CONSTRUIR
Siete, diez patos
en todas direcciones.
Se hace de noche.
DECONSTRUIR
Fue el otro día, paseando cerca de la ribera del Tajo, en Talavera, a la hora del crepúsculo cuando, sobre mi cabeza, apercibí una bandada de patos en vuelo bajo que, inesperadamente, rompieron la formación para separarse en grupos pequeños, de dos, cinco, diez, etc., y, quebrando la dirección de su vuelo, lanzarse de varias direcciones.
Fue hermoso verlos, en apresurada busca de un lugar del río donde pasar la noche en ciernes. Y a esa hora mágica en que se abrazan el día y la noche.
Como todos los haikus, este me pareció un ejemplo de la vivencia del ahora. Y del aquí. En eso consiste, a mi entender, la esencia del haiku.
El otro día, un amigo poeta y buen escritor conquense, Antonio Lázaro, publicó un artículo en el Cultural del ABC de Toledo con esta cita:
«Borges, a sus 85 años, dijo que si viviera otra vez dedicaría más tiempo a contemplar los crepúsculos. Y que viviría más el presente, sin la losa constante del futuro y sus miedos. “De eso está hecha la vida, solo de momentos. No te pierdas el ahora”».
Crepúsculo y ahora fundidos en diecisiete sílabas desparramadas, como los patos en ese momento, en varias direcciones.
He preferido, en el tercer verso, “Se hace de noche”, a “Cae la noche”, que también reuniría cinco sílabas. Mi elección me pareció más depurada y natural, que la otra, más retórica e, indudablemente, más poética de “cae la noche”. Bueno, me pareció que hasta los patos, protagonistas de estos versos, la hubieran elegido también, vamos.
Evidentemente, no recuerdo si eran siete o diez patos, pero sí, como dije antes, que eran grupos pequeños. Esos dos números los he elegido simplemente porque me cuadraban para reunir las cinco sílabas. Es un artificio. Artificio en el cómputo silábico, y naturalidad. El buen matrimonio, que debe estar siempre bien avenido, del haiku.
Hablando de aves que vuelan, mi haiku de este mes de febrero me recuerda un famoso tanka (poema corto) de la más venerada de la antologías poética de Japón, el Kokinshū. Es un poema también vívidamente visual, igualmente provisto de numeración de aves, y con remate final alusivo a la noche. Este bello poema expresa de maravilla, así al menos lo interpreto yo, la nostalgia que siente el poeta en otoño al ver el vuelo de los gansos, uno de los motivos favoritos del otoño en la poesía clásica japonesa.
Pero el segundo verso, si volviera a traducirlo, no me gusta: una metáfora algo intrusa en la transparencia de esta imagen. Más sencillo y fiel al original, hubiera sido traducir este segundo verso como “entre las nubes blancas”. Ahí va el poema japonés con su versión de hace quince años publicada en El pájaro y la flor (Alianza Editorial):
Shiragumo
Hane uchiwakashi
Tobu kari no
Kazu sae miyuru
Aki no yo no tsuki
白雲
羽うちわかし
飛ぶかりの
かずさえ見ゆる
秋の夜の月
Las alas juntas
Y entre algodones blancos
Vuelan los gansos.
Uno, dos… ¡qué bien se cuentan!
Clara luna de otoño.