nueve
En el rancho no hay agua en la pila ni tampoco taza de
inodoro. El agua se saca de un pozo viejísimo y la caca
se hace en la letrina de madera o en el monte. Yo prefiero
hacerlo en el monte. La letrina da miedo, como si de
adentro fuera a salir un bicho así de pronto.
Hoy vamos a ir de compras al pueblo. Helem y yo
decidimos hacer un periódico. Contaremos las cosas
que pasan en el rancho y otras inventadas. Hay que
hacer bastante para repartirlo entre la gente.
Al final solo hicimos dos ejemplares. Era muy aburrido
copiar todo a mano. El pueblo estaba un poco feo.
Todas las casas eran iguales, muchísimo polvo y calor.
La gente sí era muy amable con nosotros. Un muchacho que conoce a Helem le preguntó si yo también era ruso. Ella le dijo que sí y le empezamos a decir mentiras
sobre cómo allá en Ucrania hacíamos muñecos de
nieve y cómo era viajar en avión. El muchacho estaba
muy sorprendido.
Al regresar a la casa, decidimos hacer títeres de trapo
para hacer una obra de teatro para los demás niños.
Pero no nos dejaron terminar de picotear la sábana.
Castigados.
Jugamos con la luz
y un espejo roto
diez
Nos hemos enterado de la historia de la casa abandonada.
Cruzando la carretera hay una casa toda llena
de hierbajos de la que solo quedan algunas paredes
y el piso. Helem misma nunca había entrado, tenía
miedo a que hubiese algún fantasma. Pero estando
los dos juntos era diferente. Acordamos llevar a escondidas
el rosario de la madre de tía Nadia que, según
Helem, protege de las cosas malas. Yo me llené
los bolsillos de piedras, por si acaso.
Entramos a la casa y estaba vacía, salvo una cruz de
madera que había en el medio. Junto a ella, flores secas
en un frasco de cristal. Caminamos por donde se podía;
la hierba crecía muy alta y había montones de mariquitas.
Algo cayó del techo. Me asusté, pensaba que era un fantasma, y
Helem empezó a gritar. Corrimos hacia la calle.
Pasaba un viejo en carretón con caballos: “Anjá,
los cogí haciendo cosas. ¿Qué estaban haciendo
allí?” Después nos preguntó de qué familia éramos.
“De los Oliva”, contestamos. “Nietos de Dora y Manuel”.
“Ah, son de la familia de los locos”, y continuó:
“En esta casa se pegó fuego la hermana de Dora y la
casa también se quemó”. “¡Mentiroso, mentiroso!”
Echamos a correr y lo dejamos gritándonos cosas.
Llegamos al rancho. Le conté a mi madre y se molestó
mucho. Quería saber quién era el hombre del
caballo, pero ya se había ido. “¡Jamás hablen de ese
tema con nadie!”, nos dijo.
En la vieja cruz
hemos puesto a escondidas
marpacíficos.
once
Fui al pueblo de nuevo, pero Helem se quedó en la
casa porque la castigaron. Antes de irme prometí
comprarle algo para que no estuviera triste. Mi tío
David me llevó a caballo. Al principio me emocionó,
pero después era muy incómodo porque se me
acalambraba el fondillo y dolía. Le pregunté si había
alguna librería y, muerto de risa, dijo que me buscara
una novia y dejara los libros en La Habana.
Yo fui a caminar. Había tres muchachos en la esquina y me llamaron para preguntar de dónde era yo. “De La Habana”, murmuré. Se empezaron a reír.
El más grande me preguntó si todos los habaneros
éramos tan raros. Y se volvieron a reír. “Te estaremos vigilando, habanerito”.
Mi tío salió de la bodega y preguntó qué me habían dicho,
pero le dije mentiras. Al final fuimos a la biblioteca
porque en el pueblo no había librería. Demoramos casi
media hora en hacerme la nueva ficha. Le llevé a Helem
un libro de trabalenguas de David Chericián y un dulce
de coco. Saqué para mí un libro llamado “Fábulas de una
abuela extraterrestre”, de la escritora Daína Chaviano.
Luz de quinqué.
Con piedras del sendero
jugar yaquis.
doce
Hoy casi provocamos un incendio. Tomamos prestados
los espejuelos de leer de tía Nadia y quemamos
hojas secas usando los cristales como lupa bajo el sol.
Las hojas se inflamaron tanto que un poste del gallinero
empezó a arder. Por suerte, a Helem se le ocurrió
echarle tierra. Pusimos los espejuelos en su sitio y luego
nos fuimos al río como si nada. Le hablé a Helem del libro que estaba leyendo y ella dice que los extraterrestres sí existen.
Esta noche vamos a vigilar el cielo. A lo mejor vemos
alguno.
Ojo de agua.
Justo en la orilla,
tripas y sangre.
trece
Al costado de la casona hay un jardín de platanillo,
lleno de ranas. Abuela les tiene pánico. Por eso, cuando
ella sale de casa, va por el otro sendero, el que rodea al
árbol de guindas y pasa por las conejeras.
Mi prima y yo nos divertimos mucho haciendo
muñecos de barro. Imaginamos que son muñecos
de nieve. Los míos llevan sombreros de hojas secas.
Los de ella, flores de cundeamor y algunas plumas
que le robamos a la oca. Dice que cuando vaya a
Ucrania me traerá nieve en un frasco; o mejor, iremos
juntos y así la veo con mis propios ojos.
Está cayendo la tarde, en unas horas comenzarán
a volar las animitas. Aunque lo parezca, las animitas
no son como los cocuyos: ellas alumbran por el fondillo
y los cocuyos por la cabeza. Helem me enseñó
cómo se sabe cuántos novios uno va a tener: se pone
un cocuyo bocarriba y los saltos que vaya dando son
los novios. Lo haremos esta noche.
Abuela nos llamará de un momento a otro para
bañarnos.
Ocultos por los platanillos
sofocamos la risa.
Los gritos de abuela.