CONSTRUIR
¡Qué blandamente
se han sentado unas hojas
en este banco!
DECONSTRUIR
Estas dos últimas semanas de noviembre, durante las que en estas latitudes celebramos la caída de las hojas de los árboles caducifolios, son una fiesta para los sentidos y un acicate para la sensibilidad. No solo por los colores con que se tiñen las hojas antes de caer al suelo, sino por todo lo que este fenómeno natural puede evocar en las personas: el paso del tiempo, la proximidad del fin del año, el recuerdo de la transitoriedad de las cosas de este mundo, la luz menguante de los días, la languidez del otoño, la melancolía de los estados de ánimo asociados a esta estación, etc. Una invitación constante a esa sensibilidad hacia las cosas que los japoneses llamaban aware.
Pero las hojas no solo caen al suelo. Pueden caer sobre cualquier objeto. Por ejemplo, sobre un colchón puesto a secar en el balcón de una casa. Como en ese haiku de Masaoka Shiki (1867-1902):
Hojas caídas
En un futón que se orea
En la barandilla.
En ni hosu
Futon no ue ni
Ochiba kana
えんに干す
布団の上に
落ち葉かな
O, en una imagen favorita de la poesía clásica japonesa, sobre una superficie de agua. Como en el siguiente tanka anónimo que aparece en la antología Kokinshū del año 905. Las hojas caídas de los arces, esas que los japoneses llaman momiji, emblema poético del otoño, cubren de color escarlata las aguas del río Tatsuta.
Teñidas hojas
Cubren el río Tatsuta.
Si lo cruzara,
¡Qué precioso brocado
En dos yo partiría!
Tatsuta gawa
Momiji midarete
Nagarumeri
Wataraba nishiki
Naka ya taenamu
En el haiku que hoy presento a la bondad de los lectores de El Rincón y que ilustra una fotografía tomada por la noche, he deseado destacar no el efecto preciosista de las hojas amarillentas u ocres, sino dos cosas: la suavidad –blandamente– como han caído las hojas, y la actitud personalizada –sentarse– con que yo las he visto posadas en el humilde banco de cualquier parque. En un haiku, las cosas actúan como personas o como animales, y las personas o animales como cosas o fenómenos de la naturaleza. Es la impersonalidad del haiku. Reginald Blyth decía que nosotros, personas, somos más humanos cuando nos damos cuenta de que no solamente las piedras y los árboles y los dioses están vivos, sino que hasta nosotros lo estamos. Los hojas, como unos seres vivos más, se nos muestran sentadas en un banco en donde lo común es que se sienten personas, que “también” son-somos seres vivos (más o menos vivos que una hoja caída es una pregunta improcedente en el mundo del haiku). Algo nada extraño en el universo performántico de esta poesía donde los roles comunes se invierten, en donde objeto y sujeto conviven en un espacio común.
Sobre la forma de caer con suavidad –blandamente–, Masaoka Shiki, ya citado, tiene otro maravilloso haiku, en este caso con la nieve como protagonista:
Cae blandamente
La nieve sobre las alas de un pato.
¡Ah, esta calma!
Oshi no ha ni
Usu yuki tsumoru
Shizukasa yo
おしの羽に
うす雪つもる
静かさよ
El pato es nieve y la nieve es pato. Como las hojas son un banco y el banco es unas hojas. El adverbio «blandamente» ha sido solo la varita mágica para que, en uno y otro caso, se haya operado tan misteriosa identificación.