Del veinticuatro al veintiocho

Veinticuatro

Pasamos la tarde conversando bajo las matas de anón. Hacía un aire riquísimo y hasta dormimos. Dice mi prima que cuando sea mayor será cosmonauta como Yuri Gagarin. Yo no sé ni lo que quiero ser de mayor. Tal como están las cosas con mis padres, ya no importa; además, viviré en este rancho para toda la vida. A lo mejor me toca trabajar en la cooperativa como mi abuelo y el tío David. Eso sí, sería terrible tener que usar dientes postizos.

 

Escondrijo.

Con tallos de hierba seca

jugamos a fumar.

 

veinticinco

Los cocuyos dicen que me voy a casar seis veces y Helem se muere de la risa, pero yo creo que es mentira porque no hay tanta gente de mi edad en este pueblo. Aparte de que eso quiere decir que voy a andar con mis hijos de acá para allá cada vez que me divorcie. Hoy no tengo deseos de hablar con nadie y me he pasado el día leyendo. Abuela está pilando café con mi madre y Nadia. Helem se fue a la cooperativa con su padre y el abuelo. Si uno el canto de los pájaros, el crujir de las ramas de los úpitos y el ruido de abuela en el pilón, parece música.

 

Al robarme el azúcar

de la vitrina,

¡un alacrán!

 

Veintiséis

Tuve hoy mi primera clase de idiomas. Helem me está enseñando a hablar ruso para lucirnos delante de la gente. Tío David nos llevó al pueblo y estuvimos mataperreando; fuimos hasta la biblioteca que es súper chiquitica y dice Helem que ya se sabe casi todos los libros de memoria. Nos encontramos a los tres pesados que me vigilan y le dije a mi prima que corriésemos, pero ella se acercó y empezó a hablarles en ruso. De pronto se viró hacia mí y me dijo “idisudá”, que quiere decir “ven acá”. Yo le dije “vistrá, vistrá”, que significa “rápido, rápido”. Los pesados se quedaron locos. Y uno dijo con admiración “¡vieron, vieron, son extranjeros de verdad!” El otro nos preguntó si no se nos rajaba la lengua como dicen que pasa por hablar otro idioma. Les enseñamos la lengua y nos fuimos. Cuando nos sentamos en la pizzería nos estuvimos riendo de aquellos bobos tremendo tiempo.

 

Una y otra vez.

Contra el cristal

la mariposa.

 

Al regreso, me sentí muy feliz de pronto y le dije a mi tío que estaba contento de quedarme a vivir en el rancho. Él sonrió y me frotó la cabeza.

Caserón de la curva.

El olor del maíz

asado en leña.

 

Veintisiete

Cada día pasa alguien vendiendo leña. Pero mi abuela solo le compra a Deisi. Deisi tiene como mil años. Una vez le preguntamos y mi madre nos regañó porque era de mala educación preguntar la edad. Le dije que entonces en el mundo entero todos son unos maleducados porque la primera pregunta que nos hacen siempre a los niños es “cómo te llamas” o “cuántos años tienes”. Dice Deisi que es viejísima y que vino de Haití en un barquito de papel. Lo de Haití se lo creímos, pero lo del barquito es un paquete. Mi abuela siempre nos dice que debemos respetar mucho a Deisi porque es muy pobre y que a su edad es muy duro estar cargando leña. Por eso la ayudamos con sus bultos hasta la carretera. Esta tarde abuela nos dio un beso a cada uno y nos enseñó los nombres de las plantas medicinales del patio. Nosotros le contamos las historias de nuestros libros. Porque mi abuela no sabe leer.

 

Ruinas del molino.

La abuela nos corona

con flores de maravilla.

 

Veintiocho

Me gustó mucho ir a Ojo de Agua bien temprano. Pasamos por unos campos sembrados que se perdían a lo lejos. ¡Y las vacas! Dice tío que fajan si ven algo rojo. Son muy lindas de todas formas. En la vaquería que pasamos había muchas amontonadas para el ordeño. Yo no quise tocar a ninguna porque había una peste a caca tremenda. Los zapatos se me embarraron. Menos mal que no fui descalzo. En Ojo de Agua hay otro río y allí dos mujeres le daban golpes a la ropa mojada contra las piedras. Siempre me tengo que bañar en la orilla porque no sé nadar. Una de las mujeres nos habló de las madres de agua, que son unos seres con cuerpo de serpiente que se aparecen desde el fondo del río, agarran a un niño y se lo llevan con ella. Luego de esto creo que no aprenderé a nadar, en la orilla se está muy bien. Helem no teme a las madres de agua porque dice que Dios la protege. Ojalá Dios me protegiera. También a mi padre. Pienso de pronto en lo que dijo abuela de las tojosas que llaman a la desgracia.

 

Mediodía.

Vacas en fila india

a campo abierto. 

Dos campesinos.

Una garza les mira

recoger leña.