōkaidō es una de las grandes divisiones de Japón. Comprende quince kuni o «provincias»: Iga, Ise, Shima, Ōwari, Mikawa, Tōtōmi, Suruga, Kai, Sagami, Musashi, Awa, Kazusa, Shimōsa e Hitachi.
[72] Hamana-ko es una laguna de cuarenta leguas de perímetro.
[73] Tōtsu-ōmi es la antigua pronunciación de Tōtōmi. Este nombre era el de la laguna Hamana-ko, y se le dio a toda la provincia. Tōtōmi es una abreviación de Tōtsu-awa-ōmi, “mar de agua dulce lejana”, en contraste con el nombre del lago Biwa o de Omi, llamado entonces chikatsu-awa-ōmii, “mar de agua dulce cercana”.
[74] Los japoneses dicen, en este caso: ella cruzó, modestamente, su kimono.
[75] Era un pueblo de Sagami, a veinticinco leguas de Tōkyō, famoso por el puesto de control que se había establecido para la vigilancia de los viajeros.
[76] O Yedo, antiguo nombre de Tōkyō, capital de Japón desde 1868; fue en otro tiempo, durante 250 años, la residencia de los shogunes Tokugawa. Ieyasu construyó allí, a finales del siglo XVI, un gran palacio que fue destruido y reconstruido varias veces, y que quedó reducido a cenizas por un incendio en 1863.
[77] 808, dicen los japoneses.
[78] La más grande de Japón.
[79] Llanura donde en el pasado tuvieron lugar sangrientas batallas entre la familia Fujiwara y la familia Minamoto. La primera familia fue, desde el 660 hasta aproximadamente el 1050, todopoderosa en la corte y gobernó realmente Japón. Fue derrotada y eclipsada luego por la segunda. Los Fujiwara habían intentado establecer una capital en Oshū, en Hiraizumi; habían construido una gran pagoda y el templo Hikaridō, “de la luz”, sobre uno de sus mausoleos.
[80] Cf. Trad., M. R. A., p. 386.